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AVANCE

«Tarde o temprano, tendrá que ser reconocida como una de las figuras fundamentales de su generación, la del 27», decían los autores de esta entrevista realizada a Ernestina de Champourcin en su domicilio en el verano de 1997. Ella tenía entonces 91, mucho carácter, mucho humor y la lucidez de siempre. Recuperamos aquella entrevista mítica, una de las últimas que se le hicieron y donde se expone como nunca: «Pues pregunten ustedes lo que quieran…», dijo a sus tres entrevistadores. Julio Martínez Mesanza, Nazareth Echart y Manuel Fontán del Junco le hicieron caso.

Acompañan la entrevista algunos de sus versos a los que siempre quiere volver cuando la conversación se marcha por otros derroteros.


ENTREVISTA

Nacida en Vitoria el 10 de julio de 1905, Ernestina de Champourcin se casó en 1936 con el poeta Juan José Domenchina. Al terminar la Guerra Civil, el matrimonio marchó a México, donde Juan José moriría (1959). Ernestina volvió a España de forma definitiva en 1972. Desde su primer libro, En silencio (1926), hasta el último, Presencia del pasado (1996), la palabra poética de Ernestina de Champourcin ha sido fiel a la espiritualidad y a la trascendencia. Amiga y discípula de Juan Ramón Jiménez, a quien emula en intensidad, y antologada por Gerardo Diego en 1934, junto a la plana mayor de la poesía de la época, Ernestina, tarde o temprano, tendrá que ser reconocida como una de las figuras fundamentales de su generación, la del 27.

Ernestina de Champourncin tiene ya 92 años, bastantes dificultades para ver y oír y un sorprendente carácter, lleno de sentido del humor. Sus contundentes respuestas son la mejor carta de presentación de una mujer lúcida, sola —que no solitaria—, que relata una vida tan apasionada, por otra parte, como sus poemas.

Nos presentamos en su casa del Paseo de La Habana una tarde desasosegadora de este último mayo, una de esas tardes grises a las que ella ha preguntado eso de Para cuando la lluvia / con su lujo de agua, una de esas tardes que ella definirá después, respondiendo a una de nuestras preguntas con dos heptasílabos espontáneos y tristísimos: «Las tardes son muy largas / y yo las paso sola…». Nos recibió en una salita con muebles franceses y un poco antiguos. Delgadísima y coqueta, se expone: «pues pregunten ustedes lo que quieran…».

¿Por dónde quiere que empecemos a hablar?, ¿le parece que empecemos por el momento en que empieza usted a interesarse por la poesía?
De acuerdo, aunque ésa es una pregunta muy difícil porque tenía, todo lo más, seis años. Yo aprendí a leer en francés, en inglés y en español, y no los he olvidado nunca. He leído siempre en los tres idiomas, aunque empecé leyendo en francés porque ése era el origen de mi familia paterna.

De hecho, sus primeros cuentos y su primer poema fueron redactados en francés. ¿Qué recuerda de aquellas primeras lecturas de poesía?
Recuerdo mucho a Víctor Hugo, porque tenía muchas institutrices francesas. Recuerdo a Víctor Hugo, a Lamartine…, aunque leí a otros muchos que ya he olvidado.

Sin embargo, ha comentado, en alguna ocasión, que un buen día se dijo a sí misma que, si era española, debía escribir en español. Y dicho y hecho.
Para facilitarles a ustedes las cosas: me van a preguntar qué poetas españoles me interesan más. De poesía española creo que he leído casi toda, aunque en español quienes más me han interesado han sido Juan Ramón Jiménez y San Juan de la Cruz. En otros idiomas, muchísimos: me gusta Keats, me encanta Shelley… Lo malo es que he tenido una memoria estupenda y la estoy perdiendo.

Juan Ramón Jiménez y san Juan de la Cruz… En su libro Españoles de tres mundos, el poeta de Moguer se preguntaba: «¿En qué peligrosa zarza ardiendo de lo estraño (sic) se ha metido Ernestina? ¿Qué boca de lobo hay al fondo del bosque de Ernestina y adonde largamente dará?» A Juan Ramón Jiménez le conocía usted personalmente, y además mucho.
Sí, aunque pasaron muchos años hasta que él escribiera aquellas palabras. Recuerdo bien mi primer encuentro con la figura de Juan Ramón Jiménez. Yo tenía unas vecinas de mi edad que leían también mucho. Vivíamos en el mismo edificio y los domingos nos reuníamos a leer full time. Y así, un domingo, conocí Platero y yo. En mi habitación había un cuarto oscuro lleno de libros. Encendíamos la luz y nos pasábamos la tarde leyendo. Allí conocí a Platero, que me pareció una maravilla, pero tardé mucho en hacer amistad con Juan Ramón poeta, en conocerlo y hacernos amigos. También tuve mucha amistad con Zenobia, la esposa de Juan Ramón Jiménez, porque estaban siempre juntos. Nos entendíamos muy bien.

Su primer libro de poesía es En silencio. Cuéntenos qué es lo que le lleva no solo a leer, sino también a escribir poesía.
Pues, aunque no me crean, debo decirles que no me acuerdo. Empecé a escribir poesía mucho más tarde de empezar a leerla.

En cualquier caso, era usted muy joven cuando publicó por primera vez.
Sí, mis primeros poemas, muy malos, como todos los primeros poemas, los escribí en español. Estuve mucho tiempo sin decir a nadie que escribía poesía, mucho tiempo. No se los enseñaba a nadie. Cuando tenía ya veinte años, creo, se lo dije a mi padre, y a mi padre le hizo tanta ilusión que hizo publicar una colección de unos cuantos poemas sueltos en Espasa Calpe. Mi primer libro, En silencio, fue ilustrado por un primo uruguayo de mi madre, José Castellanos, que vivía en Pollensa. Como ven, las ilustraciones están ahora enmarcadas en el salón de mi casa. De mi primer libro no me queda ni un solo ejemplar. No sé qué pasa siempre con mis libros, pero todos van desapareciendo. Pero yo había tardado mucho en decir que escribía poemas.

¿Por qué?
Porque a nadie le interesaba eso más que a mí. La prueba es que yo no leo jamás un poema mío. Ni he recitado nunca un poema mío. Así es que es mío, y nada más.

FIRMEZA

Se hundió inútilmente
la red de tus palabras,
en el cauce sereno y limpio
de mi alma.

Ha salido vacía…
Nada tembló en la zona ardiente
que incrédulo acechabas

Ni el cristal se ha quebrado
al sentir tu mirada
como hubieras querido.
La dulce luz de plata
que brilla silenciosa
en la copa cerrada
tan frágil y tan pura
que es el cáliz del alma,
no vaciló siquiera.

Eternamente blanca
esperó que el minuto
de tu anhelo pasara.

Ha salido vacía
la red de tus palabras,
sin lograr conmover
el cáliz de mi alma.

de Ahora (1928)

La historia de la poesía de estas últimas décadas, más que una historia de libros y autores, es una historia de antologías. No mucho tiempo después de publicar En silencio, Gerardo Diego le incluye en su conocida antología Poesía española (Contemporáneos). Era el año 34. ¿Cómo fue recibida en su momento la antología de Diego?
Gerardo Diego me incluyó en su antología porque había sido muy criticado por no incluir en ella mujeres. Lo pusieron verde. Yo creo que le criticaron tanto que se decidió a meternos a dos mujeres.

Durante los años sesenta y setenta, usted escribe unos libros plenamente religiosos: El nombre que me diste (1960), Cárcel de los sentidos (1964), Poemas del ser y del estar (1972)… Hay críticos que piensan que a lo largo de su producción poética su sentido religioso se ha ido acentuando. ¿Le parece cierto?
Pues a mí me parece que no, porque el sentido religioso lo he tenido siempre. Lo habré expresado de una manera o de otra, pero lo he tenido siempre.

¿Cuáles son para Vd. los temas principales de su poesía?
Yo diría que Dios, la naturaleza, los paisajes y el amor. El amor divino y humano.

Háblenos de Juan José Domenchina, su marido.
A mi marido lo conocí con su primer libro, que no me gustaba nada, y que sigue sin gustarme. Es que él —como poeta— es muy anterior a mí, muy anterior, de la época del barroquismo. Y sus primeros libros gustaban mucho porque entonces estaba de moda el barroquismo. Yo creo que fue en México cuando empezó a ser un poeta extraordinario.

A Juan José le conocí en el estudio de unos pintores amigos muy conocidos entonces: los hermanos Zubiaurre, que eran sordomudos. Yo era muy amiga de su hermana, que era quien les hacía de intérprete. Los Zubiaurre tenían su estudio en la calle Cedaceros, y allí ella invitaba a gente y «les hacía» el ambiente; iban poetas, escritores, pintores… Allí fue donde nos presentaron. La invitación a Juan José y a mí fue con toda intención, y les salió bien. A partir de ese momento empezamos a salir juntos, a ir a exposiciones, museos…

Usted ya escribía cuando conoció a Juan José Domenchina, y él también. El ya había publicado...
Sí, él publicó muy pronto. Su mamá [en esa palabra se advierten los años pasados en México] tenía algo de dinero y le costeaba los libros. Después se hizo amigo de Ruiz Castillo, quien se encargó a partir de entonces de publicarlos…

EL RETRATO

Mírame en ti. Mi efigie verdadera
se esconde en tus pupilas y en la albura
de esa imagen sin cuerpo que perdura
cuando el trazo más nítido se altera.

Sólo existo en tu amor. La primavera
que en mis labios descubre tu ternura
florece para ti y es mi hermosura
el signo luminoso de tu espera.

No busques en el agua mi reflejo.
Eres tú sólo el invisible espejo
donde oculto mi auténtico retrato.

Al quererme creaste mi belleza
y ahora tu afán sin brújula tropieza
con la mentira cuya ley no acato.

de Cántico inútil (1936)

Juan José y yo nos casamos en plena guerra, el 6 de noviembre de 1936, para embarcarnos a México. Recibimos una invitación de Cárdenas (una invitación de la Casa de España de México, fundada y presidida por Alfonso Reyes). Por cierto, parece que su hijo va a ser presidente, me da mucha risa…

Bueno, no se trataba solo de una invitación para ir a México; se marchaban exiliados, y se ha dicho que usted supo adaptarse al exilio con gran entereza.
Nos marchamos exiliados como otros muchos, no fuimos los únicos. Había terminado la guerra y todos buscábamos donde refugiarnos. Fuimos de un lugar a otro y, finalmente, llegamos a Veracruz en junio del 39. Nos casamos en Madrid y nos casamos en México.

Antes de su marcha, vivió la guerra como voluntaria de enfermeras, ¿qué recuerdos tiene de esa época?
Yo trabajé como auxiliar de enfermera en el instituto que tenía Rivas Cherif, el cuñado de Azaña. Rivas era uno de los mejores oculistas de Madrid. Puso un hospital para los heridos de la Sierra y allá fuimos unas cuantas: la mujer de Casares Quiroga, Lola Azaña, que iba y venía, yo, que me me había quedado sola en mi casa porque mis padres estaban siendo perseguidos… Fui al hospital a ayudar a los enfermos hasta que Azaña se marchó. Pero, oigan, todo esto ya no es poesía.

De acuerdo, pues entonces volvamos a la poesía, los alejandrinos y los heptasílabos. Hay un verso suyo que dice algo así como «Poesía sin misterio ¿es eso poesía?»
No, no, dice así: ¿Poesía sin misterio es acaso poesía?

No sé hablar de esas cosas que se han puesto de moda
basura en las esquinas y vómitos de perro,
hedores adheridos al quicio de las puertas;
esa puerta en bostezo de hotelucho o cantina…

La poesía «social» no se me da tampoco…
—¿Poesía sin misterio es acaso poesía?—
y prefiero callarme y acercarme al problema
llevándoles Tu amor que lo resuelve todo.

Por eso te dedico estas cartas cerradas
que Tú has leído ya infinidad de veces.
Si Tú quieres que otros alcancen a leerlas
haz que el sobre cerrado se transparente un día…

Poesía de «protesta»; poesía con «mensaje»:
que cada uno torne en ella lo que quiera.
La vida del poeta es dialogar contigo,
Y que después Tú solo lo expliques al que lee…

de Cartas cerradas (1968)

Dice que ha perdido la memoria, pero ¡en absoluto!… Si ese misterio se pudiera definir, no sería tal misterio, claro; de ahí que no le pidamos una definición, sino que tan solo nos diga qué entiende por «misterio» en la poesía.
Lo que quiero decir es que los poetas decimos cosas que la gente no entiende; pero nosotros sí las entendemos.

Como aquello de san Juan de la Cruz de «toda ciencia trascendiendo»… ¿qué le atrajo de san Juan de la Cruz, el otro de los grandes poetas que antes ha mencionado?
Todo. De san Juan de la Cruz, todo. Es un poeta maravilloso.

[Hacemos una interrupción. Ernestina de Champourcin pregunta qué hora es, porque se imagina que ya es la hora del té: «Para el que no quiera té, tengo unos vasos chiquitos en los que tomar vino». Nos decidimos todos por el té y por unas barritas de chocolate que, al parecer, le encantan. Llevamos más de una hora de conversación, pero nuestra anfitriona no se muestra cansada y departe animada con sus invitados, sobre todo si se trata de hablar de poesía: «Yo no me canso nunca. Estoy un poco triste porque aquí apenas viene nadie y a mí me gustan mucho las visitas. Depende, claro, hay gente pesada que le cansa a uno».

Es el turno para recuerdos deshilvanados, sucesos y anécdotas algo menguados por la distancia y el tiempo. «La gente me preguntaba si nos llevábamos bien Juan José y yo estando casados y siendo poetas los dos, y yo respondía: ‘divinamente’. La verdad es que, poetas que se llevaran bien, Juan Ramón y Zenobia, porque los demás…». Del amor de Ernestina por Juan José Domenchina nos queda, entre otros, un poema impresionante titulado El último diálogo. En él la autora habla de la noche anterior a la muerte de su marido. Pertenece a Primer exilio.

La conversación vuelve a recalar en México, donde Ernestina de Champourcin residió durante 34 años, con Juan José Domenchina viviendo en el Distrito Federal de Polanco, donde ella se ganaba la vida como traductora de libros e intérprete en congresos y conferencias internacionales. El Fondo de Cultura tiene unos 40 libros escritos en francés o inglés traducidos por ella: «más del inglés, porque para entonces ya estaba la moda del inglés». Son libros de todo tipo de materias, salvo de poesía. Pero Ernestina no solo dedicaba su tiempo a la traducción; también realizó durante aquellos años crítica de libros en las revistas Gaceta e Ismo. Ya en 1972, Ernestina vuelve por fin a España, aunque regresaría unas cuantas veces al país centroamericano que tan bien la acogió. Seguimos].

Después de 30 años en México, se vuelve a España. ¿Por qué?
Mi marido murió en el 59. Yo estaba muy a gusto en México. Así como a él no le gustaba, a mí sí. Pero mi madre vivía y me escribió diciendo: «¿es que te has propuesto morir en México?» Y entonces me vine, pero me volvería a ir a México mañana mismo.

¿Cómo encontró España cuando volvió?
Horrible. Solitaria, aburrida, la gente antipática, no pensando más que en ganar dinero. Pero, oigan, ¡esto tampoco es literatura!

Tiene usted razón. Volvamos a lo que nos ocupaba… Ernestina, en 1970 publicó la antología Dios en la poesía actual. Antes decía que el sentido religioso ha estado siempre presente en su poesía. Por tanto, quizá sí pueda afirmarse que a usted siempre le ha interesado Dios desde el punto de vista poético…
No, no, no, no, a mi me ha interesado siempre Dios mismo, Dios «solo», y después de eso ha sido cuando ha pasado a mi poesía, porque todo lo mío pasa a la poesía.

Tú solo. Nada más.
Tú solo. Nada menos.
Tu presencia en mi alma
y la ausencia en mi cuerpo
de lo que no eres Tú.
¡Qué trueque de silencios!
Silencio tuyo en mí
y silencio secreto
de todos los vacíos
que Tu mano va abriendo.
Entre tanto callar
qué marcha hacia lo eterno.

Usted es la autora de una antología que se llama Dios en la poesía española contemporánea. ¿Cómo le parece que está «tratado» Dios en la poesía actual?
Pues, lamentablemente, debo decirles que ya apenas leo. Piensen ustedes lo que son 91 años. ¿Se dan cuenta de lo que esta edad significa?

Es muy probable que no. De todas formas, sigue usted trabajando, pues tiene una secretaria que le atiende la correspondencia y le ayuda… Incluso publicó el pasado año un nuevo libro, Presencia del pasado.
Sí, pero deben saber que no he dado ningún ejemplar porque es un libro que no me gusta. Y no me gusta porque han incluido unos versos que yo no he escrito nunca. La verdad es que ahora apenas escribo. De cuando en cuando, cuando tengo alguien a quien puedo dictar, dicto una poesía. Y también tengo un cuaderno, pero no se entiende lo que escribo porque ya no sé escribir.

¿Qué significa eso?
Cuando me mandaron impreso el último libro, vi que en la primera página dice: «La autora añadió a última hora estas estrofas». Eso no es verdad, pero ahí están.

Mantuvo usted una estrechísima relación con los poetas de la generación del 27. Háblenos de aquéllos a los que más conoció: Gerardo Diego, Luis Cernuda…
Gerardo Diego fue un gran amigo mío. ¿Qué les voy a contar? Yo solía ir a sus tertulias del Café Gijón. Gerardo no abría la boca en ninguna tertulia; se iba siempre sin haber abierto la boca. Pero es verdad que conmigo era encantador. Con Luis tuve un principio muy amistoso. íbamos juntos al cine y a merendar, hasta que un día, no sé, pensé (y era verdad) que con él me aburría y dejé de salir con él. Nos encontramos en México. Él vivía en casa de Concha Méndez, muy cerca de la nuestra. Un día lo encontraron allí muerto.

También fue amiga de Dámaso Alonso. En su primer libro, Hijos de la ira, hay también una gran presencia de la temática sobrenatural…
Sí, Dámaso y su mujer eran muy simpáticos, yo solía ir a comer con ellos muchas veces, y con el tiempo, es cierto, él cambió mucho. Cambió mucho en lo que se refiere a su relación con Dios y se hizo bastante religioso.

De todos modos, Ernestina, no nos ha dicho, como poeta, qué poeta de la generación del 27 le interesó más.
Les voy a decir una barbaridad: Emilio Prados. Porque su poesía es la que más me llena.

Dos grandes poetas de esta generación son Lorca y Alberti, a los que no hemos mencionado. Usted solía asistir a las tertulias de este último en la Residencia de Estudiantes. ¿Qué piensa de su poesía?
Alberti me parece maravilloso, me gusta más que Lorca. Lorca me parece que, como diría yo en francés, lo han «sourffé» un poco, que lo han exagerado. Me gusta, pero no tanto como otros…

Se ha dicho que Juan Ramón Jiménez y usted están unidos por una filiación lírica, estética, que en muchos de sus poemas se percibe cierta tensión juanramoniana. En su precioso libro en prosa La ardilla y la rosa (1981) rememora esa amistad: «Juan Ramón no fue para mí únicamente el gran poeta admirado, sino una especie de compañero de sentimientos y vivencias».
Sí, fuimos muy amigos. En Estados Unidos lo vi muchas veces. Solía pasar fines de semana en casa de Juan Ramón y Zenobia, cuando ellos trabajaban en la universidad. Más aún, como Juan Ramón estaba enfermo en el hospital cada dos por tres, me quedaba yo a dormir en su casa y de día íbamos a visitar a Juan Ramón.

¿Qué piensa de la enemistad final entre Juan Ramón y los poetas del 27? Son conocidos, por ejemplo, sus roces con Cernuda.
Tonterías de poetas. Niñerías. Hubo una época en la que en España se portaron mal, muy mal, con Juan Ramón Jiménez. Para la gente no era nadie. Ahora, sin embargo, se observa una resurrección asombrosa. No sé a quién se debe ni a qué se debe. Es curioso, cuando yo volví de México, aquí no se podía hablar de Juan Ramón. Entonces decían que era un pesado, y ahora publican cualquier cosa suya.

En la Antología de Gerardo Diego de la que antes hablábamos, usted escribe: «¿Mi concepto de poesía? (…). Cuando todo el mundo define y se define, causa un secreto placer mantenerse desdibujado entre los equívocos linderos de la vaguedad y la vagancia». También ha escrito en alguna ocasión: «¿Poesía elaborada, poesía estructurada? Yo solo puedo decir que un buen día tras un batiburrillo de lecturas, sale, brota, un verso». Siempre se ha mostrado reacia a elaborar poéticas, a teorizar sobre la poesía…
Es que eso es un secreto. Guárdenmelo. De eso yo no sé nada.. Ni una palabra. Para mí, poesía es algo que de repente se me ocurre y lo escribo. Eso es todo lo que es poesía. A veces no me gusta lo que he escrito, pero no sé decir nada más. Ahora, en estos últimos años, no se me ocurre nada y, si se me ocurre algo, es curioso, se me ocurre en forma de romance. Y es malo, es malo el romance.

Ernestina, usted no tiene radio ni televisión, pero demuestra estar al día de lo que sucede. Por ejemplo, ha terminado de leer La Reina, el libro de Pilar Urbano, muy amiga suya. ¿Qué es lo que más le interesa de la actualidad?
Cosas imposibles: por ejemplo, poder leer, ver exposiciones, tener alguien que me lea bien sin cansarse (yo siempre leo los libros a pedazos). Todo eso. Y son cosas imposibles…*

* Los autores agradecen a María Angustias Torres Rojas su inestimable ayuda para esta entrevista.

Bibliografía

Poesía
En silencio…, Talleres Espasa-Calpe, Madrid, 1926.
Ahora, Ed. León Sánchez Cuesta, Madrid, 1928.
La voz en el viento (1928-1931), Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid, 1932.
Cántico inútil, M. Aguilar Editor, Madrid, 1936.
Presencia a oscuras, Rialp, Col. Adonais, n°87, Madrid, 1952.
El nombre que me diste…, Finisterre (Ecuador 0o 0′ 0″), México, 1960 (2a ed., 1966).
Cárcel de los sentidos, Finisterre (Ecuador 0o 0′ 0″), México, 1964.
Cartas cerradas, Finisterre (Ecuador 0o 0′ 0″), México, 1968.
Hai-Kais espirituales, Finisterre (Ecuador 0o 0′ 0″), México, 1968.
Poemas del ser y del estar, Alfaguara (Col. Ágora), Madrid, 1972.
Primer exilio, Rialp (Col. Adonais, n° 355), Madrid, 1978.
Poemillas navideños, Programas educativos, S.A., México, 1983.
La pared transparente (Madrid, 1979-1980), Los libros de Fausto, Madrid, 1984.
Huyeron todas las islas, Caballo griego para la poesía, Madrid, 1988.
Antología poética (Prólogo y selección de Luzmaría Jiménez Faro), Torremozas, Madrid, 1988.

Prosa
La casa de enfrente [novela], Signo, Madrid, 1936.
La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), Los libros de Fausto, Madrid, 1981.

Traducción
Emily Dickinson, Obra escogida. Selección, traducción y apunte biográfico de E. de Champourcin y Juan José Domenchina, Centauro, México, 1946 (2a ed. Torremozas, Madrid, 1989).

Otras publicaciones
Dios en la poesía actual. Antología seleccionada y prologada por E. de Ch., Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1970.
Juan José Domenchina, Poesía (1942-1958). Selección y prólogo de E. de Champourcin, Editora Nacional (Col. Alfar, n° 6), Madrid, 1975.