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 Nueva Revista no puede ni desea quedar al margen de las valoraciones realizadas tras las palabras de Benedicto XVI, en la Universidad de Ratisbona el pasado 12 de septiembre, que han suscitado la polémica hasta el punto de ser el centro del debate internacional en los últimos días.

Benedicto XVI ansiaba llevar a cabo esta visita a su tierra natal por el cúmulo de recuerdos y experiencias vividas a lo largo de su infancia y juventud —el recuerdo de sus padres y de su hermana ya fallecida, departir nuevamente con su hermano Georg en un contexto familiar—. Y también, por su puesto, volver al ámbito académico que ha sido su medio de vida durante muchos años y, a tenor de su discurso, lo sigue siendo todavía. Pues bien, lo que se suponía iba a ser un viaje entrañable ha sido la excusa de algunos para, en un mundo globalizado en el que lo fácil es juzgar los hechos a partir de los titulares de prensa, intentar sin éxito que el Papa no fuera profeta en su tierra.

La intención de las palabras del Papa no escapa a nadie que haya leído su discurso completo. Benedicto XVI, en lo que algunos especialistas han calificado como «un discurso académico impecable», trata de plantear la inevitable relación entre la fe y la razón, un diálogo que proviene del origen helénico de Europa, anterior al cristianismo y que la propia Europa ha marginado despectivamente limitando la razón al corsé del empirismo y, en definitiva, al método que aspira supuestamente a ser científico.

Algunos, pocos en realidad, pero como siempre teledirigidos, han protestado exageradamente por las palabras del papa Benedicto XVI pero «de hecho», dice Jeff Israely en Time, «los treinta y cinco minutos de discurso del Papa podrían representar el paso más importante en el diálogo interreligioso desde el primer encuentro celebrado en Asís con esta finalidad y bajo el patrocinio de Juan Pablo II».

De igual modo, Phillip Blond, explica en el International Herald Tribune que el discurso de Benedicto es una llamada a una nueva clase de diálogo interreligioso. «Con su discurso el Papa plantea la necesidad de impulsar otro nuevo compromiso entre las distintas confesiones. A su vez, el Papa reconoce que los cincuenta años de diálogo liberal no han logrado absolutamente nada porque el marco en el que se ha desarrollado la relación entre religiones ha sido una variante del fundamentalismo secular».

Para glosar la diferencia entre Occidente y Oriente, el Papa alude a los orígenes helenísticos de la cultura occidental incorporados por el cristianismo en un nivel filosófico. Unos orígenes que conllevan la complementariedad ineludible entre la fe y la razón. En sus escritos teológicos, Ratzinger recuerda la apuesta del primer cristianismo a favor de la razón. Para creer hay que pensar. Por la razón tenemos conocimiento de Dios, pero este conocimiento se debe completar a través de la fe. Esta cuestión, en aras a un diálogo transparente entre religiones, lleva a Benedicto, además de a señalar los puntos en común, a identificar de un modo franco las diferencias del cristianismo con la religión islámica. «Para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de racionalidad», explicaba en Ratisbona. Mientras que «en contraposición, la fe de la Iglesia se ha atenido siempre a la convicción de que entre Dios y nosotros, entre su eterno Espíritu creador y nuestra razón creada, existe una verdadera analogía, en la que ciertamente las desemejanzas son infinitamente más grandes que las semejanzas, pero que no por ello se llegan a abolir la analogía y su lenguaje».

Benedicto XVI alude al papel desempeñado por la razón helénica en la cultura occidental como algo que nutre a dicha cultura y que por tanto la hace diferente de las demás. Con ello explica la necesidad de reconocer las raíces griegas y cristianas de Europa, no como algo anecdótico sino como algo intrínseco al desarrollo cultural del continente que se materializa en un modelo inteligible de la búsqueda de la verdad.

La Europa actual reniega de la colaboración entre la fe y la razón, más aún parece tener la intención de separar sus caminos de manera radical. Esto lleva al articulista del International Herald Tribune a señalar las consecuencias que dicho distanciamiento tiene en el mismo diálogo entre confesiones. «Los modelos liberales de incomprensión entre religiones dependen exclusivamente de la separación entre fe y razón, lo mismo que el Papa observa en el fundamentalismo religioso. Se ha asumido que las creencias han de ser privadas e incompatibles mutuamente, razón por la que son relegadas a la esfera más íntima de la persona con lo que se evita que puedan encontrarse y debatir las unas con las otras. Benedicto desea cambiar esto. Su intención es tratar de inaugurar un auténtico compromiso teológico entre las diversas religiones. El hecho de que haya sido malinterpretado sólo pone el acento en la urgente necesidad de comenzar a aplicar dicho compromiso».

Unos días más tarde, The Economist en uno de sus editoriales señala que «Juan Pablo II había entendido que los recelos de los musulmanes radicales hacia Europa no los provocaba el cristianismo sino su secularismo rampante. Osama Bin Ladem pudo haber presentado la invasión de Afganistán e Irak por parte de los americanos como una nueva cruzada, pero aunque George Bush pudo, sin el adecuado tacto, llegar a utilizar este término en alguna ocasión, la idea de que los musulmanes eran víctimas de una nueva guerra santa es difícil de sostener teniendo en cuenta que el líder cristiano más influyente condenó abiertamente la guerra».

The Economist también señala dos puntos que importan mucho al pontífice y que son claves para el verdadero diálogo entre religiones: «Uno es el de la reciprocidad, porque hay una gran desproporción entre la libertad religiosa de muchos cristianos que viven en países musulmanes en comparación con la que los musulmanes tienen en Occidente. Y el otro es el hecho de que muchos clérigos islámicos parecen aprobar o al menos tolerar la violencia en nombre de la religión».

No sólo la elocuencia de Benedicto XVI sino también su clarividencia y franqueza son dignas de elogio. El Papa ha hecho temblar por momentos la dictadura de lo políticamente correcto a la que la sociedad occidental está sometida y eso evidentemente pasa factura, un castigo humano que Benedicto parece dispuesto asumir si el fruto resultante es un acercamiento verdadero entre religiones.

El 25 de septiembre en Castelgandolfo, en su encuentro con los representantes diplomáticos de los países musulmanes y con algunos líderes religiosos islámicos, el Papa remarcó: «Desde el inicio de mi pontificado he tenido ocasión de manifestar mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, manifestando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos». Y calificó la necesidad de ese diálogo «no como una necesidad del momento sino como una necesidad vital». Y concluyó su audiencia transmitiendo su convicción de que «en la situación que hoy atraviesa el mundo, es un imperativo que los cristianos y musulmanes se comprometan juntos para afrontar los nuevos desafíos que se plantean a la humanidad, en particular, los que afectan a la defensa y a la promoción de la dignidad del ser humano, así como a los derechos que de ella se derivan».

Parece que finalmente el viaje del Papa a su tierra ha tenido consecuencias más positivas incluso que las que se antojaban de una visita casi íntima y familiar.

Periodista. Director de Nueva Revista entre 2006 y 2009