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José Antonio Marina  es filósofo, ensayista y pedagogo. Especialista en el estudio de los valores, la inteligencia emocional, los derechos humanos y la educación de niños y adolescentes. Catedrático de instituto, doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia, Premio Nacional de Ensayo, es autor, entre otros, de Elogio y refutación del ingenio, El misterio de la voluntad perdida, y Ética para náufragos.

Mary Eberstadt es analista y ensayista. Graduada por Cornell University, investigadora en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, trabajó en el Departamento de Estado de EE.UU. y en Naciones Unidas. Colaboradora de Time, Washington Post, Los Angeles Times y First Things.

Avance

No carece de cierta justificación el despertar woke, por razones de justicia, morales y culturales. A las minorías, de sexo, género, raza, que han sufrido persecución o estigmatización social no les faltan razones para reclamar justicia. Ahí están los los doscientos cincuenta años de esclavitud de los negros en EE.UU., la confiscación de tierras a los indígenas, y la persecución a gays y lesbianas. Hechos innegables y que no han sido ni reconocidos ni reparados. Entre los aspectos positivos del movimiento woke destaca el filósofo José Antonio Marina “la reivindicación de las víctimas”, y recuerda el gran antecedente de Frantz Fanon con su Teoría poscolonial, cuya ensayo más importante fue prologado por Jean-Paul Sartre.

Como señala Mary Eberstadt en “Gritos primigenios”, algunos de los motivos son estructurales (como “el pecado original” racista en EE.UU.); otros tienen que ver con cambios sociológicos y antropológicos del siglo XX, como lo que ella denomina “la Gran dispersión”, consecuencia de la crisis de la familia en todo Occidente, que -según esta ensayista- ha empujado a muchas personas a buscar reconocimiento en nuevas identidades. Eso explica -aunque no siempre justifique- el #MeToo, o los sesgos más radicales del feminismo. El propósito de Eberstadt “no es criticar la política de identidad, como ya lo han hecho otros escritores, de derecha e izquierda”, sino ofrecer una explicación del dolor de las víctimas, de por qué  tantas personas parecen haberse perdido a sí mismas, y buscan su verdadera identidad.

Pocos autores niegan las razones que justifican, al menos parcialmente, la aparición del movimiento woke. Incluso los que señalan sus aspectos contraproducentes o los peligros que representa para la libertad de expresión. Es el caso del filósofo y politólogo británico John Gray, muy crítico con esa doctrina, pero que reconoce los motivos de fondo: los doscientos cincuenta años de esclavitud de los negros en EE.UU., la confiscación de tierras a los indígenas, la persecución a gays y lesbianas, o las desigualdades y abusos que en el siglo XXI siguen sufriendo otras minorías por sexo o religión.

El filósofo José Antonio Mariana sostiene en Elogio y refutación del pensamiento woke que aunque se defendió “con una mala filosofía (…) no puede haber causa más noble”.  Entre sus aspectos positivos destaca “la reivindicación de las víctimas”. Por eso, el movimiento woke “aspira a  una nueva justicia social, sus seguidores se consideran Social Justice Warriors y hasta cierto punto -no más allá- lo son”. 

José Antonio Marina: “la Historia, por ejemplo, se olvida casi siempre de las víctimas, o las convierte en una estadística”

Argumenta Marina que “todos podemos ser colaboracionistas sin ser conscientes de que lo somos. Por ello, avivar la conciencia me parece un buen objetivo”. Indica que “la Historia, por ejemplo, se olvida casi siempre de las víctimas, o las convierte en una estadística. La ideología woke rechaza estas posturas y para ello insiste en la experiencia vivida por los oprimidos, los humillados, lo que Frantz Fanon, uno de sus predecesores, hace ya muchos años llamó Les damnés de la terre, (Los condenados de la tierra) (1961), los parias”. 

Francés-caribeño, nacido en Martinica, Franz Fanon se anticipó, en efecto,  a la cultura woke y, más concretamente, a la llamada Teoría poscolonial (una de las derivaciones de la Teoría Crítica de Francfort) con Les damnés de la terre, prologado por Jean-Paul Sartre, en el que denunciaba la colonización europea de África en general, y de Argelia por Francia en particular. Criticaba los abusos de Occidente cometidos en sus colonias y propugnaba la descolonización del Tercer Mundo, ya en ciernes a finales de los años 50 y comienzo de los años 60.  

Afirma Marina que “el movimiento woke merece un elogio”, porque “se preocupa de las víctimas, de su terrible experiencia, reivindica su derecho a ser reconocidas, a no ser olvidadas, a ser indemnizadas. El movimiento Black Lives Matter (BLM) fue la manifestación woke más poderosa. En teoría, nadie honesto puede negar que una vida negra sea importante. (…) El movimiento generó un sistema ideológico más difícil de aceptar, pero que es necesario comprender” 

La trágica verdad de crímenes e injusticias 

La ensayista norteamericana Mary Eberstadt comparte “la necesidad moral” de reivindicar el sufrimiento de las víctimas, históricamente marginadas y perseguidas; y de que Occidente “reconozca la trágica verdad de que se han cometido crímenes e injusticias reales contra auténticas minorías sexuales y raciales, entre otras”. En un libro titulado Gritos primigenios (2020) indica que “estas injusticias naturalmente han conducido a muchas personas a buscar identidades grupales, con la esperanza de prevenir mayores heridas”. Y eso explica el “despertar” de los woke.

“Mi propósito no es criticar la política de identidad, como ya lo han hecho otros escritores, de derecha e izquierda” señala Eberstadt. Sino “presentar una nueva teoría de por qué tantas personas parecen haberse perdido a sí mismas, con el resultado de que las sociedades y gobiernos occidentales ahora resuenan con pérdida, furia y rencor”.

La autora apunta que algunos motivos de ese “despertar” son estructurales de la cultura y la sociedad norteamericanas. En concreto lo que -como otros autores de distinto signo ideológico- llama “pecado original” de Estados Unidos

Mary Eberstadt sobre el supremacismo blanco: “No hay duda, nunca la ha habido, de que el pecado original de Estados Unidos sigue vive y coleando, y no solo en Estados Unidos”

Lo menciona a propósito de “la manifestación Unite the Right, del 11 de agosto de 2017, en Charlottesville, Virginia, en la que una mujer fue asesinada y docenas resultaron heridas en los disturbios. El país se conmocionó al tener noticia de que una fracción de estadounidenses, por pequeña que fuera en comparación con el resto, había abrazado el nacionalismo blanco. Esta tragedia se sumó a otros ejemplos aterradores de racismo, dentro y fuera de las fronteras del país. No hay duda, nunca la ha habido, de que el pecado original de Estados Unidos sigue vive y coleando, y no solo en Estados Unidos”.

Añade Eberstadt que “el racismo blanco explica muchos eventos terribles y (…) es una de las razones primordiales por las que algunas personas pertenecientes a minorías raciales se sienten atraídas por el identitarismo: es una cuestión de protección colectiva”. 

En efecto, los doscientos años de esclavitud, siguen pesando sobre Norteamérica como un estigma. Se calcula que fueron esclavizados 4 millones de africanos desde 1619, año en que llegaron a la colonia inglesa de Virginia. Y aunque la esclavitud fue abolida en 1863 con la Proclamación de Emancipación de Abraham Lincoln, los derechos de la población negra siempre han estado más limitados, singularmente en los Estados del Sur. Tuvieron que pasar cien años, para que terminara la segregación racial, con la ley de Derechos Civiles, firmada por el  presidente Lyndon B. Johnson en 1964. 

Durante ese siglo la población de color carecía, de facto, de seguridad jurídica y de derecho a la presunción de inocencia, y eran frecuentes los linchamientos raciales -más de 4.000 negros fueron ejecutados, según la organización Equal Justice Initiative-, de ahí que el periodista Douglas Blackmon titule un libro sobre ese tema Esclavitud con otro nombre, (Slavery by another name) por el que ganó el Premio Pulitzer.

Tanto Blackmon, como Nikole Hannah-Jones, promotora del Proyecto 1619, han planteado la necesidad de indemnizar a los descendientes y reparar así la injusticia cometida. De hecho, una comisión del Congreso comenzó a estudiar en 2016 un proyecto de ley sobre el pago de reparaciones por la esclavitud. 

En el caso de las minorías perseguidas por razón de sexo (mujeres) o género (LGTBI y trans), Eberstadt también alude a factores estructurales. Hasta la segunda mitad del siglo XX, la mujer era, en buena medida, ciudadana de segunda en Estados Unidos. Por poner un ejemplo la discriminación sexual en el empleo privado no estuvo prohibido hasta 1964.

Y gays y lesbianas han sido perseguidos por su condición, encarcelados o ninguneados laboralmente hasta la segunda mitad del siglo XX. Ser homosexual constituía un estigma social. Hasta los años 60 no se despenalizaron en algunos Estados de la Unión las relaciones de personas del mismo sexo, pero en otros continuaron siendo castigados hasta 2003.  

Epidemia de soledad y empobrecimiento emocional 

Gritos primigenios. Rialp. Madrid, 2020. 146 págs.

Pero la autora ofrece, además, otra explicación del despertar de mujeres y LGTBI: lo que llama “la Gran Dispersión” (great scattering). Se trata de la crisis del matrimonio y la ruptura de los vínculos familiares provocada por la revolución sexual de los años 60 y 70. Todo ello -afirma- ha generado “una epidemia de soledad” y de “empobrecimiento emocional”. 

“Hasta mediados del siglo XX -argumenta la ensayista- las expectativas para el ser humano eran prácticamente las mismas a través de los siglos: crecer para tener hijos y una familia y así mantener la certeza de que los padres, los hermanos y la familia extensa constituían la comunidad primaria. (…) El consumismo sexual posterior a la década de los 60 ha cambiado todas esas expectativas”.

La ruptura de los vínculos familiares y “la búsqueda de la identidad perdida (¿quién soy yo?)” ha tenido reflejo significativo en la música ligera. La autora señala que una serie de estrellas del rock cantan la disgregación de la familia (como Eminem, Kurt Covain, Tupac Shakur) y otros buscan esa identidad perdida en la ambiguedad sexual y el andrógino (caso de David Bowie). 

“El deseo de reconocimiento, motor poderoso, como lo describe Hegel” ha empujado a muchas personas a buscar “nuevas identidades” sexuales y de género, añade Eberstadt. Explica que “el término woke de la izquierda progresista y el término ‘píldora roja’ de la derecha extrema son palabras de diferentes glosarios, que describen la misma epifanía: el momento en el que se descubrió que la familia o la comunidad figurativa podía cumplir el rol que las familias o comunidades de hecho cumplían por defecto en épocas anteriores (es decir, respaldar a sus miembros, rodearlos de simpatizantes con ideas afines y explicar el mundo y el lugar de los miembros de la familia en él)”.

El giro del feminismo

Esta tendencia se manifiesta en el giro que ha dado el feminismo. Frente a “la estilización y neutralidad de contenido” del feminismo que propugnaba Susan Sontag hace medio siglo, el actual “exhibe una sensibilidad mucho más emotiva y desgarradora. Su lenguaje es intencionadamente duro y vulgar, y presenta un filtro de la realidad despojado deliberadamente de cualquier adorno o refinamiento”. La autora apunta que “la tosquedad” y “el lenguaje lascivo y grosero” de cantantes feministas como Britney Spears, Miley Cyrus, o Madonna, responde a “una estrategia”. Y añade: “La obscenidad no es una simple válvula de presión. Es una forma de ira y agresión en sí misma, disparada por personas que se sienten amenazadas”.

“[El feminismo] no es un monstruo de liberacionistas desafiantes que están ganando la partida con su juego a la ofensiva (…) es una reacción protectora, terriblemente deformada pero profundamente sincera, frente a un entorno hostil de riesgos elevados”

Esto no ha sido entendido “ni por la izquierda que ha abrazado las identidades feministas ni por la derecha que las ha rechazado”. El feminismo se ha convertido en algo muy diferente de lo que ha creído ser: “no es un monstruo de liberacionistas desafiantes que están ganando la partida con su juego a la ofensiva. Por el contrario, es una reacción protectora, terriblemente deformada pero profundamente sincera, frente a un entorno hostil de riesgos elevados”.

En una época en que “el sexo libre ha hecho que la compañía masculina sea más problemática que antes, algunas mujeres han adoptado la coloración protectora de las características masculinas: bravuconadas, lenguaje soez, beligerancia, actitudes desafiantes y, según sea necesario, promiscuidad o al menos legitimación de esta”.

Estrategia de la androginia

El correlato masculino de esa tendencia es la “androginia como estrategia de supervivencia” apunta la ensayista. Al igual que pasaba con el feminismo, “la androginia parece ofrecer ventajas competitivas en un mundo donde las personas están menos conectadas con sus hábitats naturales. Es una forma de ampliar el clan que se ha elegido como sustituto (…) un mecanismo para reconstruir la familia y la comunidad extendidas como si se tratase de una prótesis, en un momento en que la familia y la comunidad están en declive”.

En este contexto, masculinidad y heterosexualidad, son “objeto de denigración”, como lo revela la expresión “masculinidad tóxica”. Puntualiza Eberstadt que “la animosidad hacia la masculinidad no surge de la nada”. Argumenta que la masculinidad es “algo que se enseña” y tal como Tupac Shakur señaló, “en una edad en la que la mitad de los niños no  tienen padres, ¿quién les enseñará a ser hombres?”.

A esto se une que en muchos hogares occidentales “el padre ausente es abiertamente rechazado” y en el que “la madre es considerada (comprensiblemente) como una figura heroica por hacer sola lo que debería ser trabajo de dos (…) La idea de que los hombres no son de fiar no es un prejuicio feminista abstracto, sino un hecho de vida”. De manera que los niños varones que crecen en esos hogares “aprenden la lección de que los hombres son malos”. 

La reacción del #Me Too

Todo ello ha contribuido a aumentar la violencia del hombre hacia la mujer, otra lacra objetiva de Occidente durante las últimas décadas. El movimiento #MeToo no es sino una reacción ante la ola de acoso sexual, malos tratos e incluso asesinatos de mujeres. Eberstadt vincula el fenómeno a la Gran Dispersión, en el sentido de que “la revolución ha hecho que el sexo como tal esté más omnipresente que nunca”, lo cual “ha distanciado a hombres y mujeres como no se había visto antes, tanto al reducir la familia como al aumentar la desconfianza entre hombres y mujeres debido a un consumismo sexual generalizado”.

“Solo en un mundo en el que el sexo pareciera no tener consecuencias, alguien se atrevería a hacerle propuestas indecentes a una mujer en cualquier instante, una y otra vez, como parece haber sucedido reiteradamente en esos escándalos”

Tampoco el movimiento #Me Too, otro frente del movimiento woke, ha surgido de la nada. Eberstadt considera justificadas las protestas de muchas mujeres ante el machismo del varón y relaciona el fenómeno con un contexto de permisividad. “Solo en un mundo en el que el sexo pareciera no tener consecuencias, alguien se atrevería a hacerle propuestas indecentes a una mujer en cualquier instante, una y otra vez, como parece haber sucedido reiteradamente en esos escándalos”.

¿Qué les pasa a los hombres?

La autora se pregunta “¿qué les pasa a estos hombres?, ¿no tienen madres, hermanas y otras mujeres en sus vidas? ¿Cómo podrían actuar de esta manera, si ese fuera el caso? La respuesta es que después de la Gran Dispersión, muchos hombres carecen de esas experiencias armónicas, de larga duración, socialmente informativas y no sexuales del sexo opuesto”.

Añade que lo mismo se podría decir de muchas mujeres. “De hecho -apostilla- muchas de las víctimas [de acoso sexual] tenían tal ignorancia social que ni siquiera fueron capaces de defenderse y hablar por cuenta propia, hasta que un movimiento internacional les dio carta blanca para hacerlo. Desde entonces, se dedicaron al victimismo mimético”.

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.