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En un corto espacio de tiempo se han publicado dos biografías dedicadas al escritor soviético Vasili Grossman (1905-1964). La más reciente ha sido escrita por Alexandra Popoff y lleva por título Vasili Grossman y el siglo soviético[1]. Se trata de una biografía muy completa y bien contextualizada en la que el exhaustivo repaso a la vida de Grossman va paralelo a la evolución política y militar de la URSS. También hace unos meses, se publicó Cartas y recuerdos de Vasili Grossman[2], libro preparado por Fedor Guber, hijo adoptivo de Grossman, que se sirvió de sus recuerdos personales y de pasajes de la correspondencia del autor con su madre, su mujer, sus hijos y amigos para trazar un recorrido por la biografía de su padrastro. Como escribe en el prólogo a esta edición el filósofo Tzvetan Todorov, uno de los artífices de la recuperación de Grossman en Occidente, el libro de Fedor Guber arroja “una nueva luz sobre diversos episodios que marcaron su existencia” y es “un retrato vivido y cercano” de un escritor que “representa el caso excepcional de un individuo que logró conquistar la integridad moral viviendo en un país sometido a la dictadura totalitaria”.

Vasili Grossman y el siglo soviético. Crítica. 2020

A la vez, acaba de publicarse una nueva edición de Stalingrado[3], novela que en otras ediciones llevaba el título de Por una causa justa y que fue concebida como la primera parte de Vida y destino. Esta edición recupera el título y el texto original, que sufrió muchos recortes por la censura.

Recuperado en Occidente

Las dos biografías publicadas ofrecen un veraz retrato de la vida de un escritor que gozó de mucha popularidad en la Unión Soviética durante los años de la segunda guerra mundial y que luego fue proscrito por las autoridades comunistas. En los últimos años de su vida, apenas consiguió publicar un par de relatos y algunos pasajes de sus últimos libros, y se convirtió en un escritor invisible, aunque el KGB lo seguía vigilando. Después de su muerte, su literatura fue completamente olvidada hasta que en Occidente, primero en Fráncfort, en 1970, se publicó Todo fluye, su última novela que hasta 1989 no se publicó en la URSS, el mismo año que Archipiélago Gulag. Más tarde, en 1980, en Suiza, apareció Vida y destino, su gran obra, que fue requisada por el KGB en 1961; esta edición procede de uno de los manuscritos que había escondido Grossman y que entregó a su amigo Semión Lipkin; este manuscrito fue microfilmado con la colaboración del escritor Vladimir Voinóvich y del físico Andréi Sájarov y posteriormente pasado a Occidente. En 1983 apareció la primera edición en Francia y en 1985 en Londres y Nueva York. Hasta 1988, bajo el gobierno de Mijaíl Gorbachov, esta novela no se publicó en la URSS, aunque la censura volvió a eliminar algunos pasajes, los más controvertidos. En 1990 apareeció por vez primera la edición completa de la obra.

En Occidente, «Vida y destino», al igual que pasó con «Doctor Zhivago» y «Archipiélago Gulag», se ha convertido en todo un acontecimiento y ahora mismo está considerada una de las obras fundamentales del siglo XX

En España, se publico en 1983 una traducción del francés y hasta 2007 no apareció la primera edición directamente traducida del ruso por Marta Rebón. De esta edición se han vendido en España 250.000 ejemplares. A partir de ese momento, ha renacido el interés por su autor y por el resto de sus obras.

En una familia judía

Vasili Grossman nació en 1905 en la ciudad de Berdíchev (Ucrania), en un clima en esos años de persecución gubernamental y continuos pogromos contra los judíos. A pesar de la contribución que realizaban a la sociedad en la economía, la vida pública y la cultura rusas, la población judía seguía enfrentándose a restricciones legales y recibía un trato peor que otras minorías. “La autocracia rusa –escribe Popoff- estaba empleando una fuerza brutal para implantar la política de un solo zar, una única religión y una sola nacionalidad”. A esto hay que sumar el fallido levantamiento contra el zar de 1905, que atravesó el imperio de terrorismo político, disturbios del campesinado y amotinamientos que obligaron al zar a hacer concesiones como la elección del primer Parlamento ruso, la Duma.

Sus padres, ucranianos asimilados, él ingeniero y ella profesora de francés, rechazaban el estilo de vida de los judíos, su religión y sus tradiciones. Aunque le pusieron un nombre judío, Iósif Solomónovich, que sólo aparecía en sus papeles oficiales, la familia le llamó Vasia, un nombre ruso. Tampoco su familia lo envió al jéder, la escuela judía. Ahora bien, como escribe Popoff en su biografía, “pese a que Grossman no era religioso, leyó la Biblia y no fue ajeno a la tradición bíblica. Recibió una influencia directa de la creencia judía en la importancia de la compasión, en la necesidad de amar la vida y resistirse a morir hasta el último minuto, en la necesidad y obligación de recordar el pasado y honrar a los muertos, e igualmente en la necesidad de dar testimonio”, aspectos que saldrán a la luz en su literatura especialmente a partir de la segunda guerra mundial.

Cartas y recuerdos de Vasili Grossman. Galaxia Gutenberg. 2019.

Sus padres se separaron pronto y Grossman vivió en Berdíchev con su madre hasta que comenzó los estudios universitarios, primero en Kiev y luego en Moscú. Viviendo en Kiev, tuvo lugar el golpe de estado comunista y la llegada al poder del Partido Bolchevique y el posterior Terror Rojo.

Sus primeros pasos como escritor

Buen estudiante y amante de la lectura, el joven Grossman fue un apasionado de la ciencia. En 1923 lo aceptaron en el Departamento de Química, integrado en la facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de Moscú. En sus años universitarios, participó activamente en la vida cultural y política, cuando la revolución comunista empezó a imponerse en todas las instituciones. Esta vida cultural le llevó a apasionarse por la literatura y a descuidar sus estudios científicos. En 1928, el mismo año de su boda con Anna Matsiuk, Galia, mujer ya casada, comenzaron sus colaboraciones periodísticas y comenzó a plantearse ser escritor.

En la Rusia actual, donde, como escribe Popoff, “la gravedad de los crímenes de Stalin no ha llegado nunca al conocimiento público y apenas se han erigido unos pocos monumentos a las víctimas del estalinismo”

En esos años leyó La muerte de Iván Illich, novela corta de Tolstói que le provocó un poderoso impacto: “me ha impresionado profundamente, no puedo dejar de pensar en él”. Tolstói fue uno de los escritores que más le influyó como escritor. Con él aprendió, además, el gran poder que tiene la literatura para condensar pensamientos y emociones.

Stalingrado. Galaxia Gutenberg. 2020

Finalizó sus estudios universitarios en 1929 y comenzó una temporada de prácticas en una empresa de jabones; en 1930, el mismo año que nació su hija Katia, se trasladó a Donetsk para trabajar como químico en una mina de carbón del Dombás. Sirviéndose de su experiencia en esta mina, comenzó a escribir sus novelas Glückauf y Stepán Kolchuguin. Pero después de un año, mostró síntomas de tuberculosis y su padre consiguió que le trasladaran al Instituto de Patología e Higiene Laboral de Donetsk. Para recuperarse de la enfermedad, pasó una temporada en un sanatorio en Sujumi, la capital de Abjasia. A la vez, le llegan noticias de las dramáticas consecuencias que estaba viviendo la población ucraniana durante los años de la hambruna.

Regreso a Moscú

En 1932, dimitió de sus puestos en Donetsk, regresó a Moscú y rompió su matrimonio con Galia. Encontró trabajo en una fábrica de lápices y reanudó  su actividad literaria en un año muy importante para la literatura soviética: en 1932 se acuñó el término “realismo socialista”, el único estilo de arte y literatura que gozaría de la sanción oficial, y se creó la Unión de Escritores Soviéticos, organización cuya dirección era elegida por el Partido Comunista. Gracias al apoyo de Gorki, consiguió publicar su primera novela, Glückauf, “la más floja de las obras de Grossman”, una novela “industrial” (tema que se puso de moda a partir de la puesta en marcha de los Planes Quinquenales) en la que el mensaje político “nubló su talento y originalidad”.

A pesar de todo, la novela tuvo un moderado éxito y Grossman entró a formar parte de la Sociedad de Escritores de Moscú. Comenzó a trabajar en su novela histórica Stepán Kolchuguin. Tras la publicación de su relato En la ciudad de Berdíchev (1934), que recibió muy buenas críticas, pasó a ser un empleado de la literatura del Estado y dejó su trabajo en la fábrica de lápices. Ese año se celebró el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, que marcó las directrices del partido para la literatura. En 1937, ingresó en la Unión de Escritores, lo que le permitió disfrutar de las ventajas materiales de las que disfrutaban los escritores del estado. En estos años, apoyó fielmente las directrices del partido para la literatura.

Comienzan las purgas

A pesar de todo, su trayectoria pudo haberse torcido a raíz de sus afinidades con el grupo literario Pereval, que fue desmantelado en 1932. Este grupo era partidario de llevar la ideología socialista a las obras artísticas; sin embargo, fueron denunciados por rendir más culto al artista que al propio Partido Comunista. Sus miembros, bajo sospecha desde 1931, figuraron entre los autores políticamente sospechosos, también Grossman. En este círculo de amistades, conoció a Olga Mijáilova Gúber, Liusia, la mujer de Borís Gúber. Liusia tenía dos hijos, pero los abandonó para iniciar a partir de 1935 una relación con Grossman (Liusia y Borís se divorciaron en 1936).

En «Vida y destino» Grossman sometió a juicio al estalinismo, yuxtaponiendo los crímenes contra la humanidad que los soviéticos perpetraron con los cometidos por los nazis

En 1934 tuvo lugar el asesinato de Serguéi Kírov, el líder del Partido en Leningrado, suceso que desató numerosas purgas que también afectaron a científicos, escritores y artistas. Alexandra Popoff da la cifra de dos mil escritores arrestados en las purgas, de los que solo unos quinientos regresaron de las cárceles y los campos de trabajo[4]. En 1936, Nikolái Yezhov sustituyó a Yagoda en la comisaría de Asuntos Internos y desde que ocupó la jefatura del NKVD todavía fueron más numerosas las purgas y las detenciones. Entre el verano de 1937 y noviembre de 1938 se detuvo a cerca de 1,6 millones de personas y se ejecutó a unas 700.000. En julio de 1939 se aprobó la Orden nº 00447 contra los “elementos antisoviéticos”, por la que se asignaron cuotas de arrestos y ejecuciones para cada región y república.

En junio de 1937 detuvieron a varios antiguos miembros de Pereval: Gúber, Katáiev y Zarudin. Los tres fueron ejecutados. Seis meses después, el NKVD detuvo a Olga. Para que sus dos hijos –Fedia, de seis años, y Misha, de once- no fueran enviados a los orfanatos especiales del NKVD para menores “socialmente peligrosos”, Grossman obtuvo la custodia legal de ellos. Olga tuvo suerte y permaneció detenida pocos meses. En esas mismas fechas, algunos amigos muy cercanos que habían sido deportados le informaron de la extensión de los campos de concentración en Kolymá y de las condiciones en las que vivían y morían numerosos presos. Su fe en los ideales de la revolución y en el papel del Partido Comunista comenzó a decaer. Además, tampoco alcanzó a comprender el acuerdo que en agosto de 1939 firmaron Hitler y Stalin, el llamado Pacto de Ribbentrop-Mólotov. El 1 de septiembre, Hitler invadía Polonia y el 17 de septiembre lo hacía Stalin.

Corresponsal de guerra

A finales de la década de los 30, terminó su novela Stepán Kolchuguin, que se publicó primero por entregas en la revista Znamia y luego en dos volúmenes en 1941. Pocos meses después, Hitler invadió la URSS y la guerra cambió radicalmente su vida. La ciudad ucraniana de Berdíchev, donde seguía viviendo su madre, fue ocupada en el mes de julio. Constantemente, le llegaban noticias de las masacres nazis contra los judíos en territorio ruso.

Por su mala salud, quedó excluido del servicio militar, pero pidió que lo enviaran al frente como corresponsal de guerra. Fue destinado al diario Estrella Roja, muy popular entre los soldados. Sus reportajes y crónicas le convirtieron en el corresponsal más apreciado. En ese periódico publicó en 1942 su primera novela sobre la guerra, El pueblo es inmortal, que se convirtió en un clásico soviético. (Esta novela suele incluirse en el volumen de sus reportajes bélicos, Años de guerra[5]).

La batalla de Stalingrado

En agosto de 1942, fue enviado a cubrir el asedio a Stalingrado, ciudad industrial a mil kilómetros de Moscú que se extendía por la abrupta orilla occidental del Volga. Esta batalla resultó determinante en el resultado de la guerra; fue la más cruel y sangrienta: los muertos, heridos y presos ascendieron a dos millones. Cuando se encontraba en Stalingrado, recibió la noticia de la muerte en un accidente de Misha, de dieciséis años, el hijo mayor de Olga y Borís Gúber.

«Antes creía –dice Grossman en una ocasión- que la libertad era libertad de palabra, de prensa, de conciencia. Pero la libertad se extiende a la vida de todos los hombres”

Grossman se convirtió en el cronista más famoso de esta batalla, que tanto influyó en sus posteriores escritos y en su manera de analizar el dramático alcance de la guerra. En una carta dirigida a Olga, escribió: “Lo que he visto aquí puede inspirar con justicia la admiración del mundo. El mundo no ha conocido nunca tanto coraje, tanta resistencia. Hay que inclinarse ante las personas que sacrifican la vida con tanta sencillez, en batallas feroces que se prolongan día y noche, sin descanso. Son días duros y sublimes: nunca los olvidaré mientras viva”. En el fragor de la batalla, consiguió escribir Apuntes de Stalingrado, para muchos, los reportajes más convincentes que se escribieron durante la guerra. Fue en esos meses cuando empezó a bosquejar su novela Stalingrado.

Testigo del Holocausto

A medida que las tropas soviéticas avanzaban hacia Alemania, fue teniendo conocimiento de los numerosos crímenes que se cometieron contra los judíos, que aparecieron en reportajes y relatos, como el titulado Ucrania sin judíos, que sin embargo fue censurado por las autoridades. En estos años hay que destacar también su participación en la Comisión Literaria del Comité Antifascista Judío, creado para denunciar los crímenes nazis cometidos contra los judíos. Al principio, las actividades de este Comité sirvieron al Gobierno de Stalin para recaudar fondos para la reconstrucción nacional. Pero poco a poco las autoridades soviéticas frenaron sus actividades, pues algunos miembros, como el propio Grossman, estaban removiendo asuntos muy incómodos para el régimen, ya que el antisemitismo seguía instalado en la sociedad rusa y en sus gobernantes.

Desde 1943 hasta 1946, colaboró activamente en la recopilación de materiales (cartas, diarios, testimonios, documentos, artículos…) que luego deberían formar parte de El libro negro[6], volumen que preparó en colaboración con el escritor Ilyá Ehrenburg y que contenía diferentes trabajos y reportajes sobre lo acontecido en la URSS en aquellos años contra la población judía.

Llamativamente, y más después de los esfuerzos realizados para investigar sobre estos hechos, en 1947 el propio Stalin prohibió explícitamente su publicación. El Comité acabó disuelto en 1948 y trece de sus miembros, calificados de “espías sionistas-estadounidenses” y “cosmopolitas desarraigados” (eufemismos que se emplearon contra los judíos), fueron ejecutados por prácticas antirrevolucionarias. Una edición de este libro, incompleta, apareció en 1980 en Israel. En 1989 se autorizó la consulta de los materiales recopilados por el Comité, unos veintisiete tomos de documentación. En Rusia, hubo que esperar hasta 2015 para disponer de una edición.

En el avance de las tropas rusas, pasaron por Berdíchev, su ciudad natal, donde supo del asesinato de su madre, suceso que ya intuía pero que le dejó profundamente afectado. Además, vivió toda su vida con el peso en su conciencia de no haberse llevado a su madre a vivir a Moscú cuando empezó la guerra.

En 1944, en la revista Znamia publicó El infierno de Treblinka, la crónica que escribió cuando liberaron este campo de prisioneros judíos y que posteriormente sirvió de prueba en los juicios de Núremberg. Se trata, como escribe Popoff, “de una obra de periodismo de investigación, un ensayo histórico y filosófico, y un réquiem por las víctimas”. También fue testigo de la batalla de Berlín y de la rendición de Alemania.

Vuelve el absoluto control

Tras la guerra, se entregó a escribir una novela sobre la batalla de Stalingrado en la que intentó recordar a los millones de muertos soviéticos anónimos que habían fallecido durante el conflicto, pero este discurso no cuadraba con las intenciones del régimen, que creó una versión victoriosa de lo sucedido en donde no tenían cabida los difuntos. En este tiempo, incluso el Partido volvió a recuperar el control absoluto sobre la literatura y las artes, dejando poco margen para experiencias artísticas al margen de las premisas del realismo socialista. En 1946, fueron expulsados de la Unión de Escritores dos destacados y conocidos autores, Anna Ajmátova y Mijaíl Zoschénko, precisamente por no someterse al realismo socialista. El propio Grossman padeció personalmente esta actitud del régimen. Una obra de teatro aparentemente inocua, Si tuviéramos que creer en los pitagóricos, fue acusada de decadente y burguesa al contradecir el marxismo-leninismo.

Terminó de escribir Stalingrado en 1948, novela en la que el tema judío ocupaba un lugar destacado. Incluso su protagonista era un físico judío, Víktor Shtrum. Tuvo problemas para publicarla, pero apareció al final en 1952 por entregas en la revista Novi mir con el título de Por una causa justa[7], aunque tuvo que hacer muchos cambios a causa de la censura, en total cien fragmentos, algunos de un par de frases, otros de párrafos y hasta páginas enteras. Fue obligado a resaltar especialmente los méritos del partido y de Stalin en la victoria final.

La nueva edición que acaba de publicar Galaxia Gutenberg recupera el título, Stalingrado, y la redacción original, que modifica sustancialmente sus objetivos. Tras un recibimiento entusiasta, a partir de 1953, y tras un primer artículo muy crítico en Pravda, con lo que ello significaba, vio cómo se desataba una campaña en contra de su novela y su persona: pasó de golpe de héroe a ser un escritor incómodo para el régimen de Stalin. Esta campaña coincidió con el “Complot de los Médicos”, un grupo de médicos judíos a los que se les acusó de saboteadores y terroristas, que tuvo su fin con la muerte de Stalin en marzo de 1953.

Vida y destino, su testamento moral

El holocausto, la crítica al régimen soviético y las semejanzas entre los regímenes totalitarios de Hitler y Stalin son los temas de su novela Vida y destino, a la que dedicó diez años de trabajo y de investigación y para la que entrevistó a supervivientes de los Gulag, como el poeta Nikolái Zabolotski, acusado de trotskista en 1938, quien incluso publicó un libro con sus memorias, La historia de mi encarcelamiento, aparecido en 1956. A partir de 1955, la mujer de Nikita, Yekaterina, se convirtió en su amante y en 1956 se fueron a vivir juntos, aunque Grossman nunca rompió del todo con su familia y en 1958 puso fin a su relación sentimental con Yekaterina, aunque siguieron manteniendo una estrecha amistad.

Pensó que tras la muerte de Stalin en 1953 y los nuevos aires que trajo el ascenso de Nikita Jruschov a la secretaría general del Partido Comunista, se inauguraba una nueva época en la URSS de la que saldrían beneficiados él y su literatura. Pronto iba a comprobar el error de sus predicciones.

Vida y destino es un gran fresco sobre la Segunda Guerra Mundial. El argumento se basa en el cerco de Stalingrado y tiene como  protagonista a Shtrum, un físico investigador, judío e intelectual involucrado sin desearlo en el estalinismo. La narración se multiplica al describir el autor la guerra desde todas las perspectivas posibles y, también, la proliferación de crímenes y de campos de concentración con muchos personajes tomados de la vida misma.

En esta novela denuncia abiertamente las consecuencias que los totalitarismos tienen para los individuos concretos, que son sistemáticamente despreciados en beneficio de un régimen inhumano fundamentado en la dictadura y la opresión. La novela es un impactante y demoledor cuadro histórico que explica mejor que muchos estudios el terror del nazismo y del estalinismo. A medida que fue escribiendo sobre el Holocausto, encontró más paralelismos con el régimen de Stalin. “Los dos –escribe Popoff- han descartado la noción de la humanidad. Las vidas individuales, sometidas a Hitler y Stalin, carecen de valor por sí mismas”. En el caso de la dictadura soviética, denuncia que los bolcheviques “fundaron un estado que prometía igualdad y justicia social, pero aniquilaron la libertad”. Además, es también un duro examen de conciencia personal, pues utilizó el argumento de este libro para reflexionar sobre su propia vida y su identidad de judío ruso.

Problemas con el KGB

En 1957 se pudo comprobar cómo el régimen seguía aferrado a sus posiciones ideológicas, sin admitir ninguna crítica y con un control absoluto de lo que se publicaba.  Pero ese año se desató un terremoto literario y político. Pasternak, a través de la editorial italiana Feltrinelli, publicó en el extranjero Doctor Zhivago, que se utilizó por ambos bandos para alimentar la guerra fría. La demoledora respuesta del régimen soviético, que obligó a Pasternak a rechazar el premio Nobel en 1958, fue un aviso de lo que podía suceder a la novela de Grossman, que incluía críticas contra el estalinismo todavía más duras que la novela de Pasternak.

En 1960, intentó publicar Vida y destino, pero sólo recibió fuertes críticas y el explícito rechazo de la Unión de Escritores. Durante ese periodo es cierto que se dieron algunos cambios –por ejemplo, Solzhenitsyn publicó en 1962 Un día en la vida de Iván Denísovich-, pero las autoridades soviéticas volvieron a rectificar en su política aperturista ya que no querían que se repitiese lo que había sucedido con Boris Pasternak. La censura y el KGB volvieron a imponer su ley. El manuscrito que envió a la revista Znamia acabó en el Comité Central del Partido Comunista. El jefe de la sección cultural, Dmitri Polikárpov, la calificó como una “sucia calumnia contra la sociedad y el Estado soviéticos”. Otros miembros la vieron como una novela “ideológicamente dañina” y “políticamente desleal”. Incluso llegaron a decirle que su obra no se publicaría en la URSS hasta dentro de 250 años. Cuando conoció estas acusaciones, Grossman escondió varias copias de la novela.

En febrero de 1961, su novela fue confiscada. El KGB saqueó su apartamento y el de su mecanógrafa, llevándose hasta el papel carbón y las cintas de la máquina de escribir. Deprimido por todo lo sucedido, vio cómo se le cerraban todas las puertas. Si ya era calificado de escritor difícil y complicado, Grossman se convirtió en proscrito.

Un paréntesis: su viaje a Armenia

Como su situación económica pasó a ser delicada, para ganar algo de dinero aceptó la oferta de realizar un viaje a Armenia para trabajar en la traducción de la novela Los niños de la Casa Grande, del escritor armenio Rachía Kóchar. Con las cartas que desde Armenia escribió a un amigo contándole la estancia de dos meses en estas tierras, escribió unas memorias, Que el bien os acompañe, que han sido traducidas recientemente al castellano por vez primera por Marta Rebón.

El contacto con el pueblo armenio, perseguido por el régimen comunista, le lleva a comparar e identificar este sufrimiento con el que ha padecido el pueblo judío a lo largo de la historia y en el presente. El viaje resultó una sacudida interior al comprobar las costumbres, su historia y los ecos de las sucesivas persecuciones del pueblo armenio. Libro muy íntimo, que tampoco fue publicado en vida, en el que afloran las duras circunstancias personales que estaba atravesando, como la progresiva enfermedad y su obligado silencio como escritor.

Desesperada carta a Jruschov

Tras la celebración del Vigésimo Segundo Congreso del Partido Comunista a finales de 1961, en el que Jruschov volvió a defender la necesidad de “contar la  verdad sobre el abuso de poder en la época de Stalin”, pensó que las cosas estaban cambiando en la URSS y que su novela, por fin, se podría publicar. Por eso, en 1962 escribió una larga carta al mismísimo Nikita Jruschov solicitando la publicación de su obra y reclamando que le devolviesen los originales que habían sido confiscados por el KGB.

En la carta, recuerda que “ha pasado un año. He pensado de forma prolongada e incesante sobre la catástrofe que ha sufrido mi vida como escritor y sobre el destino trágico de mi libro”. Y continúa: “Quiero compartir aquí mis pensamientos, con toda franqueza. En primer lugar, tengo que decir lo siguiente: no he llegado a la conclusión de que mi libro contenga falsedades. En este libro he escrito lo que consideraba, y sigo considerando, que era la verdad. Solo he descrito las cosas que he pensado, sentido y sufrido”. Para Grossman, “mi libro no es político. He hablado en él, tan bien como he sabido, de las personas, sus pesares, alegrías, prejuicios, muerte. He escrito sobre el amor y la compasión”.

Y lanza estas preguntas a Jruschov: “¿Por qué se ha prohibido mi libro, que de alguna manera puede corresponderse con las necesidades espirituales del pueblo soviético, y que no contiene ni falsedades ni calumnias, sino verdad, dolor y amor por las personas? ¿Por qué me lo han quitado, mediante la violencia administrativa, y se ha ocultado de mi vista como de la del pueblo, como si de un criminal o un asesino se tratara?”. En su parte final, haciendo referencia a las palabras de Jruschov en el Congreso de 1961, afirma que “creo imposible imaginar una nueva sociedad sin un crecimiento sostenido de la libertad y la democracia”. Y concluye con esta desesperada petición: “Os pido que dejéis mi libro en libertad; pido que mis editores, y no los agentes del KGB, hablen y debatan conmigo sobre el libro. No hay lógica ni verdad en la condición presente, en que yo esté materialmente en libertad cuando el libro al que he dado mi vida está en prisión: como yo lo he escrito, no he renunciado a él y no renuncio… pido que mi libro quede en libertad”.

Cara a cara con el régimen

No recibió ninguna respuesta de Jruschov, pero a los cinco meses fue recibido por Mijaíl Súslov, uno de los ideólogos del Partido Comunista, que desempeñó el cargo de director del Departamento de Agitación y Propaganda durante la época de Stalin. Súslov le expuso con dureza los argumentos del Gobierno para no autorizar la publicación de Vida y destino. “Tu novela no se puede publicar… Tu novela es un libro político (…) Es hostil, no solo al pueblo y el Estado soviéticos, sino a todo aquel que lucha por el comunismo fuera de las fronteras soviéticas, a todos los obreros progresistas del mundo capitalista, a todo el que lucha por la paz”.

Súslov le recriminó que no escriba “lo que es necesario para el pueblo y útil para la sociedad”. También que compare el comunismo con el hitlerismo: “Tu libro describe a los nuestros, a los comunistas, de una forma incorrecta y falsa”. Además, “tu libro habla positivamente de la religión, Dios, el catolicismo”. Y compara la publicación de su libro con el daño que ya ha ocasionado el libro de Pasternak. “Tu libro, dice Súslov, resulta incomparablemente más peligroso, para nosotros, que Doctor Zhivago”.

Todo fluye, sin censura

Los últimos años de su vida, muy duros también en el terreno familiar, pues se incrementaron sus problemas con su mujer, los consagró a escribir relatos y a terminar Todo fluye[8], su última novela, donde todavía son más explícitas sus críticas al régimen soviético. Escrita poco después de Vida y destino, aparecen sin ninguna censura todas sus opiniones políticas sobre el totalitarismo comunista.

Para que no cayeran en manos del KGB, los relatos que escribió entre 1953 y 1963 los distribuyó entre sus amigos y colaboradores. Algunos de ellos, ocho en total, se han publicado en España gracias a una selección realizada por el filósofo Tzvetan Todorov con el título de Eterno reposo y otras narraciones[9]. Todos ellos los escribió sin someterse, como así había sido en otros momentos de su vida, a los dictados del realismo-socialista.

Para Todorov, estos relatos muestran los peligros de la sumisión del destino individual a los proyectos políticos totalitarios. El punto de vista no son los héroes o los grandes protagonistas de la historia rusa sino personas corrientes que sobreviven como pueden a las penosas circunstancias que les ha tocado vivir. Grossman muestra la rebelión contra los regímenes totalitarios con unos sencillos y anónimos personajes con los que quiere representar la bondad del ser humano.

Por su parte, Todo fluye tiene similitudes con su narrativa anterior y, especialmente, con Vida y destino. Como en otras novelas, se inspira en personajes que conoció muy de cerca, en este caso en la vida de su cuñado, Nikolái Sochevets. Su protagonista es también un eminente científico que fue represaliado en los años treinta, en la época de las grandes purgas, por defender la libertad en una intervención en la universidad. Iván “declaró que la libertad era un bien igual a la vida misma, que la restricción de la libertad mutilaba a los hombres igual que los golpes de hacha, que cortan dedos y orejas, y que la destrucción de la libertad equivalía al asesinato”.

Después de aquel discurso, fue expulsado de la universidad y deportado por tres años a la región de Semilpalatinsk, aunque sucesivas condenas le obligaron a permanecer treinta años en Siberia en diferentes campos de concentración. Como recordaba años después, “había recorrido todos los círculos del infierno de las prisiones y todos los campos, y no había muerto porque el fuego de la fe, que desde la adolescencia ardía en sus entrañas, lo había protegido de los cuarenta grados bajo cero, del intenso frío nocturno y del viento despiadado, de la distrofia y del escorbuto”.

Las cicatrices de los campos de concentración

Años después de la muerte de Stalin en 1953, Iván, el protagonista de Todo fluye, regresa a Moscú. Así comienza la novela, con el viaje a Moscú en tren tras recuperar la libertad. La primera parte de la novela describe el complejo proceso de adaptación del protagonista a esa vida, el espinoso reencuentro con amigos y compañeros en Moscú y en Leningrado, la visita a los lugares más importantes de su vida… El peso de la memoria resulta lacerante, y más todavía la constatación de la dificultad de ubicarse en ese nuevo mundo, donde todo le recuerda su vida anterior.

Los años pasados en los campos de concentración le han dado otra visión del mundo y de las necesidades vitales marcada por la desconfianza y el escepticismo. Iván vive como puede en esta nueva realidad sabiendo que su vida es ya un fracaso y que, como tantas miles de víctimas, deberá soportar una existencia marginal, pues le seguirán rechazando en todos sitios y trabajos ya que su presencia es un mazazo para la conciencia de los demás. Como se lamenta en una ocasión, “es cierto, es espantoso vivir en libertad”.

En la novela, con un tono ensayístico, reflexiona sobre los males del comunismo, la extensión del terror como sistema político, la denuncia de la ausencia de las libertades más necesarias y la evolución histórica del comunismo hasta la obscena unión entre los intereses del Partido y del Estado. Denuncia abiertamente la generalización de la represión y la extensión de los gulag. Y la falta de libertad, aspecto que subraya en muchos momentos en esta obra: “Antes creía –dice en una ocasión- que la libertad era libertad de palabra, de prensa, de conciencia. Pero la libertad se extiende a la vida de todos los hombres. La libertad es el derecho a sembrar lo que uno quiera, a confeccionar zapatos y abrigos, a hacer pan con el grano que uno ha sembrado, y a venderlo o no venderlo, lo que uno quiera. Y tanto si uno es cerrajero como fundidor de acero o artista, la libertad es el derecho a vivir como uno prefiera y no como le ordenen”.

Enfermedad y muerte

La imposibilidad de ver publicada en la URSS Vida y destino, la obra a la que había dedicado tantas energías (aunque al final de sus días aceptó que se pudiese publicar en el extranjero), le pasó factura, además de que para él esta novela era el mejor homenaje a su madre muerta, a quien está dedicada la obra.

En la biografía de su hijastro, Fedor Guber, se reconstruye cómo vivió en la intimidad todos estos sucesos, que le provocaron un gran sufrimiento y le llevaron a perder muchos amigos al ser señalado por el régimen, amigos que incluso se cambiaban de acera cuando se encontraban con él en la calle. Este libro cuenta de manera detallada su enfermedad y muerte. Como consecuencia de un cáncer de estómago y de los numerosos problemas que le ocasionó su enfrentamiento con la maquinaria del poder, falleció el 14 de septiembre de 1964. “Me han estrangulado en el umbral de casa”, escribió.

Olvidado en la Rusia actual

En Occidente, Vida y destino, al igual que pasó con Doctor Zhivago y Archipiélago Gulag, se ha convertido en todo un acontecimiento y su prestigio no para de crecer, ya que ahora mismo está considerada una de las obras fundamentales del siglo XX. No ocurre lo mismo en la Rusia actual, donde, como escribe Popoff, “la gravedad de los crímenes de Stalin no ha llegado nunca al conocimiento público y apenas se han erigido unos pocos monumentos a las víctimas del estalinismo”. En la actualidad, Stalin suele aparecer exclusivamente como el gran vencedor de la guerra contra los alemanes y responsable de la modernización del país. Putin, además, le ha rehabilitado. Como opina esta autora, Stalin respalda la imagen de que la Rusia de Putin es heredera del imperio ruso y del imperio de la Unión Soviética. En 2017, una encuesta destacó a Stalin como el personaje más señero de todos los tiempos, por delante de Putin y de Pushkin.

Ni antes ni ahora ha habido por parte del estado ruso un deseo de investigar los crímenes cometidos durante el comunismo. Más todavía, escribe Popoff, el estado “nunca ha asumido la responsabilidad por haber asesinado a millones de personas y nunca ha admitido de forma clara y definitiva sus crímenes”. En la Rusia postsoviética –afirma-, el sistema comunista no ha sido sometido a un juicio merecedor de tal nombre”. Por todo ello, Grossman no encaja con la actual propaganda oficial que asume de alguna manera el relato que el Partido Comunista hizo tanto de la segunda guerra mundial como del estalinismo en general.

Todo lo contrario a lo que Grossman buscaba con sus libros. “En Vida y destino Grossman sometió a juicio al estalinismo, yuxtaponiendo los crímenes contra la humanidad que los soviéticos perpetraron con los cometidos por los nazis”.

Reconocer los crímenes cometidos

¿Y cuáles fueron estos crímenes? La autora destaca el trabajo realizado por Alexander Yákovlev, autor del libro Un siglo de violencia en la Rusia soviética. Yákovlev fue un destacado funcionario del Partido Comunista en los años de Brézhnev que llegó a dirigir el Departamento de Propaganda del Comité Central y que, desde 1989, presidió la Comisión de Rehabilitación de las Víctimas de Represión Política. Con el material que consiguió recopilar durante años, describe extensamente estos crímenes que, por otra parte, han ido apareciendo con cuentagotas en los estudios que se han hecho sobre el comunismo soviético y en las memorias y recuerdos de muchas víctimas de estos crímenes, que muchas veces no consiguieron publicar sus obras en Rusia por la censura y circularon en samizdat (copias clandestinas) o se publicaron e el extranjero, como sucedió con las obras de Solzhenitsyn, Pasternak, Siniavski, Voinóvich y otros muchos escritores.

Sirviéndose de Yákovlev, Popoff detalla estos crímenes: “los documentos hablan de ejecuciones colectivas, sin juicio, habituales en tiempos de Lenin y Stalin; de los campos de concentracion soviéticos, incluidos campos para niños; de las represalias que aplastaron a la intelectualidad; de la destrucción del campesinado, los clérigos y los partidos socialistas no bolcheviques; de las brutales deportaciones de nacionalidades enteras, antes, durante y después de la segunda guerra mundial y de los prisioneros de guerra a los que, al ser liberados de los campos de concentración nazis, se enviaban directamente al Gulag”.

A los que habría que sumar las hambrunas provocadas, como la de Ucrania, con casi cuatro millones de muertos, y las muertes como consecuencia de los trabajos forzados de los prisioneros en las obras faraónicas diseñadas por Stalin. Para el Partido Comunista soviético, el fin justificaba los medios y tanto el régimen como sus líderes principales “estaban dispuestos a cometer cualquier crimen contra la humanidad para consolidar su monopolio del poder, la ideología y la propiedad y crear un rebaño sumiso”.

Cambiar la enseñanza de la historia

Para cambiar la percepción actual que tiene la sociedad soviética de la etapa estalinista (y de todo el régimen comunista), escribe Popoff siguiendo a Hannah Arendt, se debería facilitar el acceso a toda la información sobre esta época, lo que no están dispuestos a hacer los dirigentes rusos actuales, que siguen controlando estos documentos.

Y rescata Popoff una respuesta de la pensadora judía en una entrevista de 1974: “Lo que posibilita que haya un gobierno totalitario, o cualquier otra forma de dictadura, es la falta de información. ¿Cómo se puede tener una opinión propia si se carece de información?”. El régimen ruso actual ha hecho su opción: “es más fácil creer en un pasado glorioso que admitir que estalinismo y nazismo fueron un espejo el uno del otro”.

[1] Vasili Grossman y el siglo soviético. Alexandra Popoff. Crítica. Barcelona (2020). 512 págs. Traducción: Gonzalo García.

[2] Cartas y recuerdos de Vasili Grossman. Fedor Guber. Galaxia Gutenberg. Barcelona (2019). 406 págs. Traducción: Jorge Ferrer Díaz.

[3] Stalingrado. Vasili Grossman. Galaxia Gutenberg. Barcelona (2020). 1.200 págs. Traducción: Andrëi Kozinets.

[4] Un estudio sobre la represión soviética contra los escritores puede verse en Cien años de literatura a la sombra del Gulag. Adolfo Torrecilla. Rialp. Madrid (2017). 490 págs.

[5] Años de guerra. Vasili Grossman. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Barcelona (2009). 640 págs.

[6] El libro negro. Vasili Grossman y Ilyá Ehrenburg. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Barcelona (2012). 1.232 págs.

[7] Por una causa justa. Vasili Grossman. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Barcelona (2011). 1.100 págs. Traducción: Andrëi Kozinets.

[8] Todo fluye. Vasili Grossman. Círculo de Lectores/Gallaxia Gutenberg. Barcelona (2008). T.o.: Vsio techiot. Traducción: Marta Rebón.

[9] Eterno reposo y otras narraciones. Vasili Grossman. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona (2013). 252 págs, Traducción: Andréi Kozinets.

 

Adolfo Torrecilla (Madrid, 1960) es profesor y crítico literario. Dirige la sección de literatura de la agencia Aceprensa y colabora en diferentes revistas y medios de comunicación. Entre otras publicaciones, es autor de "Dos gardenias para ti y otros relatos".