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«Las leyes que rigen la humanidad misma del hombre son de origen más que humano», afirma en esta entrevista el filósofo francés Rémi Brague. Sófocles, en Antígona, habla de normas que nunca han sido promulgadas porque son evidentes, explica el pensador. Pero hay que prestar mucha atención a lo que se entiende por «leyes divinas»: son las condiciones mínimas de supervivencia de la humanidad, todo lo contrario a estar «sometido a un poder arbitrario», en palabras del autor de ¿A dónde va la historia?


Nacido en París el 8 de septiembre de 1947, Rémi Brague se doctoró en filosofía en 1976. Ha sido catedrático en la Universidad de París I Panthéon-Sorbonne y desde 2002 hasta 2012 fue también titular de la cátedra Guardini en la Ludwig-Maximilians-Universität de Múnich, además de profesor visitante en diversos ateneos europeos y americanos. Ha recibido numerosas distinciones, como el premio Josef Pieper en 2009 y el premio Joseph Ratzinger en 2012. Está casado y tiene cuatro hijos.

Rémi Brague pronunció en Madrid, en la sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ante un auditorio al completo, la conferencia titulada La fuerza del bien. Unas horas antes conversó con Nueva Revista. [La entrevista a Rémi Brague fue realiza el día 23 de mayo de 2019 y publicada por primera vez en papel en el número 170 de Nueva Revista, pp. 54-69].

–¿Sirve el estudio de la Edad Media para comprender los problemas de nuestro tiempo? ¿Por qué? ¿Qué “problemas de nuestro tiempo” nos ayuda a comprender el estudio de la Edad Media?
–Hay efectivamente un diálogo que concierne a todos los filósofos entre el pasado y el presente. El estudio del pasado nos ayuda a comprender que nuestra situación actual no es tan actual como parece. En cualquier caso “no somos moscas de un solo verano”. Tenemos un pasado, una forma de pensar. Utilizamos palabras que han sido forjadas, fabricadas, hace siglos. La historia de la filosofía se interesa por lo que consideramos verdadero, mientras que la historia de las ideas lo comprende todo, incluidas las tonterías, incluidas las monstruosidades, con tal de que hayan influido. Cuando miramos más atentamente el pasado, nos damos cuenta de que ya ha habido algunas cuestiones que han recibido respuestas, a veces insatisfactorias, y que no merece la pena volver a ellas. Tengo la impresión de que algunos filósofos contemporáneos recogen ideas que son muy antiguas y que no se han mostrado verdaderas, que no eran muy sólidas.

–¿De qué obra suya está más orgulloso y cuál recomendaría a un lector no muy avezado en su pensamiento?
–En principio debería decir que no estoy orgulloso de ninguna de mis obras, aplicando el principio de humildad, por lo que no me pronuncio sobre eso. El libro que mejor puede introducir a lo que intento explicar es el que publiqué hace ahora más de veinticinco años, en 1992, titulado Europa, la vía romana, que fue traducido al español por la editorial Gredos. Bastantes de las ideas que he desarrollado en otras obras se encuentran aquí en germen, por lo que recomendaría este para empezar.


“La política en cierto modo traduce, con decisiones de carácter jurídico, legislativo, una determinada concepción del hombre”


 

–¿En qué está trabajando usted ahora?
–Estoy trabajando en demasiadas cosas a la vez. Querría escribir un libro sobre el bien, que por otra parte es el tema de la conferencia que voy a impartir esta tarde en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Está costando que salga. Supone muchas lecturas previas. Espero, si Dios quiere, que esté listo en 2020. Igualmente tengo un proyecto de un libro sobre el islam, del que ya he publicado algunos artículos, que ampliaré en los capítulos del libro. Tendré que desarrollar y profundizar en esos artículos. También llevo entre manos algo bastante peculiar sobre “¿Qué quiere decir estar presionado (tener prisa)? (Qu’est-ce que c’est qu’être pressé), qué quiere decir que no tenemos tiempo, que hay que hacer más cosas de las que podemos. Eso supone una relación peculiar con el tiempo. Solo el hombre puede estar apremiado por el tiempo; los animales pueden ser muy rápidos pero nunca tienen prisa y me pregunto por qué. Estos son los tres proyectos que intento acabar. Espero que no sean obras póstumas.


“En un mundo ideal volvería a implantar la educación liberal, que consiste en confrontarse con lo que ha sido pensado, dicho, pintando por los pintores, compuesto por los músicos mejores del pasado. El resto es una educación técnica”


 

–¿Cómo va su compromiso político y social, por ejemplo en One Of Us, y tras la firma de la declaración de París Sobre la Europa en la que podemos creer? ¿Qué planes tiene en este campo de compromiso social y político?
–Acepto el adjetivo “social”, no el adjetivo “político”. Para mí, como para muchos de mis amigos, creo que para casi todos los que han firmado la declaración de París, y para todos los que conozco que forman parte de la iniciativa One of Us [una iniciativa ciudadana europea para exigir a las instituciones comunitarias que garanticen la protección de los seres hu- manos desde su concepción], se trata de situarse en un nivel prepolítico. Para nosotros, los problemas políticos se plantean de una forma determinada cuando se tiene una determinada concepción del hombre: que se pueda decir qué es el hombre, qué tiene que hacer, cómo debe vivir, cómo debe vivir en sociedad, cómo debe elegir sus metas; cómo debe dirigir su vida, en resumen. Todo esto supone una reflexión que es más profunda que la política. La política no tiene nada de despreciable, pero en cierto modo lo que hace es traducir, con decisiones de carácter jurídico, legislativo, una cierta concepción del hombre. Es en ese nivel en el que estamos trabajando.

¿Tiene propuestas para la reforma de la educación, algo que parece que le preocupa a usted, como muestra en sus obras?
–Puesto que he sido profesor –ahora estoy jubilado–, continúan interesándome las cuestiones de educación. Además tengo hijos y nietos. La educación es un tema candente. En un mundo ideal volvería a implantar la educación liberal, que consiste en confrontarse con lo que ha sido pensado, dicho, pintando por los pintores, compuesto por los músicos mejores del pasado. El resto es una educación técnica. Se aprende o aprendemos cómo resolver algunos problemas muy concretos, qué hacer en determinados casos. Pienso en algunos aspectos de lo que hacen nuestros amigos y “enemigos” ingleses del otro lado del Canal de la Mancha, del “lado malo” del Canal de la Mancha. Muy a menudo, sus banqueros son reclutados entre personas que han estudiado lenguas clásicas. En otros términos: usted cursa cuatro años de lenguas clásicas, cuatro años de latín y griego, en Oxford o en Cambridge, y seguidamente la City de Londres le contrata y sobre la marcha se aprende el oficio, y uno se desenvuelve igual de bien que los que han pasado por escuelas de comercio. Mi hijo mayor, que por otra parte vive en Madrid —se ha casado con una española y tienen dos hijos totalmente bilingües—, empezó sus estudios de comercio pero antes pasó un año en la Universidad de St. Andrews en Escocia, donde cursó musicología, historia del arte y —lo que es inteligente estudiar en un país de lengua inglesa— literatura alemana. Es un ejemplo, estoy muy orgulloso de él por muchas razones, pero también por esta: ha apostado por profundizar primero en su cultura humanista y después ha aprendido, si se me permite decirlo, “la cocina de su oficio”.


“Nada es más terrible que estar sometido a un poder del que no sabemos lo que nos pide, totalmente arbitrario”


 

–Los Salmos ensalzan la ley y el cumplimento de la ley. Nuestra sociedad parece más bien que odia las normas, aunque no le quede más remedio que acatarlas. ¿A qué piensa que se debe este cambio de mentalidad: de la alabanza a la ley al odio a la norma?
–Usted piensa por supuesto en el salmo 118, el más largo de todos y que es un largo elogio de la ley. Ya no entendemos el hecho de la que la ley es algo que libera. Los judíos, aun en nuestros días, tienen una fiesta dedicada al don, al regalo de la Torá, el regalo de la ley: saber lo que Dios quiere que hagamos es una liberación. Nada es más terrible que estar sometido a un poder del que desconocemos lo que nos pide, totalmente arbitrario. Tuve la ocasión de desarrollar esta idea, en Lisboa, anteayer: explicar nuestra concepción de la libertad. Es la concepción de libertad de los esclavos en la antigüedad: tener la capacidad de hacer lo que se quiere, cuando se quiere, con quien se quiere, como se quiere, etc. Es exactamente la representación que se hace el esclavo de lo que realizará cuando el látigo del guardián se aleje. He reflexionado mucho sobre el pasaje de Aristóteles de la Metafísica en el que subraya que en un hogar —en una casa, pero entendido como se entendía una casa en la antigüedad, que es mucho más que una pareja actual con sus hijos—, en una casa bien organizada, los hombres libres están mucho más atados por reglas que los animales y los esclavos. El hombre libre es el que está sujeto, pero a lo que está sujeto cambia dependiendo del entorno y las circunstancias: un código de honor, las reglas de los gentlemen, lo que se debe hacer y lo que no… Puede ser la conciencia la que le dicte la conducta. Si se es japonés será el bushido, el código de los samuráis. En cierto modo, los hombres libres, los verdaderamente libres, son los que están atados, mientras que nuestra libertad moderna muy a menudo es la libertad de los esclavos. Tengo otra imagen: un taxi libre es un taxi que está vacío, que no sabe dónde va, y que puede ser cogido al asalto por cualquiera que pueda pagarlo. Eso explica la forma en la que nuestros contemporáneos entienden la libertad: no saben dónde ir. Sus pasiones o sus intereses o la propaganda o la costumbre o la publicidad: cualquier influencia exterior lo tomará al abordaje como se toma al abordaje una nave, y lo llevará a cualquier lugar. ¿Es eso ser libre? Es ser libre en el sentido en que un taxi está libre, pero no en el sentido en el que me interesa.

–Las reglas que gobiernan a los hombres, ¿tienen un origen puramente humano?
–Es una idea antigua aquella según la cual las leyes que rigen la humanidad misma del hombre son de origen más que humano. Esto no tiene nada que ver con el cristianismo, ni siquiera con el judaísmo. Es una idea que ya se puede encontrar en Grecia. Piénsese en el célebre pasaje que todo el mundo cita de Sófocles en Antígona, en el que la heroína explica a su tío, el tirano del país, que existen reglas que nunca han sido promulgadas porque son evidentes, no tienen origen porque están por todas partes, son casi reglas divinas. Pero hay que prestar mucha atención a lo que son “leyes divinas”. He escrito un volumen denso sobre el tema, que está en español, editado por Encuentro, y que se titula La ley de Dios. En el cristianismo las leyes divinas no son otra cosa que las condiciones mínimas de supervivencia de la humanidad. En otros términos, si Dios dice al hombre “haz esto”, no es porque le agrade a él, no es porque se ofendería si le desobedecieran, es porque estas leyes, lo dice él mismo en el Éxodo, esas leyes son lo que le permiten al hombre ser humano. Finalmente, a Dios no solo le importa eso, a él lo que le interesa es que sus criaturas encuentren la plenitud de sus dimensiones, en el caso del hombre, que sea plenamente humano. En eso consiste que las leyes sean divinas.


“En cierto modo, los hombres libres, los verdaderamente libres, son los que están atados, mientras que nuestra libertad moderna muy a menudo es la libertad de los esclavos”


 

–“¿Podemos legar a nuestros hijos la certeza de que serán felices? Es claro que no. Si no estamos convencidos de que la vida vale, en toda hipótesis, más que su contrario, todo el que tiene hijos es un criminal.” Eso lo ha escrito usted. ¿Hay argumentos solo humanos para sustentar que en cualquier caso es mejor nacer?
–Creo que no. Creo que un ateo consecuente no puede decir que es mejor ser que no ser. Pero hay que tener en cuenta también que en cierto modo, la cuestión de Hamlet es una cuestión tonta: de todas formas Hamlet mismo es; nosotros de todas formas estamos vivos, estamos embarcados. No sabemos muy bien a dónde vamos, pero estamos a bordo. Por lo tanto, averiguar si la vida es un bien, no es una cuestión neutra para nosotros, porque estamos aquí de todas formas. Si no estamos contentos con nuestra vida —la respuesta es del cordobés Séneca—, la puerta de salida está por todas partes: se puede saltar del barco si se quiere. La verdadera cuestión que yo planteo en ¿A dónde va la historia? y en otras obras es: ¿tenemos derecho a asegurar la continuación de la especie humana? La única forma de saber que habrá más hombres es engendrarlos, la cigüeña que trae niños no existe, somos nosotros los que hemos de hacerlos. ¿Tenemos derecho a engendrarlos? Yo contesto, es una idea que he leído en otra obra: un ateo, alguien que no cree en la existencia de ninguna clase de trascendencia, un ateo que fuera padre de familia, es un criminal, según sus propias normas, según su sistema propio, puesto que los seres que llama a la vida, y a los que podría haber dejado muy tranquilos —en la nada, podría haberlos dejado dormir, si se me permite decirlo—, los lanza a la vida, como decía Chateaubriand, “les infligimos la vida”, y en cualquier caso con la seguridad de que morirán. Por lo tanto, desde el punto de vista de un ateísmo radical tener hijos es criminal. Cuando apareció un libro mío en el que formulaba este asunto, un crítico de un periódico de referencia francés contestó que conocía ateos felices. La cuestión no es esa. Primero porque existen imbéciles felices, es incluso una fórmula proverbial, un imbécil feliz, ingenuo. La cuestión no es saber si las personas que ya existen son felices o no, la cuestión es saber si los que ya existen tienen derecho a endosar, si se me permite decir, la existencia a alguien al que no se le puede pedir su opinión. En la medida en que no se responda esta pregunta, no se está abordando el problema.


“En el cristianismo las leyes divinas no son otra cosa que las condiciones mínimas de supervivencia de la humanidad. Son lo que le permite al hombre ser humano”


 

–“La nobleza no es un adorno, sino casi una responsabilidad y, en todo caso, un deber”, afirma usted. Goethe habló del “Adel des Geistes”. ¿Cómo definiría la “nobleza de espíritu”? ¿Por qué hay que ser “noble de espíritu”?
–La primera condición para ser nobles es tener antepasados. Es la definición más tonta, la más social. Es la más habitual, la más clásica, sobre todo entre los aristócratas. Un noble es alguien que ha tenido antepasados nobles. Esto es un círculo cerrado, la pescadilla que se muerde la cola. Yo diría que la nobleza de espíritu —solo existe esa ahora porque la nobleza social ha perdido mucha influencia— es saber que el hombre tiene un origen, es aprobar a sus antepasados, teniendo en cuenta que nuestros antepasados no son solo hombres. Nuestros antepasados son todo lo que ha precedido a nuestra existencia, desde que apareció la vida en la tierra y eventualmente desde el famoso Big Bang. Ser noble es aceptar ser el producto de todo un pasado y también es ser uno mismo el pasado de un futuro. Es aceptar que somos los antepasados de los que serán nuestros descendientes, situarse en una continuidad. Hay una fórmula de un autor francés totalmente olvidado hoy, que se llama Dupont-White, y que dice: “La continuidad es un derecho del hombre”. Encontré esta cita en La rebelión de las masas. Un español, en este caso Ortega y Gasset, puede citar a un francés y despertar en un francés el interés por sus propios compatriotas.

¿Qué le pareció el discurso del presidente Macron a los obispos franceses, que fue muy comentado en su día como gesto de acercamiento a la Iglesia católica?
–Yo estaba presente en el lugar en el que el presidente Macron habló a los obispos y a los católicos de Francia. En ese momento pensé que era un bello discurso, bien hecho, bien redactado, con referencias precisas, un bonito discurso. Pero por lo que se refiere a sus intenciones, a lo que hay en su cabeza, eso es evidentemente otra cosa. No sé a dónde quiere llegar. No puedo leer en su cerebro. Es un signo que dio de simpatía hacia el pasado católico de Francia. Lo que sacará de ello, solo Dios lo sabe.

–¿Cuáles son los autores que más le han influido?
–Es una pregunta difícil porque no me intereso por mí mismo, yo no he escrito mi biografía y no la escribiré nunca, no me interesa. Usted me da la ocasión para pensar en esto. En filosofía serían sin duda Martin Heidegger y Leo Strauss, dos pensadores que no tienen tantos vínculos el uno con el otro. Para el resto de mi de mi visión del mundo, es divertido porque hay tres autores que releo casi sin cesar, y que son los tres ingleses: C. S. Lewis, C. K. Chesterton y en otro orden P. G. Wodehouse, para reír. ¿Wodehouse me ha influido? No sé si se puede hablar de influencia; en el caso de Lewis y de Chesterton, por supuesto.


“La cuestión no es saber si las personas que ya existen son felices o no, la cuestión es saber si los que ya existen tienen derecho a endosar, si se me permite decir, la existencia a alguien al que no le puedes pedir su opinión. En la medida en que no se responda esta pregunta, no se está abordando el problema”


 

–¿Qué pensó cuando el incendio de la catedral de Notre-Dame?
–Estaba triste, conmocionado, sorprendido, apenado… como todo el mundo. No soy diferente a los demás. Pero después, observando las reacciones, percibí que los franceses habían tomado conciencia de nuevo de la importancia que podía tener la religión católica en la constitución del país. Se despertaron católicos, por decirlo de alguna forma. Muchos de ellos eran agnósticos, ateos, incluso judíos. Me acuerdo de la reacción de un judío: confesó que en cierto modo se sentía católico en ese momento.


“La nobleza de espíritu es saber que el hombre tienen un origen, es aprobar a sus antepasados, teniendo en cuenta que nuestros antepasados no son solo hombres”


 

–¿Es verdad que el islam proporciona una legitimación intrínsecamente religiosa del poder?
–Lo que es verdad es que lo que se encuentra en los textos fundadores del islam, es decir, el Corán, los relatos sobre Mahoma y las declaraciones que se le atribuyen o historias que se cuentan de él, lo que se encuentra ahí es todo lo necesario para legitimar el uso de la violencia en la expansión de la religión. Eso evidentemente no quiere decir que todos los musulmanes son violentos. Tampoco se puede decir que en la historia del islam solo ha habido violencia. Quiere decir simplemente que el islam de personas como el Estado islámico en Siria e Irak, o el islam de Al Qaeda, son un islam, no el islam, pero es un islam tan legítimo como los otros.


“El islam de personas como el Estado islámico en Siria e Irak, o el islam de Al Qaeda son un islam, no el islam, pero es un islam tan legítimo como los otros”



Un futuro que necesita de los impulsos del pasado

Perfil intelectual de Rémi Brague

El profesor Rémi Brague (París, 1947) representa al “humanista en un sentido integral y en el mejor de todos los sentidos de la palabra humanista”, afirmó el filósofo español Miguel García-Baró durante la presentación de Brague en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en Madrid, el pasado 23 de mayo.

Posee “conocimientos oceánicos de lenguas”, dijo [el árabe, el hebreo, el latín y el griego clásicos, y entre las lenguas modernas, además de su francés natal, el alemán, el inglés y el castellano]. Esas y otras sabidurías le han permitido entender a fondo y luego enseñar textos de primer orden, como ha puesto de manifiesto en su célebre trilogía La sabiduría del mundo, La ley de Dios y El reino del hombre. En esos tres volúmenes, afirma García-Baró, “la erudición se vierte en felicísima expresión”. Consigue así Brague desmontar tópicos y descubrir a la vez matices decisivos, frente a “la manera habitual, escolar, de enseñar filosofía e historia de las ideas.” En La sabiduría del mundo, Brague examina desde una perspectiva histórica la relación entre la cosmología y la antropología. En La ley de Dios estudia las diferentes formas de reflexionar sobre ella. Véase lo que dice al respecto arriba en esta entrevista. En El reino del hombre aborda “la emancipación” como proyecto de la modernidad.

Brague es discípulo e hizo la tesis doctoral con Pierre Aubenque (1929), uno de los grandes comentarista de Aristóteles; y de Étienne Gilson (1884-1978), eminente neoescolástico. Martin Heidegger le ha influido decisivamente. Pero la tendencia hermenéutica peculiar de Brague procede sobre todo de Leo Strauss (1899-1973), de quien aprendió a leer textos filosóficos con la necesidad de descubrir también la enseñanza indirecta de lo que se calla, de lo que hay entre líneas. Brague libera así, por ejemplo, al Medioevo del estereotipo de “edad oscura” y pone en su sitio las relaciones entre la cristiandad de aquel tiempo y el islam. Otros ejemplos: limpia el significado de la revolución científica de la época moderna y aclara las diferencias entre las religiones “monoteístas”, porque no es lo mismo una que otra religión monoteísta.

En Europa, la vía romana se halla en germen el pensamiento de Brague. Con palabras de García-Baró: “Lo esencial se encuentra en el capítulo segundo (La romanidad como modelo). Brague nos ha hecho comprender que no se trata de Atenas y Jerusalén, sino de una síntesis creativa muy especial que representa la romanidad”. Esa romanidad se prefigura la Eneida, en el relato fundacional de la urbe: “La sorprendente revancha no violenta que Troya toma de sus vencedores griegos consiste fundamentalmente en hacer una novedad de lo viejo que se hereda. Uno es heredero: hay un futuro por hacer que necesita de los impulsos del pasado”. 

Obras destacadas de Rémi Brague

Europa, la vía romana (Gredos, 1995). (Versión original francesa: Europe, la voie romaine (1992)).

La sabiduría del mundo. Historia de la experiencia humana del universo (Encuentro, 2011). (Versión original francesa: La Sagesse du monde. Histoire de l’expérience humaine de l’univers (1999)).

La ley de Dios. Historia filosófica de una alianza (Encuentro, 2008). (Versión original francesa: La Loi de Dieu. Parcours médiéval d’une alliance (2005)).

En medio de la Edad Media. Filosofías medievales en la cristiandad, el judaísmo y el islam (Encuentro, 2013). (Versión original francesa: Au moyen du Moyen Âge : Philosophies médiévales en chrétienté, judaïsme et islam (2006)).

Sobre el Dios de los cristianos y sobre uno o dos más (BAC, 2014). (Versión original francesa: Du Dieu des chrétiens et d’un ou deux autres (2008))

Lo propio del hombre: una legitimidad amenazada (BAC, 2014) (Versión original francesa: Le Propre de l’homme : Sur une légitimité menacée (2013)).

Moderadamente moderno (BAC, 2016). (Versión original francesa: Modérément moderne (2014)).

¿A dónde va la historia? Dilemas y esperanzas (Encuentro, 2016) (Versión original francesa: Où va l’histoire ? Entretiens avec Giulio Brotti (2016)).

El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno (Encuentro, 2017). (Versión original francesa: Le Règne de l’homme : Genèse et échec du projet moderne (2015)).


[La entrevista a Rémi Brague fue realiza el día 23 de mayo de 2019 y publicada por primera vez en papel en el número 170 de Nueva Revista, pp. 54-69.

© de la traducción (francés-español): Magdalena García Más]

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.