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Ante los inevitables cierres de teatros madrileños de reconocido prestigio y tradición, el teatro en la calle contribuye en cierta medida a paliar el déficit de locales escénicos que padece Madrid. Teatros como el Lara, por donde han desfilado los más grandes cómicos de nuestro país, permanecen cerrados por las enormes dificultades económicas que supone su restauración y apertura al público. El Teatro Fuencarral, el Martín, el Cómico, el Benavente… acompañan al Lara en su soledad. No hay nada más triste que un teatro vacío, semiderruido, con sus telares apolillados y su patio de butacas empolvado y envejecido. Los que en un tiempo vivieron las jornadas de júbilo y risa, de lágrimas y emoción, de un pueblo entusiasmado con el arte escénico, hoy sobreviven en el silencio como recuerdo de otra época de esplendor. Vivo recuerdo y acicate para que los amantes del teatro busquemos soluciones para recuperar el interés de los ciudadanos, de manera que las salas teatrales continúen abiertas.

Otros teatros fueron transformados en salas de fiesta, como el Eslava y el Infanta Beatriz (hoy Teatriz). Este último conserva -homenaje póstumo- la estructura del antiguo local escénico. Transformaciones suscitadas por el cambio operado en las formas de ocio de nuestra sociedad. Más lamentable me parece la reconversión de un teatro en estudio de televisión: el Teatro Espronceda cerró sus puertas para que TeleMadrid instalase en su seno un estudio de grabación. Construido a principios de este siglo, el Teatro Monumental ha dejado de mostrar espectáculos teatrales para servir al complejo mundo televisivo.

Crisis de locales escénicos

Los escasos teatros privados que actualmente sobreviven en Madrid luchan contra el desaliento y las enormes cargas fiscales que deben soportar. Todas las temporadas se anuncia el cierre de un nuevo local. En esta ocasión, es el Teatro Maravillas -recientemente restaurado gracias a la ayuda de las administraciones públicas- el que ha anunciado que en la próxima temporada no levantará el telón.

Difícil panorama, por tanto, para las compañías y empresas teatrales, que compiten desesperadamente por hallar un espacio escénico en Madrid para mostrar sus espectáculos. Este es el principal obstáculo que padece el teatro para su mejor desarrollo y promoción. Porque el público acude cuando la función contiene elementos de interés. El éxito es constante y hay muchos espectáculos que concitan el aplauso del público y de la crítica, de manera que la inversión del empresario privado resulta recompensada con creces. No estamos, por consiguiente, ante una crisis de espectáculos, sino esencialmente ante una crisis de locales escénicos.

De ahí que el teatro en la calle se convierta durante el verano en una extraordinaria oportunidad de ampliar la oferta teatral de la ciudad. Si añadimos a los problemas citados la carencia de aire acondicionado en muchos locales, podemos afirmar que el teatro madrileño en verano encuentra su máximo exponente en los espectáculos que el Ayuntamiento programa al aire libre en las calles y plazas de la Villa.

No obstante, el valor de el tea- ‘ tro en la calle no se reduce a la ampliación de la oferta, sino que sobre todo supone una diferente concepción del hecho escénico, puesto que entronca con el origen más vivo y tradicional del teatro. Recordemos cómo nuestro teatro medieval nace ligado a la liturgia religiosa, mediante la escenificación de los pasajes evangélicos más significativos (Nacimiento y Pasión de Cristo) en las porticadas de las Iglesias. Un teatro en la calle con la participación directa de los fieles. Muy pronto, los fieles fueron convirtiéndose en espectadores ante la especialización de unos primitivos cómicos que daban vida a los protagonistas de los hechos evangélicos dramatizados. La evolución del teatro nos conduce por los caminos de los cómicos de la legua, bululú, farándulas, compañías reales… que a menudo representaban sus entremeses y farsas en las plazas de los pueblos. Hasta que en el Siglo XVII se institucionalizaron los corrales de comedias, espacio delimitado por tres viviendas en forma de «U», con su patio, sus bancos, gradas, cazuela, desvanes, balconcillos y aposentos, localidades de diferente ubicación y de distinto precio. Nacían así nuestros primitivos teatros.

El corral de comedias suponía un lugar de encuentro entre los ciudadanos con motivo de la fiesta teatral. Un espacio escénico al aire libre, integrado en el corazón de la ciudad, ligado a las plazas de las villas, y enraizado en la conciencia ciudadana, pues las propias viviendas se empleaban como vestuario y locales de contemplación del espectáculo.

Podemos, por tanto, afirmar que el teatro en la calle nos emparenta directamente con la más rica de las tradiciones escénicas: los corrales de comedias, en donde triunfaron Lope de Vega, Tirso de Molina, Rojas Zorrilla, Mira de Amescua, Calderón y tantos otros famosos comediógrafos hispanos del Siglo de Oro.

Reflejo de un espacio en libertad

Además, el teatro en la calle contribuye en la actualidad a enriquecer la vida artística y cultural de la ciudad durante la época estival. El ciudadano siente que sus calles se erigen en protagonistas de arte, cultura y espectáculo. Un espacio al aire libre es reflejo de un espacio en libertad, sin los agobios del local cerrado y restringido, un espacio en el que las estrellas y el aire de la calle propician un cálido encuentro entre espectáculo y plaza, entre función escénica y espectador.

El teatro en la calle incorpora, por supuesto, el aliciente de su valor social y comunicativo, pues suscita el diálogo y la tertulia de los asistentes. El servicio de bar/restaurante que funciona en estos espectáculos, antes, durante y después de la representación, hace que los espectadores vivan una noche más cálidamente humana, pues no se limitan a ver un espectáculo, sino que comparten conversación y simpatías.

Todo lo dicho implica que el tipo de espectáculos que mayor éxito suelen tener son aquellos que ahondan en las ricas tradiciones de la cultura y forma de vida de nuestro pueblo, sin que de mis palabras pretenda excluir otros espectáculos.

En cualquier caso, debo reseñar la extraordinaria labor cívica y artística que supone la promoción del arte escénico en las calles por parte del Ayuntamiento de Madrid. Hasta la temporada pasada, era tradicional ubicar estos espectáculos en la Muralla árabe, en la Corrala y en el Templo de Debod. En la edición de los Veranos de la Villa de 1993, por iniciativa de Fernando Rojas, responsable de la compañía Teatro del Arte, y gracias a la eficaz y generosa colaboración de Esperanza Aguirre, Concejal de Cultura y Medio Ambiente, se recuperó un bellísimo espacio escénico para la muestra de espectáculos teatrales: la Plaza del Rollo. En pleno Madrid de los Austrias, limitando con la fachada sur de la Casa de la Villa y la fachada oeste de la Casa de Cisneros, la Plaza del Rollo es un espacio único en nuestra ciudad, tanto por su ubicación, emplazamiento y disposición, como por su sabor histórico, artístico y cultural. La decisión de Esperanza Aguirre de programar teatro en dicha plaza fue un acierto rotundo: los madrileños pudieron disfrutar de un espectáculo escénico que recreaba el ambiente de los corrales de comedias en uno de los más hermosos parajes de la Villa de Madrid.

Plazas y calles convertidas en espacios escénicos por el Ayuntamiento dotan a nuestra ciudad de nuevas e inmensas posibilidades de promoción del teatro y de reencuentro con nuestras más celebradas tradiciones. Se recupera así el sentido y la función más auténtica de la fiesta teatral.