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De “ensayo de aventuras” ha calificado Luis Landero El infinito en un junco (Siruela), que con 20 ediciones en menos de un año, se ha convertido en un fenómeno editorial. Y como un relato de aventuras comienza: grupos de jinetes, enviados por el rey Ptolomeo de Egipto recorren el mundo conocido en el siglo III a.C, a la búsqueda de libros. El monarca quiere poner el colofón póstumo al sueño de Alejandro Magno. El conquistador macedonio había levantado una ciudad en el delta del Nilo, “la síntesis de Oriente y Occidente”, y quería instalar allí la primera biblioteca del mundo.

"El infinito en un junco" Irene Vallejo. Siruela, Madrid 2019. 449 págs. 23’70 euros (papel) / 11’39 euros (digital).
«El infinito en un junco» Irene Vallejo. Siruela, Madrid 2019. 449 págs. 23’70 euros (papel) / 11’39 euros (digital).

El infinito en un junco cuenta la invención del libro en el mundo antiguo, “corredor de fondo” que ha superado la prueba del tiempo. Y aunque el ensayo se refiere a Grecia y Roma, dialoga constantemente con el lector del mundo contemporáneo. La autora lleva años haciéndolo, a través de sus columnas de Heraldo de Aragón -y desde hace unos meses de El País-. Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia, Irene Vallejo, es capaz de hacer tremendamente ameno su conocimiento de Grecia y Roma e interpelar al hombre de hoy, al traer al presente los ecos de un mundo solo aparentemente extinguido. 

Ya desde el principio, deja clara esa conexión, al emparentar la biblioteca de Alejandría con la World Wide Web de Tim Berners-Lee y con la Biblioteca de Babel de Borges, “alegoría profética del mundo virtual, de la desmesura de internet (…) donde nos extraviamos como fantasmas en un laberinto”. 

En el Nilo encuentra Ptolomeo la materia prima de su sueño: el junco de papiro, que “como el coltán de nuestros teléfonos era entonces un bien estratégico”.Tan estratégico que los reyes de Egipto lo convirtieron en monopolio (y no en vano los egiptólogos creen que la palabra papiro tiene la misma raiz que faraón).

 La cultura griega y sus signos distintivos -explica la autora- eran como los «McDonald’s y los productos de Apple que uniformizan el mundo».

Foco de la cultura en el mundo antiguo, al que acuden grandes filósofos y matemáticos, Alejandría era la avanzadilla del helenismo, antecedente de la globalización. El griego era el inglés de ahora -explica la autora-; y la cultura griega y sus signos distintivos eran como “los McDonald’s y los productos de Apple que uniformizan el mundo”. Y hasta el Faro de Alejandría, “la última de las siete maravillas de la Antigüedad”, desempeñaba en el siglo III a. C. “la misma función simbólica que las Torres Gemelas”.

Vendrán después los romanos a engrandecer la Biblioteca. Cuenta Vallejo que Marco Antonio puso, como regalo, a los pies de Cleopatra 200.000 volúmenes para la Gran Biblioteca y comenta que “en Alejandría, los libros eran combustible para las pasiones”. Desfilan ante el lector los grandes autores latinos; Vallejo es capaz de sintetizar e interpretar lo mejor de Virgilio o de seguir la peripecia del hispanorromano Marcial (nacido en Bilbilis, Calatayud) que dejó muestra de su genio satírico en los epigramas. Y apunta que hasta el tema de “Fahrenheit 451, de Bradbury”, era ya una realidad en el mundo romano: “un compañero de Agustín de Hipona recitaba todos los poemas de Virgilio -miles y miles de versos-”.

EL ALFABETO, DURADERA PARTITURA DEL LENGUAJE  

Nada relacionado con el libro y la escritura escapa al microscopio de la autora. Así, explica el origen fenicio del alfabeto, “las más perfecta partitura del lenguaje y la más duradera”. Y da noticia de la evolución del libro, del papiro al kindle, pasando por la imprenta de Gutenberg. Sin olvidar la tecnología de la escritura, del cálamo al bolígrafo, “genial invento del periodista húngaro Laszló Biró” que tuvo la idea al ver jugar a niños con un balón y comprobar que dejaba rastro al rodar tras haber pasado por un charco de agua. 

Vallejo concluye con la desaparición del mundo antiguo, tras la caída del Imperio Romano de Occidente, y la amenaza que para la cultura representaban los bárbaros. Pero cuando el ocaso de los libros parece inevitable, “las fábulas, ideas y mitos de Roma encuentran un paradójico refugio en los monasterios”. Cada monje copista  alberga un destello del Museo de Alejandría.

Ese legado ha llegado a los lectores del tercer milenio. Como dice Umberto Eco, el libro “pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados no se puede hacer nada mejor”. 

El infinito en un junco es un Nilo de información y erudición, tan largo como divertido, con meandros amenos y variopintos -como las experiencias de la propia autora, en Florencia o en la biblioteca Bodleiana de Oxford-. Sin olvidar historias sobre los lazos humanos que trenzan las letras, “signos muertos y fantasmales”: como la de un ebanista llamado Zimmer, tan enamorado de la novela Hiperión, que sacó a su autor, el poeta Hölderlin, de la clínica mental en la que estaba ingresado, y lo cuidó y alimentó durante 36 años.

El amor es uno de los hilos del tapiz tejido por Vallejo. Desde los poemas de Safo hasta ‘El arte de Amar’ de Ovidio.

Precisamente el amor es uno de los hilos del tapiz tejido por Vallejo. Desde los poemas de Safo hasta El arte de Amar de Ovidio. El amor de las madres, el amor de las mujeres, “tejedoras de lazos y de historias”. El infinito en un junco rinde un homenaje a las eternas silenciadas que, sin embargo, tenían mucho que decir. La autora habla de su propia madre que le descubrió la magia de los cuentos; o de Pilar Iranzo, su profesora de Griego del Instituto, que le hizo entender al traducir Antígona o Medea que “las obras clásicas se habían escritos para nosotros”. Tejedoras de historias: desde Madame de Stäel hasta Harper Lee, pasando por Virginia Woolf, Teresa de Avila o Flannery O’Connor, o las patricias romanas como la poetisa Sulpicia o Julia Agripina, esposa de Claudio y madre de Nerón, cuyas memorias perdidas solo conocemos por alusiones. 

Las mujeres también son focos de cultura, como la pagana Hipatia de Alejandría, seguidora de Platón, que a finales del siglo IV escribió sobre álgebra y astronomía y fue una intelectual respetada por su sabiduría. Tuvo un trágico final, cuando se produjeron luchas entre cristianos y judíos: una muchedumbre exacerbada, a las órdenes del obispo Cirilo, la secuestró acusándola de bruja, la mataron a golpes, y quemaron los restos. Aunque las sospechas recayeron sobre el obispo Cirilo, como instigador del crimen, no está clara su responsabilidad. Vallejo explica que “las pruebas de lo que hoy llamaríamos autoría intelectual son siempre muy huidizas” y consigna: “no se llevó a cabo una verdadera investigación”.

LIBREROS Y EDITORES, OFICIO DE RIESGO

Vallejo se detiene en las librerías y en los libreros, cuyo trabajo escondido califica de “oficio de riesgo”, entre otras razones por la amenaza de la censura, desde los copistas y libreros que llegaron a ser crucificados por el emperador Domiciano, hasta los que sufrieron la persecución de Hitler. Y apostilla, siguiendo al poeta Heine, que “allí donde queman libros, se acaba quemando personas”.

En su afán por esbozar una enciclopedia informal sobre el libro, la autora llega a hablar de los títulos (“si el libro es un viaje, el título es la brújula”) Desde los de la antigüedad, que se limitaban a titular por las primeras palabras del texto (tradición que siguen los papas en las encíclicas) hasta los títulos “irónicos, poéticos o expresivamente densos” del siglo XX. Aunque Vallejo subraya el carácter “destellante” en su sencillez de Los trabajos y los días, de Hesíodo; Vidas paralelas de Plutarco, o Ciudad de Dios, de Agustín de Hipona.

«El mito platónico de la caverna regresa en ‘Alicia en el país de las Maravillas’ y en ‘Matrix’; ‘Frankenstein’ de Mary Shelley fue imaginado como un moderno Prometeo; ‘Edipo’ se reencarna en ‘rey Lear’; Gilgamesh en Supermán o Séneca en Montaigne», se puede leer en el libro

Y es que todo el libro es un puente entre la filosofía y la vida de la Antigüedad y la del mundo contemporáneo, entre ellos y nosotros. Como en las Metamorfosis de Ovidio, la cultura grecolatina se transforma y sigue palpitando bajo distintos ropajes: Heráclito es “el padre de Proust, con sus oraciones laberínticas llenas de recovecos; de Faulkner y sus monólogos confusos, y de Joyce”. Y su máxima “nadie se baña en el mismo río, imagen acuática de un mundo siempre cambiante remite a Manrique -nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar- y Bauman y su modernidad líquida”.

Y sigue diciendo Vallejo: “El mito platónico de la caverna regresa en Alicia en el país de las Maravillas y en Matrix; Frankenstein de Mary Shelley fue imaginado como un moderno Prometeo; Edipo se reencarna en el desgraciado rey Lear; Gilgamesh en Supermán o Séneca en Montaigne”. Y la autora recuerda que hasta “la Guía Michelin” tiene un sabroso antecedente en la Antigüedad: un ensayo del siglo II incluye a los Siete Grandes Cocineros griegos, cada uno con su especialidad (pescado, lentejas etc.). Y con “una ironía muy actual” aquel librito apunta que “de todos los condimentos, el más importante en la cocina, es la fanfarronería”.

No parece exagerado el elogio del premio Nobel Mario Vargas Llosa ante la declaración de amor de Irene Vallejo al libro, más allá del espacio y del tiempo:  “Tengo la seguridad absoluta de que El infinito en un junco se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en otra vida”.

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.