El 17 de mayo de 1902 Alfonso XIII, que era ya rey desde el mismo momento de su nacimiento, inició sus tareas como monarca cuando cumplía los dieciséis años de edad. Octavio Ruiz-Manjón comenta alguna de las novedades editoriales que, con ocasión de la efeméride, reevalúan la figura del rey.
1902 significó para Alfonso XIII el comienzo de un reinado en el que tuvo que soportar una grave crisis del sistema político -aquejado por las tensiones internas de los partidos y por las presiones de los militares, de los nacionalistas y de las organizaciones obreras- en el que se puso a prueba el sentido constitucional y la pericia como rey. El monarca terminó por consentir, en 1923, el establecimiento de una dictadura que tuvo como desenlace la proclamación de la Segunda República en 1931. Alfonso XIII se exiliaría a Francia y posteriormente a Italia, en cuya capital murió a comienzos de 1941. Una trayectoria vital relativamente corta, pero en la que fue protagonista destacado de la gran crisis política española del primer tercio del siglo XX.
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La ocasión del centenario ha empezado a generar ya una serie de títulos relacionados con dicha efeméride, y entre ellos habría que incluir los dos que comentaremos a lo largo de estas páginas aunque, en el caso de Carlos Seco, su biografía haya sido escrita con cierta anterioridad y forme parte de una colección biográfica sobre los Borbones en la que, después de un volumen inicial (un estudio marco sobre la España de 1700), se están publicando una serie de volúmenes sobre la vida de los monarcas que han reinado desde aquella fecha, con la explicable pero sorprendente exclusión de Luis I (¿hay alguna vida en la que no haya nada que biografiar?) y que han sido encargados a destacados especialistas. También se ha incluido una biografía de don Juan de Borbón, que establece el lazo familiar entre la monarquía derrocada en 1931 y la reinstaurada en 1975, después de la muerte del general Franco. Una serie, en definitiva, que parece más relacionada con el tercer centenario del inicio de la dinastía Borbón en España, que con el aniversario que ahora comentamos.
En todo caso, en la selección de especialistas para la realización de esa serie biográfica pocas decisiones pueden parecer más acertadas que la de encargar el relato de la vida de Alfonso XIII a Carlos Seco ya que, desde su Alfonso XIII y la crisis de la Restauración (Ariel, 1969), ocupa un lugar de privilegio entre los conocedores de ese tiempo. Su libro, en clara sintonía con el análisis político del reinado que, por aquellos mismos años, acababa de ofrecer Jesús Pabón con su biografía de Cambó (Alpha, 1952-1969), suponía una verdadera rehabilitación de la figura del monarca y una defensa de la corrección de su comportamiento político, especialmente en la grave crisis de 1909, que supuso el alejamiento de Maura del poder, y en la de 1923, que dio paso a la dictadura de Primo de Rivera.
No todos los historiadores participaron de la misma opinión porque, sólo unos años antes, Raymond Carr había puesto en circulación la imagen de que el pronunciamiento de Primo de Rivera, más que el golpe de gracia a un moribundo, significaba el estrangulamiento de un recién nacido parlamentarismo en el que la presencia de reformistas y verdaderos liberales auguraba el tránsito de la oligarquía a una democracia que, por culpa del régimen dictatorial, aún tardaría años en llegar (Spain, 1966). En esa línea continuarían algunos de los discípulos españoles de Carr y tal vez la mayor parte de quienes hoy representan la revitalización de la historia política en España.
La postura de Seco, en cualquier caso, era extraordinariamente sólida, especialmente en lo que hacía referencia a la actuación del rey frente a Maura, y se fortaleció aún más con los testimonios que aportó el estudio del archivo de Eduardo Dato (1855-1921), depositado en la Real Academia de la Historia. Su Perfil político y humano de un estadista de la Restauración: Eduardo Dato a través de su archivo (1978), que fue su discurso de ingreso en aquella docta casa, es un brillantísimo ejercicio de historia política, redactado con elegancia y profundidad sicológica. A partir de ese momento quedaba desahuciada la soterrada corriente maurista que, de modo sorprendente, había sobrevivido en la historiografía española y se había visto respaldada por las descalificaciones del liberalismo, que fueron moneda corriente durante los primeros años del franquismo.
La utilización de esas nuevas fuentes, junto con los datos que proporcionaban los archivos de Romanones (1863-1950) y Natalio Rivas (1865-1958), fueron la base de una nueva versión sobre el reinado de Alfonso XIII (La España de Alfonso Xlll. El Estado y la política (1902-1931). Vol. I: De los comienzos del reinado a los problemas de la posguerra, 1902-1922. Tomo XXXVIII de la Historia de España fundada por Menéndez Pidal, Espasa-Calpe, 1996) de cuyo escaso eco editorial y académico se queja aquí el autor -con una discreta puja a un discípulo predilecto de Carr-, pero que fue una aportación de excepcional importancia para el conocimiento del reinado y para afianzar documentalmente algunas de las hipótesis que había adelantado en el estudio de 1969.
Ahora, en esta tercera versión de la vida y reinado de Alfonso XIII, ésa es la estructura básica del libro que comentamos. Seco se abstiene del aparato erudito, de acuerdo con lo que parecen indicaciones editoriales para toda la serie de biografías, y nos brinda lo que él llama un ensayo documentado, que viene a ser como la síntesis de los dos balances anteriores ofrecidos sobre el reinado.
La opción es legítima y, sobre todo, Seco tiene toda la autoridad moral para hacerlo pero, en algunas ocasiones, especialmente en los pasajes en los que se hace referencia a pronunciamientos de los intelectuales sobre la actuación del monarca, no hubiera estado de más que el autor hubiese puesto un poquito más de esfuerzo en la precisión cronológica y en una indicación, por muy somera que fuese, de las fuentes. De la misma manera que hubiese sido deseable una revisión ortográfica de la bibliografía final o la simple concordancia de esos títulos con los aludidos en los comentarios iniciales sobre la historiografía alfonsina. Se habrían eliminado así algunos signos interrogantes en la obra conjunta de Fernández Almagro y el duque de Maura, un exceso de uves al referirse a Valloton y, en definitiva, se hubiese contribuido a la idea de que la renuncia a la erudición no exime de la precisión ni del cuidado de la edición. Un académico de la calidad de Carlos Seco merecería un editor -en el sentido anglosajón del término- que no le dejara en una situación tan poco grata y tan poco acorde con la pulcritud de su trayectoria.
Por lo demás, el libro de Seco supone una confirmación de sus tesis ya conocidas sobre la figura de Alfonso XIII, al que presenta como un estadista que puso a España por encima de cualquier querella política lo que, en definitiva, se convertiría en la clave de algunas de las grandes decisiones de su reinado. Y todo ello, en un marco de prosperidad económica y esplendor cultural en el que el monarca -presentado por Seco como un «hombre del 98 y regeneracionista a su modo»- aparece como un impulsor de la modernización de España y, de una forma muy especial, de la capital de su reino. En estos aspectos se apoya decididamente en los trabajos de Gortázar sobre Alfonso XIII como un empresario modernizador.
Un lado oscuro del personaje sería, para Seco, su «actitud escasamente comprensiva» hacia los nacionalismos, mientras que trata de encontrar justificación al temprano militarismo del monarca en la figura -disecada por Cánovas- de un rey soldado que evitase el protagonismo de los generales y en el amor al ejército, que se manifestó desde muy pronto. Todo ello, sin embargo, no nos parece suficiente para justificar la corrección constitucional del comportamiento del monarca que, al margen de su gusto por los uniformes y otras cuestiones externas, empezó a mostrar indicios preocupantes en las iniciativas que tomó en la crisis de noviembre de 1905, que llevaría a la aprobación de la Ley de jurisdicciones. El militarismo del rey se confirmaría en otras actuaciones posteriores y culminaría con la aceptación del pronunciamiento de septiembre de 1923 y el establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera. Una situación que Seco se empeña en justificar con el agotamiento del sistema político, la necesidad de soluciones eficaces al problema de la guerra de Marruecos y, sobre todo, la voluntad de evitar una contienda civil entre los españoles, que es uno de los argumentos recurrentes de este libro, empeñado en presentar la actuación de Alfonso XIII como una gran oportunidad frustrada de evitar el enfrentamiento que estallaría en julio de 1936.
Se trata de unas explicaciones que no pueden ocultar la falta de voluntad del rey para cumplir el papel que le había asignado la Constitución -verdadera garantía de la convivencia entre los españoles- pero el texto que nos ofrece Carlos Seco es, en cualquier caso, una apasionante y, en muchísimos pasajes, una muy enriquecedora aportación al conocimiento del periodo. En una época de cacareada resurrección de la narrativa histórica no son muchos los que pueden ofrecer un texto de la calidad literaria -capacidad de sugerencia, finura de matices- como el que, una vez más, nos ha ofrecido el maestro indiscutido de historiadores que es Seco Serrano.
IMAGEN PÚBLICA DE ALFONSO XIII
Mucho más recortado en sus objetivos, pero lleno de informaciones interesantísimas, es el estudio que nos han ofrecido Julio Montero, María Antonia Paz y José Javier Sánchez Aranda , profesores de historia de la comunicación social, que han abordado la imagen de la Monarquía -en última instancia de Alfonso XIII- en la prensa escrita y en el cine de aquellos años. Un libro al que sólo cabría reclamar la deficiencia material de no ofrecer una bibliografía sistematizada y, sobre todo, un índice de contenidos. Eso debería ser ya un elemento inexcusable en cualquier trabajo académico, especialmente si tiene la calidad y la riqueza del presente trabajo.
Los autores han empleado un imponente material estadístico para analizar seis periódicos muy significativos de la época, así como la producción cinematográfica del periodo, para terminar con la conclusión algo paradójica de que la imagen del monarca no parecía gravemente deteriorada cuando, en abril de 1931, se vio obligado a exiliarse de España.
Pero la paradoja deja de serlo si se tiene en cuenta que aquellas elecciones municipales no se midieron por la cantidad de votos, que hubieran dado el triunfo a los monárquicos, sino por la calidad de los mismos, ya que fue el triunfo republicano en las grandes ciudades lo que provocó el abandono del monarca. Fueron las ciudades -precisamente donde más se leía- las que desencadenaron el cambio de sistema.
Alfonso XIII fue un joven un «teenager del Desastre», le hubiese llamado Vicente Cacho- que simbolizó y encarnó muchos de los aspectos modernizadores que experimentó la España del primer tercio del siglo XX. El viajero, el deportista, el solidario con los enfermos y los prisioneros, el impulsor de edificios y empresas fueron imágenes que representaban lo mejor de las transformaciones que experimentaba España y que pervivieron en la imagen que los medios de comunicación ofrecieron de la Monarquía. La crisis política se desarrolló por otros cauces, que no son sólo los periódicos de partido no incluidos en el estudio, sino los espacios de sociabilidad que llevaron a una movilización que, en cualquier caso, exigió de pocos actores.
El posible desajuste entre hipótesis y resultados, en cualquier caso, no disminuye el gran valor que tiene la investigación desarrollada por los autores. Una aportación de notable entidad en las vísperas del centenario que se nos aproxima.