En las páginas deslumbrantes de la obra se aprecia una extrema crueldad, la del autor vuelto hacia sí mismo, pues todas las sátiras e invectivas dedicadas por Renard a sus ilustres contemporáneos son únicamente cortinas de humo de la ferocidad con que contempla el escritor las ruinas de sus ilusiones literarias. Por ello, la lectura culturalista que sin duda debe hacerse de este Diario no oculta el desgarro intimista que lo recorre. La profunda mirada escrutadora del francés compone unas memorias que parten de la vivencia de un fracaso; pues Renard sólo obtuvo un parcial éxito con su oscura dramaturgia. Estamos ante uno de los momentos claves en la gestación de la intimidad literaria, que apunta las patologías del yo tan inequívocamente contemporáneas. El planteamiento romántico del Sturm und Dranges superado por Renard en una opción más viviseccionista, en una tarea de taxidermista de los comportamientos. Es constatable una delicada minuciosidad, casi entomológica, con ese frío desapasionamiento propio de un Rembrandt en su celebrada Lección de anatomía, o lo que es más relevante, en las intuiciones programáticas de la educación sentimental flaubertiana. Hay una mayor contención y al mismo tiempo una mayor crueldad; nunca la neurosis del romántico y sí esa hiriente media sonrisa.
En una época brillante, no hay mejor guía para degustar su mundanidad. Rostand, Toulousse-Lautrec, las delirantes ocurrencias sobre Baudelaire, Mallarmé, entre otros tantos, desfilan por la pluma inquisitiva de un autor diletante y memorable. Cobran un especial valor las páginas dedicadas a los hermanos Goncourt, ejemplo de distanciamiento y de necesidad para el menesteroso autor, pues a su inicial repudio se sigue el ingreso en la secundaria Academia de los no admitidos en la francesa. O esa amistad cultivada con el, por fin, justamente recobrado Marcel Schowb. Pero el autor del Diario se muestra un conservador artístico en definitiva, receloso de las vanguardias, en especial del surrealismo. Se sintió cercano a Víctor Hugo o a Rostand. Defendió al Zola intelectual, aunque no considerase su naturalismo narrativo.
Aunque Renard no sea un pensador de la talla de Pascal, ha legado en este delicioso y agridulce Diario un perfecto testimonio de una era de transiciones múltiples, además de haber logrado verdaderas y raras piezas líricas. Lo que llevó a escribir: «Saboreo la alegría áspera del espléndido aislamiento».