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Permítaseme comenzar con una pequeña anécdota. A finales de mayo tuve la oportunidad de acompañar al profesor Mateo-Seco, conocido teólogo sevillano afincado desde hace muchos años en Navarra, a la Facultad de Teología Luterana de la Universidad de Helsinki. El profesor andaluz había sido invitado como examinador externo de una tesis doctoral sobre San Gregorio de Nisa. En la cena del día anterior al acto, el profesor de Teología Ecuménica, Sammeli Juntunen, en representación de su facultad, nos invitó a cenar en un restaurante ruso de la ciudad. Mientras esperábamos a que nos trajeran unos blinis salió el tema de la declaración conjunta sobre la justificación firmada por luteranos y católicos en junio de 1998. El profesor Juntunen se refirió a un sector de la «línea dura» de la Iglesia luterana que se declaraba traicionado por quienes habían firmado el documento. Pero precisó que esas mismas personas están ahora fascinadas con el libro del Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret.

La afirmación no deja de ser significativa. Nos encontramos sin duda ante un libro excepcional, que está siendo extraordinariamente recibido en los ambientes más diversos. Prueba de ello es también el hecho de que Bartolomé I, el patriarca ecuménico de Constantinopla, haya querido prologar la edición griega.

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¿Qué tiene este libro de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI que en poco más de un mes ha alcanzado la cifra de un millón y medio de ejemplares vendidos? La respuesta no es sencilla. Ciertamente, todo libro escrito por un papa es un fenómeno editorial. Basta recordar algunos de los libros publicados por Juan Pablo II como autor «privado» cuando ocupaba la sede de Pedro (Cruzando el umbral de la esperanza, Memoria e identidad, etc.). Pero no cabe duda de que la obra del actual papa tiene algo muy especial. Por un lado, por el tema que trata, «Jesús de Nazaret», el personaje más influyente en la historia humana, ante quien nadie ha permanecido ni permanece indiferente. El tema «Jesús» siempre interesa. Por otro lado, aquellos que no conocían, o que conocían su perficialmente la obra de Joseph Ratzinger, han quedado cautivados por los dos años de pontificado de un Benedicto XVI, que con su impresionante inteligencia y arrolladora humildad continúa la labor de sus predecesores de ayudar a la humanidad «a trascender los límites del ser hombre» (GdN 28)1. Son incontables los que se sienten atraídos por todo lo que sale de la pluma del papa. Pero, independientemente de estas circunstancias, el reciente libro de Benedicto XVI tiene tal frescura que incluso quienes desconocían otras obras suyas no pueden menos que celebrarlo.

EL LIBRO

A pesar de sus 446 páginas, GdN no es una obra voluminosa, si bien ciertamente falta una segunda parte. Como explica el autor, es fruto de un largo camino. Lo comenzó en el verano de 2003 y para agosto de 2004 tenía concluidos los primeros cuatro capítulos. Los otros seis han sido fruto de los ratos libres de los que ha dispuesto después de ser elegido papa. Al no saber ni cuánta fuerza ni cuántos años «se le concederán» (GdN 20), decidió publicar los diez primeros capítulos, desde el Bautismo de Jesús hasta la confesión de Pedro y la Transfiguración, anunciando una segunda parte en la que también tratará las narraciones de la infancia.

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El libro tiene la siguiente estructura: 1. El Bautismo de Jesús; 2. Las Tentaciones de Jesús; 3. El Evangelio del Reino de Dios; 4. El discurso de la Montaña; 5. La oración del Señor; 6. Los discípulos; 7. El mensaje de las parábolas; 8. Las grandes imágenes joánicas; 9. Dos momentos importantes en el camino de Jesús: la confesión de Pedro y la Transfiguración; 10. Las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo. Un prólogo y una introducción abren la obra. La cierra un apartado dedicado a la bibliografía, al que le siguen los índices de citas bíblicas y de nombres propios. Todos los capítulos son origi nales excepto el segundo, dedicado a las tentaciones de Jesús, que es prácticamente idéntico a uno de Unterwegs zu Jesus Christus, 2003 (Caminos de Jesucristo, Cristiandad, Madrid, 2005).

Las fuentes empleadas son fundamental y principalmente los Evangelios tal como los ha recibido la Iglesia. Para su interpretación, Benedicto XVI se sirve sobre todo de los otros libros de la Escritura. En el prólogo, el papa señala que su obra presupone la exégesis histórico-crítica. Afirma que se sirve de sus resultados, pero desea ir más allá de este método desembocando en una interpretación propiamente teológica.

Por eso, en cuanto al uso de la bibliografía, renuncia a tener pretensiones abarcantes, algo que por otra parte resultaría imposible. El libro no tiene notas a pie de página. Además de padres y escritores espirituales, los autores especializados que cita, en su mayor parte católicos pero también algunos protestantes y judíos, son mencionados en el cuerpo del libro de manera abreviada. Los datos completos se recogen en un elenco final, dividido por capítulos del libro. A este listado le precede una enumeración de obras recientes e importantes sobre Jesús. En concreto el autor cita seis autores, cinco alemanes (Gnilka, Berger, Schürmann, Soding, Schnackenburg) y uno americano (Meier), todos ellos católicos, si bien en algún caso con complejos itinerarios vitales como sucede con Klaus Berger, que recientemente ha vuelto a la Iglesia católica tras largos años en el protestantismo. No pienso que el papa comulgue enteramente con sus afirmaciones, pero a mi juicio esta lista viene a ser como un respaldo a la interpretación católica, en un panorama exegético en el que prácticamente han desaparecido las fronteras confesionales. Varias de estas obras vienen acompañadas de un breve comentario explicativo. Para la interpretación de los evangelios afirma apoyarse sobre todo en el comentario teológico al Nuevo Testamento de Herder, en el que colaboran reconocidos exegetas alemanes como Gnilka, Pesch, Schürmann, Schnackenburg, Schlier, etc.

Los temas no se exponen sistemáticamente. La forma que tiene de comentar un pasaje de la Escritura recuerda a la de los grandes Padres de la Iglesia, donde unas interpretaciones dan pie a aparentes digresiones, que sin embargo se derivan de relecturas y actualizaciones del texto. Las cuestiones que trata han sido elegidas necesariamente de entre una inabarcable posibilidad, puesto que realizar un análisis exegético de cada escena sería inalcanzable. Por eso, selecciona algunos aspectos, que ilumina e interpreta desde otros lugares de la Sagrada Escritura, recurriendo también a diversas interpretaciones antiguas y modernas e intercalando ocasionalmente actualizaciones puntuales para llegar a los rasgos más definitorios de la vida y el ser de Jesús.

VIDAS DE JESÚS

Aunque pueda sorprender su tardía fecha, la primera Vida de Cristo se publicó en 1474 y fue compuesta por Ludolfo de Sajonia el Cartujano (†1378). Hasta entonces no hay libros que lleven ese título, si bien el retrato de Jesús de la apócrifa Carta de Publio Léntulo, quizá del siglo VI o VII (aunque su traducción al latín es en torno a los siglos XIII-XIV), o las obras que se escribieron sobre la pasión de Cristo pueden considerarse sus precedentes. La obra de Ludolfo, como las que siguieron apareciendo durante cuatro siglos y algunas que continúan publicándose también en nuestros días, es la obra de un creyente. No sucede lo mismo con un nuevo género que aparece en los siglos XIX y XX y que se conoce por Vidas de Jesús. Como el mismo título indica, en este género hay un cierto distanciamiento objetivizante, que responde a los presupuestos de quienes escribieron esas obras, autores racionalistas que albergaban decididas intenciones anticristianas2. Para estos autores, los Evangelios no son vidas de Jesús, sino vidas mitificadas de Jesús, que requieren una depuración crítica. A pesar del éxito inicial, quedó claro, como puso en evidencia Albert Schweitzer en su célebre investigación sobre las Vidas de Jesús, que el Jesús que presentaban era el reflejo de los postulados filosóficos de sus autores3. Lejos de lograr una objetivación de la figura histórica de Jesús caían en subjetivas representaciones personales.

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El nuevo modo de afrontar la figura de Jesús llevó consigo una reacción por parte de autores católicos, que con mayor o menor intención apologética escribieron Vidas de Jesús a partir de los Evangelios, pero contextualizadas histórica, geográfica, o sociológicamente. Algunas de ellas son las obras que Benedicto XVI conoce en sus años de juventud (en la década de los treinta y cuarenta) y que cita en la introducción de su libro calificándolas de «entusiasmantes» (GdN 7). Los autores que menciona (Karl Adam, Romano Guardini, Franz Michel Willam, Giovanni Papini y Daniel-Ropsc4) escribieron sus obras desde la fe en Jesús como el Hijo de Dios y con la confianza en que los textos evangélicos ofrecían las fuentes verdaderas para nuestro conocimiento de su Persona.

Como el papa apunta, el panorama cambió en la década de los cincuenta a raíz de la separación entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Benedicto XVI se está refiriendo a la célebre distinción hecha por Martin Kahler a finales del XIX5 y que después de Bultmann se radicaliza, desposeyendo a los evangelios de la categoría de fuente histórica sobre Jesús. A pesar de las reacciones que trataron de contrarrestar el peso de la balanza, inclinada casi exclusivamente hacia la fe en detrimento de la historia (de Jesús no sabemos nada, pero no importa porque lo importante es la fe en el Cristo proclamado por la comunidad), el panorama de los últimos años no ha cambiado sustancialmente. No sólo se ha renunciado a escribir una Vida de Jesús -el papa propiamente tampoco intenta escribir una, si entendemos por tal un relato cronológico de la vida de un personaje-, sino que los estudios que se han realizado sobre la figura del Maestro de Nazaret mediante sofisticados métodos histórico-críticos no han logrado más que presentar unas diluidas y a menudo casi contradictorias imágenes de Jesús que no acaban de convencer a nadie. El resultado es dramático y el papa así lo afirma: «La figura de Jesús se ha alejado todavía más de nosotros» (GdN 8).

No es ésta una afirmación nueva en los escritos de Joseph Ratzinger. Con anterioridad6, el actual pontífice ha aludido a unas palabras de Schweitzer sobre la investigación del Jesús histórico y las Vidas de Jesús escritas en el siglo XIX. Son palabras que a juicio del papa pueden también decirse del panorama exegético actual. Vale la pena citar el texto del Nobel alemán: «Esta investigación [sobre las vidas de Jesús] ha corrido una extraña suerte. Comenzó por descubrir al Jesús histórico, pensando que era posible traerlo a nuestro tiempo tal como él fue en realidad, como maestro y salvador. Lo liberó del vínculo que lo mantenía unido desde hacía siglos a la roca de la doctrina de la Iglesia. Se sintió feliz al ver cómo esta figura cobraba vida y movimiento, hasta el punto que parecía salir a nuestro encuentro. Pero este Jesús no se paró; cruzó y dejó atrás nuestro tiempo y volvió al suyo»7.

Esta crítica se puede dirigir a amplios sectores del mundo exegético contemporáneo. La imagen que emerge de las obras recientes sobre Jesús es la de un personaje del pasado, que tiene muy poco que decir al mundo actual. Lo poco que es posible afirmar de él nos revela un hombre de hace dos mil años que no fue más que un profeta apocalíptico, un rabino piadoso, un filósofo itinerante, o un revolucionario, por mencionar sólo algunas de las diversas propuestas. Como en el siglo XIX, el Jesús de estos eruditos estudios históricos no hace más que reflejar la visión del mundo y del hombre que tienen sus autores. Benedicto XVI conoce la situación y, desmarcándose netamente de esta línea, sostiene que los Evangelios nos dicen quién es Jesús, lo que hizo, lo que dijo y lo que significa para la historia.

Aunque GdN no es propiamente una Vida de Jesús ni es tampoco un retrato, se puede decir que es una biografía en cuanto que sabe ir al fondo de lo más íntimo y propio de su persona, al hilo de su actividad y enseñanza. Pienso que el libro del papa consigue mostrar quién es verdaderamente Jesús, dejándole hablar a él. Es capaz por tanto de mostrarnos los rasgos esenciales de su vida. Como afirma un conocido exegeta luterano, «la verdadera identidad de Jesús sólo queda revelada por Jesús mismo en sus declaraciones «Yo soy», donde define su dignidad divina con la ayuda de metáforas universales: Yo soy el pan del mundo; Yo soy la luz del mundo; Yo soy la puerta; Yo soy el buen pastor; Yo soy la resurrección y la vida; Yo soy el camino, la verdad y la vida; y Yo soy la vid verdadera. La cristología metafórica que utiliza estas imágenes supera la cristología que echa mano de los títulos tradicionales, porque aquéllas se basan en la manifestación de sí realizada por el revelador. Es Jesús mismo quien, mediante esas metáforas, define su propia dignidad»8. Se entiende así que Benedicto XVI dedique tanta atención al cuarto evangelio y que precisamente acabe su libro con un apartado dedicado a la afirmaciones «Yo soy» de Jesús.

UNA DEFENSA APASIONADA DEL JESÚS DE LA HISTORIA9

Si los estudios exegéticos actuales sobre Jesús han hecho de él una figura del pasado del que casi no sabemos nada, Benedicto XVI quiere traernos a Jesús al presente. Se da cuenta del grave peligro que corren los creyentes si se impone esa postura erudita y escéptica que desdibuja la figura de Jesús y la deja en la nebulosa de un tiempo pretérito. «Una situación tal es dramática para la fe porque hace incierto su auténtico punto de referencia: la íntima amistad con Jesús, de la cual todo depende, amenaza con no tener ningún sentido» (GdN 8).

Ante esta situación es como si allá por el año 2003 la responsabilidad aneja al cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se hubiera aunado con su deseo de encontrar a Cristo. El papa señala que le parece casi innecesario recordar que la publicación de GdN no se trata de un acto magisterial. Es una expresión de su búsqueda personal del «rostro de Jesús» (cf. Sal 27,8), que lleve a otros muchos a crecer en una relación viva con Él.

Pero es posible pensar que el entonces cardenal Ratzinger se sintiera impelido a defender, clarificar, difundir y fortalecer a título personal un aspecto esencial de la fe cristiana que está en peligro de diluirse por el influjo de una literatura que subrepticiamente va adentrándose en no pocos foros teológicos y ambientes cristianos. Y Benedicto XVI no está pensando en primer lugar en autores no católicos, como son Crossan, Borg, Sanders, Ehrman, por mencionar algunos de los más conocidos e influyentes. Es más probable que tenga en mente el amplio influjo que la exégesis de los últimos años (donde es apenas posible distinguir entre exégesis católica y exégesis protestante) está teniendo en el gran público a través de la divulgación de obras especializadas, que van ensanchando la fosa más arriba mencionada entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.

En GdN es como si un hombre de fe grande (y al mismo tiempo teólogo de extraordinaria brillantez) emergiera con toda su fuerza para mostrar las implicaciones que supone desacreditar la fiabilidad histórica de los evangelios y limitar la fe cristiana a un anuncio sobre Dios, en el que la figura de Cristo queda reducida a un mensajero de una excelsa moral, al más puro estilo de Harnack.

EL MÉTODO HISTÓRICO

A Benedicto XVI no le hace falta entrar en discusión con exégetas. Está familiarizado con sus obras y sus puntos de vista, pero percibe diversos aspectos de los que algunos biblistas no se dan cuenta, quizá por estar demasiado focalizados en un reducido campo de estudio o encontrarse desprovistos de recursos teológicos. No sólo está en juego una adecuada comprensión de las relaciones entre historia y fe, algo que no sorprende para quien conoce la trayectoria intelectual de Joseph Ratzinger, sino que el núcleo de la fe cristiana depende de una correcta interpretación de la figura de Jesús. La historia de Jesús es esencial para la fe. Por eso el papa asume el método histórico que utilizan los exégetas, pero purificándolo de los prejuicios que lo pervierten. Benedicto XVI conoce muy bien la metodología histórico-crítica empleada por los exégetas, como se deduce entre otras cosas del documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 1993 sobre La interpretación de la Biblia en la Iglesia que él prologa. Sabe que el método histórico (justo por la intrínseca naturaleza de la teología y de la fe) es y permanece en una dimensión irrenunciable del trabajo exegético (GdN 11). El papa se toma en serio la historia. Sabe cuánto depende de ella y sabe que para la fe bíblica el factum historicum es fundamento constitutivo. Sin historia, la fe cristiana se elimina y se trasforma en una religión más o en un gnosticismo. Por eso la fe exige el método histórico. Pero el método tiene límites en cuanto que es explicación del pasado. Debe dejar la palabra en el pasado, como palabra humana que es. El método puede descubrir puntos de contacto con el presente pero por propia naturaleza no puede hacer actual la palabra.

Por eso quien a pesar de su declaración de intenciones mantenga que el papa no es un exégeta, que sus interpretaciones de los textos evangélicos responden a una exégesis ya superada o que desconoce la exégesis actual, y que por tanto su obra no es más que una interpretación piadosa de los Evangelios, o tiene mala fe o desconoce lo que es la hermenéutica bíblica o no ha leído la conferencia que pronunció el entonces cardenal Ratzinger en Nueva York el 27 de enero 198810. En ella queda patente el profundo conocimiento que tiene de las limitaciones del método histórico-crítico. Para Joseph Ratzinger la exégesis bíblica no es una ciencia histórica, sino que es por encima de todo hermenéutica. Cualquier interpretación supone una precomprensión. Los exegetas tienen las suyas. La de Benedicto XVI quiere ser la de la Iglesia (sin que esto signifique, sobra decirlo, que su exégesis pretenda poner punto final a la interpretación bíblica).

LA UNIDAD DE LA ESCRITURA

Una de las enseñanzas constantes de Benedicto XVI es que la Escritura pertenece a la Iglesia11. Pero esta pertenencia no ha de entenderse sólo en cuanto que la Iglesia es depositaria e intérprete de unos textos, sino que atañe a la naturaleza misma de los escritos sagrados, en cuanto que son textos inspirados. La Escritura nace en la Iglesia y por eso pertenece a ella.

El papa alude al respecto a dos puntos importantes. Por una parte, señala que toda palabra humana que no sea trivial tiene un alcance que va más allá del que pudo tener el que la pronunció. «El autor no habla desde sí mismo o por sí mismo. Habla a partir de una historia común que lo sostiene y en la que están ya silenciosamente presentes las posibilidades de su futuro, de su camino ulterior. El proceso de las lecturas progresivas y de los desarrollos de las palabras no serían posibles, si en las palabras mismas no estuvieran ya presentes tales aperturas intrínsecas» (GdN 16).

El segundo aspecto que menciona Benedicto XVI es que la Escritura no es sólo literatura. Ha crecido en y por el sujeto vivo del pueblo de Dios en camino y vive en él. Las consecuencias que se derivan de esta comprensión son muy claras. Se pueden delimitar tres sujetos de la Escritura: el autor o autores de cada libro, que pertenecen al sujeto común «pueblo de Dios»; el pueblo (la Iglesia), que es el verdadero y más profundo «autor» de la Escritura; Dios, porque este pueblo no es autosuficiente, sino que es conducido e interpelado por Dios mismo que, en el fondo, habla a través de los hombres y su humanidad (GdN 17).

Este análisis permite entender la unidad de la Escritura. Como afirmaba el entonces cardenal Ratzinger en la mencionada conferencia de Nueva York, «el presupuesto fundamental sobre el que descansa la comprensión teológica de la Biblia es la unidad de la Escritura. A este presupuesto corresponde como camino metodológico la analogía fidei (analogía de la fe), es decir, la comprensión de las unidades textuales a partir de la totalidad»12.

En GdN estas palabras se hacen realidad. El libro presupone la unidad de la Escritura como resultado de un proceso vivo de relecturas y actualizaciones de las palabras transmitidas en la Biblia. «La formación de la Escritura se configura como un proceso de la palabra que poco a poco abre sus potencialidades interiores, que estaban ya presentes como semillas, pero que se abren sólo ante el desafío de nuevas situaciones, nuevas experiencias, nuevos sufrimientos» (GdN 15). Es un proceso que desde Jesucristo permite verse como una unidad. Gracias a la hermenéutica cristológica, en Jesucristo se descubre la clave de todo. Sin duda es una elección de fe, pero permite ver la íntima unidad de la Escritura sin quitar la propia originalidad histórica.

Me atrevería a decir que el estudio de la figura de Jesús desde la unidad de la Biblia es lo que hace a GdN tan atrayente. Es éste un tipo de acercamiento al texto sagrado que en las últimas décadas ha sido desarrollado por la exégesis canónica. Este tipo de exégesis «interpreta cada texto bíblico a la luz del canon de las Escrituras, es decir, de la Biblia en cuanto recibida como norma de fe por una comunidad de creyentes. Procura situar cada texto en el interior del único designio divino, con la finalidad de llegar a una actualización de la Escritura para nuestro tiempo» 13. Benedicto XVI hace alusión a ella como dimensión esencial de la exégesis y la pone en práctica14.

Como consecuencia, el modo en que el papa utiliza e interpreta los otros libros de la Biblia de uno y otro Testamento resulta enormemente estimulante. En relación a los escritos de la Antigua Alianza, son muchos los ejemplos que se podrían aducir, pero quizá cabe destacar el comentario al sermón de la montaña, donde queda patente el conocimiento, frescura y profundidad con que el papa interpreta las palabras de Jesús a la luz de los textos veterotestamentarios. El lector no sólo descubre las hondas implicaciones de la Ley de Moisés, sino que comprueba cómo la Torah es llevada a plenitud por Cristo, «por ser Él mismo la Palabra originaria de Dios» (GdN 374). En este punto el papa reconoce cómo le ha ayudado a descubrir la grandeza de la doctrina de Jesús y la elección ante la que nos sitúa el Evangelio el libro Un rabino habla con Jesús15, del rabino y prolífico profesor americano Jacob Neusner (Hartford, Connecticut, 1932). En esta obra, el autor se sitúa entre los oyentes del discurso de la montaña y descubre que lo que le impide seguir al rabino de Nazaret es la centralidad del «yo» de Jesús. En su mensaje este «yo» imprime una nueva dirección a todo. La perfección, el ser santos como Dios es santo (cf. Lv 19,2; 11,44), exigida por la Torah, consiste ahora en seguir a Jesús (GdN 131). El papa, a partir de las apreciaciones de Neusner sobre la interpretación que hace Jesús del sábado, del cuarto mandamiento y de la radicalidad de la «doctrina social» que propone, desarrolla una profunda e iluminadora exposición de la Torah de Jesús, que pone de manifiesto la continuidad entre la Antigua y la Nueva Ley.

Este modo de hacer exégesis está en continuidad con lo expresado por otro documento de la Pontificia Comisión Bíblica, El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia Cristiana (2002), que, como el de 1993, el cardenal Ratzinger también prologó en calidad de Prefecto de la Congregación. Allí, en diálogo con Harnack, que sostenía que debía renunciarse al Antiguo Testamento, valoraba la importancia del documento y subrayaba con el n. 84 de éste que «sin el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento sería un libro indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse». Por otra parte, el modo en que el papa asume, utiliza e interpreta el Antiguo Testamento es una manifestación visible de cómo poner en práctica las directrices del mencionado documento, de buscar de un acercamiento y una nueva comprensión entre cristianos y judíos.

Pero la interpretación del Antiguo Testamento presente en GdN es sólo un aspecto de la unidad de la Escritura. El lector continuamente encontrará en el libro brillantes y sugestivas interpretaciones de los Evangelios que se iluminan y entienden a la luz de otros pasajes de los mismos Evangelios o de los demás libros del Antiguo y Nuevo Testamentos, presentados con el habitual rigor, agudeza y hondura con que el actual romano pontífice nos tiene acostumbrados. Es éste, a mi juicio, uno de los aspectos más destacables de GdN. Se trata de auténtica exégesis bíblica, que no sólo explica y clarifica un pasaje a la luz de otros sino que también delimita la interpretación de un determinado texto y deja al descubierto interpretaciones arbitrarias.

JESÚS EL QUE VE AL PADRE

La introducción ofrece la clave de cómo debe entenderse la obra. El punto de partida es el anuncio del libro del Deuteronomio sobre un nuevo profeta al estilo de Moisés: «No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor trataba cara a cara» (Dt 34,10). Benedicto XVI comenta que lo esencial del profeta no es revelar el futuro, sino mostrar el rostro de Dios. Lo que esperaba Israel era un nuevo Moisés que tuviera un acceso inmediato a Dios para poder comunicar la voluntad y la palabra de Dios de primera mano, sin falsificarla. A Moisés, sin embargo, no se le concedió ver la gloria del Señor -su naturaleza-, cuando lo pidió. Dios le dijo: «No podrás ver mi rostro, pues ningún ser humano puede verlo y seguir viviendo. Y continuó: He ahí un lugar junto a mí; tú puedes situarte sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te colocaré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Luego retiraré mi mano y tú podrás ver mi espalda; pero mi rostro no se puede ver» (Ex 33,20-23). Al nuevo Moisés, dice el papa, se le concederá lo que se le negó al primero: ver verdadera e inmediatamente el rostro de Dios y poder hablar así a partir de la plena visión de Dios y no sólo después de haberle visto las espaldas.

Buena parte de la exégesis actual, la que se puede calificar como más sólida, a pesar de las incertidumbres en las que a menudo se mueve, pone de manifiesto que lo más específico de Jesús es su referencia total a Dios y su unión con Él. El papa hace suyas las palabras de un prestigioso exégeta católico alemán, Rudolf Schnackenburg (1914-2002), quien en una de sus últimas obras afirma que si la persona de Jesús no está enraizada en Dios queda etérea, irreal e inexplicable16. El papa afirma: «Éste es el punto de apoyo sobre el que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella Él se hace presente a nosotros también hoy» (GdN 10). En Jesús se cumple la promesa del nuevo profeta anunciado por Moisés (Dt 18,18). Jesús vive en la presencia de Dios, no sólo como amigo sino como Hijo; vive en profunda unidad con el Padre. Benedicto XVI es contundente: «Si no se tiene esto en cuenta, la figura de Jesús se hace contradictoria y en definitiva incomprensible. La pregunta que todo lector del Nuevo Testamento debe hacerse, es decir, de dónde Jesús ha sacado su doctrina, dónde está la clave que explique su comportamiento, encuentra su verdadera respuesta sólo a partir de ahí» (GdN 26-27). De esa unión viene la autoridad de su enseñanza: de su contacto con el Padre cara a cara, de la visión de Aquel que está en el seno del Padre. Es así como los evangelios cobran sentido.

UN JESÚS PARA HOY

Con su desarmante sencillez, Benedicto XVI pide a los lectores, «el anticipo de simpatía sin la cual no hay ninguna comprensión» (GdN 20). De alguna manera, es la misma actitud que se pide a los lectores del Evangelio y que está ausente en ciertos sectores de la exégesis moderna. Estoy persuadido de que GdN marcará un hito en la historia de las Vidas de Jesús. Con él se recuperará buena parte de la confianza perdida por algunos en los evangelios. Benedicto XVI intenta, y a mi juicio lo consigue, presentar el Jesús de los Evangelios como el Jesús real, histórico. Como afirma el pontífice, esta figura «es mucho más lógica y también más comprensible desde el punto de vista histórico que las reconstrucciones con las que debemos enfrentarnos en las últimas décadas. Sostengo que precisamente este Jesús -el de los Evangelios- es una figura históricamente razonable y convincente» (GdN 18). No lo es, por el contrario, pensar que la comunidad ha sido la creadora de la imagen que tenemos de él. «Solamente si ha sucedido algo extraordinario, si la figura y las palabras de Jesús habían superado radicalmente todas las esperanzas y las expectativas de la época, se explica su crucifixión y se explica su eficacia» (ibid.). Así lo confirma la cristología del himno a Filipenses 2, a la que no se puede llegar mediante formaciones comunitarias anónimas, carentes de un fundamento real, histórico.

El Jesús histórico es el de los Evangelios y sigue hablándonos hoy. No es posible encontrarse con Jesús y no ser interpelado por Él. El papa no escribe un libro más o menos erudito sobre Jesús. El método de interpretación que emplea conlleva una búsqueda personal del rostro de Cristo y un deseo permanente de actualizar su figura para los hombres y mujeres de hoy. De aquí se deducen las continuas y muy variadas relecturas y actualizaciones del texto. Para entender mejor a lo que me refiero bastarán un par de ejemplos. Con el primero quisiera destacar un tipo de actualización en la que, por así decirlo, se invita al lector a comprender mejor alguna de las consecuencias que trae el mensaje de Jesús. Está sacado de las tentaciones de Jesús. Al comentar la invitación de Satanás a Jesús de convertir las piedras en pan, el papa hace ver cómo el texto nos está también enseñando que cuando los países de Occidente han ofrecido a países en vías desarrollo ayudas basadas en principios técnico-materiales han creído que con ellas podían transformar las piedras en pan. La realidad es bien distinta: les han dado piedras en lugar de pan. Y concluye el papa: «No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, entonces ninguna otra cosa puede hacerse buena. Y la bondad del corazón puede venir sólo de Aquel que es Él mismo la Bondad, el Bien» (GdN 56).

El otro ejemplo quiere mostrar un tipo de actualizaciones de contenido espiritual, que apelan al corazón del lector. Está tomado del comentario al padrenuestro. Escribe Benedicto XVI: «Los grandes orantes de todos los siglos, por su unión íntima con el Señor, han podido descender en las profundidades más allá de la palabra y están así capacitados para descubrir «dischiudere» a continuación la riqueza escondida de la oración. También cada uno de nosotros, mediante su relación íntima y personal con Dios, puede encontrarse acogido y custodiado en esta oración. Siempre de nuevo debe él con su mens -con el propio espíritu- salir al encuentro de la vox -a la palabra que viene a nosotros desde el Hijo-, debe abrirse a ella y dejarse guiar por ella. Así se abrirá también su mismo corazón y hará conocer a cada uno cómo el Señor quiere rezar precisamente con él» (GdN 163).

Me parece que este ejemplo habla por sí solo y toca algo muy querido a la interpretación que Benedicto XVI hace de Jesús de Nazaret. En la tarea de comprender a este Jesús histórico, dice el papa, es fundamental lo que nos dicen los Evangelios sobre cómo se retiraba a hacer oración. Ahí es donde se revela de manera más manifiesta el yo de Jesús. Pienso que es deseo del papa que también desde este encuentro del Hijo y el Padre pueda el discípulo verse implicado con Jesús en la comunión con Dios. La lectura de este libro, ciertamente, le ayudará a ello.

 

NOTAS

1 Empleo la abreviatura GdN para la edición italiana de Joseph Ratzinger-Benedetto XVI, Gesu di Nazaret, edizione italiana a cura di Ingrid Stampa e Elio Guerriero, Rizzoli, Milán, 2007. Las traducciones son mías.
2 Se puede ver al respecto el artículo de J. Morales, «Origen literario y desarrollo de las Vidas de Jesucristo», en Acta Theologica. Volumen de escritos del autor, ofrecido por la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Eunsa, Pamplona 2003, 23-35.
3 Albert Schweitzer (1875-1965), médico, teólogo, filósofo, músico y físico alemán, Premio Nobel de la Paz en 1952, especialmente conocido en ámbitos teológicos por su investigación sobre el Jesús histórico: Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, Mohr, Tübingen 21913 (ed. española Investigaciones sobre las vidas de Jesús, Edicep, Valencia 1990-2002).
4 De estos autores sus obras más conocidas sobre Jesús son las siguientes: Karl Adam, Jesus Christus, 1935 (4. Auflage); Romano Guardini, Der Herr, Betrachtungen über die Person und das Leben Jesu Christi, 1937; Franz Michel Willam, Das Leben Jesu im Land und Volke Israel, 1932; Giovanni Papini, Storia di Cristo, 1921; Henri Daniel-Rops (pseudónimo de Henri Petiot), Jésus en son temps, 1945.
5 En 1892 Martin Kähler publicó su famoso trabajo Der sogennante historische Jesus und der geschichtliche, biblische Christus, que, si bien al principio no tuvo una gran repercusión, marca un hito en la historia de la búsqueda del Jesús histórico. Según esta distinción Jesús (el hombre que vivió en Nazaret) pertenece a la así llamada historiografía; pero Cristo (lo que la Biblia confiesa de Jesús) constituye la verdadera historia.
6 Por ejemplo, en J. Ratzinger, El camino pascual, Bac, Madrid, 22005, 142.
7 A. Schweitzer, Investigaciones sobre las vidas de Jesús, 631-632.
8 G. Theissen, La redacción de los evangelios y la política eclesial. Un enfoque sociorretórico, Verbo Divino, Estella, 2002, 146.
9 Utilizo la expresión «Jesús de la historia» para referirme al Jesús real, el que vivió y murió en el siglo I de nuestra era, frente al «Jesús histórico», que es la abstracción teórica e hipotética de los estudiosos modernos, y que en realidad nunca existió.
10 J. Ratzinger, «La interpretación bíblica en conflicto. Sobre el problema de los fundamentos y la orientación de la exégesis hoy», en J. Ratzinger y otros, Escritura e interpretación. Los fundamentos de la interpretación bíblica, Palabra, Madrid, 2004, 1954 (orig. J. Ratzinger, «Schriftauslegung im Widerstreit. Zur Frage nach Grundlagen und Weg der Exegese heute», en J. Ratzinger (ed), Schriftauslegung im Widerstreit, Herder, Freiburg, Basel Wien, 1989, 15-44).
11 Ver al respecto el artículo de V. Balaguer, «La Biblia, libro de la Iglesia», en J. Palos C. Cremades (ed.), Diálogos de Teología VIII. Perspectivas del pensamiento de Benedicto XVI, Edicep-Fundación Mainel, Valencia, 2006, 87-104.
12 J. Ratzinger, «La interpretación bíblica en conflicto», 25.
13 Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1993, C, 1.
14 En este sentido vale la pena citar las palabras de Benedicto XVI dirigidas en noviembre del año pasado a los obispos de Suiza, que han sido recogidas por los lineamenta para el próximo Sínodo de los Obispos «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia»: «Me interesa mucho que los teólogos aprendan a leer y amar la Escritura tal como lo quiso el Concilio en la Dei Verbum: que vean la unidad interior de la Escritura -hoy se cuenta con la ayuda de la exégesis canónica (que sin duda se encuentra aún en una tímida fase inicial)- y que después hagan una lectura espiritual de ella, la cual no es algo exterior de carácter edificante, sino un sumergirse interiormente en la presencia de la Palabra. Me parece que es muy importante hacer algo en este sentido, contribuir a que, juntamente con la exégesis históricocrítica, con ella y en ella, se dé verdaderamente una introducción a la Escritura viva como Palabra de Dios actual», Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre al final del encuentro con los obispos de Suiza (7 noviembre 2006): L’sservatore Romano, edición española (17 noviembre 2006), 4.
15 J. Neusner, A Rabbi Talks With Jesus, Ithaca-McGill-Queen’s University Press, Montreal, 2000.
16 Rudolf Schnackenburg, La persona de Jesucristo reflejada en los cuatro Evangelios