Recuerdo palabra por palabra mi primera entrevista con Antonio Fontán, entonces director del semanario La Actualidad Española. Se celebró en su despacho de la calle Gaztambide de Madrid, el día 10 de octubre de 1955.
Estaba yo recién llegado de Barcelona. Iba a cursar el tercer y último año de la Escuela Oficial de Periodismo. Los futuros periodistas catalanes debíamos pasar obligatoriamente por Madrid para sufrir una peculiar supervisión política.
Yo tenía interés en simultanear los estudios con un trabajo en algún medio de comunicación. Mi buen amigo y compañero de clase Javier Ayesta me presentó a Antonio Fontán.
La entrevista fue muy breve. Si inició con una pregunta directa de Fontán:
-Y tú… ¿de qué sabes?
Mi respuesta fue rotunda:
-Sé mucho de política internacional y de fútbol.
Antonio Fontán replicó:
-La política internacional la tenemos bien cubierta y de fútbol damos muy poco.
Debí poner cara de desconcierto y el director me indicó:
-Pero tengo un puesto vacante en el archivo, para seleccionar los recortes del día. Si te interesa, puedes incorporarte inmediatamente.
No me lo pensé ni un minuto. Al trabajo nunca se le dice que no. Comencé una tarea inédita para mí, que me resultó apasionante.
Durante los seis meses siguientes, hasta mi incorporación al Ejército para hacer las prácticas de alférez, fue creciendo la sintonía profesional, el aprecio y el respeto hacia el director.
Había detectado que, por las mañanas, llegaba muy pronto al trabajo, bastante antes que el resto de la redacción. También yo anticipé mi entrada y aprovechaba para pasarle entonces los recortes, preferentemente los de prensa extranjera.
Al revisarlos delante de mí, casi siempre me hacía algún comentario o unas indicaciones prácticas. Me animó a leer con asiduidad a determinados articulistas, como Indro Montanelli y James Reston; a cotejar semanalmente en paralelo las revistas Time y Newsweek. A veces, la sugerencia era mucho más precisa: «Sigue estos días la evolución de la situación en Jordania y en especial de la Legión Árabe organizada por Glubb Pachá».
Estos intercambios de impresiones se hicieron habituales. Eran, para mí, una constante apertura de horizontes. Algo así como una clase activa de periodismo, totalmente informal; unos días sí y otros no; sin tiempo previsto. Poco a poco me iba introduciendo en la entraña de la noticia y me daba a conocer la forma de trabajar de los mejores periódicos del mundo.
De esta forma tan sencilla, Antonio Fontán (don Antonio, como le llamábamos los redactores) se fue convirtiendo en mi verdadero «maestro» de periodismo. Lo he comentado y escrito en muchas ocasiones, y quiero reiterarlo hoy.
Tenía -y tiene- una excepcional capacidad de escuchar. Te permitía expresar tus opiniones con libertad. Continuamente te alentaba a avanzar y arriesgar. Sabía canalizar el ímpetu de los apasionados y estimular a los más indecisos.
Nunca supe de dónde sacaba el tiempo, pero siempre encontraba momentos para escuchar las inquietudes de los redactores más jóvenes. Sin decírselo, le agradecías profundamente su acogida y la atención que te dedicaba.
Sus ochenta años -por los que le felicito entrañablemente- no me parecen solamente una edad de plenitud. Para Antonio Fontán, el futuro sigue abierto de par en par, porque sabe vivir el presente con generosidad y entrega. Ese es su gran secreto.