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Aunque la decisiva victoria de Barack Obama sobre John McCain es por sí misma un hecho histórico, serán todas y cada una de las decisiones que habrá de ir tomando a partir del 20 de enero las que definan su presidencia. Hasta ahora el senador por Illinois ha sabido tomar las decisiones más acertadas para llevar a buen término la campaña electoral más agotadora del mundo: el formato de la campaña, la elección de asesores, los eslóganes y mensajes, etc. Pero es ahora, una vez culminado ese largo proceso, cuando más se pondrá a prueba su buen juicio, su capacidad para decidir y seleccionar, sus estrategias a medio plazo —si es que ese plazo existe en política—. Además, las ilusiones generadas son también una enorme carga. ¿Podrá colmar tantas expectativas de tan diversa índole?

En las próximas semanas Obama comenzará a diseñar su presidencia, y sus primeras decisiones, como cuando fue elegido presidente del Harvard Law Review, nos enseñarán el camino que pretende tomar. Es momento de confeccionar el equipo de gobierno y nombrar asesores, de determinar a qué asuntos hay que dar prioridad, de decidir en qué hay que ser valiente y en qué conviene extremar la cautela. También es el momento de decidir entre dar a la presidencia la carga ideológica que algunos temen o hacer la política pragmática y pospartidista que hasta ahora ha prometido. EE.UU., como decía E.J. Dionne en el Washington Post, es una nación no ideológica, pero buena parte del sector conservador —Wall Street Journal incluido— considera la llegada de Obama a la Casa Blanca una pesadilla hecha realidad: el inicio de un movimiento liberal —es decir, socialdemócrata en terminología política estadounidense— que dominará todos los departamentos gubernamentales. Según George Packer, del New Yorker, la pesadilla política de los conservadores incluye la seguridad social universal, las energías limpias, el derecho a defensa legal para los sospechosos de terrorismo, una mayor presencia sindical, una nueva regulación del sector financiero y una subida de impuestos para los más adinerados…; más o menos todo lo que Obama ha prometido en la campaña.

Pero si Obama quiere ser el presidente pospartidista que anunció en su campaña, habrá de recabar el apoyo de conservadores y con ellos iniciar las reformas que el sistema necesita. Para ello lo primero que debe hacer es restaurar la confianza en el sector público: los americanos no confían en él y para cambiar este motor clave para cualquier reforma tendrá que contar con el apoyo de las empresas privadas, de los lobbies e inversores. En un país sumido en graves complicaciones económicas y financieras, en el que la mala regulación ha sido tanto o más perjudicial que la falta de regulación, el sector público está dañado y necesitado de ayuda.

Pero donde los demás ven dificultades, él ve oportunidades. La crisis económica, decía su jefe de gabinete, Rham Emanuel, hace poco, permite hacer cosas que los americanos han desestimado durante años. Por ello, una vez en el gobierno se ampliará la seguridad social, se iniciarán políticas energéticas y se hará la educación más accesible, medidas, en definitiva, dirigidas a paliar las dificultades económicas del americano medio. Pero, estas medidas ¿serán valientes o cautelosas? Durante los años noventa los moderados intentos de expansión de la seguridad social fracasaron, pero durante los ochenta las arriesgadas políticas de Reagan fundamentadas en su anticomunismo y liberalismo económico tuvieron más éxito; quizás, más allá de la ideología, haya llegado el momento de tomar decisiones arriesgadas.

Con sus iniciativas políticas Reagan se convirtió en líder para conservadores y liberales que, como Obama, vieron en él una admirable forma de hacer política pese a las discrepancias ideológicas. Y si Reagan fue valiente, ¿por qué no debe serlo Obama? El valor tiene su riesgo, pero también lo tiene el exceso de prudencia. Ahora Obama tiene que decidir el ritmo a que debe enfrentarse a los problemas más acuciantes y el lanzamiento de sus grandes líneas de acción política. Tanto en materia económica como de política exterior tiene que decidir si el gobierno de los EE.UU. debe, y puede, tomar medidas arriesgadas que cambien de forma drástica el rumbo del país y su dañada reputación o si éstas deben ser implantadas de forma paulatina y progresiva. El riesgo no asegura el éxito, pero la prudencia puede decepcionar a muchos electores. Si a ello añadimos las complicaciones de la vida política — gran parte de las medidas ya expuestas tendrán efectos a medio y largo plazo, pero el escrutinio público exige mejoras visibles pronto y rápido—, la decisión entre valentía y prudencia se complica.

Además, son tantos los frentes abiertos que algunas decisiones serán alternativas más que complementarias; por ejemplo, ¿es complementario acatar todas las promesas y reformar la seguridad social y rebajar los impuestos al tiempo que afrontar la crisis económica?, o ¿debe establecer diferentes fases para diferentes políticas y dar prioridad a determinadas materias como sugería David Brooks del New York Times? En algún asunto internacional la paradoja es similar: EE.UU. debe presionar a Irán sin recurrir a la fuerza armada y bajo el paraguas de la ONU, pero para ello necesita el apoyo de Rusia, con quien se encuentra en su peor momento diplomático desde la caída del muro de Berlín. Y ¿puede mejorar la diplomacia con Rusia sin empeorar su relación con Georgia? Complejas decisiones.

Irak y Afganistán, en cambio, sí parecen complementarios pues en cumplimiento de sus promesas electorales, del entendimiento del general Petraeus y de los dirigentes iraquíes, se debe (y se puede) retirar tropas de Irak y reforzar las desgastadas delegaciones militares en Afganistán, donde la situación ha empeorado.

Hasta ahora Barack Obama ha mostrado su buen juicio y organizado la campaña electoral más eficaz de los últimos años venciendo a dos tremendas maquinarias electorales: la de los Clinton y la republicana. Pero eso ya ha quedado en el pasado, y será la elección de miembros de gobierno, asesores y altos cargos la que nos indicará si estamos ante una presidencia valiente o precavida, ideológica o pragmática. Las decisiones a este respecto de George W. Bush en el año 2000 constituyeron una clara declaración de intenciones cuyas consecuencias todo el mundo conoce; las de Obama también lo harán.

Analista de relaciones internacionales