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Enrique García-Máiquez. Poeta, crítico literario y traductor. Ha publicado el ensayo Gracia de Cristo, dos volúmenes de aforismos y tres de su dietario. Colabora en diversos medios de prensa.


Enrique García-Máiquez: «Ejecutoria. Una hidalguía del espíritu». CEU Ediciones, 2024

Sin tener nada que ver en cuanto al contenido, este libro —ganador del I Premio de ensayo Sapientia Cordis, convocado por CEU Ediciones— puede recordar en más de un aspecto a uno de los ensayos más atractivos de la cultura española del posfranquismo. Así se le ha ocurrido, al menos, a quien esto escribe. Nos referimos a La infancia recuperada de Fernando Savater, que, en dos años, cumplirá los cincuenta de su publicación. ¿Qué tiene en común Ejecutoria con aquel? Aspectos que, sin ser de fondo, son esenciales; un indudable aire de familia. Ejecutoria también es un libro muy personal («deliberadamente subjetivo» decía del suyo Savater), con algo de autobiográfico, estimulante, desbordante de entusiasmo contagioso, erudito, de estilo brillante, que mezcla la alta cultura con la popular, y que trata de las lecturas del autor, entre las que, sin duda, el lector hará algún descubrimiento (¿o acaso eran muchos los que sabían de la existencia de El señor de los anillos antes de encontrárselo en las páginas de La infancia recuperada?). Un capítulo troncal del volumen (ocupa, de hecho, un tercio de su extensión) se centra en lo que García-Máiquez llama su árbol bibliogenealógico, expresión que podría muy bien ser un subtítulo de La infancia recuperada.

Señalado esto, digamos ya, para evitar malentendidos que Ejecutoria tiene un propósito muy concreto y distinto de aquel. Estamos, en pocas palabras, ante un elogio —contundente, vehemente, razonado y por extenso— de la nobleza; o mejor, de la hidalguía. El propio autor aclara la preferencia por este término, dentro de un amplio campo semántico —aristocracia, nobleza, caballería, élites, clases dirigentes, minorías selectas…— porque hidalguía, que viene de hidalgo, hijodalgo, pone el acento en la transmisión familiar, en la deuda con los mayores y en el agradecimiento. Por cierto, que Savater (ya ven que la comparación anterior no era gratuita) escribía, a propósito de uno de sus personajes más queridos, que «el desprecio por los padres es una vocación miserable, que la magnanimidad apasionada de Guillermo no consiente». Ejecutoria es el título donde consta la hidalguía de una persona o familia, y el libro de García-Máiquez tiene mucho que ver eso: de dónde venimos, qué somos o —casi mejor— qué queremos ser.

La nobleza obliga, la obligación ennoblece

Podemos ver el libro como un eslabón añadido a aquellas guías medievales del buen caballero, de las que el propio autor se ocupa, destacando las de Bernardo de Claraval, Ramón Llull y Godofredo de Charny. Como aquellos —o como Ortega, siglos más tarde—, García-Máiquez reivindica la nobleza de espíritu, esa cuyo emblema es: el que hace más, vale más. Porque si la nobleza obliga, la obligación ennoblece; dos caras de la misma moneda. Y no hay aristocracia sin sacrificio, nos dice el autor. A desmenuzar el concepto, a asediarlo, dedica el autor un denso volumen que se lee con absoluta facilidad por el magnético, chispeante estilo con que está escrito; un estilo que no desperdicia ningún recurso del lenguaje: juegos de palabras, frecuentes aliteraciones, guiños literarios, citas encubiertas como la estupenda de Aute en la página 218. Porque no desdeña, ya se ha dicho, la cultura popular; junto a Shakespeare y el Quijote, se habla en sus páginas de Star wars y Corto Maltés. En la forma, es un libro, como decíamos, que contagia el entusiasmo con que está escrito. Una muestra: «Necesitamos amor, nobles estirpes, sacrificio, honor, memoria, espíritu de entrega, votos sagrados, juramentos inviolables, ceremonias y grandes ideales».

¿Acaso os parece su gesto anacrónico? Desde luego, el autor defiende una beligerante independencia frente a un Estado invasivo en lo económico y en lo moral, y no son pocos los aspectos que apuntan a la línea de flotación de estos tiempos. Pero también nos advierte que «para salvar la democracia en su noción más alta necesitamos el concepto de nobleza». Además de que «la independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia» cita esta de Anatole France, entra las muchas que contiene el libro.

Y la nobleza, la hidalguía que defiende García-Máiquez —y con esto vamos al fondo— es sobre todo una tarea, un proyecto, algo más por hacer que ya hecho. La nobleza es la espada que seremos que debemos sacar de la roca que somos (el ciclo artúrico tiene una gran presencia en el libro; no podía ser menos hablando de caballeros). «Hay que empeñarse en la propia caballerosidad como quien crea una obra de arte», dice también el autor. O «la nobleza de espíritu consiste en aspirar a ella». Como le dijeron a Perceval, para la valía del caballero importan, más que los hechos de armas, el espíritu con que se emprenden. La nobleza que reivindica el libro es indisociable de la idea de servicio, de la virtud y de la bondad. La bondad es, de hecho, una de las cinco acciones, los cinco pasos honrosos que definen la hidalguía cotidiana. Los otros son el gusto por el honor, la negativa a mentir, la resistencia a la opresión y el socorro de la belleza.

La verdadera nobleza es autoexigente: debemos vencernos en vez de venerarnos, y, como nos advierte Chesterton, «no podemos llamar a Macbeth víctima de nada más que de Macbeth». Y requiere de cultura, trato con los más grandes y trabajo bien hecho. La nobleza, en fin, es misión de audaces. Título en español, por cierto, de una estupenda película de John Ford, valga la redundancia, titulada originalmente… The Horse Soldiers.


Foto de cabecera: motivo de la portada del libro «Ejecutoria. Una hidalguía del espíritu» editado en canva.com

Periodista cultural.