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¿Qué es una lengua universal? ¿Por qué hay lenguas que llegan a ser universales? La cohesión, la comunidad, la cultura, la colonización y el comercio («las cinco ees «) son los ejes en torno a los cuales se definen las lenguas universales actuales.

Desde la más remota antigüedad, la Humanidad se ha asombrado de su propio multilingüismo, del hecho de que no nos podamos entender todas las personas en la misma lengua. Este fenómeno, aun siendo evidente, no siempre ha estado suficientemente presente en la conciencia de cada persona; y si lo ha estado, no siempre se ha valorado de la misma forma.

Por un lado, se ha hablado con frecuencia de la riqueza que significa la pluralidad de lenguas y, en consecuencia, de la desgracia que representa para toda la Humanidad la desaparición de cualquiera de ellas. Por otro lado, se han señalado las dificultades que conlleva tal diversidad, por las barreras que pueden llegar a crearse entre los individuos y los pueblos. Desde hace miles de años, se ha intentado buscar la razón de tal multiplicidad lingüística: la Biblia nos explica que la incomunicación procede de la soberbia humana demostrada en la torre de Babel (Génesis, 11, 1-9).

LENGUA ORIGINARIA

El pasaje bíblico no sólo nos intenta explicar la causa de la diversidad de lenguas, sino que nos da otra clave de gran relevancia: «Era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras». He aquí el primer sentido de la expresión «lengua universal», equivalente a «lengua originaria».

Y surgen, inevitablemente, numerosas preguntas. ¿Existía, antes de la confusión de Babel, una lengua común a toda la Humanidad? ¿El relato bíblico, aunque sea una interpretación literaria, puede tener algún fundamento histórico o refleja alguna realidad comprobable? ¿Es posible demostrar que todas las lenguas del mundo proceden de un idioma único?

El problema del origen de las lenguas ha ocupado una parcela importante de la lingüística, con dos hipótesis básicas: la monogenética (todas las lenguas tienen un mismo origen) y la poligenética (el ser humano, en diferentes lugares, evolucionó de forma paralela y surgieron lenguas distintas desde un principio). Historiadores, filósofos, antropólogos y demás investigadores buscan en la lingüística un apoyo para sustentar alguna de las dos hipótesis.

Desde Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), el genial lingüista español autor del Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (1786)1, la lingüística comparada e histórica ha demostrado el parentesco de las lenguas. En este sentido, resultan apasionantes los recientes trabajos del estadounidense Merritt Ruhlen2, que defiende que las cinco mil lenguas actuales pueden agruparse en 10 ó 20 familias y que ve como probable la monogénesis: todas las lenguas actuales pueden proceder de una lengua única hablada hace cien mil años. Estos estudios coinciden con otros que tienden a confirmar la idea de la «Eva negra»3, es decir, que toda la Humanidad procedería de un mismo grupo radicado en África -como ya anticipó Darwin- y, por tanto, la madre de todas las lenguas sería africana. Estaríamos, pues, ante la primera lengua universal.

LENGUA ARTIFICIAL

El segundo significado de lengua universal es el de lengua creada como intento deliberado de superar el multilingüismo, como esfuerzo creativo por facilitar la comunicación. Estos intentos han sido estudiados, entre otros, por Umberto Eco, en La búsqueda de la lengua perfecta (1993)4, que describe las lenguas históricas consideradas perfectas (hebreo, egipcio, chino); las lenguas reconstruidas (como el indoeuropeo); las lenguas artificiales; y las lenguas consideradas más o menos mágicas.

Está claro que no es lo mismo lengua «perfecta» que «lengua universal», pero si hubiera una lengua perfecta, puede pensarse que se convertiría fácilmente en universal. La lengua artificial perfecta más conocida, concebida desde la idea de que pudiera servir para la comunicación universal, es el esperanto, elaborado por el polaco L. L. Zamenhof en el siglo XIX. Si bien ha tenido una amplia difusión, no ha llegado a cuajar a pesar de la sencillez de su gramática y la facilidad de su aprendizaje.

LENGUAS DE HUMANIZACIÓN RECÍPROCA

Hasta aquí, la conclusión es que no existe actualmente ninguna lengua propiamente «universal», puesto que no hay ninguna que sea conocida por todos. Ya no existe esa probable lengua originaria y no hay una lengua -artificial o natural- conocida por todos. Debemos, pues, dar un nuevo sentido a la expresión «lengua universal».

Me parece muy sugerente y adecuado el concepto de «lengua universal» definido por Julián Marías, en un interesantísimo artículo que publicó en el diario madrileño ABC el 19 de febrero de 1985, titulado precisamente «Las lenguas universales» y que provocó mi preocupación por esta idea. Julián Marías dice:

«Hasta hace pocos siglos no ha habido lenguas universales, que son una de las creaciones históricas más admirables y de mayores consecuencias. Entiendo por lenguas universales no las que son habladas por muchas personas, acaso por muchos millones, si se trata de una sola comunidad que se ha desarrollado genéticamente. Estas lenguas que podríamos llamar multitudinarias son muy importantes y valiosas, porque hacen posible la formación de amplias comunidades humanas en todas las dimensiones de la vida. Pero las universales son las que han sido transmitidas de un pueblo a otros, y han llegado a ser -esto es esencial- la lengua propia de estos pueblos que las han recibido. Es decir, han sido los instrumentos para la superación del aislamiento entre pueblos […] Estas lenguas han sido los factores más importantes de humanización recíproca, quiero decir, de que grupos de hombres se sean mutuamente hombres».

Más adelante, incita al estudio de estas lenguas y su caracterización:

«Habría que averiguar qué condiciones han sido necesarias para que ciertas lenguas, habladas por algunos pueblos, hayan tenido la capacidad de ser transmitidas a otros, mientras la mayoría de ellas han quedado reducidas a sus localizaciones originarias o muy poco más. Y, más aún, sería menester preguntarse qué características tenían esas lenguas -y, por supuesto, los pueblos que las hablaban-».

Y termina con una declaración de admiración por las lenguas universales:

«Tengo un enorme respeto por las lenguas universales, sin las cuales el mundo sería otro, menos rico, menos comprensible, menos humano».

Durante años, he pensado en la cuestión planteada por Julián Marías, partiendo del hecho de que es una realidad innegable que en el mundo hay lenguas que se hablan por cientos de millones de personas, en diversos lugares del globo, por comunidades que las tienen como lengua materna o por personas que las han aprendido como lengua adicional porque les reporta algún tipo de beneficio.

DISTINCIONES TERMINOLÓGICAS

Conviene detenerse un momento para establecer algunas distinciones útiles sobre las lenguas que adquieren un uso relevante, con el fin de delimitar los conceptos.

«Lingua franca» es aquélla que sirve de vehículo de comunicación entre grupos que tienen diferentes lenguas maternas. No es necesario que se trate de una lengua con gran número de hablantes, sino que cumpla una función concreta de gran utilidad. Así, el sango es lingua franca en la República Centroafricana, el lingala en algunas regiones del Congo y los pidgin o papiamentos en diversos lugares del Globo.

Lengua «multitudinaria» es la que se habla por un gran número de hablantes, digamos -por poner una cifra- por más de 40 ó 50 millones de personas como lengua materna. Son multitudinarias, por ejemplo, el polaco y el ucraniano, el japonés y el coreano, el bengalí y el telegu de la India, el wu de la China y el javanés de Indonesia; pero todas ellas están reducidas al propio grupo etnolingüístico, por grande que sea.

Lengua «internacional» es –strictu sensu– aquélla que se habla en varios países. Así, el italiano, además de multitudinaria por su número de hablantes, es internacional: es lengua oficial en Italia, Suiza y San Marino, y hay comunidades italohablantes en varios países -como Francia y Estados Unidos-. Igualmente pueden considerarse internacionales el vasco (hablado en regiones de España y Francia) y el catalán (hablado también en regiones de España y Francia, así como en Andorra -donde es la única lengua oficial- y en una ciudad italiana).

Sin embargo, concretando más, generalmente entendemos por lengua internacional la que facilita las relaciones internacionales y se utiliza en los organismos internacionales, como por ejemplo en la ONU, cuyas lenguas oficiales son el español, el francés, el inglés, el ruso, el árabe y el chino.

Una lengua «universal» reúne las características de las anteriores (es decir, puede servir como «lingua franca», es multitudinaria y es internacional) y, además, añade la cualidad fundamental que le confiere ese estatus tan especial: que haya sido adoptada como propia por pueblos diversos en distintos lugares.

Por último, aún podríamos considerar una categoría más, la lengua»global»5, que es la que goza de una situación especial en todo el Globo y es reconocida en todos los países.

Es cierto que a veces la distinción no es fácil y menos aún la jerarquía entre las lenguas. Sin embargo, el viajero pronto puede darse cuenta de que hay hechos que son muy claros, incluso por encima de las opiniones. La supremacía del inglés sí está ampliamente reconocida, como lingua franca y como lengua internacional, multitudinaria y universal, hasta el punto de estar a punto de convertirse en la única lengua global. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que sea conocida en todas partes y por todas las personas, sino que es la más conocida, la más estudiada, la más utilizada en las relaciones internacionales.

A partir de ahí, intentar una clasificación puede resultar más difícil, pero sí pueden establecerse comparaciones objetivas: el francés es más «internacional» que el español (33 países frente a 21), pero el español es más «multitudinario» (401 millones de hablantes como primera o segunda lengua, frente a 126)6.

CARACTERÍSTICAS DE LAS LENGUAS UNIVERSALES

Las grandes lenguas tienen un diferente grado de «universalidad», a veces impreciso, que es necesario estudiar. ¿Cuáles son las lenguas universales actuales? ¿El inglés, el español y el francés? ¿Y el portugués o el ruso, el árabe o el chino, el hindi o el holandés, el alemán o el japonés?

Con objeto de delimitar cuáles son las lenguas universales y de explicar por qué unas lenguas llegan a serlo, he deducido (sin pretender llegar a ser exhaustivo) cinco características, relacionadas con la cohesión, la comunidad, la cultura, la colonización y el comercio. No se dan aisladas, sino que las cinco deben combinarse de forma que se perciba el efecto global producido. Todas empiezan por la letra «c». Son, pues,»las cinco ces»:

1. Cohesión: cuanto más cohesionada internamente esté una lengua, más facilidades tendrá para difundirse. Será más fácil de aprender y de enseñar, será más sencilla la comunicación oral y escrita, será más productiva la transmisión de mensajes: los textos producidos en un código cohesionado, coherente, tendrán más efectividad, pues el receptor sabrá interpretar con certeza lo que le quiere decir el emisor. Por el contrario, una lengua con fuerte fragmentación dialectal, sin unidad lingüística, sin fijación en sus formas, tendrá muchas más dificultades.

La cohesión puede producirse por razones estrictamente lingüísticas (una lengua tiene una única variedad o varias muy próximas) y por razones extralingüísticas7, condicionada por alguno de los otros factores que veremos a continuación (una lengua adquiere una forma cohesionada a través de un determinado desarrollo cultural o del auge del grupo más numeroso…).

Con respecto al español, se observa que la cohesión interna fue una razón fundamental en su difusión desde los primeros tiempos. El castellano empezó a triunfar desde el siglo X, por razones lingüísticas -por su definición coherente de las soluciones derivadas del latín y por su clara fonética-, frente a la fragmentación del astur-leonés y del navarro-aragonés, en un momento en que políticamente Castilla todavía no tenía ninguna fuerza. Menéndez Pidal señala cómo la situación política perjudicaba -en contra de lo que muchos pensarían- al leonés, ante un castellano bien definido:

«El habla vulgar de la corte de León en el siglo X tenía una gran debilidad constitutiva: su vacilante indecisión. En ella concurrían tendencias venidas de Galicia, con el gran prestigio de la cultura, la riqueza y la gran densidad de población de aquella tierra occidental; tendencias venidas de Asturias, antigua sede de la monarquía; tendencias venidas de Castilla, región que ya entonces se distinguía por una firme orientación lingüística, muy alejada de las grandes vacilaciones leonesas. León gozó su gran prestigio político en una época en que la calidad de la corte le peijudicaba lingüísticamente»8.

La destacada cohesión interna que desde un principio muestra el castellano quedó plasmada en un sistema vocálico muy sencillo y claro, de sólo cinco vocales, y en un sistema consonántico que con el tiempo se fue simplificando, de manera que fue ganando sencillez y claridad.

Tenemos también que considerar otro hecho de capital importancia que ha contribuido en gran manera a su unidad y desarrollo: la publicación en 1492 de la Gramática Castellana de Antonio de Nebrija, que es -conviene repetirlo- la primera gramática de una lengua moderna en todo el mundo. En el prólogo, el propio Nebrija expresa que pretende dar uniformidad al castellano (que desde siglo XV pasa a ser «la» lengua española):

«Ésta hasta nuestra edad anduvo suelta y fuera de regla y a esta causa ha recibido en pocos siglos muchas mudanzas; porque si la queremos cotejar con la de hoy ha quinientos años, hallaremos tanta diferencia y diversidad cuanta puede ser mayor entre dos lenguas. Y porque mi pensamiento y gana siempre fue engrandecer las cosas de nuestra nación, y dar a los hombres de mi lengua obras en que mejor puedan emplear su ocio, que agora lo gastan leyendo novelas o historias envueltas en mil mentiras y errores, acordé ante todas las cosas reducir en artificio este nuestro lenguaje castellano, para que lo que agora y de aquí en adelante en él se escribiere pueda quedar en un tenor, y extenderse en toda la duración de los tiempos que están por venir, como vemos que se ha hecho en la lengua griega y latina, las cuales por haber estado debajo de arte, aunque sobre ellas han pasado muchos siglos, todavía quedan en una uniformidad»9.

Nebrija era consciente de que la unidad de norma contribuía al desarrollo de la lengua y a su permanencia en el tiempo. Gracias a él, el español es la primera lengua moderna del mundo que ha cumplido cinco siglos de normalización gramatical.

La cohesión tiene una consecuencia muy valiosa, cuya utilidad se percibe en la vida práctica: el aprendizaje es más rentable. Así, cuando los hispanohablantes estudiamos inglés, queremos aprender una lengua unificada que nos sirva para comunicarnos no sólo con británicos, australianos o estadounidenses, sino también con personas con otras lenguas maternas con las que podamos compartir un código conocido. Además, queremos ser capaces de leer y entender -gracias a una ortografía unificada- los textos escritos en inglés. Está claro que la uniformidad estandarizada e internacional del inglés (por encima de sus variedades, a veces muy divergentes) contribuye decididamente a su difusión como lengua universal. Y se advierte también que lo que aprendemos como inglés internacional y como lingua franca, es algo distinto de cada una de sus variedades realmente habladas por sus diversos grupos de lengua materna.

Por el contrario, observamos que las fuertes divisiones dialectales del alemán y del italiano dificultaron su arraigo, por ejemplo, en Estados Unidos o en Argentina, a pesar de la numerosísima inmigración.

Durante decenios, el mayor contingente de inmigrantes llegados a Estados Unidos procedía de territorios germánicos. En efecto, entre 1820 y 1990, de 37.101.000 europeos, 12.906.000 procedían de Austria, Alemania y Suiza (frente a 6.077.000 procedentes de Gran Bretaña e Irlanda10). No todos ellos hablarían alemán, es cierto, pero, al mismo tiempo, los inmigrantes procedentes de otros territorios de Europa central y oriental sí serían germanohablantes. En cualquier caso, el número es muy significativo. Sin embargo, sus descendientes no han mantenido el alemán, de forma que el número actual de hablantes de alemán en Estados Unidos no es relevante.

En Argentina, si nos fijáramos sólo en las cifras de inmigración, pensaríamos que el italiano debería haberse asegurado una presencia que no ha mantenido. De los 4.445.760 inmigrantes llegados a la Argentina entre 1857 y 1915, sólo 1.497.741 eran españoles11 (y muchos, especialmente gallegos, tendrían el español como segunda lengua). La mayoría eran italianos, hasta el punto de que en 1887, la composición de la población de Buenos Aires era la siguiente12: 47,4% argentinos (es decir, nacidos en la Argentina); 32,1% italianos; 9,1% españoles; 4,6% franceses; y 6,9% otros extranjeros. Si a esa cifra del 32,1% le sumamos los argentinos hijos o nietos de italianos, podemos hacernos una idea de la importancia numérica de esa comunidad, que no se tradujo en una presencia lingüística equivalente. Había, es cierto, un elemento de prestigio social, en contra del italiano y a favor del español, pero la cuestión social no elimina -sino que corrobora- el planteamiento lingüístico que defiendo: esos inmigrantes procedían de grupos social, económica y culturalmente limitados, pero lo que más nos importa aquí es que eran hablantes de sus dialectos regionales respectivos y no de una lengua unificada. Así, en Buenos Aires, un piamontés y un siciliano no tenían más código común que el español, que les servía de vehículo de comunicación con todos los demás grupos etnolingüísticos. Fontanella de Weinberg lo explica como un elemento decisivo en el declive del italiano:

«Un hecho que debe tomarse en cuenta es que esta enorme masa de inmigrantes italianos presentaba una gran variedad lingüística, ya que no tenían unidad geográfica en cuanto a sus puntos de origen en la Península itálica y la diversidad dialectal del italiano era muy amplia, llegando en algunos casos a ocasionar falta de inteligibilidad mutua, factor que, sin duda, desempeñó un importante papel en el destino futuro de esta lengua en la Argentina »13.

El alemán y el italiano son lenguas cuya forma unificada se ha generalizado como resultado, en parte, de una voluntad educativa después de la unificación política de ambos países en el siglo XIX, a pesar de que la literatura de Dante o la traducción de la Biblia de Lutero fueron elementos decisivos en la unificación lingüística por encima de las fuertes divergencias dialectales. Ambas son lenguas multitudinarias e internacionales, pero no han podido constituirse como lenguas universales.

El francés, sin embargo, que parte de una situación también de gran diversidad dialectal, ha tenido desde mucho antes un punto de referencia único -el habla de París- y una presión culta unificadora y centralizadora muy fuerte, que ha contribuido a su desarrollo como lengua universal. Por eso, ha sido adoptada como lengua oficial y de enseñanza en muchos países y, desde luego, como lengua de minorías culturalmente activas en el mundo entero.

Es importante subrayar que un elemento básico para lograr la cohesión, por simple que parezca, es la ortografía. La unidad ortográfica fija visualmente la forma que sirve de modelo para todos los hablantes, facilita la comunicación escrita y, por tanto, los vínculos entre los hablantes de una misma lengua. Facilita la enseñanza y su aprendizaje, como lengua materna y como segunda lengua. Además, proporciona unas consecuencias económicas favorables, porque posibilita el desarrollo de la industria editorial, tanto de libros como de periódicos, que – a su vez- contribuyen a difundir las formas comunes del idioma.

El español ha logrado la unidad ortográfica -por cierto, casi fonológica- a través de la Real Academia Española y las demás Academias de la lengua española, que establecen normas comunes para todo el mundo hispanohablante. El portugués, a pesar de los acuerdos entre Brasil y Portugal y los otros países lusófonos, está todavía empezando a conseguir la unidad ortográfica. El inglés ofrece tales diferencias entre la lengua hablada y la escrita que es frecuentísimo tener que deletrear las palabras y, además, muestra algunas variaciones entre la escritura británica y la norteamericana (v.g. centre/center, through/thru).

2. Comunidad: una lengua universal se apoya necesariamente en una gran comunidad de hablantes que la poseen como lengua materna. Es decir, una lengua universal es necesariamente multitudinaria. Cuantos más hablantes tenga una lengua, más amplio será el mundo para quien la posea como lengua materna; y se percibirá como más útil, por lo que desde fuera se tenderá más a su aprendizaje, pues permitirá comunicarse con un mayor número de personas.

Una gran comunidad de hablantes de lengua materna puede dar lugar a que un amplio número desee adquirirla como lengua adicional. Una lengua cohesionada que posee un elevado número de hablantes facilita enormemente la comunicación humana y por ello logra atraer el interés de muchas personas y consigue una mayor difusión.

Una lengua puede ampliar su difusión por ser lengua oficial y de enseñanza obligatoria en el sistema educativo. Así, v. g. las comunidades de hablantes de lenguas europeas en África se ven aumentadas porque el francés, el inglés, el portugués o el español son oficiales en unos u otros países africanos.

Los casi seis mil millones de personas de la Tierra han ido optando por algunas lenguas que se han convertido en las más habladas.

El inglés como lengua universal se ve apoyado por una enorme comunidad: es la lengua materna de unos 330 millones de personas y es oficial en una cincuentena de países repartidos por los cinco continentes. Si consideramos los que la tienen como segunda lengua en países y territorios de lengua inglesa, es decir, que la usan a diario, aumenta la cifra al menos hasta 487 millones14 de hablantes habituales, aunque hay quien piensa15 que éstos representan unos 350 millones, de manera que la cifra total de los hablantes de inglés como primera o segunda lengua subiría hasta los 680 millones. Y si a esos se añaden los que han aprendido el inglés en otros países y que tienen una «competencia razonable» para hablar inglés con fluidez, llegaríamos a los16 1.200,1.500 o incluso 1.80017 millones de personas. La comunidad total de hablantes de inglés es, pues, con diferencia, la primera del mundo, por encima del chino. Se ha formado tal comunidad que, junto a otros factores, hace que se haya convertido en una verdadera lingua franca universal.

El aumento de la importancia del español en este siglo va sin duda ligado al aumento del peso demográfico de los hispanohablantes en el mundo. Los cálculos de Francisco Moreno y Jaime Otero18 arrojan la cifra de 346.284.000 personas que viven en los países en los que el español es lengua oficial. De ellos, el 94,7% son hispanohablantes, es decir, 327.956.000. A ellos hay que añadir los hablantes de español de otros países en los que no es lengua oficial (entre los que destaca Estados Unidos) lo que produce el siguiente resultado:

«Una cifra de hablantes de español en un nivel aproximado al de lengua materna (es decir, incluyendo a aquellos hablantes que tienen un alto dominio de la lengua española aun cuando hayan adquirido otra lengua con anterioridad, al mismo tiempo o posteriormente, y mantengan el uso de ambas) de alrededor de 350.000.000 (351.068.983) de individuos»19.

Como hemos visto anteriormente, otros datos llegan hasta los 401 millones de hablantes de español, como resultado de la suma de los que lo tienen como primera y como segunda lengua.

La importancia de la demografía se observa también en otras lenguas. El triunfo del francés en el siglo XVIII no puede separarse del hecho de que Francia fuera entonces el país más poblado de Europa. El nuevo auge del alemán en nuestros días se debe -entre otras cosas- a que es la primera lengua materna en número de hablantes en la Unión Europea. El estatus del hindi en la India se apoya -además de otros elementos- en su amplísimo grupo de lengua materna: 348 millones.

En el extremo contrario, la ausencia de una comunidad de hablantes como lengua materna hace que el esperanto, que está construido con total cohesión interna, no haya llegado a ser la lengua universal que algunos esperaban.

Sin embargo, la existencia de una gran comunidad no es una garantía para que una lengua llegue a ser universal. El alemán o el hindi citados más arriba, el bengalí o el japonés, con más de cien millones de hablantes cada uno, están prácticamente limitados a su propio grupo. Son lenguas «multitudinarias», incluso pueden servir de lingua franca, pero no son «universales».

Muy pocas comunidades de hablantes de lengua materna están situadas en varios países. La inmensa mayoría de las cinco mil lenguas del mundo está reducida a un grupo numéricamente limitado y a una extensión geográfica igualmente reducida. Algunas lenguas se hablan por una comunidad que se encuentra situada en varios países. Pensemos en el francés, el portugués, el alemán, el suajili, el malayo o el quechua: son linguas francas, lenguas internacionales e incluso en algún caso lenguas universales, pero se cuentan con los dedos de una mano los países donde realmente existe un grupo de lengua materna. Solamente dos lenguas tienen actualmente importancia desde este punto de vista: el inglés y el español. Ambas se hablan como lenguas maternas por comunidades sólidamente formadas desde el punto de vista lingüístico, en una veintena de países en el caso del español, y en algo más en el caso del inglés, que tienen además comunidades de hablantes repartidas por otros muchos países.

3. Cultura: una lengua universal debe estar vinculada (y debe percibirse como vinculada) a una cultura de proyección universal. Por supuesto, debe ser una lengua escrita, en la que se hayan producido obras de relieve que hayan traspasado las fronteras del lugar donde se crearon.

La forma de escritura no es irrelevante, sino que tiene también su importancia. El alfabeto latino es el único reconocible en todo el mundo y con él se escriben un gran número de lenguas de los cinco continentes. Es quizás la contribución cultural latina más extendida y más universal. Por ello, una lengua universal que esté escrita en alfabeto latino será más fácilmente reconocible y aprendida. Notemos que de las cuatro lenguas más multitudinarias del mundo, es decir, con más de 400 millones de hablantes, dos usan el alfabeto latino: español e inglés. Las otras dos, chino e hindi, utilizan sus propias formas de escritura, lo que las hace más difíciles a los ojos de los forasteros.

La importancia cultural de la lengua viene dada no sólo por la creación que se pueda haber producido en ella, sino también y sobre todo por pertenecer a un pueblo de amplio desarrollo cultural y por ser vehículo del saber. Por ello, dentro del concepto de cultura hay que incluir la educación, la ciencia, la religión, el derecho, los medios de comunicación social, etc.

En el Mediterráneo antiguo, el latín y el griego se difundieron (la primera en occidente, la segunda en oriente), más por el peso de sus respectivas culturas -filosofía, literatura, derecho- que por el dominio militar. Tan conquistada por los romanos fue Grecia como Hispania, pero el poderío cultural helénico impidió la latinización de medio Imperio Romano, que permaneció durante siglos fiel a la lengua griega.

El español desde muy temprano mostró su ímpetu cultural. Tiene tradición escrita desde hace mil años (desde las Glosas emilianenses) y una literatura medieval de enorme prestigio, como el Cantar de Mío Cid, que fue no sólo un elemento de difusión de las evoluciones lingüísticas del castellano frente a otras hablas peninsulares, sino también un medio de propaganda que aumentó la fuerza de Castilla. No cabe duda de que la literatura en español, desde sus comienzos hasta nuestros días, tiene un enorme peso en la difusión y en el prestigio de nuestra lengua, entre otras razones porque de por sí es universal: hay literatura escrita en español en España, en todos los países iberoamericanos e incluso en Filipinas y Guinea Ecuatorial.

El éxito del francés se debe, en gran parte, a la creación literaria francesa y también, a la enseñanza metódica de la lengua en el sistema educativo, tanto en Francia como en los demás países francófonos. El Corán, como elemento unificador en su diversidad dialectal, multiplica el peso del árabe, lengua de estudio obligado para todos los musulmanes del mundo, de tal forma que llega a tener estatus constitucional en países tan lejanos del mundo árabe como Filipinas (que tiene un 5% de musulmanes). El latín ha seguido siendo, en cierto modo, una lengua universal – a pesar de no haber ya un grupo de lengua materna- por su uso religioso católico hasta este mismo siglo, incluso en lugares remotos: yo mismo, en 1998, he oído cantar la salve en latín a los chamorros de las islas Marianas, en Oceanía.

El inglés merece un tratamiento especial con respecto a la cultura contemporánea. Gran parte de su prestigio actual se debe a los libros y revistas de carácter científico publicados en esa lengua, de forma que la consideramos hoy como la gran lengua científica mundial, estatus que a principios del siglo XX correspondía al alemán. A eso hay que añadir la gran creatividad cultural en lengua inglesa, su presencia literaria, y sobre todo, la llamada cultura de masas, que se expresa mayoritariamente en inglés: la extensión de la música anglosajona (hay quien dice que ha aprendido inglés escuchando las canciones de los Beatles) y la abrumadora presencia del cine estadounidense en todo el mundo (generalmente sin doblaje). Y cuando viajamos también comprobamos su fuerza en los medios de comunicación social: cuando encontramos un periódico para la comunidad internacional en ciudades tan distintas como París, Bucarest, Ammán, Moscú, Tokio, México o Caracas, vemos que son todos diarios escritos en inglés, lo que hace de esta lengua un vehículo privilegiado de comunicación. Otras lenguas universales, como el francés o el español, han quedado en una posición más débil (hay un diario en español en Casablanca y otro en francés en El Cairo). Las demás lenguas ni siquiera existen a estos efectos. Es decir, el inglés se percibe como la lengua más útil y más general, por lo que existen periódicos publicados en lugares donde no hay una comunidad de lengua materna ni tiene un estatus jurídico especial20.

Algunas lenguas gozan también de gran prestigio internacional -aunque no hayan llegado a ser lenguas universales- por su consideración de lenguas «cultas», es decir, por la gran producción que se ha creado expresándose en ellas. Es el caso, en Europa, del alemán y del italiano.

4. Colonización: las lenguas universales pertenecen en su origen a pueblos viajeros, formados por personas que no se han conformado con quedarse donde estaban, sino que se han trasladado a lugares muy variados, a los que han llevado su cultura en sentido amplio. En los nuevos territorios, la lengua ha sido transmitida y, en consecuencia, adoptada -esto es muy importante- por otros pueblos y, así, ha adquirido la condición de universal.

Es importante señalar que hay una asombrosa comparación entre la evolución genética de los pueblos y la evolución lingüística. Para Cavalli- Sforza21, entre el árbol genético y el árbol lingüístico «los parecidos son impresionantes», de forma que, grosso modo, a cada familia lingüística le corresponde una población. La inmensa mayoría de las cinco mil lenguas del mundo son propias de su grupo genético. Muy pocas han salido del grupo y son habladas por personas de diversos orígenes genéticos. Las lenguas universales representan una revolución, porque han roto el paralelismo genético-lingüístico, de manera que la lengua deja de ser un rasgo identificador de un determinado grupo. Es lengua universal sólo aquélla que es lengua materna de poblaciones genéticamente distintas.

Si se traslada un grupo humano a otros territorios, pero su lengua queda reducida al grupo étnico originario y no se transmite a otros pueblos, no llegará a ser universal. Es el caso del neerlandés, que se ha extendido a los cinco continentes (desde Holanda y Bélgica en Europa, hasta Sudáfrica, Surinam, Malasia o Nueva Guinea); pero los colonizadores no tuvieron la voluntad de enseñarla a otros pueblos (o ni siquiera la voluntad de establecerse de por vida en esos territorios), por lo que ha sido y es fundamentalmente la lengua de holandeses y belgas flamencos. Incluso donde ha arraigado como lengua materna, como en Sudáfrica, se ha transformado en una nueva lengua, el afrikaans; y donde es lengua oficial (Surinam, Antillas Holandesas, Aruba), la mayoría de la población tiene otras lenguas como maternas. Es decir, no es lengua universal; o mejor dicho, se ha quedado a medio camino.

Peor suerte tuvo el alemán, que no se ha mantenido en las antiguas colonias que tuvo Alemania en África y Oceanía, ni como lengua materna (salvo en las reducidas comunidades de alemanes, por ejemplo en Namibia), ni como lengua oficial.

No basta, pues, la conquista militar o el poder político para que arraigue una lengua en un lugar, como demuestran muchos ejemplos en la Historia universal, incluso en el mundo hispánico: Filipinas es el caso más conocido, pues tres siglos y medio de presencia política, militar y religiosa española no bastaron para que se extendiera el idioma: faltaba la población hispánica.

Hacen falta, pues, diversos elementos, entre los cuales es fundamental la existencia de una población, con sentido de permanencia, en contacto con otros pueblos. La lengua se universaliza cuando hay una presencia humana suficientemente numerosa, que tiene la voluntad de incorporar a otros y que de hecho los incorpora. El español, el inglés, el francés y el portugués son lenguas europeas llevadas a muy diversos lugares por pueblos navegantes y habladas hoy en varios continentes por personas de múltiples orígenes, razas y religiones. Lo cual nos lleva además a otro asunto de enorme importancia: todas las personas, por el hecho de serlo, independientemente de su constitución genética concreta, tienen la capacidad de aprender cualquier lengua. La adquisición del lenguaje es un rasgo común a todos los hombres, sea cual sea su origen. Incluso los más pequeños rasgos de pronunciación son independientes del color: he conocido a un hijo de ecuatoguineanos -por tanto, de raza bantú- nacido en Madrid, que habla español con tal acento madrileño que por teléfono es imposible saber que es genéticamente africano.

En África puede probarse la universalidad de las lenguas europeas. Llegaron en un amplio proceso de colonización, entre los siglos XVI y XX, pero unas se difundieron y arraigaron, y otras no. La diferencia se advierte en la descolonización política de este mismo siglo, que no ha conducido necesariamente a un cambio en la situación lingüística. Gran parte de la lucha anticolonial se ha hecho, precisamente, en la lengua de los colonizadores, porque los políticos e intelectuales africanos han sabido defender la independencia sin rechazar las lenguas que ya no eran sólo europeas, sino que ya eran también africanas y universales, y que servían para conectarse con la cultura universal e incluso para comunicarse -quizá por primera vez en la Historia- los propios habitantes de diferentes grupos del mismo país. Esta realidad es válida para el inglés, el francés, el portugués y el español22, que siguen siendo lenguas oficiales y de prestigio. Sin embargo, no sucedió así con el alemán, el neerlandés o el italiano, lenguas de países que también tuvieron colonias en África. Queda, pues, comprobado en la práctica cuál es lengua universal y cuál no.

Español, inglés y portugués multiplicaron su dimensión en América, donde no sólo arraigaron, sino que fructificaron de tal modo que hoy su centro vital ya no está en Europa. Es decir, al unlversalizarse se convirtieron en lenguas demográficamente americanas y genéticamente muy diversificadas. Allí pasaron a ser las lenguas maternas de gentes de origen europeo, americano, africano, asiático e incluso oceánico. No ocurrió lo mismo con el francés, cuyas posesiones en América fueron muy reducidas y que tampoco logró ampliarse como lengua materna de forma sustancial en África, por lo que sigue siendo esencialmente una lengua europea. Por ello, puede decirse que el francés tiene -desde el punto de vista de la colonización- una universalidad inferior al español, al inglés y al portugués. Las lenguas de otros países que también han tenido posesiones en América (neerlandés, danés, ruso), tampoco han visto un avance significativo.

El árabe también ha alcanzado un notable grado de universalidad. Es cierto que le falta la necesaria unidad como lengua hablada, pero la obtiene -en gran parte- como lengua escrita a través del Corán, sin que ello nos deba llevar a identificar lo árabe con lo musulmán, pues hay millones de árabes que son de religión cristiana o judía; y millones de musulmanes -la mayoría- que no son árabes. Desde el punto de vista de la colonización, sí se ha logrado la universalidad, pues los árabes han incorporado a su lengua y a su cultura, a lo largo de los siglos, a personas de muy diversos orígenes étnicos, tanto en Asia como en África. Hoy es, pues, como las demás lenguas universales, la lengua de una amplísima comunidad pluriétnica y plurirreligiosa.

¿Y las otras grandes lenguas? El ruso y el chino son lenguas que se han extendido -por conquista y colonización- con continuidad geográfica continental y por crecimiento de su propio grupo. Es decir, fundamentalmente el raso es la lengua de los rusos y el chino de los chinos; pero el inglés no es sólo la lengua de los ingleses (ni siquiera de los anglosajones), ni el español sólo de los españoles. Es decir, ruso y chino han alcanzado, sí, «un cierto grado» de universalidad, pero no son propiamente»lenguas universales».

Se puede argumentar que muchas de estas cuestiones se deben a razones políticas y que la evolución de una lengua depende del poder político. Sin embargo, creo importante insistir en que la lengua y la política no van necesariamente unidas. De ahí el fracaso de ciertas políticas lingüísticas, que no tienen en cuenta que hay siempre una multiplicidad de factores en todo proceso.

En cualquier caso, hay que considerar la política en su justo punto, sin menospreciarla ni sobrevalorarla. La Historia nos demuestra que el poder político o militar puede influir decisivamente. Así, a mi juicio, el triunfo del inglés en Asia y Oceania se debe en gran parte a la victoria aliada (EEUU, Reino Unido, Australia) sobre Japón en la segunda guerra mundial, lo que trajo consigo también un efecto colonizador: EEUU estableció bases militares en Japón y Corea, así como en Filipinas y Guam -territorios que ganó a España en 1898-, de forma que ha habido una presencia de grupos anglohablantes, de alto nivel económico, en relación con la población en general – o al menos con profesionales socialmente significativos- del país receptor. Es decir, el ejército victorioso llevó consigo su lengua.

La colonización humana puede ser migratoria, como se observa en la creciente presencia de hablantes del árabe en Francia o del español en Estados Unidos. (Sin embargo, ya vimos que los emigrantes del alemán o del italiano no produjeron los mismos efectos, al carecer de un punto de referencia unificado).

5. Comercio: una «lengua universal» favorece el contacto entre comunidades humanas y, por tanto, facilita las relaciones comerciales – y económicas en general-, de forma que se convierte en la moneda común aceptada por comprador y vendedor, y sirve para mejorar el desarrollo económico. El comercio es decisivo en la expansión de una lengua y, al mismo tiempo, la lengua es necesaria para la expansión del comercio. Una lengua universal está vinculada, en consecuencia, a pueblos desarrollados económicamente y que contribuyen al comercio entre naciones diversas.

El inglés es la gran lengua comercial, financiera y económica en todo el mundo, porque la primera potencia mundial es Estados Unidos y porque otras naciones anglohablantes (Reino Unido, Canadá, Australia) tienen un alto nivel económico. Por ello, sirve para facilitar numerosas comunicaciones nacionales o internacionales de las que se deriva un resultado económico.

Tal es la fuerza comercial del inglés que se ha convertido en «la primera lingua franca planetaria», en acertada expresión de Tamarón, para quien esta condición «es exclusiva del inglés y novedad histórica absoluta en lo que hace a su carácter global y no parcial»23. Es cierto: el inglés tiene un uso muy superior a cualquier otra lengua en todas las transacciones económicas. Es más: ha perdido su referencia directa al mundo anglohablante, de forma que un italiano y un coreano, un húngaro y un venezolano, cuando hacen negocios, pueden utilizar el inglés aunque no sea la lengua materna de ninguno de ellos.

Son múltiples los ejemplos que unen lengua y comercio (y economía en general). Durante siglos, los portugueses unieron a su espíritu navegante y universalista, el afán por el comercio, de forma que el portugués era la lengua utilizada en los puertos de África y Asia, a veces modificada en papiamentos y criollos. El peso económico de Alemania favorece decisivamente la creciente importancia de su lengua. La riqueza y el empuje de Japón o China hacen que el japonés y el chino sean lenguas cada vez más estudiadas. La elevación del nivel económico de España y de algunos países hispanoamericanos lleva a muchos japoneses y coreanos a estudiar español por fines comerciales, para vendernos sus productos más fácilmente. El hecho de que el español sea la segunda lengua de Estados Unidos -primera potencia mundial- y la mejora del nivel de vida de los hispanos que acceden a puestos relevantes, eleva el prestigio internacional del español. Las posibilidades de comercio con Rusia abiertas a raíz de la perestroika han dado un nuevo valor al estudio de la lengua rusa. El árabe ha adquirido una gran utilidad práctica por el destacado papel de los países árabes en la economía mundial como productores de petróleo.

A su vez, una lengua universal se convierte en una fuente de riqueza: los cursos de idiomas y la edición de libros, vídeos y casetes de estudio constituyen industrias muy prósperas, porque es muy alto el número de personas que desea aprender lenguas extranjeras. Y no es casualidad que la mayoría prefiera aprender (de entre las cinco mil lenguas del mundo), precisamente, una o varias lenguas universales o internacionales multitudinarias.

La necesidad práctica de conocer lenguas queda fácilmente demostrada con sólo leer los anuncios de empleo publicados en la prensa española. Las lenguas que se piden, como requisito para solicitar un empleo, son el inglés -la primera con mucha diferencia-, seguida del francés y el alemán, y -en algún caso- el portugués, el italiano y el catalán.

EL ESPAÑOL, LENGUA UNIVERSAL

El español tiene las cinco características mencionadas, y además en aumento. En primer lugar, podemos afirmar que no hay riesgo de ruptura en su cohesión interna, sino todo lo contrario, pues se está reforzando por la acción unificadora, no sólo de las Academias, sino también de la televisión (el éxito que tienen en España las series mexicanas, argentinas o venezolanas es significativo). Más aún, se puede asegurar, con Gregorio Salvador, que «el español es una lengua unitaria, la más cohesionada de las grandes lenguas del mundo»24.

En segundo lugar, está aumentado el número de hablantes que la poseen como lengua materna y, sobre todo, también el número de personas que lo estudian como lengua extranjera.

En tercer lugar, crece su influencia cultural en el mundo. Nótese, v.g. que hay más Premios Nobel -de Literatura, de la Paz- de expresión española en los últimos 25 años que en todos los anteriores.

En cuarto lugar, está aumentando su espacio humano en América (por la emigración a Estados Unidos, en gran parte a territorios que fueron antaño españoles).

Y, por último, está creciendo el poder económico de los países de lengua española.

RETROCESOS

Pero no nos engañemos: el español también retrocede en ciertos ámbitos, como en los archipiélagos que en 1898 eran españoles en el Océano Pacífico y que hoy constituyen cinco entidades políticas: República de Filipinas, República de Palaos, Estados Federados de Micronesia -que incluyen las Carolinas-, Mancomunidad de Islas Marianas del Norte y Territorio de Guam (estos dos últimos, bajo soberanía estadounidense). En todos ellos, lo que ha sucedido es que una lengua universal -el español- ha sido sustituida por otra lengua universal -el inglésmanteniéndose las múltiples lenguas autóctonas como maternas.

Y, por otra parte, las variedades judeoespañolas (ya sean de Marruecos o de la región de los Balcanes), mantenidas con admirable lealtad durante cinco siglos, se están perdiendo (o se han perdido ya) de forma irreparable, a pesar de los esfuerzos que se hacen -en Israel y otros países- por su supervivencia.

Y tampoco nos engañemos con respecto al inglés ni caigamos en un erróneo exclusivismo. Aun siendo la lengua más difundida y la que ha alcanzado la difusión mayor, no es «la única» lengua universal, sino «la» lengua «más» universal, en camino de convertirse en la primera lengua global de la historia de la Humanidad, es cierto, pero desde luego no en lengua única. Otras lenguas, y en especial el español y el francés, son también universales y tienen una enorme utilidad internacional.

Además, en esta era de los satélites y de la educación general, el inglés, a pesar de todo, está rompiéndose en determinadas áreas geográficas, como en Oceanía, para dar lugar a nuevas lenguas, nacidas en este último siglo: el tok pisin en Papúa Nueva Guinea, el bislama en Vanuatu y el pijin en Salomón, reconocidas ya como oficiales en sus respectivos países. He oído y leído muchos lamentos por la desaparición de lenguas, ¡pero no he visto ninguna felicitación por la aparición de estas nuevas lenguas del siglo XX!

Esta situación recuerda a la del latín, que después de haberse establecido en media Europa, se rompió en una diversidad de lenguas y hablas. La universalidad puede significar uniformidad, en un momento dado, y puede crear una nueva pluralidad, en otro.

LENGUA DE LA LIBERTAD

Las lenguas, como instrumentos de comunicación y como vehículos de cultura, tienen distinta utilidad en la vida cotidiana, como ha demostrado con gran acierto Gregorio Salvador25. Lo saben muy bien los estudiantes, que eligen los idiomas que les van a proporcionar más beneficios, ya sean profesionales, culturales, económicos o religiosos. Todas las lenguas pueden ser por igual objeto de estudio para el lingüista, pero no todas las lenguas sirven de la misma manera en la realidad social.

A veces, se producen casos extremos: yo mismo he conocido a quien recobró la libertad por expresarse en una lengua universal. Antonio Reyes de León Guerrero, chamorro de la isla de Saipán, formó parte del ejército japonés en la segunda guerra mundial, porque sus islas -las Marianas- pertenecían al Japón. Al llegar los soldados estadounidenses, le encañonaron con sus armas y se vio obligado a rendirse, temiendo seriamente por su vida. No sabía hablar inglés y no podía explicar que él era sólo intérprete de japonés y chamorro, y que además ni siquiera era japonés. Pero pudo entenderse con un soldado norteamericano de origen mexicano, gracias a que había aprendido español en su niñez. Por eso, en lugar de llevarle a un campo de prisioneros, le llevaron – a él y a su familia- a un comedor. Cuarenta años después, se emociona al explicar que salvó la vida gracias al español.

Las lenguas universales, forjadas por pueblos de proyección universal, a través de su cohesión lingüística, su gran comunidad de hablantes de orígenes muy diversos, su alto desarrollo cultural, su efectiva colonización y su utilidad comercial, se convierten en instrumentos de humanización recíproca, que nos ayudan a no permanecer aislados en nuestro ámbito genético, sino a abrirnos al universo entero. Y todo ello produce en el individuo que conoce alguna lengua universal unas enormes posibilidades, una mayor libertad de movimientos. Con gran acierto, Manuel Alvar ha difundido la idea de «la lengua como libertad»26.

Cuando uno se da cuenta de la existencia de las lenguas universales, de sus beneficios y de nuestras posibilidades, nuestra manera de pensar no permanece igual. Todo lo contrario, nuestra mente se abre al mundo. Por estas razones, cada vez me parece más significativa una idea aprendida hace años de los indígenas centroamericanos: «el español era antes la lengua de la opresión; hoy, es la lengua de nuestra libertad».

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1 Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809) publicó el magnífico Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, en su primera edición, en 1786. Demostró el parentesco de numerosas lenguas y fijó las bases de varias familias, hoy generalmente admitidas, de lenguas americanas y austronésicas. Por ello se le reconoce como el padre de la lingüística comparada.
2 A Guide to the World’s Languages, Stanford University Press, California, 1991.
3 Vid. Luigi Luca Cavalli-Sforza, «La leyenda de la Eva africana», en Genes, pueblos y lenguas, Crítica, Barcelona, 1997, págs. 66-93.
4 Edición española: Crítica, Barcelona, 1993.
5 Vid. David Crystal, English as a global language, Cambridge University Press, Cambridge, 1997.
6 Cifras tomadas de S. Culbert, «The principal languages of the World», en The World Almanac and Book of Facts 1997, World Almanac Books, New Jersey, 1996, págs. 642-643.
7 Soy consciente de que a veces puede ser discutible qué es lingüístico y qué es extralingüístico.
8 Ramón Menéndez Pidal, «Prólogo» a: Claudio Sánchez Albornoz, Una ciudad de la España cristiana hace mil años, 1965. Tomo la cita de la 6a ed., Rialp, Madrid, 1976, pág. 11.
9 Antonio de Nebrija, Gramática de la Lengua Castellana, edición de Antonio Quilis, Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1989, pág. 112. He modernizado la ortografía para facilitar su lectura.
10 En ese mismo periodo hay que añadir otros cuatro millones y medio, en números redondos, procedentes de Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Datos tomados de «Inmigration by country of last residence», en The World Almanac and Book of Facts 1992, Nueva York, 1991, pág. 137.
11 Datos tomados de Ofelia Pianetto y Mabel Galliari, «La inserción social de los inmigrantes españoles en la ciudad de Córdoba 1870-1914», en Hebe Clementi (coord.), Inmigración española en la Argentina, Embajada de España, Buenos Aires, 1991, pág. 133.
12 Datos tomados de María Beatriz Fontanella de Weinberg, El español bonaerense (Cuatro siglos de evolución lingüística: 1580-1980), Hachette, Buenos Aires, 1987, pág. 133.
13 Idem., pág. 136.
14 Datos de S. Culbert, citado más arriba.
15 D. Crystal, op. cit., págs. 60-61.
16 Aquí ya entramos, me temo, en lo que Gregorio Salvador ha llamado «los alegres guarismos de la demolingüística».
17 D. Crystal, idem.
18 Francisco Moreno Fernández y Jaime Otero, «Demografía de la lengua española», El español en el mundo. Anuario del Instituto Cervantes 1998, Instituto Cervantes-Arco Libros, Madrid, 1998, págs, 59-86. Se trata, sin duda, del estudio mejor, más completo y actual sobre la materia.
19 Ibid, pág. 80.
20 Otra cosa distinta son los periódicos publicados en una lengua distinta a la oficial del lugar, pero que van dirigidos a su propia comunidad lingüística. Pienso en los diarios en español de Nueva York, Miami o Los Ángeles, o los que se publican en árabe o chino en Londres.
21 Op. cit. pág. 146.
22 Vid. Celia Casado-Fresnillo (ed.), La lengua y la literatura españolas en África, Melilla, Quinto Centenario de Melilla, 1998.
23 [Santiago de Mora-Figueroa,] Marqués de Tamarón, «El papel internacional del español», en El peso de la lengua española en el mundo, obra dirigida por él mismo, Universidad de Valladolid/Fundación Duques de Soria, Valladolid, 1995, págs. 33 y 47.
24 «Gregorio Salvador, «La salud de la lengua», en ABC, 30 agosto 1998.
25 Vid. su libro Política lingüística y sentido común, Istmo, Madrid, 1992.
26 Manuel Alvar, La lengua como libertad y otros estudios, Cultura Hispánica, Madrid, 1982.