Tiempo de lectura: 2 min.

Preguntarse por el origen, de dónde venimos, y preguntarse por qué estamos aquí y para qué estamos aquí son interrogantes fundamentales de la persona humana. Porque si hemos sido creados por un Dios omnipotente que ha trazado un plan para nosotros, las cosas cambian mucho. Milton dedica diez mil versos al asunto de los asuntos, que es el mencionado, con el condimento de la caída de Adán y Eva y las consecuencias del pecado original.

No hace tanto que un verano Juan Pablo II armó un revuelo en determinados medios de comunicación al afirmar que el cielo y el infierno no eran propiamente lugares. Quizá sea esa la consecuencia de haber sacado el estudio de la teología de muchas Universidades del mundo hispánico. Ya Milton, en su poema, pinta el cielo y el infierno como estados anímicos, antes que espacios físicos. El cielo es la opción por Dios, la cercanía y el amor a y de Dios. El infierno es el encerrarse en uno mismo y en no abrirse a la trascendencia divina.

La creación. El problema del mal. El sufrimiento. Un Dios bueno que ha querido que el mundo sea como es. Pero, ¿por qué así y no de otra determinada manera? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué la maldad? ¿Por qué niños inocentes que mueren de hambre cada día? Los teólogos responden de una manera. Milton, con su poema épico, se acerca a ellos y arroja luz desde otro ángulo. Echa mano del misterio de un Satanás en permanente estado de sufrimiento, que aspira a «vengarse» de Dios arrebatando la felicidad a los hombres.

En cuanto a la forma, este londinense puritano es uno de los primeros poetas «modernos»: utiliza el verso blanco. Para él, la rima no es un complemento necesario ni del poema ni del buen verso, sobre todo si se trata de obras tan extensas como la suya. El paraíso perdido, pues, lo ve este vate como un esfuerzo, primicia en lengua inglesa, para recuperar la libertad de los poemas heroicos clásicos. En la literatura en español, el Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega, es un ejemplo de composición en verso blanco.

Un último récord: cuando Milton empezó a escribir Paradise Lost, a finales de 1650, se había quedado ciego, por lo que dictó por completo sus estrofas.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.