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Terminar con la nostalgia del pasado es una de las prescripciones de Yuval Levin, uno de los pensadores jóvenes más significativos de los EE.UU., para impulsar la vida de su país. En The Fractured Republic, su último libro, aún no traducido al castellano pero aclamado ya como fundamental  para entender a la primera potencia mundial,  Levin denuncia lo inadecuado de las actuales recetas tanto de los políticos republicanos como de los demócratas, y ofrece alternativas a las a veces viejas e inútiles proclamas.

Levin subraya que los ideales que se presentan a los estadounidendes son en realidad alternativas nostálgicas. «¿Hemos de ir a la economía de 1965 (propuesta de la izquierda) o a la de 1981 (la derecha)? ¿Debemos llevar el país hacia la «gran sociedad», hacia grandes acuerdos comunitarios, o a la revolución de Reagan?», se pregunta. Eso complica detectar las realidades del siglo XXI y causa que la gente desconecte.

En el núcleo de las transformaciones desde mediados del siglo pasado, y que haría inútil la vuelta atrás, se sitúa la fragmentación, de ahí el título de su nuevo ensayo. Levin sostiene que la sociedad de los Estados Unidos, a mediados del siglo XX, estaba muy cohesionada. Se aglutinaba en torno a la unidad nacional y a la solidaridad por encima del individuo y del individualismo.

Pero ha habido una ruptura de esa cultura. Quizá la fragmentación sea el precio del progreso; en cualquier caso hay que actuar. La economía se ha ido fracturando cada vez más, o dicho en términos positivos, especializando,  que es la forma en la que se crea riqueza en el capitalismo. Pero por otra parte, como recuerda con razón la izquierda política, hay muchas desigualdades, menos estabilidad económica y menos seguridad.

Por lo tanto, la pregunta que la política y los políticos han de responder es esta, según Levin: «¿Cómo emplear la fortaleza de una sociedad diversa, dinámica, para paliar la debilidad de esa misma sociedad fracturada y fragmentada?»

Esencial para dar con las teclas acertadas es detener la trepidante ruptura de familias, con consecuencias funestas en todos los campos y múltiples implicaciones. Por ejemplo, la pobreza es una cuestión tanto de dinero como de estructura social. Requiere, para combatirla, de familias fuertes y de comunidades que funcionen. No habrá solución real a la pobreza con recetas centralizadas al estilo de gobiernos enviando cheques. Hay que potenciar las instituciones que están, dice Levin, entre el «individuo aislado” y el Gobierno:  la familia, la comunidad, la Iglesia, la escuela. En última instancia se trata de tocar el corazón de cada ser humano para que su persona entera florezca, incluido el aspecto económico. La familia, pues, es central y para su recomposición no hay fórmulas simples.

La ética moderna de la subsidiaridad consistiría, según Levin, no en una revolución radical, sino en un instinto para descentralizar los asuntos públicos y experimentar en la escala inferior; más tolerancia para la prueba y el error y más libertad para que las comunidades vivan sus ideales morales. Mayor atención a lo que está al alcance de la mano. No se aleja aquí mucho Levin de lo Alejandro Llano ya propuso hace años en su libro Humanismo cívico.

Por cierto, Levin, conservador, no defiende a Donal Trump, el candidato presidencial republicano.

yuval

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.