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Paul Collier ha escrito un libro muy interesante para comprender los problemas económicos y sociales actuales y, sobre todo, para iluminar cómo afrontar esos problemas desde el realismo. El libro está preñado de esperanza y todas sus sugerencias se basan en el pragmatismo, que es el término con que el autor define su actitud y propuestas. Ya desde el  inicio, Collier define su posicionamiento intelectual: “Aunque existen soluciones viables para el perjudicial proceso que se está dando en nuestras sociedades, (éstas) no se obtienen de la pasión moral de una ideología ni del salto irreflexivo del populismo. Se desarrollan a partir del análisis y las evidencias y, por tanto requieren la sangre fría del pragmatismo” (pág. 18).

Collier propone “estrategias aplicables respaldadas por evidencias que demuestren su eficacia y (que) se basan de forma explícita en un marco ético”

Collier manifiesta su rechazo intelectual y práctico hacia los políticos que creen resolverlo todo con ideologías (a las que define como “seductora combinación de certezas morales sencillas y un análisis universal, lo que proporciona una respuesta segura a cualquier problema”)  y a los populistas (aquellos que “evitan incluso el análisis rudimentario de la ideología y saltan directamente a soluciones que apenas parecen válidas unos minutos”). Y su argumento para ese rechazo es poderoso: tanto las ideologías como el populismo ya han mostrado su total fracaso en la anterior crisis sistémica del capitalismo en las primeras décadas de siglo XX.

Como alternativa a estas opciones fracasadas, Collier propone “estrategias aplicables respaldadas por evidencias que demuestren su eficacia y (que) se basan de forma explícita en un marco ético” (pág. 32)

«El futuro del Capitalismo» (Debate, Barcelona, 2019), Paul Collier

Otra sugerente característica de la obra de Collier es que su biografía se inserta en sus análisis, que por eso no son meramente teóricos sino fruto de su propia experiencia vital que le lleva incluso a proclamar que él ha vivido en primera persona las tres grandes crisis de nuestra época: la brecha entre las prósperas metrópolis y las arruinadas ciudades de provincias, entre las familias de superéxito y las que se desintegran en la pobreza y la brecha entre la arrasadora prosperidad de algunas naciones y la pobreza desesperada de otros países como los africanos. Proclama (pág. 20): “por eso he escrito este libro: quiero cambiar esta situación”. Estamos pues ante un libro comprometido y escrito por alguien con esperanza y confianza en nuestra libertad y capacidad para mejorar el mundo.

Collier utiliza unos términos para referirse a las políticas y las ideologías del siglo XX que en castellano pueden despistar al lector. En particular, lo que denomina socialdemocracia, en Alemania o Italia podría también ser identificado en términos políticos con democracia cristiana y entre nosotros ser identificado con los planteamientos políticos vinculados al humanismo cristiano, al pensamiento liberal conservador o a la socialdemocracia, en lo que estas líneas de pensamiento político puedan tener en común. Según otras terminologías muy habituales en el siglo pasado, lo que Collier denomina como socialdemocracia también podría llamarse Estado del bienestar en una sociedad liberal capitalista.

“La élite moralmente meritocrática de la izquierda –escribe- rivalizaba con la élite productivamente meritocrática de la derecha”

Asimismo, cuando habla de comunitarismo o de movimiento cooperativo no se refiere a la corriente de pensamiento originada a finales del siglo XX y vinculada a autores como  Charles TaylorMichael Walzer, Amitai Etzioni o Alasdair MacIntayre, sino que se está refiriendo a la sociedad creada sobre los valores éticos tradicionales del occidente de matriz cristiana y repensada por la ilustración: libertad y responsabilidad personal, lazos familiares fuertes como fundamento de la sociedad civil y política y economía colaborativa al servicio del bien común.

El diagnóstico de los problemas actuales del capitalismo.

El capítulo inicial de la obra de Collier lleva por título Las nuevas ansiedades y en sus breves 25 páginas (de la 13 a la 39) encontramos un diagnóstico especialmente clarividente y lúcido  de lo que les pasa hoy a las sociedades capitalistas, que intento sintetizar a continuación:

1) Según Collier, tras la Segunda Guerra Mundial el occidente capitalista asumió lo que él llama socialdemocracia (pág. 20 y ss.) es decir, dio respuesta a las ansiedades colectivas vinculadas a los problemas humanos más agobiantes: desempleo, educación, salud, vejez, etc., sin detrimento de la eficacia propia de las economías capitalistas. Pero hoy “la principal credencial del capitalismo, esto es, mejorar el nivel de vida para todos de forma ininterrumpida, ha quedado en entredicho, pues mientras sí ha cumplido con algunos, ha ignorado a otros”. Y para estos últimos, los perdedores de las tres brechas que hemos descrito, “el capitalismo no está funcionando” (pág. 15).

2) ¿Por qué se ha interrumpido este ciclo de capitalismo eficaz con políticas socialdemócratas desarrolladas por partidos tanto de izquierdas como de derechas, generándose así las actuales ansiedades colectivas que la política y la economía no son capaces de satisfacer y dan lugar a que hablemos –con fundamento– continuamente de crisis? Para Collier el origen de la crisis está en que de repente unos intelectuales de izquierdas sustituyeron la “moralidad de nuestros valores instintivos” por la filosofía utilitarista de Bentham que se incorporó también al análisis económico y fue asumida por unos políticos que dejaron de pensar y confiar en las personas como creadoras de riqueza en libertad y solidarias entre ellas, para pasar a considerarse semidioses responsables ellos directamente de lograr la mayor felicidad para el mayor número, según la máxima utilitarista. Collier resume este proceso con estas palabras (págs. 23-24):

“Armada con sus cálculos utilitarios, la economía se infiltró con rapidez en las políticas públicas. Platón había imaginado a sus guardianes como filósofos, pero en la práctica sobre todo fueron economistas. Su presunción de que las personas eran psicópatas justificaba que se otorgaran poder a sí mismos como representantes de una vanguardia moralmente superior; y la presunción de que el objetivo del Estado consistía en maximizar la utilidad justificaba la redistribución del consumo a quienquiera que tuviera las mayores “necesidades”. De manera inadvertida, y por lo general imperceptible, las políticas socialdemócratas dejaron de plantear el desarrollo de las obligaciones recíprocas de todos los ciudadanos.

“Los actuales fracasos del capitalismo, tal como los gestionaron las nuevas ideologías, son tan manifiestos como los éxitos de aquello que reemplazaron”

En conjunto, el resultado fue tóxico. Todas las obligaciones morales pasaron al Estado, y la responsabilidad fue ejercida por la vanguardia moralmente fiable. Los ciudadanos dejaron de ser actores morales con responsabilidades y su papel se redujo al de consumidores. El planificador social y su vanguardia utilitarista de ángeles sabían lo que era mejor: el comunitarismo fue remplazado por el paternalismo social.”

Una élite utilitarista que despreciaba la capacidad creativa de la libertad y la solidaridad relacional de las comunidades naturales comenzó a socavar los valores básicos de nuestras sociedades: la libertad, la lealtad, la equidad, el cuidado y la responsabilidad personales, para sustituirlos por “el paternalismo de la vanguardia utilitarista” que considera a los ciudadanos como potenciales psicópatas egoístas y por tanto se auto arroga el derecho a decidir por ellos.

3) A partir de los años 70 del siglo pasado se produce una reacción ante este paternalismo generador de crisis económicas y sociales de gran envergadura. Desde la izquierda esa reacción no se basó en intentar recuperar los valores comunitaristas y la vuelta a la libertad y la equidad relacional, sino que apostó por la creación de nuevos derechos y nuevas intervenciones del Estado para promoverlos y garantizarlos. Collier sintetiza así: “El movimiento cooperativo había vinculado con firmeza los derechos a las obligaciones; los utilitaristas habían separado ambas cosas de los individuos y las habían transferido al Estado. En ese momento, los libertarios devolvieron los derechos a los individuos, aunque no las obligaciones”. Collier identifica a John Rawls como el filósofo inspirador de estos nuevos tiempos, como Bentham lo había sido de los anteriores. Siguiendo a Rawls las políticas públicas se van centrando progresivamente en los identificados como minorías o grupos con desventajas, al margen de si han contribuido o no a la sociedad y de si hay equidad o no en esas ayudas respecto a otros grupos sociales.

“Tanto los utilitaristas como los rawlsianos y los libertarios enfatizaban lo individual, no lo colectivo, y los economistas utilitaristas y los abogados rawsialnos recalcaban las diferencias entre los grupos (…). Ambas ideologías ignoraban los instintos morales ordinarios de la reciprocidad y el merecimiento, exaltando un único principio de razón (aunque sean diferentes) para ser impuesto por una vanguardia de entendidos. Por el contrario, el movimiento cooperativo estaba basado en esos instintos morales corrientes…” (págs. 27-28)

4) Pero tampoco la reacción de los partidos de derecha en aquellos años frente a los errores del utilitarismo fue acertada, a juicio de Collier. Nos dice (págs. 28-29) que “los partidos de centro derecha o bien se quedaron anquilosados en una nostalgia poco ideológica o bien fueron captados por un grupo de intelectuales igualmente equivocado (…) A la filosofía de Rawls le contestó la de Robert Nozick: los individuos tienen un derecho a la libertad que se antepone a los intereses del colectivo”. Para Collier estas ideologías de derechas e izquierdas tenían algo en común: el énfasis en el individuo olvidando los valores comunitarios naturales: “la élite moralmente meritocrática de la izquierda rivalizaba con la élite productivamente meritocrática de la derecha”.

“Cuando el nuevo libertarismo de derechas demostró ser más destructivo y menos eficiente de lo esperado –escribe–, la izquierda volvió al poder, pero no al comunitarismo” (pág. 30).

5) Y en eso estamos según Collier. “Estamos viviendo una tragedia. Mi generación experimentó los logros triunfantes de un capitalismo que sacó partido a la socialdemocracia comunitarista. La nueva vanguardia usurpó la socialdemocracia, aportando su propia ética y sus propias prioridades. Cuando los destructivos efectos secundarios de las nuevas fuerzas económicas afectaron a nuestras sociedades, las deficiencias de esta nueva ética se revelaron de manera brutal. Los actuales fracasos del capitalismo, tal como los gestionaron las nuevas ideologías, son tan manifiestos como los éxitos de aquello que reemplazaron. Es el momento de pasar de lo que ha salido mal a ver cómo se puede arreglar” (pág. 31).

La propuesta de Collier: gestionar el capitalismo, no derrotarlo.

Collier afirma rotundamente que “el capitalismo necesita ser gestionado, no derrotado”. Creo que esta convicción del autor es lo más valioso del libro: el capitalismo nos ha proporcionado un bienestar social y un desarrollo económico en un clima de libertad como no ha conocido la humanidad en otro contexto; y, además, el capitalismo no lo ha inventado nadie sino que es el fruto de la libertad de millones de personas interactuando en una sociedad en que se valoran el trabajo, la libertad y la responsabilidad; no lo ha impuesto ningún ideólogo ni ningún político sino que ha surgido como fruto natural de una sociedad fecundada por valores éticos de matriz cristiana.

La propuesta de Collier es, superando la pereza de la izquierda de sentirse moralmente superior y la pereza de la derecha de sentirse realista, explorar el futuro de un “capitalismo ético”

La pretensión ideológica de destruir el capitalismo como panacea para resolver todos nuestros problemas o eliminar las injusticias, es un absurdo que ya ha provocado en el siglo XX cientos de millones de muertos, injusticias sin cuento y los más graves atentados a la libertad y la dignidad humanas que la historia ha conocido. Las ideologías, especialmente las de matriz marxista, han demostrado ser mucho peores que los males que anuncian querer superar. Como alguien dijo, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones: la historia del marxismo en el siglo XX es prueba irrefutable de la verdad de tal afirmación. Collier pretende que en el siglo XXI no volvamos a cometer el mismo error.

Para ello, propone “un reajuste intelectual que rescate a la socialdemocracia de su crisis existencial y la relance como la filosofía del centro del espectro político, asumida tanto por el centro izquierda como por el centro derecha” (pág. 32). En su libro Collier ofrece “un intento de proporcionar un paquete de soluciones coherente que aborde nuestras nuevas ansiedades”, a partir del convencimiento de que “una proposición esencial de la filosofía pragmática es que, puesto que las sociedades cambian, no debemos esperar verdades eternas” (pág. 33). En efecto, en materia de política y economía no hay verdades eternas, pero sí hay principios o referencias de validez permanente porque son acordes a la naturaleza humana y Collier propone varios que pueden ser de gran utilidad en la actualidad para formular políticas realistas y pragmáticas (págs. 34 a 39):

-“Las sociedades capitalistas deben ser éticas, además de prósperas”

  • “Las relaciones son fundamentales en nuestra vida, y esas relaciones conllevan obligaciones”
  • “Necesitamos políticas públicas activas, pero el paternalismo social ha fracasado de manera repetida”
  • “Necesitamos un Estado activo, pero debe aceptar desempeñar un papel más modesto; necesitamos el mercado, pero sujeto a un propósito que esté firmemente basado en la ética”
  • “El fundamento filosófico de esta agenda representa un rechazo a la ideología”
  • Necesitamos “una disposición a aceptar nuestros valores morales diversos e instintivos, así como los compromisos pragmáticos que implica tal diversidad. La estrategia de anular valores recurriendo a algún principio de razón único y absoluto está condenada a ser conflictiva”

La propuesta de Collier es, superando la pereza de la izquierda de sentirse moralmente superior y la pereza de la derecha de sentirse realista, explorar el futuro de un “capitalismo ético”. (pág. 39).

Collier, apoyándose en modernas investigaciones sociológicas, constata que los humanos somos seres sociales y no meros hijos biológicos del gen egoísta; la evolución nos ha ayudado a colaborar en grupos en red, compartir relatos explicativos de la realidad y generar valores que nos permiten dar contenido no solo a nuestros deseos sino a nuestros “deberías” (págs. 44 y ss.), a lo que percibimos como obligaciones recíprocas con los miembros de nuestros grupos de relación que son fundamentalmente la familia, la empresa y el Estado al decir de Collier (pág. 61). Sintetiza así el contenido de su libro: propone “un capitalismo ético que satisfaga aquellos estándares que se construyen a partir de nuestros valores, perfeccionado por el razonamiento práctico y reproducido por la propia sociedad” (pág. 68) frente al discurso político hoy dominante de reivindicar solo derechos y transferir las obligaciones a los gobiernos.

“La muerte de Dios no nos libra de las obligaciones con los demás, sino que, entendida de modo correcto, nos vincula a ellos con más firmeza”, afirma Collier

Para Collier avanzar hacia un capitalismo ético exige reforzar la conciencia de pertenencia a un grupo (familia, empresa, nación), la construcción de obligaciones recíprocas en el seno de esos grupos y el reconocimiento de que también tenemos obligaciones con otras gentes ajenas al grupo (las que llama “obligaciones de rescate”)

La segunda parte de la obra de Collier bajo el título “Restaurar la ética” (págs. 72 a 173) está dedicada al análisis de cómo se puede construir un estado, una empresa, una familia y un mundo éticos, ocupando cada una de estas realidades un capítulo. Muy sugestivas son su reivindicación del patriotismo, de la empresa como centro de imputación de obligaciones con sus clientes y trabajadores, de una ciudadanía ética y una familia ética basada en las obligaciones mutuas y no en la mera coexistencia de individuos con derechos excluyentes; y, por último, la extensión de su propuesta a un mundo ético sobre la base de las “obligaciones de rescate” huyendo de las presiones de “los idealistas con corazón y sin cabeza” (pág. 167).

Collier no se limita a hacer análisis abstractos, sino que desciende a los problemas concretos de nuestra época (quiebras de empresas gestionadas sin criterios éticos, el SIDA, la caída de la natalidad, la destrucción de los matrimonios, la inmigración, el papel y el modelo de los organismos internacionales, los refugiados, los ancianos, el sentido de las empresas públicas, etc.). Sus propuestas pueden ser acertadas o no y quizá puedan serlo aquí y no allí, mañana y no hoy. Como pragmático que es no pretende ofrecer soluciones de validez universal y atemporal; eso se lo deja a los ideólogos y a los populistas.

Creo que la gran aportación de Collier no son tanto sus propuestas concretas como su forma de afrontar los problemas: sin encorsetamientos ideológicos ni prejuicios de derechas ni de izquierdas; sino con mente abierta, actitud pragmática y reconociendo el gran papel que la libertad y la ética juegan en todo lo humano y por tanto también en el análisis de la economía y la política. Y por eso  mismo, sin derrotismo ni desesperanza de ningún tipo.

La tercera parte del libro (págs. 175-273) supone un intento por parte de Collier de analizar y proponer posibles soluciones a las tres brechas que según él caracterizan a nuestra época: la brecha entre las prósperas metrópolis y las arruinadas ciudades de provincias, entre las familias de éxito y las que se desintegran en la pobreza y la brecha entre la arrasadora prosperidad de algunas naciones y la pobreza desesperada de otros países. Sus propuestas fiscales para hacer tributar las plusvalías de los propietarios de suelo y de los trabajadores muy cualificados de las grandes metrópolis para financiar con esos fondos la reindustrialización de las ciudades en decadencia y de promoción de suelo industrial por iniciativa pública para afrontar el primer problema, se parecen en algo a instituciones ya existentes en España y son –como todas– discutibles y a experimentar, como el propio Collier indica.

“Solo puede generarse una política ética y pragmática cuando la sociedad dispone de una masa crítica que la demanda”

Para superar la brecha de clase apuesta por el fortalecimiento de la familia con un análisis  muy acertado: parte de afirmar que las cosas que son buenas para la familia lo son también para toda la sociedad y de que el Estado no puede sustituir a las familias (págs.  214 y ss.), pero puede apoyarlas en su labor; y advierte de lo absurdo que es despreciar la eficacia social del matrimonio solo porque la religión tradicional haya defendido esta institución. Dice: “la muerte de Dios no nos libra de las obligaciones con los demás, sino que, entendida de modo correcto, nos vincula a ellos con más firmeza” (pág. 217). Sus propuestas de colaboración de las administraciones y las ONG en este campo y sus sugerencias en materia de educación o mercado laboral son de mucho sentido común. Califica sus medidas como maternalismo social” (pág. 221, por ejemplo), frente al paternalismo estatal tan corriente hoy (y tan ineficiente).

Collier dedica también algunas páginas a aportar varias ideas sobre cómo afrontar la brecha global (págs. 264 a 273) y la actual crisis política (págs. 277 y ss.), pero con escaso nivel de detalle.

Valoración final

La esencia de la aportación de Collier es la vuelta a unas políticas de fuerte carga ética, pero reconociendo que “la política no puede ser mejor que las sociedades que refleja. Solo puede generarse una política ética y pragmática cuando la sociedad dispone de una masa crítica que la demanda” (pág. 284). Por eso la gran pregunta es: ¿Cómo se puede recrear una sociedad mayoritariamente compuesta de ciudadanos éticos, conscientes de sus obligaciones con los demás en la familia, la empresa y el Estado y que asuman también las que Collier llama obligaciones de rescate? Las breves apelaciones de Collier a La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith en las págs. 44 y ss. no son fundamento sólido ni filosófico ni histórico para dar cuenta de la conducta ética, ni la obra de Smith va a ser a estas alturas incentivo para una revolución ética de la humanidad, como no lo fue en el siglo I la obra de Séneca ni poco después la de Marco Aurelio.

El capitalismo, la ilustración, la revolución liberal, la democracia, los conceptos de dignidad humana y derechos humanos, surgieron –esto es un hecho- en el sustrato ético cristiano y en él se apoyaron. Que hoy muchos hayan olvidado o quieran ignorar este hecho no oculta su realidad, como nos acaba de recordar brillantemente Holland en Dominio.

La modernidad (también la política y la económica) se intentó construir teóricamente etsi deus non daretur, pero de hecho se construyó en una sociedad absolutamente imbuida de los valores cristianos. En la medida en que el cristianismo ha perdido presencia en la conciencia colectiva y fuerza cultural y social, parecería que la modernidad se tambalea sin ese sustento, como Habermas ha analizado y Ratzinger expuesto.

Collier propone la vuelta a un capitalismo ético, pero el capitalismo no puede generar la ética que le ha de sustentar para volver a ser eficaz. Lo mismo le pasa a la democracia actual. Esta es la gran cuestión de nuestra época.

Jurista. Exsecretario de Estado y expresidente del Foro de la Familia.