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La cuestión crucial para los Estados Unidos en los años 90 consiste en desarrollar un sentido realista de la fuerza y los límites de su poder. Las encuestas revelan que el 50% del público cree que la nación está en decadencia, y que quienes opinan así tienden a un mayor proteccionismo y a aconsejar el retiro de lo que consideran «compromisos internacionales excesivamente dispersos». Ahora bien, consejos así resultarían contraproducentes en el mundo actual donde va en aumento la interdependencia: provocarían la situación que se desea evitar y, si la nación más poderosa no logra colocarse a la cabeza, las consecuencias para la estabilidad internacional podrían ser desastrosas. A través de la historia, la ansiedad acerca de la decadencia y de las cambiantes relaciones de poder han llevado a épocas de tensión y desacierto. En la actualidad, cuando declina el poder soviético y surge el japonés, las teorías equivocadas sobre la decadencia de los USA van más allá de lo meramente «académico».

Algunos observadores suponen que el «multipolar» es el adjetivo que mejor describe el mundo que ya despunta y varios teóricos sostienen que el cambio flexible de las alianzas relacionadas con el clásico equilibrio multipolar del poder constituirá una nueva fuente de estabilidad en la política mundial. Sin embargo, el desarrollo de una verdadera multipolaridad de los cinco centros de poder más importantes —los USA, la Unión Soviética, China, Japón y una Europa unida— no parece probable en los próximos decenios.

Una buena evaluación debiera sobrepasar la geopolítica tradicional. Si se fija la atención en las transiciones del poder entre los principales Estados, las analogías históricas podrían hacer que pasásemos por alto otros cambios que están ocurriendo en la política mundial. El final del siglo será muy diferente a sus comienzos; el verdadero problema, más que en la transición hegemónica se encuentra en la difusión del poder.

¿Cómo se debería medir el poder en un mundo cambiante? A través de los siglos, los estadistas y otros observadores han cometido errores al considerar la métrica del poder. En el siglo XVIII quienes concentraron la atención en la población de Francia y en su industria rural no cayeron en la cuenta del surgimiento de Gran Bretaña, nacido de su estabilidad política y de las condiciones que favorecieron la revolución industrial. A principios del presente siglo, el escritor norteamericano Brooks Adams tomó el control de los metales y minerales como indicador de lo que en el futuro sería el poder económico y militar y predijo tanto la decadencia de Inglaterra como el encumbramiento de Rusia y China.

De hecho, como señala el sociólogo Daniel Bell, a fines del presente siglo las materias primas y la industria pesada, como indicadores decisivos, están por debajo de la información y de los servicios profesionales y técnicos. Sí Bell está en lo cierto, los indicadores adecuados del poder son los relacionados con las manufacturas y los servicios dentro de las industrias de la información.

En función de los recursos tradicionales, es probable que los USA conserven su rango de superpotencia, pero el fijarse sólo en los recursos tradicionales del poder no es la forma adecuada de enfocar la cuestión. La prueba del poder se halla en el cambio de proceder, no en los recursos. Estos últimos son pronosticadores imperfectos en materia de influencia. En los juegos no gana siempre quien comienza con la mayor cantidad de fichas. La cuestión- decisiva para el futuro no es que los USA entren al siglo XXI como una superpotencia con el mayor acervo de fichas, sino hasta qué punto podrá controlar su ecología y hasta dónde logrará que otros hagan lo que desea. Dicho en forma sencilla, el juego se complica más y más al aumentar la gama de las cuestiones y la variedad de los jugadores.

Un mundo más complejo

A medida que se incrementa la complejidad de la política mundial, parece disminuir la capacidad de todos los Estados más importantes para alcanzar sus metas. Para comprender lo que está sucediendo en los Estados Unidos debe distinguirse entre el poder sobre los demás países y el poder sobre los resultados. Los USA aún tienen influencia sobre ciertas naciones, pero mucho menos en un sistema más complejo si se considera en su totalidad. Dicho país no se encuentra en una situación favorable para obtener en forma unilateral los objetivos de su preferencia, pero en este aspecto tiene compañía. Todos los Estados deben enfrentarse a la naturaleza cambiante de la política mundial.

Estos cambios no son por completo nuevos. El rápido crecimiento de los factores privados que cruzan fronteras internacionales, lo mismo grandes corporaciones que grupos políticos, ya se había observado ampliamente a principios de los años 70, pero para fines de ese decenio cambió el talante norteamericano. Con la ocupación iraní de la embajada estadounidense y la invasión soviética de Afganistán pareció que se restablecía el papel de la fuerza y la primacía del programa tradicional en materia de seguridad. Estas tendencias se acentuaron a principios de los años 80 con la elección de Ronald Reagan. Durante cinco años aumentó en forma ininterrumpida el presupuesto norteamericano de defensa, se dio menor importancia al control de armamento y las fuerzas y la disuasión nucleares despertaron inquietud en la opinión pública. La agenda cambiante de la política mundial al parecer desacreditó la importancia que en los años 70 se daba a la interdependencia y el poder militar coercitivo volvió a su sitio tradicional.

Sin embargo, en contraposición con el tono de la retórica política, el mundo de los años 80 no regresó al de los 50. La psicología y el ánimo del público cambiaron más que los recursos del poder. La interdependencia financiera y comercial continuó creciendo muy rápido. Los déficits comerciales y el endeudamiento internacional sometieron a los gobiernos a nuevas presiones. A pesar de la retórica, las relaciones entre las superpotencias en realidad no volvieron al período de la Guerra Fría. En los años 80 hubo mucho más contacto y comunicación entre la Unión Soviética y los Estados Unidos —tanto a nivel privado como gubernamental— que en cualquier época de los años 50.

En cierto modo, el contraste entre los años 70 y los 80 fue meramente la última fluctuación de una discusión recurrente entre las dos principales corrientes del pensamiento occidental acerca de las relaciones internacionales. El realismo se concentra en la línea dura del poder, de modo particular en el empleo que los Estados hacen de la fuerza militar para equilibrar el poder en el sistema internacional. El realismo ha sido la corriente dominante y la tradición liberal la secundaria. El enfoque liberal se interesa más en los recursos persuasivos del poder y en el impacto de los contactos sociales, de Ja interdependencia económica y de las instituciones internacionales en los Estados.

Sin embargo, en defensa del enfoque realista podría decirse que la política internacional es política en la que no puede apelarse a una instancia superior para zanjar los conflictos. En el terreno de la autoayuda, la fuerza es una carta de triunfo costosa que se reserva para los casos extremos. Los Estados saben a lo que se exponen cuando hacen a un lado la fuerza militar y el equilibrio del poder. Los dilemas a los cuales se enfrenta la seguridad han existido desde la época de Tucídides hasta la fecha. Por otra parte, la tecnología y el crecimiento han añadido nuevos elementos de interdependencia económica y ecológica al acertijo. Tucídides, después de todo, nunca tuvo que preocuparse por el endeudamiento mundial, el invierno nuclear o la reducción de la capa de ozono.

La respuesta adecuada a los cambios en la política mundial no consiste en descartar la cordura tradicional de los realistas y su preocupación por el equilibrio del poderío militar, sino en darse cuenta de sus limitaciones y complementarlas con la perspicacia del enfoque liberal. Por ejemplo, desde el punto de vista tradicional los Estados son los únicos participantes significativos en la política mundial, pero hoy en día el número de Estados triplica el de 1945. Asimismo, es de tomarse en cuenta que ha aumentado la importancia de los participantes «no estatales». Si bien carecen de poderío militar, las empresas transnacionales disponen de enormes recursos económicos.

Redefinición de la seguridad

Al cambiar los participantes de la política mundial también cambian las metas. Desde el punto de vista tradicional, los Estados conceden prioridad a la seguridad militar, pero ahora deben considerar las nuevas dimensiones de ésta. Básicamente, la seguridad es una meta negativa: ausencia de amenaza a la supervivencia del Estado. Sin embargo, la supervivencia nacional rara vez está en peligro y la mayoría de la gente desea una seguridad que no se concrete a la supervivencia. De hecho, la mayor parte de las políticas relativas a la seguridad en el mundo actual buscaba asegurar el bienestar económico, la autonomía de los grupos y el rango político, no sólo la supervivencia física dentro de las fronteras nacionales. Sin duda, algunas políticas concernientes a la seguridad —como la capacidad disuasiva de las armas nucleares— aumentan los peligros que amenazan la supervivencia física, con el propósito de poder gozar más de otros valores.

Según el punto de vista tradicional, el poderío militar es el instrumento dominante del poder, pero su empleo es más costoso hoy para las grandes potencias que en siglos anteriores. Otros instrumentos —como las comunicaciones y la pericia organizativa e institucional— han adquirido mayor importancia.

Además de los instrumentos del poder, también están cambiando las estrategias que relacionan los instrumentos con las metas. Según el criterio tradicional, la meta de la seguridad y el instrumento del poderío militar quedaban enlazados por la estrategia del equilibrio del poder. Los Estados que deseaban preservar su independencia frente a la amenaza militar, adoptaban una estrategia de equilibrio a fin de limitar el poder relativo de otros Estados. El poder militar relativo es, como la división de un pastel, un juego de suma cero donde las ganancias de un bando necesariamente corresponden a las pérdidas del otro. Ahora bien, en las cuestiones económicas y ecológicas intervienen elementos considerables de utilidad mancomunada, como ponerse de acuerdo para hacer un pastel más grande. Esta utilidad se logra mediante la cooperación. En resumen, el equilibrio del poder no es una estrategia caduca, pero se halla más limitada que en épocas anteriores en lo que respecta a predecir en forma atinada sobre las estrategias de los Estados.

Por último, las exposiciones tradicionales de la política mundial a menudo se refieren al «sistema internacional». Dan por hecho que basta con hablar de un sistema cuya estructura proviene del equilibrio de las estrategias de los Estados. Hasta cierto punto, puede hablarse provechosamente de bipolaridad y multipolaridad, pero, en forma progresiva, las diversas cuestiones relativas a la política mundial encierran distribuciones diferentes del poder. En el comercio, donde la Comunidad Europea actúa como una unidad, el poder es multipolar. El poder de los Estados varía, y lo mismo sucede con la significación de los participantes no estatales en diferentes cuestiones. Digamos que no se puede comprender la política sobre la cuestión del endeudamiento internacional sin considerar el poder de los bancos privados. Por ello es mayor la diversidad en las jerarquías que caracterizan cada cuestión.

Cuatro tendencias nuevas

Así, el problema crítico para comprender el poder norteamericano al finalizar el siglo XX consiste en entender la naturaleza cambiante de la política mundial. No se trata de un mundo por entero nuevo. Vigorosos elementos en materia de continuidad hacen que el interés por los instrumentos militares tradicionales y las estrategias del equilibrio del poder sean condición necesaria para el éxito de una política. No obstante, nuevos elementos del mundo moderno contribuyen a que el poder se vaya alejando de las grandes potencias.

Una tendencia significativa se observa en el aumento de la interdependencia económica. Las tecnologías en evolución de las comunicaciones y los transportes han tenido efectos revolucionarios. Hace un siglo se necesitaban dos semanas para cruzar el Atlántico; en 1927, Lindbergh lo hizo en 33 horas; el Concorde lo hace en tres, y las telecomunicaciones son instantáneas. La baja en los costes de los transportes y las comunicaciones ha revolucionado los mercados mundiales y acelerado el desarrollo de las corporaciones transnacionales que introducen actividad económica a través de las fronteras.

Una segunda tendencia —el proceso de modernización, la urbanización y el incremento de las comunicaciones en las naciones en desarrollo— también ha hecho que, partiendo del gobierno, el poder se difunda a los sectores privados. Una de las razones por las que es más difícil emplear el poderío militar a fines del siglo XX que en épocas anteriores es el despertar social que fortaleció el nacionalismo de países que en otro sentido son pobres o débiles. En el siglo XIX, las grandes potencias con un puñado de tropas se hicieron de imperios coloniales y los gobernaron. Hoy en día la movilización social hace que la intervención militar y el gobierno desde fuera resulten más costosos.

Una tercera tendencia en la difusión del poder se encuentra en el fortalecimiento de los Estados débiles. La diseminación de la tecnología militar fortalece las capacidades de los países en desarrollo. Por una parte, las superpotencias han conservado por amplio margen la delantera en dicha tecnología, pero por la otra las fuerzas que muchas naciones del Tercer Mundo ya pueden desplegar en los años 90 hacen que la intervención regional sea mucho más costosa que en los años 50. Además, ha aumentado el número de países que están adquiriendo armamento complicado. Recientemente se calculó que para el año 2000 podrían producir sus propios misiles balísticos 15 naciones del Tercer Mundo. Esta modesta capacidad nuclear no hará que estas naciones compitan por el poder mundial. De hecho, quizá se multipliquen los peligros a que se enfrentarían si sus vecinos siguen su ejemplo o si las bombas llegan a manos de grupos rebeldes. Con todo, si hará que aumenten su poder local y el coste probable de una intervención regional de las grandes potencias.

La cuarta tendencia, que disminuye la capacidad de las grandes potencias para controlar su ambiente, no obstante sus impresionantes reservas de poder, es la naturaleza cambiante de las cuestiones anejas a la politica mundial. Un creciente número de cuestiones no se (imita a oponer a los Estados entre si. La solución de muchas cuestiones de interdependencia transnacional necesitará de la acción colectiva y de la cooperación entre los Estados. Estas cuestiones abarcan cambios ecológicos como la lluvia ácida y el calentamiento del planeta, las epidemias afectan la salud humana (como el SIDA), el comercio ilícito de las drogas y el control del terrorismo. Estas cuestiones son transnacionales porque si bien tienen raíces nacionales, atraviesan las fronteras internacionales. Cuando ocurre un accidente serio, aun una cuestión nacional como la seguridad de los reactores nucleares puede convertirse de súbito en asunto transnacional.

Aunque la fuerza puede a veces representar un papel, los instrumentos tradicionales del poder sólo en raras ocasiones bastan cuando hay que enfrentarse a esas cuestiones. Los nuevos recursos del poder —como la capacidad para contar con buenas comunicaciones o para emplear y desarrollar las instituciones multilaterales— puede ser más relevante. Más aún, a menudo se necesitará la cooperación de naciones pequeñas y débiles, sin capacidad para enfrentar a fondo sus propios problemas en materia de drogas, salud o ecología. La asistencia económica y la fuerza militar pueden intervenir para combatir el terrorismo, la proliferación nuclear o las drogas, pero la capacidad de cualquier gran potencia para controlar el ambiente y obtener lo que desea con frecuencia es menor de lo que sugieren los indicadores del poder tradicional.

¿Poder para qué?

Además, la estructura de la política mundial fragmentada entre diferentes cuestiones ha hecho que los recursos del poder sean menos intercambiables, esto es, menos transferibles de una cuestión a otra. En el siglo XVIII un monarca con las arcas bien provistas podía conseguir tropas de infantería, lo cual le permitía conquistar nuevas provincias y, a su vez, enriquecer el tesoro real, pero, por razones ya expuestas, el empleo directo de la fuerza con fines de engrandecimiento económico por lo general resulta demasiado costoso y peligroso para las grandes potencias modernas.

Aún con mayor razón que en épocas anteriores cabe preguntar: «¿Poder para qué?», Al mismo tiempo, como la política mundial sólo ha cambiado hasta cierto punto y la agenda geopolítica tradicional continúa vigente, subsiste cierto grado de capacidad de intercambio dentro del poder militar. Los USA continúan siendo la garantía suprema de la seguridad militar de Europa y Japón, y esta protección crea un recurso de poder en las complejas negociaciones que sostienen los aliados.

Un segundo efecto de la cambiante política mundial es que el funcionamiento del poder se está haciendo menos coactivo, al menos en las naciones más grandes. Imaginemos un espectro de la coerción en los instrumentos del poder que abarque desde las notas diplomáticas hasta las sanciones económicas y la coerción militar. En épocas anteriores, los costes de la coerción eran relativamente bajos. La fuerza era aceptable y las economías eran menos interdependientes. Pero en las condiciones actuales, es más costoso el empleo de la fuerza contra las naciones pequeñas.

La manipulación de la interdependencia en tales condiciones también es más costosa. Así como la interdependencia económica, por lo general, produce algunos beneficios en ambas direcciones, podría resultar por igual muy caro el  que se cumpliesen las amenazas contra esa relación. Por ejemplo, Japón podría desear que los Estados Unidos redujesen su déficit presupuestario, pero el amenazar con negarse a comprar títulos de Hacienda de los USA podría desorganizar los mercados financieros y tener consecuencias costosísimas tanto en Japón como en los USA. Como las aplicaciones más amenazantes y coercitivas del poder tienden a ser más costosas, va en aumento la utilidad de los tipos de recursos del poder menos amenazantes.

Un aspecto importante del poder es la capacidad para estructurar una situación de manera que otras naciones desarrollen preferencias o definan sus intereses de manera consistente con los de la noción estructurante. Este poder atrayente o de incorporación tiende a surgir de recursos como la atracción cultural e ideológica y también de los reglamentos e instituciones con jurisdicción internacional.

Dentro del sistema internacional, los Estados Unidos tienen mayor poder de incorporación que otros países. Las instituciones que gobiernan la economía internacional, como el Fondo Monetario Internacional o el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, tienden a incluir los principios liberales del libre mercado que coinciden en gran parte con la sociedad y la ideología norteamericanas. Los USA han logrado crear para el capitalismo mundial un marco político institucionalizado, además de un marco que ha permitido el desarrollo de las corporaciones transnacionales. Así, a manera de ejemplo, en los años 70 los Estados Unidos se opusieron a un código restrictivo de la ONU sobre las corporaciones transnacionales, pero apoyaron un código liberal emanado de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), más afín a los intereses de la nación. Asimismo, los USA han presionado para que se liberalice el comercio de servicios como la banca, seguros, transportes, publicidad y asesoramiento. Debido a la presión de los USA, los países pertenecientes a la OCDE se comprometieron en 1985 a liberalizar el flujo transfronterizo de la información.

Recursos culturales

Las corporaciones multinacionales son otra fuente de poder de incorporación. Susan Strange, en su libro States and Markets, sostiene que el poder estadounidense en la economía mundial ha aumentado debido a la producción transnacional. En parte, este poder proviene de que el 40% de las mayores corporaciones multinacionales tienen su casa matriz en los USA y sólo el 16% en Japón.

«Washington puede haber perdido algo de su autoridad sobre las transnacionales con sede en los USA, pero sus directores que aún tienen pasaporte norteamericano pueden verse obligados a comparecer ante tribunales estadounidenses y en caso de guerra o de emergencia deben obediencia en primer lugar a Washington», escribe Strange. «Entre tanto, el gobierno norteamericano ha ganado una autoridad que antes no tenía sobre gran número de corporaciones extranjeras que operan dentro de los USA, todas ellas conscientes de que el mercado de ese país constituye su mejor presea».

La cultura norteamericana es una fuente en términos relativos barata y útil de poder persuasivo. Es evidente que muchos aspectos de esta cultura no resultan atractivos para otros pueblos y existe siempre el peligro de que se introduzcan prejuicios al evaluar las fuentes culturales del poder. Por otra parte, la cultura popular norteamericana incorporada a los productos y a las comunicaciones agrada mucho ai gran público. Los adolescentes soviéticos usan pantalones vaqueros y buscan discos norteamericanos. Los jóvenes japoneses que nunca han salido de su país lucen chaquetas con el nombre de instituciones superiores norteamericanas. Por supuesto, hay elementos de trivialidad y novelería en esta actitud, pero también es cierto que un país con presencia en los canales populares de comunicación goza de más oportunidades para transmitir su mensaje e influir en las preferencias de los demás. Según estudios de la UNESCO, los USA exportaron un número de programas de televisión siete veces mayor al de su competidor más cercano (Inglaterra) y tenía la única red mundial para la distribución de películas. En palabras de Strange, «el lenguaje norteamericano se ha convertido en lengua franca de la economía mundial y de los grupos transnacionales tanto sociales como profesionales… Las universidades estadounidenses [han] llegado a dominar en el campo del estudio y de las profesiones más importantes, no sólo por e) número de sus estudiantes, por sus bibliotecas y recursos financieros, sino también porque realizan su labor en inglés. Comparada con este predominio en la estructura del saber, cualquier pérdida de capacidad en la industria manufacturera norteamericana resulta en verdad insignificante.

Adaptación al cambio

La apertura étnica de la cultura norteamericana y la atracción política de los valores de la democracia y de los derechos humanos también constituyen una fuente de influencia Internacional que, hasta cierto punto, tienen algunas naciones europeas pero que han perdido en gran parte los países comunistas. En comparación con Europa y Japón, la puerta relativamente abierta que Norteamérica presenta a los inmigrantes es un manantial vigorizante. Como dice el intelectual europeo Ralf Dahrendorf: «Me parece relevante que en todo el mundo millones de seres humanos deseen vivir en los USA y que, de hecho, muchos estén dispuestos a arriesgar la vida con tal de llegar allá».

Un tercer efecto de la cambiante política internacional sobre la naturaleza del poder es que los recursos menos tangibles están ganando importancia. El poder está pasando a los «ricos en información» en vez de a los «ricos en capital». Sin duda, la información es lo que abre la puerta al crédito, y no la mera posesión y acumulación de capital. El caudal informativo va en aumento, pero la flexibilidad para actuar antes que otros con base en la nueva información continúa siendo una habilidad que escasea. Se están acortando los ciclos de los productos y la tecnología se mueve hacia sistemas de producción por completo flexibles, donde la tradición artesanal de productos «hechos a la medida» se incorporará a las modernas plantas manufactureras. Japón se ha mostrado especialmente hábil como pionero en esos procesos manufactureros flexibles.

La respuesta oportuna a la información es importante no sólo en materia de liderazgo industrial, también lo es en servicios indispensables como fianzas, seguros y transportes. En siglos anteriores, los mercados siempre estuvieron determinados por las limitaciones de los transportes y sistemas de comunicación que enlazaban a compradores y vendedores. En el pasado, esas limitaciones se median en semanas o días, pero los nuevos medios de comunicación permiten que los datos sobre las tendencias del mercado estén de inmediato al alcance de compradores y vendedores en todo el mundo.

Otro aspecto intangible del poder nace del contexto de la interdependencia. Por ejemplo, desde hace tiempo se conoce el «poder del deudor». Si se deben 10.000 dólares al banco el poder está del lado del banco, pero los papeles cambian si la deuda asciende a 10 millones. Si una relación beneficia a ambas partes, la posibilidad de que bajo presión se desplome la más débil limita el poder de la que en teoría es más fuerte. Este es el «poder del débil». La interdependencia crea una situación de poder mal descrita por la patente distribución de los recursos económicos. Los países en desarrollo que no pueden evitar la destrucción de sus bosques, pongamos por caso, afectarán el clima a escala mundial. Sin embargo, precisamente la debilidad de esas naciones hará disminuir la capacidad de influir en ellas, que los Estados Unidos esperarían ejercer debido a sus mayores recursos.

Un último aspecto del poder en el contexto actual no es nuevo, pero adopta un significado diferente. Casi siempre existe una brecha entre e) poder potencial de un país (medido en función de sus recursos) y el poder real o ejecutor (medido por el proceder cambiante que observan otros países y el grado en que esos otros comparten sus preferencias). No se puede movilizar con eficacia todo el poder potencial y convertirlo en poder ejecutor. Por vía de ejemplo, antes de 1914 el poder potencial de Rusia era superior a su poder ejecutor debido a la debilidad de su infraestructura física y a la ineficiencia de su sistema político.

Algunos países son más eficientes que otros respecto a la conversión del poder. En los Estados Unidos el sistema político fomenta más la libertad que la eficiencia, pero en la economía actual basada en la información y donde se recorta el plazo en que debe reaccionarse, las fallas en lo concerniente a la conversión del poder pueden resultar muy costosas. Cambios de alcance nacional como una mejor educación y corporaciones menos jerarquizadas serán necesarios a fin de que los USA renueven su capacidad para movilizar sus recursos de poder. En otra forma, la brecha entre el predominio de recursos de los Estados Unidos y su capacidad para alcanzar sus fines cada vez será más amplia y frustrante.

Los USA pueden hacer variar cosas para aumentar las posibilidades de lograr lo que se propone en el contexto de la interdependencia y la difusión del poder. Una es la modestia en la selección de metas. Si los norteamericanos definen sus intereses nacionales en forma demasiado ambiciosa, es probable que acabarán por sentirse frustrados. Los USA, por ejemplo, no pueden esperar ejercer un gran control sobre las políticas internas de otros países. En una época de nacionalismo, nunca habrá los recursos para controlar naciones en vías de desarrollo que en otra época tuvieron las grandes potencias.

Segundo, los USA tendrán que invertir bastante más que en el pasado reciente en recursos de poder persuasivo, los cuales ayudan a proporcionar un comportamiento de incorporación en cuestiones de poder. Por una parte, esto presupone una inversión mayor en las instituciones internacionales; por la otra, significa que hacen falta reformas nacionales que aumentan la apertura y el atractivo de la cultura política norteamericana. Requiere asimismo un desempeño social más de acuerdo con lo que declaran los ideales de ese país, renglón en el que es más fácil insistir que cumplir.

En suma, el problema de los Estados Unidos al finalizar el siglo XX no se refiere ni a la decadencia ni al reemplazo por una nueva hegemonía. Es un problema de adaptación a la naturaleza cambiante del poder en la política mundial. Sólo si los USA comprenden correctamente la naturaleza de esta situación podrán ejercer el liderazgo internacional necesario al ingresar el mundo al nuevo siglo.