¡Pobre año 99! Cuando estábamos tomando aire tras el agobio de fastos que acarreó el 98 y nos preparábamos para disfrutar el nuevo dígito, hete aquí que se solivianta el patio con lo del efecto 2000 y con que si estamos al final de la década, del siglo y el milenio, y ya todo se acelera; y ya todo es estar con la vista puesta en el que viene. Total, que entre huir de uno y prepararnos para el otro se nos fue el 99 con tanta pena como poca gloria. Y todo o casi todo se nos ha pasado. ¿Damos por vivido todo lo olvidado? Con tanto centenario como hubo en el 98 casi se nos pasa por alto que en este 99 cumplía cien añitos uno de los personajes más entrañables, jocundos e inolvidables de la literatura española del siglo XX, y, sobre todo, uno de los adalides de su faceta más descarada, festiva y estimulante; me estoy refiriendo, como a estas alturas ya debía de haberse adivinado, a Edgar Neville.
Desde luego, si es que hay una buena manera de empezar este lo que sea, es saludando la iniciativa (¡gubernamental!) de poner en la calle, con una presentación exquisita, con un derroche de medios casi inédito, un amplio e interesantísimo recorrido por una de las panorámicas más fecundas de la literatura humorística de este siglo. Al principio, uno se temía que, como suele suceder en estos números de homenaje, el lujo de la presentación, el envoltorio del «marrón glacé»—como dijera Jardiel Poncela— escondiera dentro una castaña, esto es, el simple deseo de despachar el asunto reconociendo el atraso y el olvido y poniendo en circulación una serie deslavazada de textos que honran pero que no dan la medida auténtica de quien o de lo que se quiere recordar. Afortunadamente en este caso no ocurre así. Tranquiliza, desde el primer momento, comprobar que la sabia y experimentada mano de José María Torrijos queda al cuidado del volumen. Estamos, justo es decirlo, ante un conocedor de primera mano del trabajo y la relación entre los miembros de esa felizmente nombrada «otra generación del 27», como lo avalan sus ya numerosos trabajos sobre López Rubio y el resto de los miembros de la misma: Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Antonio de Lara («Tono») y quien hoy nos ocupa. Con Torrijos al frente adquirimos la completa seguridad de que, puestos a recordar la trayectoria de Neville, lo que se nos va a ofrecer es a este hombre y a su obra en su justa medida. Dicho de otro modo, aquí no estamos ante la recopilación mal cosida de una serie de visiones, recuerdos u opiniones particulares y deslavazadas; muy al contrario. Se trata de la concreción de un corpus completo de la vida y obra del autor en cuestión, con la sabiduría y la certeza de haber sabido ubicar las diferentes facetas de Edgar Neville —dramaturgo, cineasta, novelista, periodista, poeta—hasta ofrecernos una dimensión mucho más que plausible de la obra de un injustamente olvidado autor de nuestro tiempo. Con inteligencia, Torrijos ha prescindido de nombres de relumbre que den una visión tópica y de primera mano para salir del paso y recurre a los (pocos) especialistas en la obra de Neville para ofrecernos un completo panorama de sus actividades, por una vez con un afán mucho más divulgativo que enjundioso. Así, María Luisa Burguera se olvida de las sesudas disecciones semióticas que ha realizado de las obras teatrales de Neville y nos ofrece un tan asequible como minucioso panorama de cuanto compete a la obra teatral, con un profuso recorrido por piezas, personajes, situaciones etc., incluyendo en su estudio obras que el autor no llegó nunca a estrenar. Antonio Ubach Medina analiza la labor más apasionante de Neville, sin duda la más gratificante hoy día: su labor en la prensa. Pero la analiza con el plausible sentido de dedicar una preferente atención a su labor creadora sobre la estrictamente periodística y se centra en los relatos humorísticos, no sólo en revistas al uso como Buen Humor, Gutiérrez, La Ametralladora o la mítica La Codorniz, de la que puede considerarse tan fundador como Mihura, sino en publicaciones de todo tipo. Fue Neville un autor más dotado para el relato corto que para la novela; el exhaustivo trabajo de Ubach Medina rescata del olvido un amplio caudal de obras, con su correspondiente y exacta ubicación, lo que abre un amplio campo para investigaciones y trabajos posteriores. Por su parte, Antonio Castro revela los entresijos de la faceta –pese a lo que él mismo niega- más conocida de Neville: su condición de autor de cine, director, productor y guionista, con un recorrido, ciertamente desmitificador pero apasionante, de la práctica totalidad de su producción. A diferencia de Burguera, Castro completa su análisis con elaboradas opiniones no siempre favorables a la cinematografía de nuestro autor, lo que certifica la profundidad y ponderación de su análisis.
Con todo, las perlas de la corona se las amputa el propio editor. A José María Torrijos debemos, en primer lugar, un delicioso recorrido por la vida de Neville, sabiamente incardinado en el devenir de la España del siglo, en el que no faltaba la multitud de anécdotas que certifican la singular bonhomía de nuestro autor. La biografía de Torrijos transciende la enumeración de fechas y datos para amalgar la vida del autor y el entorno en que transcurrió, en un ameno repaso por las vicisitudes de la nación. Pero al editor debemos también la revelación de parte del epistolario inédito que Neville mantuvo con uno de sus íntimos amigos, hombre inevitable también tanto a la hora de analizar el humorismo español del siglo como la presencia de españoles en Hollywood los años 20 y 30: José López Rubio. Las cartas que envía Neville –no se reproducen, sin embargo, las contestaciones de López Rubio- revelan, por un lado, el atrayente mundo de sus lúdicas peripecias hollywoodenses, su trato directo y desenfadado con las principales figuras cinematográficas de la época, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford, Greta Garbo, Joan Crawford, etc., y por otro, ya en años posteriores, las repercusiones del estreno de su obra teatral más conocida, El Baile, en los escenarios europeos. Unas simpáticas aleluyas completan este epistolario. Como muestra del talento literario de Neville, la edición ofrece el texto de una pieza teatral no estrenada: Aquella Mañana; una nueva vuelta de tuerca a uno de los temas preferidos de su autor: la premonición en un lapsus de tiempo, o lo que es lo mismo, la posibilidad de que las cosas pudieran haber ocurrido de otra manera y no como realmente ocurrieron. Centrada en los tiempos de la Revolución Francesa y mezclando personajes reales e inventados, Neville presenta una serie de situaciones que, de haberse producido hubieran podido cambiar radicalmente el curso de la Humanidad.
Si a los completos estudios que forman el volumen y a la recuperación de una obra prácticamente desconocida añadimos que no se ha escatimado a la hora de reproducir ilustraciones y fotos —la mayor parte de éstas inéditas y, justo es decirlo también, aportadas, en su mayoría, por el propio editor—, no hay duda de que estamos ante uno de los números homenaje mejor planteados a los que hemos podido acceder en los últimos tiempos. Sólo empaña esta obra la ausencia de un estudio siquiera leve, sobre la interesante novelística de Neville, recuérdense títulos fundamentales como Don Clorato de Potasa, La niña de la calle del Arenal, Producciones García o La piedrecita angular, pero parece ser que problemas conyunturales lo hicieron imposible. Pese a esta cojera, no hay duda de que estamos ante una obra seria, y esta seriedad es la que, paradójicamente, va a conseguir que se vuelva a disfrutar la obra de uno de los mejores humoristas del siglo pasado.