Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es doctor en Economía y profesor de Economía Global, además de gestor de fondos de inversión y presidente del Instituto Mises Hispano. Esta última credencial, la de ser presidente del Instituto Mises Hispano, nos sitúa en la pista de su línea argumentativa en Libertad o igualdad, porque Lacalle aplica a la actualidad las enseñanzas de los grandes maestros de la Escuela Austriaca de Economía, en especial de Ludwig von Mises, Friedrich A. von Hayek y Murray Rothbard. De manera que Libertad o igualdad funciona como un antídoto contra El capital en el siglo XXI, el superventas de Thomas Piketty, en donde la solución a los agobios financieros de los Estados modernos gira principalmente, dicho rápido y resumido, en aumentar el gasto público y en subir los impuestos a las grandes fortunas.
Daniel Lacalle, Libertad o igualdad. Por qué el desarrollo del capitalismo social es la única solución a los retos del nuevo milenio, Ediciones Deusto, Barcelona, 2020, 320 páginas. Traducción de Jorge Paredes.
(Título original: Freedom or Equality. The Key to Prosperity Through Social Capitalism, Post Hill Press (EE.UU.), 2020).
Lacalle describe la economía de mercado, recuerda que es el único sistema que garantiza la libertad individual, relata las virtudes del capitalismo bien entendido, cuál es el papel del dinero, en qué consiste el ahorro, la inversión y la innovación, por qué es preciso que el Estado quede reducido al mínimo indispensable, y por qué se necesita, al contrario, que la sociedad civil sea tanto más fuerte.
Según han puesto de manifiesto multitud de estudios que también Lacalle cita, el capitalismo proporciona más riqueza y mayores oportunidades que el socialismo; este y el intervencionismo empobrecen: igualan a la baja creando un número mayor de pobres. Pero una cosa es el capitalismo y la economía de mercado, y otra «el capitalismo de amiguetes». Lacalle se centra en el tipo de capitalismo que mejora el bienestar general de los ciudadanos: el «capitalismo social». Se trata de un modelo que tiene en cuenta la responsabilidad, el mérito y la recompensa, y que explica que el mercado libre puede resolver mejor que el Estado los problemas de la convivencia.
Alejandro A. Chafuen, en la «Introducción» a Libertad o igualdad, lo resume así: «Una de las consecuencias positivas del mencionado libro de Piketty es que concienció a los economistas de que el análisis de la igualdad tenía que matizarse más en lo tocante a su planteamiento de nuevas situaciones y desafíos. Este libro de Daniel Lacalle es una de las obras que hacen este tipo de matizaciones» (p. 13).
Veamos a continuación, con palabras del mismo Lacalle, los argumentos centrales de su libro. Solo hemos añadido rótulos y negritas:
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Pobreza, igualdad, desigualdad y clase media
«Hay que identificar la pobreza, y no la desigualdad, como el verdadero enemigo a batir» (p. 22).
«Nadie ha muerto nunca por causa de la desigualdad. Sin embargo, muchos han perecido a causa de la pobreza» (p. 44).
«Las inversiones en asistencia social tienen que hacerse a partir de los ahorros o, de lo contrario, todo el agente económico acabará desplomándose tarde o temprano» (p. 35).
«Al creer que la solución al fuerte endeudamiento es más endeudamiento y la receta contra el malgasto es más gasto, las sociedades se vuelven más frágiles y menos prósperas, y se destruye su clase media» (p. 37).
«La clase media es la que, ante una mayor represión fiscal y monetaria, solo puede defenderse trabajando más duramente» (pp. 37-38).
«En lugar de gastar miles de millones de fondos públicos para reducir la desigualdad, lo que necesitamos es un millón de empresas más y la libertad para permitirles crecer» (p. 46).
«La desigualdad se reduce con mayor empleo y más crecimiento, no olvidando a los pobres del mundo para buscar un igualitarismo imposible en los países desarrollados» (p. 49).
«Venezuela es aparentemente muy igualitaria, pero uniformemente pobre. Dicho país es un desastre económico. Cuba es aparentemente igualitaria, y el salario medio allí es de unos 21 dólares mensuales. El socialismo crea igualdad a través de la pobreza» (p. 49).
«La pregunta, por tanto, es: ¿por qué habría alguien de exagerar las acusaciones de desigualdad de ingresos? Respuesta: para imponer el intervencionismo, no para reducir la pobreza» (p. 51).
«La mayor desigualdad no es entre ricos y pobres, sino entre contribuyentes y burócratas» (p. 61).
«Un gobierno no puede reducir la desigualdad al alza. Solo puede igualar a la baja. La reducción de la desigualdad, por lo tanto, no puede ser el objetivo primordial, sino una segunda derivada de dos objetivos ineludibles: el crecimiento y el empleo» (p. 80).
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Imprimiendo billetes para gozo exclusivo del Estado
«Todo el dinero nuevo es para el gobierno y el banco central se ve obligado a comprar toda la deuda emitida por un llamado “banco de inversión pública”» (p. 144).
«Si el gobierno puede gastar y obtener crédito de manera ilimitada y sin riesgo, ¿quién va a conceder crédito al sector privado y a qué coste?» (p. 145).
«La masiva creación de dinero crea una enorme inflación en los activos financieros y desinflación en la economía real, allanando el terreno para uno de los más dramáticos desequilibrios entre clases de activos, industrias y consumo vividos desde la década de 1970» (pp. 247-248).
«Los bancos centrales no pueden seguir ignorando las burbujas y los excesos que crean con sus políticas. Lo que me parece sorprendente —e intelectualmente deshonesto— es achacar eso a problemas de capitalismo y libre mercado, cuando se debe a las políticas estatistas de planificación central» (p. 27).
«¿Cómo es posible que el gobierno gaste y se endeude sin cesar? Porque tiene el control y el monopolio de gravar con impuestos a sus ciudadanos y destruir el poder adquisitivo de la moneda» (p. 35).
«Si imprimir dinero fuera bueno para la economía, la falsificación de billetes sería legal. Pero, evidentemente, no lo es» (p. 36).
«El que se beneficia de la destrucción del poder adquisitivo de la moneda es el primer receptor de esa moneda: el gobierno. Por eso exige el monopolio de la emisión de dinero» (p. 37).
«Según las normativas de la UE, prestar dinero a las administraciones públicas “tiene menos riesgo” y requiere menos capital que prestar a familias y empresas. Entonces, ¿quién aprovecha la ocasión para prestar a los gobiernos? Los bancos. ¿A quién rescatan realmente los gobiernos cuando rescatan a los bancos? A sí mismos» (p. 114).
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Impuestos y descontento
«No es, por lo tanto, una sorpresa que el ciudadano medio se sienta en parte expulsado del crecimiento económico. Si la renta y el ahorro de la clase media se diluye y confisca vía políticas monetaria y fiscal, es perfectamente lógico que una parte de la población piense que el mundo está mucho peor» (p. 28).
«Avaricia es acumular cantidades crecientes del fruto del trabajo, del ahorro y de la inversión de los ciudadanos para las arcas del administrador gubernamental, que se presenta como un salvador con el dinero ajeno y como un libertador con la libertad ajena» (p. 31).
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Socialismo, deuda pública, déficit y gasto
«La clase media siempre pierde cuando los gobiernos mundiales introducen represión fiscal y financiera desde medidas que son más socialistas que capitalistas, como disparar los déficits, aumentar impuestos y subvencionar a sectores de baja productividad mientras se destruye el ahorro vía bajadas de tipos e inyecciones de liquidez» (p. 28).
«Las políticas más repetidas desde hace dos décadas son claramente socialistas: beneficiar el exceso del sector público incentivando el endeudamiento y penalizando el ahorro» (pp. 28-29).
«La deuda pública la tiene que pagar el sector privado. Por tanto, la deuda pública se suma a la deuda privada, no está separada de ella. Se trata de una obligación que será pagada por el sector privado, además de su propia deuda» (p. 107).
«Comparar la deuda pública respecto al PIB con la deuda privada respecto al PIB es absurdo y engañoso, ya que es un cálculo que favorece al gobierno» (p. 107).
«La situación financiera del sector público debería comparar gastos con ingresos y activos, que son medidas de solvencia más correctas» (p. 107).
«No existe la deuda pública. Es deuda de los contribuyentes» (p. 108).
«Los recortes fiscales son más eficaces que los aumentos de gasto» (p. 118).
«No se puede criticar el aumento de la deuda pública y exigir más déficits al mismo tiempo. Es como criticar la embriaguez y proponer curarla con vodka» (p. 120).
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Crecimiento económico, justicia social y corrupción
«La falacia es que el crecimiento económico, la generación de riqueza, es un juego de suma cero y que para que unos ganen, otros tienen que perder. Es decir, que si alguien se ha hecho rico es porque ha hecho pobres a otros» (p. 31).
«La inmoralidad es llamar justicia social al robo, y que un grupo de políticos y mal llamados intelectuales, que jamás han creado una empresa ni un empleo, se arroguen la facultad de determinar cuánto debe usted ganar y cuánto merece» (p. 32).
«Eso no es justicia, es una inmoralidad. Porque la justicia y la fiscalidad progresiva ya existen, la redistribución ya existe» (p. 32).
«El socialismo no solo penaliza el mérito, sino que supedita a la población a ser dependientes del poder político» (p. 32).
«Obtener fondos de las empresas y las familias a través de los impuestos, enviar el dinero a un organismo gubernamental, hacer circular el dinero entre más organismos, cada uno de ellos con sus propios costes, y a continuación repartir lo que sobre en función de intereses políticos es altamente ineficiente y siempre conduce a una asignación errónea y a la corrupción» (p. 87).
«Hay menos responsabilidad y transparencia en la administración porque el dinero de los contribuyentes siempre es el dinero “de otros”» (p. 87).
«Fijémonos en las compañías industriales semiestatales que se mantienen con vida por “razones estratégicas”. Muchas compañías “estratégicas” [próximas al gobierno] reciben más dinero en subvenciones del que pagan en impuestos. No son las únicas que reciben exenciones tributarias» (p. 41).
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Los ricos y el capitalismo
«Ninguna nación ha hecho más ricos a los pobres haciendo pobres a los ricos» (p. 32).
«El contribuyente medio paga en España un poco más de 12.000 euros al año en impuestos, de modo que, en 2018, destinó 177 días a cumplir con Hacienda» (p. 38).
«En España, el número total de contribuyentes que ganan más de 150.000 euros al año asciende a solo 99.582 (el 0,5 por ciento del total)» (p. 39).
«Y, sin embargo, los populistas nos quieren convencer de que 99.582 personas van a pagar miles de millones adicionales y anuales para cubrir los excesos presupuestarios prometidos en campaña electoral» (p. 39).
«La definición de “rico” y gran empresa se va rebajando hasta que tú mismo puedes parecer un Onassis y un kiosco de barrio puede parecer la empresa ExxonMobil» (pp. 39-40).
«El que piense que el 0,5 por ciento de los contribuyentes y el 0,1 por ciento de las empresas va a sufragar decenas de miles de millones de euro anuales y adicionales a lo que ya pagan, y a sostener al 99 por ciento y pico restante, tienen un problema con la estadística, las matemáticas y la historia» (p. 40).
«El truco de magia que nos hacen a todos consiste en que nos fijemos en una mano (los ricos) cuando el truco está en la otra (el exceso de gasto y el aumento del intervencionismo y del control por parte del gobierno)» (p. 42).
«Si cobrar impuestos a los ricos fuese la solución al endeudamiento elevado, la desigualdad y el exceso de gasto, a estas alturas, el mundo ya no tendría esos problemas» (p. 43).
«¿Cómo es posible que la promesa de subir los impuestos a los ricos acabe siempre con impuestos más elevados para la clase media?» (p. 187).
«España no recauda poco. Recauda un 11 por ciento menos que la media de la Unión Europea (2017) porque tiene casi el doble de paro, empresas mucho más pequeñas y débiles y más economía sumergida» (p. 203).
«Contrariamente a lo que dicen los partidarios de la represión fiscal, el capitalismo no se beneficia de la pobreza. Quienes se benefician de que la gente siga siendo pobre son la burocracia y el intervencionismo. Crean clientes rehenes involuntarios mediante su “solidaridad con el dinero ajeno”. Así refuerzan el mensaje de “sin mí no puedes”» (p. 216).
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«Capitalismo social»
«El capitalismo social, simplemente, aplica la habilidad del libre mercado y la competencia para resolver problemas sociales» (p. 65).
«Las soluciones a los problemas tienen que tener sentido económicamente hablando o nunca serán sostenibles. Cualquier solución que sea ruinosa a corto, medio o largo plazo solo generará mayores crisis y recortes» (p. 66).
«El problema con el que siempre nos encontramos es el errado concepto de “público”, que el ciudadano equipara a “gratuito”, cuando no lo es. En muchos casos, las empresas públicas son empresas políticas» (p. 75).
«Necesitamos soluciones de mercado a los problemas de asistencia social. Necesitamos un capitalismo socialmente responsable, en el cual las empresas inviertan en su propio futuro y en los mercados de consumo, y no más intervencionismo” (p. 78).
«El capitalismo social no es más que un capitalismo que reconoce que lo que es bueno para la sociedad es, a menudo, bueno para los negocios» (p. 94).
«El tema del gasto público en proyectos masivos que prometen un rendimiento extraordinario plantea una pregunta: si esos proyectos son necesarios, ¿por qué no los financia el sector privado?” (p. 104).
«El gobierno no tiene más ni mejor información sobre lo que necesita la economía o la sociedad que los individuos o las empresas» (p. 79).
«El sector público no existe sin un sector privado pujante y fuerte» (p. 36).
«Olvidamos que el sector público no tiene recursos si debilita y arrasa al sector privado y que la base de la prosperidad es el ahorro y la inversión productiva, no el gasto» (p. 61).
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Los errores de Thomas Piketty
«Al hablar de bienestar, sistemas sociales y tributación, la parte que olvidan políticos como Bernie Sanders o economistas como Thomas Piketty es que los países nórdicos no son en absoluto como el modelo que defienden. Son exactamente lo contrario. De hecho, el éxito de las economías nórdicas fue dejar atrás la era de la “tercera vía” socialista y adoptar una economía abierta, flexible y orientada al libre mercado» (p. 131).
«Con el socialismo, la fórmula es igual en todas partes. Inflar el sector público, intervenir, estrangular al sector privado e imprimir dinero temerariamente» (p. 136).
«Cada vez que leo que el mundo está sufriendo debido al “neoliberalismo”, me echo a reír. Lo que la mayoría de los comentaristas consideran “neoliberalismo” es simple y llanamente estatismo; la defensa y el aumento del poder del gobierno a toda costa y a expensas de los contribuyentes» (p. 138).
«Probablemente, la parte más alucinante de la exposición de Piketty es la de ignorar los activos líquidos o cautivos. Por ejemplo, la “riqueza” del dueño de Amazon o de Inditex está fundamentalmente en las acciones que posee de esa empresa» (p. 168). Si pusieran sus acciones a la venta, se desplomarían (p. 168).
«Piketty pierde la perspectiva de los grandes problemas, que son el intervencionismo y la corrupción. La falta de libertad, de instituciones independientes y de transparencia influyen más en la desigualdad, la pobreza y el crecimiento de todos los ciudadanos que la acumulación de riqueza» (p. 171).
«Piketty no menciona que el período en el cual la desigualdad ha aumentado más en Europa, según sus propios datos, coincidió con un gasto público masivo y con la subida de impuestos en países con grandes sectores públicos» (p. 174).
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Austeridad y ahorro
«¿Desde cuándo es la austeridad algo malo? Austeridad es prudencia. Lo opuesto es despilfarro» (p. 179).
«¿Quién accede al exceso de crédito? No los más eficientes, sino los más endeudados.
»¿Quién se beneficia de tipos bajos? No los ahorradores, sino los despilfarradores.
»¿Quién paga los impuestos para intentar cuadrar presupuestos imposibles? Los que ahorran y no pueden escaparse. Los activos cautivos» (p. 221).
«Si damos más recursos a aquellos que no tienen que hacer frente a ninguna penalización por asignar erróneamente y despilfarrar fondos, y cuyo objetivo no es obtener beneficio económico, sino maximizar el presupuesto, el único resultado es el fracaso» (p. 223).
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Títulos universitarios, educación y enseñanza
«Cuando los estudiantes se enfrentan al mundo y descubren que sus títulos de la universidad no tienen valor real en el mercado laboral o en otros países, el gobierno —el mismo que ha creado el exceso de ofertas de títulos inútiles y de formación obsoleta o de pobre calidad— tiene todos los incentivos para culpar de ello a la desigualdad, al neoliberalismo o al clima. Y se presenta a sí mismo como la solución» (p. 239).
«Ante la evidencia de títulos sin valor real, baja formación o pobres resultados, la propia educación monopolizada se justifica a sí misma diciéndole al alumno que su falta de éxito es culpa del sistema, no de la obsoleta educación recibida. Algo parecido ocurre con los idiomas. En España, millones de jóvenes se autodenominan bilingües sin tener un verdadero manejo de la segunda lengua» (p. 242).
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Comercio libre: no solo China
«Los Estados que se autodenominan defensores del libre comercio han introducido importantes barreras al comercio con todo tipo de excusas, la Unión Europea y China incluidos» (p. 27).
«La falacia del proteccionismo no hace más que promover el intervencionismo. De hecho, no se trata de proteger a los países frente a los chinos, sino de copiarlos» (p. 161).
El índice y un fragmento de Libertad o igualdad los ofrece en abierto la editorial aquí: