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«Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco». Con esta máxima de Epicuro se abre un libro oportuno, controvertido, lúcido, necesario en las circunstancias actuales, presididas por un cierto aturdimiento ante la situación de crisis en que estamos inmersos. Los orígenes de la crisis actual, la más severa en términos económicos desde la Gran Depresión de 1929, son objeto de debate y reproducen un mapa de argumentos que se ha ido conformando al menos desde el siglo XVIII. Primero fue el origen de la crisis de las hipotecas subprime, allá por el 2008, la inconsciencia y la irresponsabilidad se dieron la mano en una estrategia desenfrenada de crecimiento a través de créditos hipotecarios que se terminaron concediendo a quienes, en un momento adverso, dejarían rápidamente de pagar. El efecto dominó terminó en los mercados financieros y de deuda, que se vieron en la tesitura de no poder fiar a quienes siempre mostraron mayor fiabilidad: los estados, especialmente los europeos. La caída de los ingresos vía impuestos hizo saltar por los aires el precario equilibrio de las cuentas públicas y los déficits no tardaron en llegar. Necesitaban dinero y lo necesitaban ya. Pero ese dinero ahora era mucho más caro y el endeudamiento empezó a pagarse con más endeudamiento. En medio de esta espiral, el ciudadano de a pie se ve vapuleado por los cruces de acusaciones entre el poder político y el poder económico sobre quién es el verdadero responsable de todo lo que está pasando. En poco tiempo, el debate ha derivado hacia la crisis institucional y un creciente cuestionamiento del papel del político en la sociedad. Quizá la democracia como sistema no merezca pagar el precio de su cuestionamiento cuando precisamente sus actores no han conseguido que funcionara de forma plena y convincente.

Cuando nos aprestamos a intentar salir de la crisis, resulta pertinente poner encima de la mesa el debate que nos impida repetir los errores del pasado y no hacer realidad esa frase inscrita a la entrada del bloque número 4 del campo de concentración de Auschwitz: «Quien desconoce su historia está condenado a repetirla». Una de las aportaciones a ese debate la ha hecho un libro escrito por un padre y su hijo, los dos profesores universitarios. Robert Skidelsky es catedrático emérito de Economía Política en la Universidad de Warwick y el autor de la biografía por antonomasia del economista John Maynard Keynes. Su hijo, Edward Skidelsky, es profesor de Filosofía en la Universidad de Exeter. Ambos combinan el carácter multidisciplinar del libro, uno de sus principales atractivos, al combinar filosofía y economía en el planteamiento de sus argumentos.

El libro parte del ensayo que John Maynard Keynes escribió en 1930 y que tituló Las posibilidades económicasde nuestros nietos. Salió publicado en unos años convulsos, en que el mundo se aprestaba a intentar salir de una crisis devastadora. Mientras los efectos de la Gran Depresión se extendían por el mundo, el economista inglés se dedicó a pensar más allá y pronosticó que, en el futuro, las personas tendrían que trabajar menos para satisfacer sus necesidades, en tanto en cuanto el progreso tecnológico vaya permitiendo producir más en menos tiempo. «Por primera vez en la historia, escribe Keynes el hombre ese enfrentaría a su problema real y permanente: cómo utilizar su libertad desde la presión de los apuros económicos, cómo ocupar el tiempo de ocio, que la ciencia y el interés compuesto le habrán proporcionado, para vivir bien, sabiamente y de forma agradable». No deja de ser curioso que Keynes no volviera después a ahondar en aquella idea y pasara a la historia como el economista que más estudió el corto plazo, cuando, al parecer, siempre le preocupó el largo.

Lo que ocurrió después ya lo sabemos. Nada de lo que pronosticó Keynes se ha cumplido. El libro de los Skidelsky quiere explicar el porqué y plantearse si todavía se puede hablar de un estadio que haya superado el capitalismo. Los autores se plantean, a partir de las premisas de ese ensayo, un buen número de interrogantes: ¿Cuál es la utilidad de la riqueza, «cuánto dinero necesitamos para llevar una buena vida»? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida y qué lugar ocupa el dinero en ella? ¿Se trata de un medio o un fin?

La duda es si de verdad hay un poscapitalismo o el sistema económico que preside desde hace siglos nuestras relaciones económicas será siempre un proceso en construcción que no termina nunca, como la vida de Fausto, al que nada satisface ni detiene, ya que el día que lo encuentre significará su perdición. En ese momento, según nos cuenta Goethe, Mefistófeles se aprestará a cobrar su botín. Esta alegoría faustiana ocupa uno de los capítulos más interesantes del libro, después de un no menos interesante y sintético repaso por la historia de la Filosofía en relación al porvenir y al bienestar.

Así que la pregunta es: ¿de verdad llegará un día en que no se necesite acumular más dinero? Se achaca al capitalismo que exacerbe la tendencia al consumo competitivo: una cuestión de estatus que actúa como termómetro social sobre el éxito personal. «Ha hecho mucho dinero», «está forrado», «son gente de pasta», son expresiones habituales en círculos que tratan de dilucidar quién merece ser considerado como triunfador. Hace no mucho presencié una conversación en una cena informal donde dos personas fueron presentadas. «¿Y a qué te dedicas?», pregunta uno. El interpelado es profesor universitario y tiene en perspectiva la escritura de un libro. Se extiende demasiado en una explicación que interrumpe con un tono de impaciencia quien ha preguntado en primer lugar con la siguiente sentencia: «Vamos, que te hace sabio pero no te hace rico».

«Este libro —dicen los autores en la introducción— es un argumento contra la insaciabilidad, contra la disposición psicológica que nos impide, como individuos y como sociedades, decir “ya es suficiente”». En los siguientes capítulos se plantearán si el crecimiento ilimitado tiene un precio, como se ha puesto de manifiesto con el medio ambiente. El libro se cierra con una propuesta de lo que pueden considerarse como los «siete bienes básicos» que una sociedad debe conseguir para una buena vida y la manera de conseguirlos. Se trata de la parte más idealista y arriesgada, en adecuada correlación con el ensayo futurista de Keynes. Lejos de invalidar los argumentos previos, esta sección trasciende la crítica anterior y da un paso más al reflexionar sobre las posibilidades de futuro. Estos siete bienes básicos serían la salud, la seguridad, el respeto, la personalidad, la armonía con la naturaleza, la amistad y el ocio, entendido como disfrute de la vida, actividad realizada por derecho propio, y no tanto como relajación o descanso. Así que no resulta difícil preguntarse con los autores si no hemos estado ante la ironía de que una vez que se alcanzó «la abundancia, los hábitos que el capitalismo nos ha inculcado nos han hecho incapaces de disfrutarla como es debido». El debate está abierto. _

Periodista y crítico musical