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LA SITUACIÓN DE LA INSERCIÓN LABORAL DE LOS TITULADOS: ALGUNAS CONSTATACIONES

Para ese propósito, conviene partir de la breve exposición de algunas de las constataciones de que disponemos y que nos ofrecen recientes datos y estudios (entre ellos, el Informe de la Fundación CYD 2013 y Datos básicos del sistema universitario español 2013-2014 del Ministerio de Educación).

A modo de apretada síntesis, las principales constataciones disponibles sobre la inserción laboral de los titulados universitarios españoles se podrían concretar en los siguientes puntos:

a) Los titulados superiores (como se observa en el cuadro adjunto) muestran una mayor tasa de actividad (casi 9 puntos) y de ocupación (15 puntos) y una menor tasa de paro (9 puntos) que la correspondiente al conjunto de la población de nuestro país. Las tasas de actividad y ocupación y los salarios se elevan conforme mayor es el nivel de estudios de la población, mientras disminuyen la tasa de paro y los niveles de contratación temporal. Aunque estos datos han registrado un empeoramiento como consecuencia de la crisis económica, su evolución ha sido menos desfavorable para los titulados universitarios que para el conjunto de la población.

b) Sin embargo, cuando la situación de los titulados se compara tanto con la UE15 como con la UE28, se comprueba que, para una tasa de actividad similar, la tasa de ocupación se sitúa en España más de 7 puntos por debajo, la tasa de paro de los titulados es sensiblemente mayor (cerca de 9 puntos por encima), el nivel salarial es inferior al de la media comunitaria y la prima salarial respecto a los trabajadores con menor nivel de estudios es relativamente baja en relación a otros países europeos.

c) Los niveles de inserción laboral de los egresados universitarios y su evolución se pueden constatar en datos como los que ha comenzado a ofrecer el Ministerio de Educación (Datos básicos del sistema universitario español 2013-2014). El 70% de los titulados universitarios en el curso 2005-2006 figuraban de alta en la Seguridad Social seis años después, un porcentaje 12 puntos superior al del año siguiente a la graduación, que expresa la mejora de las tasas de inserción laboral a medida que transcurre el tiempo y se acumula experiencia profesional. Pese a que el impacto de la crisis resulta evidente y ha supuesto un retroceso en esos indicadores, con el transcurso del tiempo también se observan mejoras en la estabilidad en el empleo (un 64,4% del total), en los salarios (el 57% tenían una base de cotización de más de 2.000 euros) y en el encaje entre titulación y trabajo desempeñado (60,5% ocupaban un puesto acorde con su formación universitaria). Por ramas de enseñanza, las mejores tasas de inserción y adecuación entre empleo y estudios se alcanzan en las ciencias de la salud (un 80%), seguidas por las ingenierías, mientras que las peores se registran en las artes y humanidades (un 58%), seguidas por las ciencias sociales.

d) Resulta evidente el desajuste que existe entre la oferta de empleo de las empresas y la demanda de los titulados universitarios que, además de en desempleo, se traduce en subempleo y pone de manifiesto la importancia del fenómeno de la sobreeducación. Según se recoge en el Informe de la Fundación CYD, España era en 2013 el país de la UE28 con una menor proporción (y una diferencia de más de catorce puntos porcentuales) de graduados superiores ocupados en puestos correspondientes a su nivel educativo. Más del 32% de los titulados universitarios empleados desempeñaban en ese año tareas que no podían considerarse de alta cualificación, un porcentaje que ha venido aumentando en los últimos años.

e) Cabe resaltar, además, que muy pocos de los titulados universitarios que trabajan, solo el 6% al año siguiente y un 8% al cabo de seis años de la graduación, ejercen como autónomos. Un dato en el que no se percibe una tendencia sensible al aumento en los últimos años y que revela la insuficiencia de la cultura, el ambiente y los instrumentos de apoyo al emprendimiento en el mundo universitario.

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Puede decirse, en suma, que de estas constataciones derivan cuatro conclusiones principales. Primera, la formación universitaria eleva la disposición a trabajar y la empleabilidad de los titulados, que tienen empleos más estables, mejor remunerados y están resistiendo mejor la crisis que otros colectivos con menores niveles educativos, que son los que verdaderamente están siendo desplazados en el mercado de trabajo. Por eso, quienes cuestionan el valor de la educación para el empleo deberían contraponer a sus argumentos el coste de no estudiar. Segunda, aun así, los niveles de inserción laboral de los titulados universitarios españoles distan de resultar satisfactorios y han experimentado negativamente el impacto de la crisis. Tercera, ese nivel de inserción resulta claramente inferior al de la media y al de la mayor parte de los países de la UE, con tasas notoriamente menores de ocupación y claramente mayores de paro. Y cuarta, existen evidentes desajustes entre formación y empleo que, además de en desempleo, se expresan en el subempleo y en el fenómeno de la sobreeducación, que alcanzan en España cotas sensiblemente superiores a las de la UE y resultan claramente diferenciadas según las ramas de enseñanzas.

LOS DESAJUSTES EN LA INSERCIÓN LABORAL DE LOS UNIVERSITARIOS

A partir de las constataciones anteriores, cabe detenerse brevemente ahora en la naturaleza de los desajustes que se producen en la inserción laboral de los titulados universitarios en nuestro país. Entre muchas otras, hay tres tipos de cuestiones que me parecen principales y que se recogen a continuación:

a) La brecha entre oferta y demanda de empleos cualificados.Las insuficientes tasas de inserción de los titulados universitarios y el fenómeno de la sobreeducación, como se ha visto, evidencian un indudable desajuste entre oferta y demanda de empleos cualificados. Ese desequilibrio se genera por dos motivos. Por una parte, por un número de universitarios y de titulados superiores que ha crecido intensamente en las últimas décadas y que en términos relativos resulta más elevado en España que en la media de la UE. Por otra parte, y muy fundamentalmente, porque la economía española no produce suficientes ocupaciones de alta cualificación en comparación con los países de la UE. Prueba de ello la ofrece el hecho de que, en 2013, del total de los ocupados entre 25 y 64 años en España solo un 32,4% desempeñaban puestos de alto nivel de cualificación, 7 puntos por debajo de la media de la UE28 y muy lejos de los niveles correspondientes a países como Reino Unido, Suecia, Dinamarca, Holanda, Finlandia o Francia (entre el 45 y el 50%). Una situación que, en nuestro país, no ha seguido en los últimos años la mejoría observada en el conjunto de la ue (Informe Fundación CYD 2013). Así pues, el crecimiento del número de titulados universitarios y la incapacidad del sistema para absorberlos, pese al aumento de empleos cualificados, constituyen conjuntamente la razón que explica el balance de ese desajuste y de los problemas de sobrecualificación y subempleo.

Cabe preguntarse, por ello, si resulta demasiado grande nuestro sistema universitario o demasiado estrecho nuestro sistema productivo. Más allá de la evidencia de que ambos mundos deben aproximarse, no me parece que la respuesta la ofrezcan las tesis que apuntan a la existencia de un exceso de universitarios, ni mucho menos las que conducirían a una reducción de los niveles de acceso a la educación, aunque haya coincidencia en la necesidad de un reequilibrio entre la enseñanza universitaria y otros segmentos de educación superior, en particular en la formación profesional. La clave fundamental está, en cambio, a mi modo de ver, en un entorno productivo que resulta decisivo y que se caracteriza por un menor peso de los sectores intensivos en conocimiento y en el que la sensibilidad empresarial hacia el valor del capital humano resulta todavía relativamente reciente. Ampliar los empleos de alta cualificación en nuestro país resulta, por eso, no solo una recomendación indispensable para la mejora de la inserción laboral de los egresados universitarios sino también una exigencia inexcusable para la competitividad y el avance de las empresas españolas y del conjunto de nuestra economía.

b) La inadecuación de la formación a las necesidades productivas. La segunda de las cuestiones que merece una breve reflexión se relaciona con los procesos y perfiles formativos y su adecuación a las características y demandas del mercado de trabajo. Los déficit de adecuación entre formación y empleo son invocados principalmente por los empleadores, mientras que son percibidos en menor medida por los titulados que, según diversos estudios y encuestas, expresan un mayor grado de ajuste entre formación y empleo al considerar que utilizan ampliamente en el trabajo los conocimientos adquiridos y que incluso se infrautilizan algunas de sus capacidades.

En todo caso, y pese a los avances experimentados, no se puede ignorar que se mantienen desajustes que plantean la necesidad de mejorar los procesos y los resultados formativos de las universidades, revisando el «qué»y el «cómo» de las enseñanzas, la definición de la oferta de titulaciones y sus contenidos formativos, para que puedan adaptarse con rapidez y flexibilidad a una cambiante demanda de cualificaciones.

Por lo que respecta a la oferta de titulaciones universitarias, con el proceso de Bolonia no parecen haberse alcanzado los resultados deseados, en la medida en que no se ha seguido el camino de otros países decantados hacia grados cortos y generalistas, seguidos por itinerarios más especializados, de perfiles muy diversos y con complementos formativos a lo largo de la vida; ni se ha conseguido una efectiva reordenación del mapa de titulaciones que, en ocasiones, han proliferado sin la debida coherencia académica e introduciendo ciertas dosis de confusión en el mercado de trabajo.

La planificación de la oferta de las titulaciones universitarias ha respondido habitualmente más a estímulos de oferta que de demanda y adolece de un amplio conjunto de deficiencias como las que derivan de: un marco institucional que no facilita la adaptación rápida a las necesidades sociales; las dificultades para captar la demanda; los procesos de elaboración y desarrollo de los planes, quiénes los diseñan y cómo se acreditan; la complejidad y burocratización de la planificación de las enseñanzas; el academicismo de muchas instituciones; la escasa flexibilidad y los débiles vínculos con el sistema productivo. En muchos casos, además, la lentitud de los procesos universitarios se contrapone con la velocidad de transformación de las necesidades formativas y de unos conocimientos que cambian con rapidez y hacen que el vínculo entre formación y ocupación se vuelva incierto e inestable.

Corregir esas deficiencias requiere actuaciones para agilizar los procedimientos universitarios de implantación de enseñanzas; procurar la participación de agentes económicos y sociales en su diseño; disponer de mecanismos expresamente dedicados a velar por su adecuación a las necesidades sociales y productivas; y contar con instrumentos que permitan captar las demandas sociales y del mercado.

Parece imprescindible, además, establecer estrategias más potentes y definidas de formación continua —que no constituyen aún un eje central de las actividades universitarias, ni se desarrollan con la conveniente coordinación con otros agentes del sistema productivo— como fórmula para atender la rapidez del cambio en los conocimientos y cualificaciones.

Y resultaría conveniente, por último, una reflexión profunda y compartida sobre cuestiones como: el papel que corresponde a la universidad en el dilema entre una formación para el desempeño profesional y una formación básica en contenidos, actitudes y habilidades; la disyuntiva entre una orientación hacia la especialización desde el principio o hacia una sólida formación en los fundamentos científicos de las distintas disciplinas; la delimitación entre la formación universitaria y la formación en capacidades que solo se adquieren en el empleo; o la adaptación de los contenidos formativos para unas profesiones que, en unos casos, cambian con celeridad y pueden quedar obsoletas y que, en otros casos, pueden no existir siquiera todavía.

c) Las carencias en el apoyo a la inserción laboral. Hay además otra serie de desajustes, insuficiencias y obstáculos que dificultan la inserción laboral y la transición de los universitarios al mercado de trabajo, que requieren actuaciones entre las que se podrían contar algunas como las que se exponen a continuación.

Por un lado, el reforzamiento de los sistemas de información, orientación y ayuda a la inserción. Pese a los esfuerzos desplegados por las universidades, aún es insuficiente la oferta de servicios de ese tipo y resulta necesario, por ello, prestar mayor atención y promover nuevas y eficaces medidas, tanto para disponer de mecanismos de orientación y asesoramiento a los estudiantes, poco desarrollados todavía, como para ofrecer mayor información sobre titulaciones y empleo, a partir de los datos que proporcionen las universidades sobre la inserción de sus titulados en las diversas enseñanzas.

Por otro lado, para ampliar los vínculos de colaboración y los instrumentos de apoyo que faciliten la transición de la formación al mercado de trabajo y, en particular, para estrechar una relación entre formadores y empleadores que aún es muy escasa (con menos de un 50% de empleadores que manifiestan mantener esas interacciones) y resulta decisiva para abordar conjuntamente entre universidad, empresas e instituciones la complejidad de los problemas de inserción laboral de los titulados.

Por lo demás, para impulsar elementos que se han revelado inequívocamente como favorecedores de la empleabilidad, entre los que se cuentan algunos como los siguientes: los programas educativos en los que el aprendizaje está unido a la adquisición de experiencias de trabajo y la ampliación de los programas de prácticas; la acumulación de experiencias internacionales, facilitadoras de la inserción laboral como muestran, por ejemplo, los resultados de estudios sobre la empleabilidad de los participantes en el programa Erasmus; o el reforzamiento en los programas formativos de las capacidades y las «skills» más apreciadas y demandadas por los empleadores.

NUEVOS ESCENARIOS, NUEVAS PERSPECTIVAS

Las cosas están cambiando profundamente en la educación superior y en el mundo laboral, por lo que habrá que incorporar nuevas perspectivas al abordar la inserción de los titulados, con planteamientos renovados que han de tomar muy en cuenta las significativas transformaciones que se apuntan en, al menos, cuatro escenarios a los que haré una breve referencia a modo de reflexión final.

En el primero de esos escenarios no se puede dejar de considerar que los modelos educativos que han venido funcionando hasta ahora están siendo puestos en cuestión, tanto por la renovación de métodos como por la competencia abierta entre instituciones educativas, la extensión de la educación transnacional, la irrupción de las enseñanzas onlineo las nuevas formas de gestión y organización. Desde el punto de vista específico de la formación y la inserción laboral, ello obliga a la permanente adaptación de las enseñanzas y titulaciones a una cambiante demanda de cualificaciones y a un reforzamiento de los lenguajes universitarios relacionados con las «skills», la empleabilidad y el desarrollo económico. Y, al mismo tiempo, enfrenta a las universidades al desafío de evitar programas formativos en los que se incorpore más conocimiento pero menos educación, y esta se conciba como producto y no como proceso, no como conocimiento útil para toda la vida sino de «usar y tirar», con enseñanzas que tienen fecha de vencimiento y en las que, a veces, lo que sirve para hoy ya no servirá para mañana.

El segundo escenario nos enfrenta al profundo cambio que se está produciendo en la forma en que los estudiantes participarán de la educación, con transformaciones muy significativas respecto a los esquemas tradicionales, cambios en la presencialidad y dedicación residencial y a tiempo completo y en la propia duración de los estudios, con extensión a una formación a lo largo de toda la vida y estudiantes que tomarán cursos de diversas instituciones, con diversas modalidades y estrategias, al tiempo que establecen un contacto más directo con los empleadores a través de plataformas y redes. Ello puede contribuir a una adaptación más ágil al cambio de cualificaciones y a un aprovechamiento mayor de las trayectorias profesionales y de las potencialidades y capacidades de los estudiantes.

El tercer escenario perfila una situación en la que podría diluirse la importancia de los títulos formales y con reconocimiento que ahora otorgan las universidades, emergiendo patrones de titulaciones alternativos y paralelos a los actuales, que tendrán más relevancia para más estudiantes en más partes del mundo. Los títulos universitarios corren el riesgo, por ello, de perder importancia frente a programas y credenciales de otras instituciones que podrían llegar a tener para los empleadores un valor similar al de las certificaciones universitarias.

Y el cuarto escenario plantea la necesidad de que las universidades generen cauces adecuados de estímulo a la creatividad, el emprendimiento y las iniciativas de los estudiantes, porque ahora no se dispone de mecanismos apropiados para aprovechar y apoyar talentos e ideas que pueden acabar desarrollándose fuera del ámbito universitario, como ha ocurrido en casos tan llamativos como el de Steve Jobs, que abandonó los estudios universitarios, o el de Bill Gates que se definió a sí mismo como el «mejor entre todos los que fracasaron en la Universidad de Harvard».

La inserción laboral de sus titulados constituye un reto decisivo al que han de acertar a responder las universidades para no defraudar unas expectativas que podrían llevar a muchos universitarios a pensar que lo relevante de su formación para el empleo se obtiene en otras instituciones y experiencias. Porque si la universidad abandonase a su suerte a sus titulados, serían ellos quienes acabasen por abandonar a su suerte a la propia universidad.

Catedrático de Economia y exrector de la Universidad de Oviedo.