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Camden, Nueva Jersey, 20 de julio de 1883

Att. Srs. Griffin, Martínez, Prince y otros caballeros de Santa Fe.

Estimados señores:

Su amable invitación para visitarles y recitar una poesía con ocasión del 333 aniversario de la fundación de Santa Fe me ha llegado tan tarde que no puedo aceptarla, lamentándolo sinceramente. Pero sí que diré unas palabras de manera improvisada.

Nosotros los americanos tenemos como tarea pendiente la de aprender sobre nuestros precursores y clasificarlos para después ponerlos en armonía. Los encontraremos en mayor abundancia de lo que uno pueda suponer, y en fuentes muy diversas. Hasta ahora, bajo la influencia de los escritores y profesores de Nueva Inglaterra, nos rendimos de manera tácita a la noción de que nuestros Estados Unidos se han formado exclusivamente a partir de las islas británicas, con lo que, en consecuencia, se habrían convertido en una segunda Inglaterra; pero se trata de un tremendo error. Porque podremos comprobar sin duda ninguna que muchos de los rasgos principales de nuestra futura personalidad nacional, que se van a encontrar entre los más selectos, provendrán de un patrimonio no británico. En el estado actual de cosas, los elementos británico y alemán, por muy valiosos que sean en el terreno de lo concreto, amenazan con el exceso. O más bien debería decir que ciertamente ya han alcanzado dicho exceso. Necesitamos urgentemente algo exterior a ellos, que pueda contrarrestarlos.

Los torbellinos materialistas y capitalistas de los Estados Unidos, en sus actuales relaciones devoradoras, que controlan y rebajan todo lo que les rodea, son en mi opinión nada más que una enorme e indispensable etapa del desarrollo del nuevo mundo, que se verá ciertamente seguida de algo completamente diferente —de inmensas modificaciones, al menos—.

Todavía queda por establecer un carácter, una literatura, una sociedad digna de este nombre, por medio de una nacionalidad con los más nobles atributos espirituales, heroicos y democráticos —ninguno de los cuales existe en verdad por el momento— enteramente diferente del pasado, aunque inequívocamente fundada en él, y para justificarlo.

A esta futura identidad americana compleja, el carácter español aportará algunos de sus componentes más necesarios. Ningún otro patrimonio posee un acervo histórico más grandioso —grandioso en religiosidad y lealtad, en patriotismo, valor, decoro, circunspección y honor—. Ha llegado el momento de desechar completamente la ilusión tejida a partes iguales de Raiv Mead, Bloody Bones y de Los misterios de Udolpho8, que hemos heredado de los escritores ingleses de los últimos doscientos años. Es hora de comprender —porque es de una certeza absoluta— que uno no encontrará más crueldad, tiranía, superstición y demás, en el currículo de la historia española que en el correspondiente currículo de la historia anglonormanda. No, no siquiera creo que se pueda encontrar tanta.

Y ahora algo más, en lo que concierne a la etnología americana pasada y futura, que me aventuraré a abordar aquí. Respecto a nuestra población india aborigen —los aztecas del sur y muchas otras tribus del norte y del oeste—, soy consciente de que existe un consenso en la idea de que deberán ir desapareciendo con el paso del tiempo, y de aquí a unas cuantas generaciones dejar sólo una reminiscencia, un espacio en blanco. Pero eso no lo tengo nada claro.

A medida que América se sirva de sus muchas fuentes de recursos tanto remotas como actuales para desarrollar, adaptar, entrelazar e identificar las suyas propias, ¿presenciaremos cómo acepta con gusto y aplica todas las contribuciones de tierras extranjeras del resto del planeta, mientras que da la espalda a las únicas que le son distintivas, las autóctonas?

En lo que respecta al patrimonio español de nuestro sudoeste, me resulta indubitable que todavía no alcanzamos a apreciar el esplendor y el valor inestimable de su elemento racial. ¿Quién sabe si este elemento, a semejanza de una corriente subterránea que ha fluido inadvertidamente durante cien o doscientos años, emergerá ahora con un flujo prominente, más copioso y permanente?

Si me lo permiten, me gustaría hacerles llegar las felicitaciones más sentidas y cordiales de su compañero americano aquí presente. Cuentan ustedes con más amigos en las regiones del norte y del Atlántico de lo que se imaginan, que se interesan profundamente por el desarrollo del gran sudoeste interior, y por todo aquello que su festival saque a relucir a la atención del público.

Muy respetuosamente, etc.,

De la traducción al castellano ©2005, Jaime Bonet

 

NOTAS DEL AUTOR

1 Ver todo lo que se puede heredar y ejemplos en el Border Mínstrelsy (Mester de Juglaría) de Walter Scott; la colección de Percy; los primeros romances métricos ingleses de Ellis; los poemas continentales europeos de Walterio de Aquitania, y el Nibelungo, de origen pagano, pero de redacción mónaco-feudal; la historia de los trovadores por Fauriel; y aun los antiguos poemas épicos hindúes, que señalan la matriz asiática en donde se engendró la caballería europea: los capítulos de Ticknor sobre el Cid, y sobre los poemas y poetas españoles de la época de Calderón. Luego, siempre, claro está, como la culminación poética superexcelente de la expresión feudal, los dramas de Shakespeare, en las actitudes, el diálogo, los caracteres, etc., de los príncipes, señores y caballeros, su ambiente penetrante, la norma implícita o expresada de los modales, el alto porte y el estómago orgulloso, el regio encaje del estilo, etc.
2 De estas lagunas que hemos analizado a vuelo de pájaro, las dos que parecen revestir la mayor importancia, son: una, la condición, ausencia, o tal vez la transitoria suspensión de la fibra de conciencia moral en toda la sociedad americana; y otra, es el aterrador agotamiento de la mujer en sus poderes de sana y atlética maternidad, su atributo que la endiosa, y que por siempre eleva a la mujer en las esferas mis altas a un nivel superior al del hombre. A veces he pensado, en verdad, que el único camino y medio de existencia de una reconstrucción de la sociología, dependen, en primer término, de un nuevo nacimiento, una nueva elevación, expansión y vigorización de la mujer, que proporcione a las razas que vendrán (como que son indispensables las condiciones prenatales), una maternidad perfecta. Grande, en verdad, mucho más grande de lo que ellas mismas piensan, es la esfera de las mujeres. Pero indudablemente la cuestión de esa nueva sociología va unida a muchas otras, incluyendo a numerosas premisas variadas y complejas, y tanto al hombre como a la mujer, tanto a la mujer como al hombre.
3 La cuestión aquí planteada es una de las que sólo el tiempo puede contestar. ¿No será que la virtud del individualismo moderno, que siempre se magnifica, usurpándolo todo, afectará seriamente, y tal vez desplazará totalmente, en América, esa semejanza de la antigua virtud del patriotismo, ese amor ferviente y absorbente de la nación común? No dudo, por mi parte, de que ambas cosas se unirán, y extraerán mutuo provecho, la una de la otra, y se abrazarán, y que producido por ellas surgirá un tercer producto mayor. Pero creo que en la actualidad tanto ellas como su oposición constituyen un problema serio y una paradoja en los Estados Unidos.
4 Pasando el Niágara. Causóme gran ira y consternación al principio este ensayo del señor Carlyle, tan insultante para la teoría de América, pero pensando después cuántas veces habíame yo encontrado en el estado de ánimo en que fue escrito su ensayo, y luego de haber visto personas y cosas a esa misma luz (a la verdad, podría decirse que existen indicios de ese mismo sentimiento en estas Perspectivas), desde entonces lo he leído nuevamente no sólo considerándolo como un estudio, que expresa, como lo hace, ciertos juicios desde el más alto punto de vista feudal, sino que también lo he leído con respeto por venir de un alma sincera, y por su contenido y aporte que si no son de oro ni de plata, pueden ser de hierro bueno, duro y de ley.
5 Por temor de errar, puedo también especificar distintamente, como cosa alegremente incluida en el modelo y patrón de estas Perspectivas, un carácter práctico, animador, hacedor de dinero, y aun materialista. Es innegable que nuestras chacras, oficinas, tiendas, carbonerías y almacenes, nuestra ingeniería, nuestra contabilidad, nuestro comercio, adquisiciones, mercados, etc., debieran ser atendidos formal y honestamente, y activados tal como si tuvieran una existencia real y permanente. Advierto claramente que la extremada energía de los negocios y este apetito casi maniático de la posesión que prevalecen en los Estados Unidos constituyen partes de un proceso de mejoración y progreso, y que se necesitan en forma indispensable para preparar los mismos frutos que reclamo. Mi teoría incluye las riquezas y el logro de las riquezas y sus más abundantes productos.
6 Todo el sistema presente de la oficialidad y personal del ejército y la armada de estos Estados Unidos, y el espíritu y la letra de los reglamentos y ordenanzas triplemente aristocráticos de los mismos, constituyen un exotismo monstruoso, una teoría y una revolución, y pertenecen a los Estados Unidos tanto como las órdenes de nobleza o el concilio de cardenales del Papa. Digo que si la teoría presente de nuestro ejército es sentida y verdadera, todo el resto de América es un enorme fraude.
7 En última instancia todo interés culmina en el campo de las personas y no decae nunca. De acuerdo con ello es en este terreno donde han trabajado los grandes poetas y literatos muy sugestivamente. También ellos en toda edad y en todas las naciones, han sido creadores, delineando, creando tipos de hombres y mujeres, como Adán y Eva fueron creados en la fábula divina, Sustentados, formados, criados por el orientalismo, por el feudalismo, a través de su largo crecimiento y culminación, y recreándose a su vez —(¿Cuándo tendremos una serie igual, típica de la democracia?)—, contemplados, iniciados en el Asia primitiva (formuladas aparentemente en el principio que conocemos de los dioses mitológicos, y de ellos desprendidos), esos grandes poetas y literatos concedieron a los modernos y a los americanos como material de estudio unos cuantos ejemplos de su innúmera producción. Cuanto a los hombres, Yudishtura, Rama, Arjuna, Salomón, la mayoría de los personajes del Viejo y del Nuevo Testamento; Aquiles, Ulises, Teseo, Prometeo, Hércules, Eneas, los héroes de Plutarco; el Merlín de los bardos celtas; el Cid, el rey Arturo y sus caballeros, Sigfrido y Hagen en el Nibelungo, Rolando y Oliverio, Roustam, en el Shah-Nemah; y así sucesivamente en el Satanás de Milton, en el Don Quijote de Cervantes, en el Hamlet de Shakespeare, en Ricardo II, en el rey Lear, Marco Antonio, etc., y en el Fausto moderno. Estos, digo, son modelos combinados y ajustados a otros patrones que los de América; pero de inapreciable valor para ella y para lo que a ella pertenece.
Entre las mujeres, las diosas de las mitologías egipcias, indias y griegas, algunas de la Sagrada Escritura, especialmente la Santísima Virgen, Cleopatra, Penélope, los personajes de Brunhilda y Criemhilda en el Nibelungo, Oriana. Una, etc.; la moderna Consuelo, las Jeanie .y Effie Deans de Walter Scott, etc. (Pero hasta ahora me parece que no hay en la literatura, tipo alguno de mujer perfecta, esto es de madre humana perfecta).
8 El autor cita aquí dos novelas góticas, cuyas autoras fueron Mary E. Lyons y Ann W. Radcliffe, respectivamente. (N. del Tr.).

Poeta, periodista y humanista