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Se repite cada vez con más insistencia en el mundo y, sobre todo, en los medios de información, que la poesía está destinada a desaparecer. A mí esto siempre me ha parecido una inconsecuencia y algo que no tiene, absolutamente, ningún sentido, pero se insiste tanto… y lo vemos sobre todo cuando hablamos, por ejemplo, con dueños de librerías que dicen: «la poesía, ah sí, mire, la tenemos aquí, y la muestran como con cierta vergüenza siempre». Esto, que es algo en lo cual yo nunca he creído, tiene que ver con mi descubrimiento de la poesía de Julio Martínez Mesanza.

Aquí en la Residencia de Estudiantes se hizo una reunión de revistas de América Latina y de España, a la que asistió mi hijo Santiago que publicaba entonces una revista, y en medio de una conversación se me acercó un señor, con un ligero acento andaluz, y me pasó una revista y también un libro que se llamaba Europa. Pregunté: ¿y este libro?, y escuetamente dijo: son poemas. Gracias a ese gesto aquella noche leí, deslumhrado, este libro de Julio Martínez Mesanza en donde se cantan con justicia, precisión, verdad y al mismo tiempo fervor, no los momentos cruciales de la humanidad, como diría Stephen Zweig, sino algunos de ellos, que si no inventados, sospecho, si magnificados por Julio. Era ese nacimiento de Europa, ese llegar de Occidente a ser lo que fue —y que creo que ya no es— lo que me dejó absolutamente deslumhrado. Me dije, esto tengo que volverlo a leer con más serenidad, porque toca ciertas fibras, ciertas zonas muy íntimas mías. He sido siempre más un lector de historia que de literatura, aunque no me gusta confesarlo con mucha frecuencia, y he seguido teniendo ese libro a mi vera, como después los otros libros de Julio, que no tienen que ver directamente con este deslumbramiento y que, sin embargo sirven, como toda su poesía, para contestar precisamente en una forma radical, irrebatible, que la poesía durará hasta que dure el último hombre sobre la tierra. Porque la poesía de Julio Martínez Mesanza trata siempre de lo esencial, sin decir que es esencial, y ése es su secreto: es aquella otra verdad tan válida como la realidad, tan válida como nuestra verdad interior que surge de repente en el poema y que le hace a uno decir: ¡ah! esto es, qué maravilla, esta es la poesía. Y en el caso de Julio ese fenómeno, esa maravilla sucede en cada página.

Al leer estos libros de pronto jugaba con la idea de decir: ¿en qué siglo ponemos esta poesía?, ¿en el siglo XX?, bueno ahora es XXI ¿no?, pero en fin, es igual: sí, es poesía. ¿Y qué tal si ponemos esta poesía en el siglo X I V ? También, también, ¿por qué?, porque es poesía. No hay en ella el menor intento de hacer ingenio, ni de hacer ninguna otra cosa, como buscar la palabra bonita; salvo decir, revelar esa verdad del otro lado, que es tan verdad como la de éste y que nos ayuda a vivir, y nos ayudará a vivir siempre.

Tuve la ocasión de citar, precisamente por eso, un poema de Julio, en mi discurso cuando recibí el premio Príncipe de Asturias. Iba tan justo ese poema a lo que yo quería decir, iba tan perfectamente ligado, que algunos de los presentes me dijeron: oye, ¿acaso lo escribió Julio para ti?, y me dieron muchos deseos de decir que sí, sí claro, lo escribió para mí porque es un poeta.