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Las consecuencias de la asunción de una identidad en las redes sociales hasta el punto de perder la identidad real. Este es el asunto que nos plantea la novelista francesa Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) en Los reyes de la casa, publicada por Anagrama. Una aparente trama de ciencia-ficción, pero que, tal y como la va desgranando la escritora, acaba por imponerse como un grave y acuciante problema del presente.

De Vigan utiliza una técnica narrativa próxima al periodismo. Nos ofrece información contrastada, datos, declaraciones judiciales, ejemplos reconocibles que hacen absolutamente verosímil la historia que nos cuenta. Es la misma técnica que ya usara en anteriores novelas, siempre sobre asuntos actuales. En Basada en hechos reales (llevada al cine por Roman Polanski) reflexionaba sobre los límites entre la verdad y la mentira. En Las lealtades, planteaba la indiferencia ante la violencia en las sociedades modernas. En Las gratitudes se detenía en la vejez y la soledad.

Los reyes de la casa. Anagrama. 2022

 

Los reyes de la casa cuenta la historia de Mélanie Claux, una licenciada en Filología, casada y con dos hijos, cuya obsesión es formar una familia feliz. Pero “cuando su vida comenzaba a alcanzar una velocidad de crucero, siente un enorme vacío sin nombre”. De repente, se sorprende a sí misma llorando sin causa alguna, Aparentemente, lo tiene todo, no le falta de nada, pero no es feliz.

La participación en su juventud en un reality show le hizo disfrutar de una fama efímera, aunque pronto cayó en el olvido. Desde entonces, Mélanie dividía su vida en episodios, en temporadas, como si fuera la protagonista de una serie. La necesidad de abrirse al exterior le lleva a abrir una cuenta en Facebook, a “compartir” su existencia feliz con el resto del mundo. Pronto descubre que sus seguidores aprecian sus dotes de “supermamá”. que en las redes interesaba todo lo que fuera “verdadero”, “vidas como la suya”. Sin apenas darse cuenta, poco a poco, va forjando una imagen que le refrendaba el favor de su admiradores, que le hace sentirse importante, querida, admirada. Se siente premiada por “una avalancha de me gusta, corazones de todos los colores, emojis desbordantes de amor.”

Facebook se le queda pequeño (a la protagonista). Descubre que Youtube o Instagram ofrecen más posibilidades y que sus seguidores aprecian especialmente los vídeos en los que aparecen sus hijos

Facebook se le queda pequeño. Descubre que Youtube o Instagram ofrecen más posibilidades y que sus seguidores aprecian especialmente los vídeos en los que aparecen sus hijos. La imagen de “supermamá” se completada con la de los “superhijos”, guapos, graciosos, cautivadores. Importa nuevos formatos de Estados Unidos: el unboxing, los niños abriendo paquetes de regalos; los juegos en casa, los niños con sus juguetes favoritos; los retos, los niños realizando proezas impropias de su edad. La actividad se va completando con las actividades cotidianas: desayunando, arreglando la casa. Incluso con salidas a comer en el burguer o de compras en tiendas de todo tipo.

El resultado es la superfamilia feliz. Toda una atracción que da lugar al canal Happy Break, con cinco millones de suscriptores y unos ingresos anuales superiores al millón de euros, gracias a la publicidad encubierta -o no tanto- en el uso de los productos de consumo ordinario: los cereales, la ropa, los juguetes, todo con la marca bien visible.

La felicidad se trunca con la misteriosa desaparición de su hija Kimmy, de seis años, la verdadera estrella del canal. Aquí comienza un thriller vertiginoso. Entra en escena la investigación, de la mano de la agente Clara Roussell, una mujer de 33 años, “ni joven ni vieja, solitaria”, decididamente analógica, que vive solo para su trabajo. Servirá, al enfrentarse a un mundo que desconoce, para ofrecer el contraste con la felicidad impostada.

Envidia de la felicidad

A través de sus reflexiones, la autora indaga en el fondo del asunto. Clara se sorprende cuando pregunta a la madre si cree que alguien les odia o tiene razones para querer hacerles daño.  La madre contesta: “Somos famosos … los niños y yo. Tienen envidia de nuestra felicidad”. Explica que sus hijos “soñaban con ser youtubers, que están felices de haberse convertido en estrellas. Lo mejor que podría haberles pasado”.

La agente se da cuenta de que la cuestión no era saber quién era Mélanie Claux. “La cuestión era saber qué toleraba la época, que alentaba, incluso que ensalzaba. Y admitir que los inadaptados, los desfasados, por no decir los reaccionarios, eran aquellos que como ella no podían desenvolverse sin extrañarse o indignarse.”

Sumergida en el visionado de las grabaciones, descubre que “todos los videos están basados en el mismo recurso dramático: la satisfacción inmediata de un deseo”. Y reflexiona.  “De lejos no se ve el peligro. Son niños que ven cómo juegan otros niños”. Es la manera de vivir del momento, de “estar en el mundo». Indaga en las noticias y comprueba que la tercera parte de los niños, al nacer, ya tienen una existencia digital, que en todo el planeta miles de familias comparten su día a día con millones de seguidores, que en Inglaterra, unos padres llegaron incluso a subir a las redes la grabación del entierro de su hijo.

“Había llegado el momento -concluye- en que cualquiera podía opinar que su vida era digna de suscitar el interés de los demás y cosechar pruebas de ello. Cualquiera podía considerarse y comportarse como una estrella, como una celebridad…” En el fondo, YouTube e Instagram habían cumplido el sueño de cualquier adolescente: “que te quieran, que te sigan, que te admiren … Mélanie era una mujer de su tiempo. Así de sencillo. Para existir, había que acumular visitas, likes y stories.”

La policía se pregunta qué pueden desear aquellos niños de los vídeos que lo tienen todo, “enterrados en juguetes que ni tienen tiempo de abrir”. El interrogatorio a un activista contra la exposición de menores en las redes le da la respuesta. “Son niños esclavos, que trabajan a un ritmo estajanovista. Víctimas de la violencia intrafamiliar”.

En un giro inesperado, Delphine De Vigan traslada la acción al año 2031. Aquí sí entra en juego la ciencia-ficción de una manera abierta. Introduce el personaje de un psiquiatra, “especialista en la incidencia de la revolución digital en los trastornos de ansiedad. en patologías asociadas al desarrollo de las redes sociales, de la realidad virtual, de la inteligencia artificial”.

El personaje del doctor responderá a la pregunta que angustia a la policía desde que se hizo cargo del caso: qué clase de adultos serían esos niños que crecieron con una identidad digital. “Al entrar en la edad adulta muchos de ellos toman conciencia de que están marcados por un pesado lastre que los priva de cualquier esperanza de anonimato. Apelando al derecho a la imagen y a la virginidad digital, recurren a la justicia para exigir a sus padres que retiren las fotos o los videos publicados y etiquetados en las redes sociales a lo largo de toda su infancia. Algunos llegan incluso a reclamar daños y perjuicios.”

Un mundo en el que “El Gran Hermano había sido acogido con los brazos abiertos”

Nos muestra a la siguiente generación, cómo son los niños Kimmy y Sammy de mayores. Nos pinta un mundo verosímil a partir de la situación actual. Un mundo en el que “cada dato, cada desplazamiento, cada conversación deja huella”, en el que “resulta imposible ejercer el derecho al olvido”. En el que el síndrome del Show de Truman -en referencia a la película de Peter Weir-, la sensación de que vivimos un vida impostada y diseñada para ser “compartida”, comienza a generalizarse. Un mundo en el que “El Gran Hermano había sido acogido con los brazos abiertos”.

Los reyes de la casa ofrece una lectura amena, entretenida, intrigante, entrelazando la investigación periodística, la trama familiar, el thriller y la ciencia-ficción, pero sin despegar los pies del suelo. Nada de lo que cuenta nos resulta ajeno ni inverosímil. Nuestro entorno está lleno de historias como la de la familia Claux. Nuestro mundo ya está dominado por pantallas como esas a las que la niña Kimmy tiene terror, porque podría quedarse encerrada dentro de ellas.

Periodista y editor de Nueva Revista. Es autor del ensayo "Los chicos de la prensa" (Nickel Odeón) y participa habitualmente en libros sobre cine de la editorial Notorious.