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La Baja Normandía se extiende hacia el oeste, desde el estuario del Sena hasta la península de Contentin. Desde Le Havre hasta Cherburgo el litoral es bajo y arenoso: grandes extensiones de playa que se han formado a lo largo de los siglos por la erosión de los acantilados que limitan la región al este y al oeste.

Los dos principales ríos -además del Sena- que recorren la Baja Normandía de sur a norte -al oeste, el Vire; al este, cerca de Caen, el Orne- desembocan en el canal de la Mancha formando, como el Sena, estuarios muy amplios, drenados por el flujo de las grandes mareas atlánticas. A su alrededor se forman enormes playas, destino estival de miles de turistas de Francia y de otros muchos países.

Hacia el interior el paisaje se viste con numerosos tonos verdes: la región presenta una singular riqueza de bosques, pastos y campos cultivados, con su peculiar estructura de bocage, parcelas de no mucha extensión separadas por enormes setos, la mayoría de ellos naturales. Los pueblos, numerosos -muchos de ellos totalmente reconstruidos tras la II Guerra Mundial-, han conservado su estructura tradicional y la peculiar arquitectura romániconormanda, con el granito y la madera como materiales preferidos.

Al pasear por las calles de Caen, al adentrarse en los espesos bosques cercanos a Alençon, al disfrutar de las playas de Deauville o al contemplar las impresionantes vidrieras normandas de la catedral de Bayeux, el viajero difícilmente puede pensar que esas tierras hayan sido el escenario de cruentas batallas, o imaginar que tales combates puedan haber marcado de manera crucial el curso de la historia. Y, sin embargo, esta apacible región ha sufrido, desde la invasión normanda del año 800, innumerables asedios, conquistas y reconquistas; contempló la partida de Guillermo el Conquistador hacia Inglaterra; resistió la ocupación inglesa en la Guerra de los Cien Años; asistió a la ejecución de Juana de Arco… Su extenso frente marítimo y su estratégica situación frente al canal de la Mancha han convertido a la Baja Normandía en testigo de las luchas de los europeos a lo largo de los siglos.

Pero, más allá de tanta riqueza histórica, desde 1944 la Baja Normandía se recordará como el lugar en el que varios cientos de miles de soldados de numerosas nacionalidades -la inmensa mayoría con menos de veinticinco años- libraron la batalla culminante de la II Guerra Mundial. Jóvenes alemanes, ingleses, franceses, canadienses, norteamericanos, italianos, belgas, holandeses, españoles, austriacos, australianos… No es posible aquí enumerar todas las nacionalidades representadas en el Día D. Sobre las playas y los acantilados, alrededor de los setos, parapetados tras el granito de los edificios normandos, lucharon entre sí. Muchos de ellos animados por un ideal; otros, por su sentido del deber; algunos más, por defender su patria, su historia o su cultura… Por encima de todo, aquel 6 de junio esos jóvenes soldados lucharon por conservar su vida. Y muchos de los que la perdieron posiblemente murieron sin saber que aquella batalla decidió el curso de la historia de la segunda mitad del siglo XX y configuró el mundo en los años siguientes.

LOS SITIOS DEL DÍA D

Paralela a la costa, desde Rouen hasta Cherburgo, discurre la carretera Nacional 13, que se acerca más al mar entre Caen -capital de la Baja Normandía- y Carentan -nudo de comunicación entre la península de Cotentin y el resto de Normandía-. A mitad de camino entre Caen y Carentan se encuentra Bayeux, la ciudad que guarda el mundialmente famoso tapiz de Guillermo el Bastardo, duque de Normandía, llamado el Conquistador después de la batalla de Hastings (1066), tras la que dominó Inglaterra.

Esta franja de territorio, enmarcada por el canal de la Mancha -al norte-, la Nacional 13 -al sur-, el Orne -al este- y el Vire -al oeste-, recibe cada verano la visita de innumerables turistas, atraídos por la benignidad del clima atlántico, la enorme extensión de sus playas y los encantos gastronómicos de la zona.

Pero, durante todo el año, se puede ver también a numerosos viajeros que recorren la Nacional 13 -preferentemente de este a oeste- y se detienen a uno y otro lado de la carretera para visitar Los sitios del Día D. Son grupos pequeños y también viajeros solitarios que, por encima de la belleza del paisaje, quieren contemplar las huellas de aquella enorme empresa bélica, las cicatrices que en la hermosa tierra normanda dejó El día más largo.

Desde Ranville -al norte de Caen, junto al Pegasus Bridge, lugar donde comenzó la invasión- hasta Sainte Mere Eglise -en la base de la península de Cotentin-, hay 143 kilómetros por la Nacional 13. A un lado y a otro, las playas, las colinas, los pueblos están llenos de recuerdos del Día D. Es verdad que esos recuerdos hablan, sobre todo, de muertes, de vidas jóvenes segadas por las balas, de destrucción y de la sinrazón de la guerra. Pero también muestran el respeto, la admiración, el agradecimiento, la mirada al futuro, el gusto por la libertad y el sentimiento que los normandos tienen de haber sido liberados por los ingleses y los norteamericanos.

Es significativo que los carteles señalizadores de los itinerarios del Día D contengan un logotipo que muestra una gaviota con las alas extendidas junto a la leyenda Normandie. Terre Liberté. Y también llama mucho la atención que casi todas las villes de la zona declaren, en los carteles de bienvenida de las carreteras, su hermanamiento con ciudades del Reino Unido, de Canadá o de Estados Unidos: casi siempre, se trata del lugar natal del oficial que mandaba la unidad aliada que liberó la localidad. Junto a la bandera normanda de los dos leones rampantes y la francesa tricolor, no es raro ver ondear la Union Jack o la bandera de las barras y las estrellas.

También se recuerda a los alemanes en los lugares del Día D. Y no sólo porque se hayan conservado muchos fragmentos de la Muralla del Atlánticobunkers, casamatas, cañones…- o porque sus cementerios sean tan impresionantes como los de los aliados. Es, sobre todo, porque no hay odio; no puede haberlo hacia jóvenes que, como sus adversarios, lucharon por su vida y por salvar la vida de sus compañeros, al margen de las ideas de quienes entonces gobernaban sus países. Jóvenes soldados que lucharon con el mismo heroísmo que los que vinieron desde el otro lado del Canal.

Y es que mi recorrido por esos 143 kilómetros de la Nacional 13 -y lo que allí ocurrió el 6 de junio de 1944- se puede resumir en estas palabras que encontré por todas partes: agradecimiento, admiración, honor, sacrificio, respeto, libertad, mirada al futuro. Durante el viaje, varias veces me pregunté, por contraste: «¿En qué consiste realmente la memoria histórica?».

EL AGRADECIMIENTO DE UN PUEBLO: BOINAS ROJAS EN LA MADRUGADA DE NORMANDÍA

Mi primera etapa es Ranville, unos cuantos kilómetros al nordeste de Caen. Muy cerca, en Benouville, se encuentra el Pegasus Bridge -su nombre quedó fijado así, en inglés, en recuerdo de la batalla y del emblema de los paracaidistas británicos que lo tomaron-, un puente levadizo que permitía cruzar sobre el canal que hace navegable el río Orne desde el puerto de Caen hasta el Atlántico.

El 6 de junio de 1944 la importancia del Pegasus Bridge para el éxito de la Operación Overlord era enorme, puesto que suponía la única salida hacia Caen desde el sector franco-británico-canadiense del desembarco -las playas Juno, Sword y Gold– y, a la vez, constituía el camino normal para un hipotético contraataque de las fuerzas panzer alemanas estacionadas en los alrededores de Caen. En definitiva, la captura del Pegasus -junto con el Horsa Bridge, unos centenares de metros más arriba- era la salvaguarda del flanco este de la invasión.

Hay numerosos libros y documentos que narran detalladamente la conquista del puente llevada a cabo por el mayor John Howard con seis planeadores y 181 soldados del Regimiento Ox Bucks (Oxfordshire y Bukinghamshire) de la Sexta División Aerotransportada británica, en la que no podemos detenernos aquí. Recomiendo al lector interesado Pegasus Bridge Book, de Stephen Ambrose, y Red Berets into Normandy, de Huw Wheldom, cuyo título me he permitido parafrasear en este apartado en recuerdo de las boinas rojas que portaban los soldados airborne británicos.

Los primeros planeadores de los Ox Bucks aterrizaron en la zona a las 00:10 del 6 de junio de 1944. En el primero de ellos que tomó tierra, a cincuenta metros del Pegasus Bridge, viajaba el teniente Den Brotheridge, al mando del primer pelotón de la compañía E. Brotheridge fue el primer soldado aliado muerto en combate el Día D, poco después de que su pelotón cruzara el puente, ya conquistado por los asaltantes ingleses.

Junto al puente, en la orilla sur del canal, se encuentra el Gondree Cafe. Su dueño, Monsieur Gondree, abrió el local para que los ingleses lo utilizaran como puesto de mando, hospital de campaña y puesto de observación. También agotó las reservas de champagne del café para celebrar con sus liberadores la llegada de los aliados a Francia. Unos años después, la familia Gondree quiso donar una lápida conmemorativa, que se halla junto a la tumba de Den Brotheridge, en el cementerio de la iglesia de Ranville. Esculpido en la piedra se lee: «En reconocimiento al primer soldado aliado caído en el Puente de Benouville el 6 de junio de 1944. Recuerdo de la familia Gondree, los primeros franceses liberados».

Ranville se convirtió, de esta forma, en la primera localidad francesa que liberaron las tropas aliadas. Los casi dos mil habitantes que hoy tiene la ciudad continúan sintiéndose orgullosos de ser la premier village libéré en 1944. Hay placas y estatuas por doquier: al mayor Howard, al planeador Horsa, al general Gale, a los paracaidistas escoceses, al mayor Strafford…

El día de mi visita a Ranville llovía con intensidad. En la plaza principal del pueblo -que lleva el nombre de Sir Richard Gale, general que mandaba la Sexta División Aerotransportada en junio de 1944- me refugié en una cafetería. La dueña, al ver mi cámara fotográfica y el bloc en el que iba haciendo anotaciones, se interesó por mi visita a Ranville. Fue ella la que me indicó dónde estaba el chateau du Hom, el que fuera cuartel general británico el día de la invasión. También me contó la historia de la tumba del teniente Brotheridge. Me dispuse a visitar el cementerio militar. Mientras cobraba mi consumición, me dijo: «Escriba que aquí, en Ranville, nunca olvidaremos a los ingleses y canadienses que murieron por liberar esta villa».

Pensé en las palabras de aquella mujer mientras visitaba el cementerio. Además de ver la tumba de Brotheridge, me detuve en la de C. Smith, soldado número 7952781 del Regimiento Paracaidista. Murió en Ranville, con dieciocho años, sólo algunos menos de los que aparentaba tener la chica de la cafetería. Sus palabras -«nunca olvidaremos…»- me retumbaron más intensamente ante una tumba sin nombre: A Soldier of the 1939- 1945 War. Airborne.

LOS JÓVENES SOLDADOS DE JUNO BEACH, LA PLAYA QUE OLVIDÓ SPIELBERG

Abandoné Ranville y también dejé la Nacional 13 para ir por la carretera de la costa, esa misma que fue el objetivo primero de los asaltantes del Día D: la Departamental 514. Desde Ouistreham, en la desembocadura del Orne -la primera ciudad francesa liberada por franceses-, la costa se hace una continua playa, que ha conservado los nombres en clave que utilizaron los aliados para los diversos sectores del desembarco. De este a oeste: Sword Beach, Juno Beach, Gold Beach, Omaha Beach y Utah Beach.

En toda esta parte del litoral la marea baja deja al descubierto más de trescientos metros de playa. Después, unas decenas de metros de canto rodado y matorral bajo ofrecían a los asaltantes un cierto resguardo, antes de afrontar la pendiente que eleva la línea de costa hasta cincuenta metros sobre el nivel del mar. Por ese alto discurre la carretera.

La estrategia defensiva alemana, como la ha descrito Stephen Ambrose, aprovechaba al máximo el terreno: «En cada salida de la playa había soldados armados con rifles y ametralladoras apostados en trincheras en la parte inferior, central y superior del escarpado. Dispersos a lo largo de las cuestas, y también en la parte alta, había centenares de Tobruks, agujeros circulares rematados por todo el borde con cemento lo suficientemente grandes como para albergar un equipo de morteros, un carro de combate o incluso la torreta de un tanque […]. En la cima del escarpado habían colocado bunkers y posiciones al aire libre, con la elevación suficiente como para proporcionar un fuego de enfilada que abarcara toda la playa». Hacia el interior los setos, tapias y canales -que permitían además inundar grandes extensiones de terreno- obligaban a los blindados a avanzar en fila, y no a lo ancho. Bastaba disparar certeramente sobre el primero y el último para inmovilizar a toda una columna.

No me detuve en Sword Beach, la playa desde la que marcharon hacia el interior las tropas que relevaron a los héroes de Pegasus Bridge. Todo el camino está salpicado de casamatas y restos de las posiciones de tiro alemanas, así como puestos de observación avanzada de artillería.

Unos kilómetros más adelante, en Graye sur Mer (Juno Beach), estacioné el coche junto a One Charlie, un carro de combate Churchill AVRE que desembarcó en esta playa junto a la Séptima Brigada de Infantería, incluida en la Tercera División Canadiense a la que se encomendó la playa Juno. Junto al tanque, una placa explica su historia: «This tank landed on Graye sur Mer at H Hour on D Day and was stopped on its way inland 100 m. south of this spot. The members of its crew were killed or wounded. It remains as a memorial to all those who gave their lives here». De nuevo el recuerdo y el agradecimiento.

A la batalla por la playa Juno no se le ha hecho justicia. Y, sin embargo, fue casi tan dura como la que los americanos libraron en Omaha. Si en Omaha uno de cada diecinueve hombres fue muerto o herido, en Juno la proporción fue de uno por cada dieciocho. Es verdad que en Juno desembarcó la mitad de hombres que en Omaha y que el terreno no era tan escarpado como el que encontraron los americanos. Pero conviene recordar el heroísmo de los infantes canadienses. Como escribió John Keegan, uno de los principales historiadores británicos del Día D: «A estos jóvenes les debemos la libertad que gozamos hoy. No olvidemos nunca su sacrificio. Que Dios los bendiga».

Los soldados canadienses se tuvieron que enfrentar a otros soldados también muy jóvenes: los de la tristemente famosa 12 SS-Panzerdivision, la formada por miembros de las juventudes hitlerianas. Dos tercios de esta unidad tenían menos de dieciocho años, pero habían recibido una sofisticada formación militar mezclada con grandes dosis de fanatismo nazi. La batalla fue muy sangrienta.

El cementerio canadiense de Beny Sur Mer, cerca de la playa Juno, alberga nueve parejas de hermanos. Tomé nota de sus nombres: Edward y Raymond Blais; Kenneth y Nairn Boyd; Gordo y Ronald Branton; George y James Hadden; John y Michael Hobbins; Frank y George Meakin; John y Metro Skwarchuk; Owen y William Tadgell; George y Robert White. Ninguno de los soldados de esta relación tenía más de veintidos años.

Al lado, otra tumba alberga los restos de ¡tres! hermanos: Albert, George y Thomas Westlake. Quizás Steven Spielberg no conocía este curioso récord cuando realizó Salvar al soldado Ryan

Una bandera francesa, con la cruz de Lorena, rinde homenaje, en medio de la arena de la playa, a los soldados que allí cayeron: los jóvenes héroes de Juno Beach.

HÉROES ALEMANES: LA BATERÍA DE LONGUES SUR MER

La inmensa mayoría de los libros y las películas que tratan del Día D y sus protagonistas han olvidado a los héroes alemanes. Quizás porque la historia la escriben los vencedores, o porque a los vencidos, en su retirada, les resulta difícil conservar documentos. El caso es que son poco conocidas las acciones sobresalientes o heroicas de los defensores alemanes de Normandía.

Por esta razón tenía especial interés en visitar la batería de artillería de costa de Longues sur Mer. Tuve noticia de este sector de la Muralla del Atlántico cuando vi por primera vez El día más largo. Se trata de ese complejo de bunkers que, en la película, visita el mayor Pluskat con su perro. Probablemente, por su incomparable situación, los observadores de la batería fueran los primeros en contemplar la imponente flota aliada acercándose a Normandía.

Longues sur Mer está justamente en el centro de las playas de la invasión. Desde su posición en el altiplano de la segunda línea de costa, los cañones dominaban la playa de Omaha y la playa de Gold. Además, podían batir sin dificultad Arromanches, a cinco kilómetros, la localidad en cuya playa instalaron un puerto artificial las tropas aliadas.

Camino de Longues sur Mer me detuve precisamente en Arromanches. En primera línea frente al mar hay un pub irlandés regentado por una familia del pueblo. Atiende las mesas la hija mayor. Fue ella la que me contó que todo el pueblo había sido reconstruido después de 1944 porque quedó arrasado por los obuses procedentes de Longues sur Mer. Mientras me informaba de estos sucesos, me mostró, en la trastienda de su pub, un maniquí vestido con el uniforme de las auxiliares de la Cruz Roja británica. Me aseguró que en su pub había estado instalado el hospital de campaña de los ingleses. Me pareció poco verosímil -se trata de un lugar muy poco resguardado-, pero otra vez me sorprendió el deseo de los habitantes de la zona de mantener el recuerdo de su liberación.

La batería de Longues sur Mer constaba de cuatro cañones navales Krupp de 150 mm. tomados de un destructor inutilizado. Los cañones, encerrados en casamatas de hormigón, tenían un alcance de más de veinte kilómetros. En la superficie de la batería, de dos hectáreas, además de los cuatro bunkers principales, había otras construcciones y posiciones defensivas fortificadas. A quinientos metros, mucho más cerca del mar, se encontraba el puesto del observador.

A las 5:30 del Día D, la batería -que ya había sufrido durísimos bombardeos aéreos- comenzó a recibir fuego del crucero francés Georges Leygues y del acorazado americano Arkansas, anclados frente a Normandía. Los barcos podían disparar con gran precisión sobre la batería gracias a la información recibida de André Heintz, un miembro de la resistencia francesa cuya casa puede visitarse hoy en día, a unos centenares de metros de los cañones.

Los primeros disparos destruyeron los cables subterráneos de la batería, y los servidores de los cañones se vieron obligados a apuntar sólo con la vista, sin poder utilizar los sistemas de tiro automáticos. No obstante, los cañones alemanes dejaron fuera de combate al destructor americano Emmons, situado frente a la playa de Omaha.

Media hora más tarde se habían implicado en el combate, además del Arkansas, el crucero francés Montcalm y el inglés Ajax. Por su parte, la batería obligó a replegarse al HMS Bulolo, el buque insignia de la Armada británica, varado frente a la playa Gold. A las 8:45 la batería fue silenciada tras recibir dos de sus cañones el impacto directo de proyectiles de seis pulgadas disparados por el Ajax y el Argonaut.

En el sistema de pasadizos de la batería, sus casi doscientos defensores aguantaron no sólo los disparos de la artillería naval, sino también los ataques de la infantería británica del sector Gold del desembarco. La resistencia duró todo el día. De hecho, hacia las siete de la tarde los dos cañones que quedaban volvieron a abrir fuego sobre los navíos aliados anclados frente a Arromanches.

Finalmente, a última hora de la tarde del 6 de junio, los ciento veinte supervivientes de Longues sur Mer se rindieron al Segundo Batallón del Regimiento Devonshire inglés. En total, habían disparado ciento quince obuses y habían puesto fuera de combate a cinco navios aliados, consiguiendo un retraso en el avance inglés que fue uno de los hechos determinantes para que Caen no cayera en manos aliadas hasta un mes más tarde.

Curiosamente, en la llanura contigua a la batería instalaron los aliados un campo de aviación. Hoy una placa recuerda que desde ese aeródromo partió el as de caza francés Pierre Closterman hacia su última misión en la II Guerra Mundial.

La película El día más largo, rodada en uno de los bunkers originales, inmortalizó a los defensores de la batería de Longues sur Mer, los héroes alemanes menos olvidados del Día D.

EL HONOR Y EL RESPETO: THE BOYS OF POINTE DU HOC

Entre las playas de Omaha y Utah, en un saliente de la costa, se alza un promontorio rocoso de dos kilómetros de longitud y una altura media de treinta y cinco metros. Cuando preparaba su Muralla del Atlántico, el mariscal Rommel eligió Pointe du Hoc como uno de los pilares de la defensa de aquel sector. Gruesas paredes de hormigón guardaban seis cañones de 155 mm. con los que los alemanes podían batir Omaha y Utah y, seguramente, causar innumerables bajas a las tropas que luchaban por hacerse con el control de las playas.

Sólo había una manera de asegurar el silencio de los cañones: tomar el acantilado al asalto y destruirlo. La misión fue encomendada al teniente coronel James Rudder, al mando de los 2° y 5° batallones de Rangers, el cuerpo de elite de la infantería norteamericana. La misión principal era destruir los cañones, pero también se encomendó a los Rangers conquistar y mantener la posición, para permitir el tráfico por la carretera que, paralela a la costa (la actual D-514) comunicaba Vierville sur Mer con Grandcamp les Bains o, lo que es lo mismo, Omaha Beach y Utah Beach.

Es conocido cómo se llevó a cabo el asalto escalando las paredes de granito del acantilado, a pesar de la feroz defensa de los alemanes que, indudablemente, gozaban de enorme ventaja por su posición. A base de cuerdas y escalas, los americanos consiguieron, con mucha dificultad e innumerables bajas, alcanzar la cima tras varias horas de enconada lucha. También es sabido que cuando al fin Rudder y sus hombres alcanzaron la cima se encontraron con la sorpresa de que los cañones no estaban allí. No es cierto, como se ha escrito, que su sacrificio fuera en vano, puesto que encontraron las armas -y las destruyeron- unos kilómetros tierra adentro, adonde habían sido retiradas por orden de Rommel para evitar los bombardeos aéreos. De los doscientos treinta y cinco Rangers que desembarcaron ante el acantilado, sólo noventa pudieron portar armas dos días después, cuando Rudder y sus hombres fueron relevados.

Visité el campo de batalla muy de mañana, hacia las 7:30, más o menos la hora en que Rudder había desembarcado en la estrechísima playa bajo el acantilado sesenta y dos años antes. Todo se ha conservado como quedó tras la batalla. Quizás la única diferencia sea la hierba que ahora llena los innumerables cráteres que hablan de la dureza de los bombardeos y de los combates, cuerpo a cuerpo, librados allí.

Sólo había tres personas más contemplando aquello. Se me acercaron. Eran alemanes. Uno de ellos, en inglés no muy bueno, me explicó que un tío abuelo suyo estaba entre los defensores y que allí había perdido la vida, con diecinueve años. Curiosamente, se llamaba Roedder, casi igual que el jefe de los asaltantes. «Lucharon con el mismo honor que los americanos», me dijo. «No era nazi, sólo un soldado que cumplía con su deber. Como los americanos. Merece el mismo honor y respeto que ellos».

Y así es. En el exterior del museo que los Rangers de Texas han construido y mantienen en el lugar, una placa rinde honores por igual a atacantes y defensores. Y el monolito de piedra que los franceses alzaron en el extremo del acantilado -¡otra vez el agradecimiento!- está apoyado sobre los restos de una casamata alemana. Las lápidas que lo rodean, en francés y en inglés, también recuerdan a los alemanes «que lucharon con el mismo honor que los jóvenes rangers americanos». The boys of Pointe du Hoc, como los llamó Ronald Reagan en el cuarenta aniversario del Día D, eran americanos y… alemanes. El mismo honor y respeto.

Diez años después del Día D, el coronel Rudder visitó Pointe du Hoc, acompañado por su hijo y un periodista que quería hacer un reportaje en el décimo aniversario. Al contemplar el panorama, preguntó: «¿Sabrías decirme cómo lo conseguimos?».

CONCLUSIÓN: SAINTE MÉRE ÉGLISE, COLLEVILLE SUR ME Y LA CAMBE

El más famoso corresponsal de guerra americano, Ernie Pyle -ganador del Pulitzer en 1944 por sus crónicas de la guerra-, escribió el 12 de junio de 1944 una columna titulada A Pure Miracle. Empezaba así: «En esta columna quiero explicaros lo que ha supuesto la apertura de un segundo frente en Europa. Para que, sabiéndolo, estéis eternamente agradecidos a todos los hombres, muertos o vivos, que lo hicieron por vosotros».

En Francia muy pocos lo han olvidado. Uno de los lugares del Día D en los que ese recuerdo permanece más patente es el pueblo de Sainte Mere Église. Situado a espaldas de la playa Utah, fue el objetivo de los paracaidistas de la 82ª División Aerotransportada norteamericana.

Uno de los miles de soldados que se lanzaron en la oscuridad de aquella noche fue John Steele. Su historia fue popularizada por Cornelius Ryan. Tuvo la mala suerte de ir a caer en el centro de la villa, en medio del incendio del ayuntamiento y justo encima de la guarnición alemana. Pero, antes de llegar al suelo, su paracaídas se enganchó en el alero del tejado de la iglesia. Una bala le hirió en un pie. Steele decidió fingir que estaba muerto y así permaneció unas cuantas horas en medio de la batalla, a muy pocos metros de varios fusileros alemanes que utilizaban la parte alta de la iglesia como parapeto. Unas horas después fue hecho prisionero por los alemanes, que habían descubierto que, en realidad, estaba vivo.

Del pináculo de la iglesia de St. Mere Église cuelga durante casi todo el año un dummy vestido con el uniforme de la 82 Aerotransportada y agarrado a un paracaídas enganchado a la cornisa. Es el tributo de la ciudad a sus libertadores. Si Ranville fue la primera localidad liberada en el flanco este de la invasión, St. Mère Èglise fue la primera ciudad que los aliados ocuparon en el flanco oeste el Día D. Y basta dar un paseo por sus calles para darse cuenta de que se muestra orgullosa y agradecida.

Dejé para el final de mi itinerario la visita a los dos cementerios militares más grandes que hay en Normandía. Son como un resumen de lo que allí ocurrió. Los miles de jóvenes muertos en combate de los que siempre se habla en las crónicas de la batalla tenían un nombre, una familia, una historia personal que fue truncada por la guerra. En las lápidas de los cementerios dejan de ser anónimos soldados, parte de una estadística, y vuelven a ser personas concretas… que lucharon y murieron, quizás, por ideales que no compartían, que no comprendían o incluso desconocían.

El cementerio militar alemán de La Cambe está junto a la Nacional 13, no muy lejos de Omaha Beach. Bajo su inmensa explanada de césped, en torno a un monumental túmulo, yacen los cuerpos de 21.222 soldados alemanes, de los que sólo 207 fueron enterrados sin identificar.

Llegué a La Cambe casi de madrugada. No había nadie. Las primeras luces de la mañana tenían que abrirse camino entre los densos nubarrones de la tormenta que había durado toda la noche anterior. A la entrada, una cartela de piedra explica, en francés, inglés y alemán, que «con su melancólico y respetuoso rigor, éste es un cementerio para soldados alemanes. No todos ellos habían elegido la causa por la que lucharon. También ellos merecen descansar en nuestro suelo francés».

En la capilla que sirve de pórtico al cementerio no faltan las flores frescas, junto a algunas banderas alemanas. Ciertamente, el ambiente es de rigor y melancolía. Y, sobre todo, se aprecia el respeto por el adversario vencido: el lugar está muy limpio y cuidado.

Mientras volvía al coche comprobando las fotografías que había tomado, me pregunté quién sería Georg Zacharias, el soldado alemán muerto a los dieciocho años ante cuya tumba recé una oración. Y pensé en cómo habría sido la vida de Heinz Lohman, caído en la defensa de Normandía el 11 de junio de 1944 y enterrado en La Cambe a la edad de diecinueve años… «Eux aussi ont trouvé le repos dans notre terre de France».

Mi última parada es en el Normandy American Cementery, en Colleville sur Mer, frente a Omaha Beach. Su grandiosidad, con las cruces de mármol blanco alineadas sobre el césped y el Atlántico al fondo, es inolvidable. Todo el mundo ha visto fotografías del cementerio y muchos recordarán las escenas primera y última de la oscarizada Salvar al soldado Ryan rodadas allí. En algunos lugares, las cruces latinas se alternan con estrellas de David.

En Colleville reposan treinta y tres parejas de hermanos. Entre otros, el teniente Preston Niland y el sargento Robert Niland. Robert, paracaidista de la 101, murió el mismo Día D. Preston fue abatido el 7 de junio cerca de Vierville. Un tercer hermano había muerto semanas antes en el frente del Pacífico. El cuarto hermano, que también estaba en Normandía, fue enviado a casa. Es la historia real que inspiró a Ambrose y a Spielberg el guión de su película sobre el soldado Ryan.

También hay cuatro mujeres enterradas allí. Y el general Roosevelt Jr. (sobrino del presidente americano), cuyo personaje interpretó magistralmente Henry Fonda en The Longest Day; y el teniente Jimmie W. Monteith, muerto en Omaha Beach a los veinte años y condecorado póstumamente con la Medalla al Honor -la máxima condecoración americana-; y el coronel Ollie Reid y su hijo, el teniente Ollie Reid Jr., enterrados en las tumbas 19 y 20 del bloque E.

Junto a ellos, una cruz tiene grabada esta inscripción: «Here rests in honored glory a comrade in arms known but to God». Me pareció una buena manera de terminar mi visita a los lugares del Día D. Sólo Dios sabe.

El 6 de junio de 2004, sesenta aniversario del Día D, en el cementerio americano de Colleville se reunieron Jacques Chirac, Tony Blair, George Bush y Gerhard Schroeder. Era la primera vez que un canciller alemán asistía a la celebración anual del D-Day. En su discurso, Chirac agradeció a ingleses, canadienses y americanos su esfuerzo libertador –«Francia nunca olvidará»– y después dijo: «Para conmemorar esos decisivos momentos de nuestra historia, quiero que Alemania recuerde con nosotros esas horas en las que el ideal de la libertad volvió a nuestro continente. […] Desde hace décadas, los enemigos del pasado construyen juntos el presente y juntos miran al futuro. Con respeto por lo que aquí ocurrió, por la historia, por los soldados, por el sufrimiento y la sangre, estamos juntos, celebrando la victoria de la paz y la libertad. Queremos mostrar al mundo el ejemplo de nuestra reconciliación, para que todos vean que el odio no tiene futuro, que la paz siempre es posible. Con fuerza, juntos queremos expresar el compromiso de una Europa unida alrededor de sus valores, su geografía y su historia. En este aniversario, el mundo nos está mirando y ve pueblos libres honrando a sus héroes. Pueblos leales recordando los sacrificios realizados por sus jóvenes. Pueblos reconciliados trabajando por la paz. […] Hoy, 6 de junio de 2004, queremos tener la misma esperanza, el mismo ideal de aquellos jóvenes a los que nunca olvidaremos».

¿Será así la auténtica memoria histórica?

Abogado y editor