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El mejor elogio que puede hacerse de una traducción es que no parece que lo sea, que parece un texto original, porque respeta plenamente la idiosincrasia de la lengua de destino. Y este elogio puede aplicarse a El arte de hablar en público de Elio Antonio de Nebrija (1441-1522) traducida y comentada por el filólogo e investigador del CSIC Miguel Ángel Garrido Gallardo. Nebrija publicó en latín en 1515, hace quinientos años, está retórica a petición de uno de los mayores hombres de Estado de España y aún de Europa: el cardenal Cisneros. Sin embargo, el texto vertido por Garrido Gallardo al español parece escrito ayer. Para ello no es suficiente ser competente en latín, hace falta conocer muy bien el vocabulario técnico de la retórica y de la poética, de la teoría de la literatura y de la crítica literaria modernas: condiciones todas que se dan en el traductor.

En la Grecia antigua los acusados debían defenderse directamente, sin mediación de abogados. Era necesario por tanto aprender a hablar en público. Además, cuando nació la democracia ateniense y se extendió por otras poliso ciudades esa necesidad de hablar bien, de persuadir, se hizo más perentoria. Por eso en Grecia surgió la praxis de la oratoria, pero también la teoría. Platón y Aristóteles hacen aportaciones muy valiosas a esta ciencia, que se trasladará a Roma, donde Cicerón (siglo I a.C.) escribirá relevantes tratados y el hispano Quintiliano (siglo I después de Cristo) publicará una enciclopedia retórica esencial.

El humanismo, en el Renacimiento, recuperará esos tratados y elaborará otros. No hay que olvidar que el Renacimiento surge como renovación estética de un latín esclerotizado en la academia. El arte de escribir y de hablar bien será muy valorado en este final de la Edad Media e inicio de la Edad Moderna. Nebrija, que vive esa transición y que ejerció la docencia universitaria con gran maestría, es un intérprete autorizado de la tradición retórica.

Ahora, en esta nueva globalización en que Internet ha revolucionado la comunicación humana, rescatar los manuales de retórica y pensar desde ellos el momento presente es una tarea urgente. Por eso es muy acertada la decisión de traducir y divulgar el manual de retórica de Nebrija, que en su época también cumplió esa función divulgativa.

Divulgar es una de las tareas más importantes y al mismo tiempo más difíciles,máxime cuando, como ocurre aquí, se está popularizando una técnica. La palabra arte en este título no responde a cuestiones estéticas, sino que traduce el término griego techné: técnica.

Ningún vocabulario técnico es sencillo; tampoco el de la retórica, que supone un metalenguaje: un lenguaje sobre el lenguaje. De ahí que para salir airoso de la empresa de traducir una retórica griega o latina se precisa un conocimiento muy profundo de esos conceptos y esas palabras que explican el hablar bien. Y Miguel Ángel Garrido Gallardo, maduro investigador en estas áreas, ha cumplido sobradamente su cometido. Su traducción se lee de corrido, sin escollos ni estridencias.

Nebrija es uno de los grandes humanistas hispanos, autor de la primera gramática castellana. Su estatua, por mérito propio, adorna la Biblioteca Nacional de España, junto a las de Vives, Lope, Cervantes, san Isidoro y Alfonso X. Cuando se consulta el catálogo virtual de la misma Biblioteca Nacional se observa un interés creciente por Nebrija desde finales de la centuria pasada. En lo que va de siglo XXI contamos una veintena de ediciones de sus obras.

El humanismo, por ser un corpus de ideas antropocéntricas abiertas a la trascendencia y no un conjunto de sistemas cerrados y beligerantes, es siempre sugerente. Filósofos, economistas, literatos, filólogos, juristas, teólogos, historiadores… todos pueden volver a los siglos áureos, XVI y XVII, e inspirarse. Por eso hay que felicitarse de la nueva versión castellana de la retórica nebrisense aportada por Garrido Gallardo. Máxime en esta época iconolátrica y logofágica donde el brevísimo twitter se presenta como icono de la intelectualidad. Pero la comunicación humana no se resuelve en frases, sino en razonamientos, argumentos, discursos, valses de la palabra con planteamiento, nudo y desenlace, con elocuencia y pronunciación. Nebrija bebe de las fuentes grecolatinas, fundadoras de la ciencia retórica: Platón, Aristóteles, Cicerón, Quintiliano… Y Garrido Gallardo nos facilita beber en esta fuente humanista de Nebrija. No se trata de vivir en el pasado, pero tampoco de romper con él. Se trata más bien de aprovisionarse de los logros pretéritos para enriquecer el presente y construir con esperanza un mundo mejor.

Si la democracia es participación, los ciudadanos deben avezarse y ejercitarse en el arte de la palabra, de la argumentación, no del grito ni de la discusión irracional. El arte de dialogar, que es un bien moral, precisa de la técnica del buen hablar, que enseña y cultiva la retórica.

El libro de la retórica nebrisense que edita Rialp nos invita a visitar a autores antiguos para poder valorar mejor los discursos políticos, académicos, literarios y publicitarios del presente. La edición de Garrido Gallardo es divulgativa pero rigurosa, con la bibliografía y las notas imprescindibles para entender conceptos, autores y personajes citados por Nebrija.

Nebrija cita profusamente a las cimas de la retórica grecolatina pero hace escuchar también su voz. En la página 36 leemos «para mí es suficiente que el orador no desconozca aquello de lo que habla». Hoy que, como nunca, cualquiera puede lanzar palabras al ciberespacio, ¿no es más certero que nunca este consejo del humanista?

El manual nebrisense, como sus fuentes grecolatinas, destila racionalidad, que no racionalismo, esto es, un deseo de comprender los factores que intervienen en la oratoria: la invención, o repertorio de temas; la disposición, u ordenación de los discursos, con sus diferentes partes; la elocución, o caudal verbal; la pronunciación con el lenguaje corporal adecuado. En un mundo tan emocional y efímero como el nuestro, en que las redes sociales priman lo visual sobre lo verbal, el manual traducido por Garrido Gallardo es un soplo de aire fresco, un contrapeso que fortalece la capacidad de participar en los debates públicos con conocimiento de causa.