BIELO Y LAS GACELAS (viernes 30 de agosto). Cuentan hoy los papeles que, allá, en los Estados Unidos y en su parte selvática y salvaje -porque la hay, pese a quienes se figuran que todo, en aquellas tierras, es Quinta Avenida-, ha sido encontrado por unos cazadores un muchacho alalo, que, desnudo y con el cuerpo cubierto de pelo, vivía en común con las gacelas … Monstruo marino, de los de la ayer consabida tradición periodística estival, no será esta vez. Porque de un setenario a esta parte, en punto a noticiones y en punto a monstruos, la realidad viene dándole quince y raya, en verano como en invierno, a la más abracadabrante fantasía.
Sin embargo, el detalle de que ese Mowgli o Tarzán de nuevo cuño «corre lo mismo que las gacelas», Bieló, el malicioso amigo de la Ermita, no se lo acaba de tragar. No sé en virtud de qué linaje de zoométrica, asegura que, si le hubiesen dicho que corría como un caballo, bueno. Pero que el imaginarle veloz como una gacela ha de ser tan bola como el figurarse que es raudo como una perdiz.
Probablemente, un docto en la morfología animal dijera lo mismo, desde el punto de vista de la estructura de las extremidades. Pero Bieló no se funda en razones anatómicas, sino en las psicológicas. Más que negar que el hombre pueda correr tanto, lo que a él le parece imposible es que el hombre pueda tener tantas ganas de correr. Desde la posición de su pereza inveterada, tanta diligencia se le antoja contra natura. Para esforzarse así, piensa Bieló, ha de estarse en ambiente deportivo, y con público, y con operadores de film, y con Prensa, y con copas para premio del vencedor. Si no, ¿con qué objeto?… Bieló sabe que el mundo es redondo y que, aunque sea para huir, si se huye mucho, mucho, la fija es el volver a darse de bruces con el peligro de que se huyó.
El mundo, para Bieló, está hecho a imagen de un tío-vivo. Dios le libre, a Bieló, de montarse en un tío-vivo. «¿Para -reflexiona- dar tantas vueltas, y marearse, y quedarse, al fin, con dos reales menos en el mismo sitio de donde se salía?»
Quiere decir que la celeridad de las gacelas no le interesa. Ni las facultades del monstruo encontrado en los Estados Unidos.
De las primeras, lo único que preguntó, cuando le hablaron por primera vez de su existencia, es si se podían comer. Y apostaría algo a que, sobre el segundo, ha estado a pique de preguntar lo mismo.
ANGELOFANÍA (sábado 31 de agosto). Que cada cual tome de mi palabra lo que quiera. O lo que pueda. Yo, con ser creído y entendido por tres o cuatro limpios de corazón, tan contento.
He sentido anoche la presencia corpórea del Angel de la Guarda. Corpórea, física, digo. Y no, por apariencia visual. No, por alucinación auditiva. No, por ilusión táctil. Ni he debido tampoco deducirla por sus efectos, según me digo que hay corriente eléctrica, cuando, en la Ermita, suena el motor.
Pero, ¿acaso no hay más sentidos que ésos? ¿Es necesario el ver, el oír, el tocar, para que volvamos la cabeza cuando alguien, a nuestra espalda, se acerca o nos mira?
Me dicen: «No eches sal en la sopa antes de catarla. ¿Cómo sabes que le falta sal?» Y yo: «Lo sé, con solo verla en el plato». Y no falla. A veces, antes de verla en el plato.
También el ciego experimenta, en un interlocutor a quien no abraza, la sensación de esbeltez. O, según cuentan de algún contemporáneo nuestro ilustre, advierte en él «una sonrisita falsa»…
Los aguaceros de estos últimos días han aislado el cerro en que nuestras ermitas se asientan. Y lo han hecho con romper cauce de torrente, en el paso a la mar opuesto y cuando llevaba un par de días sin llover. De suerte que ayer mañana era todavía terraplén, lo que, a puesta de sol, ya únicamente daba para el vado unas piedras oscilantes y resbaladizas.
Y era al anochecer, cuando nosotros, desde lo alto, vimos avanzar, acercarse, confiadamente, inexorablemente por el camino la invalidez a oscuras de Octavio de Roméu. Se le adivinaba fatigado, en su vejez algo solemne; pero andaba con paso de apresuramiento e igual ritmo, dándole a la tierra con el bastón … Desde lo alto nosotros le gritábamos, pero no oía. Dos de los nuestros se pusieron a correr cuando a él, un pie ya mojado en la corriente, se le escurrió el bastón de las manos.
Y, entonces, fue así. El Maestro tendió, y luego aquietó en el aire las dos manos desamparadas. Su planta iba asentándose donde debía. Las piedras se estuvieron quietas, hasta aquellas que se tenían por milagro … Y, al final, de un salto certero, se aseguró en la otra orilla. Se agachó un punto, y ganó de nuevo su mano derecha la cayada … Sólo aquí empezaron a llegarle las voces, a las cuales contestó como sorprendido. Y le quedaba sobre los vestidos -como, a quien se levanta de una caída, un poco de polvo-, un poco de luz.
Esta vez, el vadeo, ni siquiera había tenido necesidad del santo intermedio de Cristóbal.
PARERGA y PARALIPÓMENA (martes 3 de septiembre). Si tuviéramos paciencia y método, para ir anotando cada noche las buenas cosas que se han oído en el día, ¡qué buen Parerga y Paralipómena, al cabo de un tiempo! … Y ni siquiera necesario el que procediesen de ingenio agudo o de magistral docencia.
Si ayer, por ejemplo, reprimenda a ciertas abstenciones pacatas, le oímos a Octavio de Roméu:
– Tanto se guarda el cántaro de ir a la fuente, que al fin se rompe, no dejamos tampoco de recoger de nuestro Bieló inconmensurable, esta perla de observación:
– Un hombre despeinado «hace» cara de poeta; pero una mujer despeinada «hace» cara de bruja.
Yo, al oír esto, no he podido menos de acordarme de ciertos retratos, de ambos sexos, que figuran en el Catálogo de la editorial argentina Sur.
Por su parte, Grazía -ahora hemos dado en la ídem de escribir, y hasta de pronunciar su nombre con una z, con dos inclusive-, tras de haber estado en la Feria, o «Fiesta Mayor», como por aquí dicen, de un pueblo próximo, donde vió a una émula de Pastora Imperio bailarse lo suyo, con los brazos flamencamente en alto, inventó la más inspirada de las greguerías:
– Parecía llevar, dijo, un reló de sol de pulsera.
Por su parte nuestro . huésped Félix, el pintor, se sentó, al volver de Sitges, después de tres días de mundanal ruido, en uno de estos sillones, mecedoras a medias, que no llegan a cumplir, entera, la curva del vaivén. Este se inicia y -amagar y no dar-, quédase truncado en seguida a la espalda del columpiante.
– Me recuerdan, murmuró Félix, y no todos le entendieron, el orden de las sensaciones del tango.
Pero lo mejor saltó de labios de una anciana asistenta, que lo dijo en censura de tanta muchacha, como entra hoy aquí en las fábricas:
– Se ponen a trabajar, porque tienen pereza de servir.
PLEBISCITOS (viernes 6 de septiembre).
– Pronto está dicho «el Pueblo», nos prevenía Octavio de Roméu … Había primero que saber dónde se le encuentra. Los griegos, estos días, han sido consultados en un plebiscito. Una de las dos únicas papeletas de la opción decía simplemente «Democracia»; y todo estaba preparado para su triunfo; hasta el extremo que debían contarse como adictas a esta inscripción las papeletas que se encontraran en blanco … Pues bien, la Democracia ha salido en muy considerable minoría. El pueblo, en un acto de gobierno, ha votado contra el gobierno del pueblo.
Lo primero que a uno le convendría distinguir, puesto a buscar dónde está el pueblo, es entre el pueblo que habla y el que no habla. Todavía cabe, dentro del primero, separar al que habla en mítines y periódicos, del que habla solamente en el café; que, por cierto, en Grecia y a lo que puedo juzgar por mis recuerdos, es bastante. Un político puede apoyarse, contra la democracia del parlamento, en la democracia del café. Y hasta, contra ésta, le cabe el recurso a la democracia del silencio; que es la que sale (a veces) en los plebiscitos y proporciona al desprevenido tantas sorpresas.
Cuando la otra guerra mundial, había en la Argentina el Presidente Irigoyen, a quien llamaban «el Peludo». Ocurrió un momento, en que todo cuanto en el país tenía voz y voto clamaba por la intervención: manifestaciones imponentes la pedían en la Avenida de Mayo; los leviatanes de la prensa de Buenos Aires la preconizaban estentóreamente; las Cámaras la habían acordado. El Presidente Irigoyen, no obstante, se guardó el acuerdo en el bolsillo. ¿Cómo osó a tal? ¿Cómo pudo, él solo, oponerse a una corriente de opinión, hasta aquel punto avasalladora? … ¡Ah, porque, solo, no lo estaba! Estaba con él, y él lo sabía, en pro del mantenimiento de la neutralidad, la masa enorme de la democracia del silencio. Estaban toda las mujeres, todas las madres y las novias, enemigas naturales de la guerra; estaban los humildes y oscuros y mansos de corazón, alejados de cualquier veleidad de heroísmo, de cualquier agitación inclusive; estaban cuantos, con éstas, no pueden hacer sino perder. ¡Estaban los mismos manifestantes de la Avenida de Mayo, en cuanto, de la manifestación, regresaban a sus casas!. .. Instintivamente, «el Peludo», sintió la importancia de ese tácito plebiscito. Empezó por callar él, servidor de la democracia del silencio. Y se acabó la guerra, sin que la Argentina hubiese roto su neutralidad.
A veces, esta subterránea opinión toma las formas de expresión más curiosas. ¿Sabéis quién, en Grecia, con una especie de sorda política inalterable, hubiera permitido que el informado previera los frutos del actual plebiscito? Pues, el Guiñol, el Guiñol callejero, con sus sátiras, fieles a una inspiración popular genuina, impermeable a las propagandas de partido, como a las imposiciones del Gobierno. Hubo días, en la Grecia del venizelismo, en que gobierno, parlamento, prensa, opinión vocinglera, coacción internacional, se levantaban unánimemente contra el Rey. Guiñol mantuvo su fidelidad y, lo que los periódicos no se atrevían a imprimir, lo nazalizaban los muñecos en sus teatrinos al aire libre y con públicos arracimados de badoquería y de chiquillería.
Y, por cierto, que en nada esta clientela estorbaba a la calidad artística del juego. Si aquí también nos ocurre que, a la aguja de una lagarterana la guíe mejor estética que al editor de una publicación de lujo -¿cómo no admitir que la política del Maese Pedro helénico pueda tener más altas miras que la del Excelentísimo Señor Demetrio de Tal, orador y jurisconsulto en Atenas?
-En estas playas, hemos podido advertir, le contamos por nuestra parte al Pantarca, que si rueda entre arena y red tendida alguna encuadernación «en pasta española», abrigo de algún «Don Quijote de la Mancha» o algún «Atala» en traducción, las manos de alguna vieja pescadora lo han dejado. Las burguesitas, untadas de cremas y doradas de sol, no llevan a los toldos más que literatura quiosquera, informe y bárbaramente coloreada. De Rebeca y Tarzán para abajo … Quizá, no saliera del todo mal una crítica literaria por plebiscito.
ASTRONOMÍA y METEOROLOGÍA (sábado 7 de septiembre). ¡Pluguiera a Dios que el movimiento de las lluvias tuviera la ajustada exactitud que el movimiento de los astros!
Tanta regularidad para la astronomía y tanto desarreglo para la meteorología. «Sale el sol a tal hora y tantos minutos», dice el calendario. Y él, salir, ya sale. Pero allí se le aprieta en contra un cargamento de nubes, y como si no saliera.
Me gustaría que una vez, siquiera para probar, se trocaran los papeles. Que cada año y en el mismo lugar, hiciera el 8 de septiembre igual temperatura. Y que, de pronto, imprevistamente y en nuestro hemisferio, los días se alargaran hacia esta fecha. A ver qué pasaba.
Pero, no. Lo que de veras me gustaría es que reinara la regularidad en todo. ¿Por qué la biografia de una angula ha de tener la posibilidad de sorpresas, totalmente excluidas de la biografia de un gusano? … No hablo ya de muertes, sino de viajes, para decirlo como las echadoras de cartas.
¿Y por qué, en lo humano, la imprevisibilidad ha de irse agravando hasta ese punto? Un día, esa perla de los escritores, diamante de los traductores y esmeralda de los amigos, que se llama Valery-Larbaud, dió una conferencia en Madrid sobre la vida de las Revistas jóvenes. La describía como pudiera el entomólogo Favre en lo suyo. «En este momento, decía Valery-Larbaud, la Revista se convierte en ecléctica y pierde algunos colaboradores», a la manera de un insecto que perdiera una trompa o unas alitas. Pero esto no pasaba de un juego … Bien es verdad que también son juego las Revistas jóvenes.
Artista, alcalde o ermitaño, cumple lo que se espera de tí. No te dejes tentar por travesuras como la de Picasso, que se dió a dibujar un árbol, justamente el día en que se descubrió ser el único pintor moderno que no los pintaba.
Por mi parte, y en el Novísimo Glosario, yo prefiero ser más parecido a las órbitas celestes que a las aguas primaverales.
PALABRA CULTA y BUENAS COSTUMBRES (miércoles 11 de septiembre). Una «Liga de represión de la blasfemia», que funcionó en la capital de la provincia, no pudo aquí nada. Es un dolor.
Lo sé: cualquier intención conscientemente irreligiosa ha llegado a estar ausente de este lenguaje. Si me apuran, diré que está de él asimismo ausente cualquier específica salacidad. Pero, la verdad es que el repugnante fenómeno tampoco puede reducirse a un automatismo puro.
Hay el automatismo, que produjeron doblemente herencia y contagio, más un cierto estado psicológico harto difícil de definir. El ánimo no se levanta hasta el reniego, pero ya se encrespa sobre el nivel de lo apacible.
Tal vez está aquí la razón de que lo no logrado por Llgas beneméritas lo vaya consiguiendo, a la callada y sin propósito, el paso de las generaciones. Ya las promociones nuevas de pescadoras no hablan así. El mal es que apenas si hay generaciones nuevas de pescadoras. Todo se lo llevan las fábricas.
El cambio es diversamente apreciado. La sobrina de la Mariona dice de la vieja:
- Tiene una boca de infierno.
Por su parte la vieja (es aquella que desdeñó a los pescadores del día «porque no pescan y no hacen más que pasearse») califica a la juventud así:
- Cada día más bien habladas y cada día más trastos.
. . . Naturalmente, ese término amortiguador: «trastos», soy yo quien lo pongo.
A LO LARGO DE LA NOCHE Queves 12 de septiembre). Porque ya la claridad del día nuevo no vendrá prematura, el postigo, en la ventana frente a mi lecho, no se va a cerrar esta noche.
Veré, tendido ya, la línea del horizonte pespuntearse de luces. En la gran negrura donde las nubes se habrán apiñado y las olas aquietado por fin, serán las luces como luceros. No fingirán hoy una ciudad lejana. Más bien, una constelación. Una constelación, al alcance de la mano.
«Luces» llama la gente aquí a las mismas barcas que las llevan, para la pesca a la encendida. ¿Cuántas «luces» habrán salido esta noche? Muchas; y su despliegue, allá abajo, tendrá un ritmo y una regularidad de sistema. Parecerá querer decir algo, como una tira de Morse.
Y el primer sueño me sorprenderá, al tratar, vana y torpemente, de poner en claro la cifra de este mensaje.
Me despertaré luego a las dos y media. Los signos de mensaje no habrán cambiado, en su marino tenebroso confin. Los mismos, y queriendo significar la misma cosa.
De nuevo dormido, volveré a despertarme a las – cuatro. Entonces la disposición de las luces será otra. Siempre en línea cerrada, siempre a igual distancia presumible de la tierra, los grupos se dibujarán de muy otro modo … Y eso me desvelará, y hará que me acerque a la ventana, para comprobar que no se mueven.
¿Durará esta expectación un rato? No sabré cuánto tiempo. La nueva dormida será la mejor. Ya me habré habituado al enigma, ya conviviré apaciblemente con él. Y al despertarme entre mar y cielo, en la neblina apenas de oro, ya no habrá luces, ya no habrá nada.
¿Qué quería decir aquella cifra? ¿Qué, sobre los pescadores, sobre la pesca?
Que no me vengan con aquello del «¡Y aun dicen que cl pescado
es caro!»… Que no me vengan, porque ya encuentro que, efectivamente, el pescado está caro.
Y pienso en las cenas de los acaparadores, en las tabernas del puerto. Y en sus camiones y en sus coches. Y en las langostas y en los cubos de champaña en sus mesas. Y en los peinados y en los brillantes de sus prójimas.
ÜTRA MANERA DE SER FRANCISCANO (viernes 13 de septiembre). He reflexionado sobre la diferencia que puede separar las notas de mi glosar consuetudinario, en relación con estas que subtitulo, genéricamente, como «crónica de la Ermita».
Para las primeras, tomo un material de carácter, a su manera -que muy frecuentemente es la manera común-, histórico. Se trata de extraer y destilar de cuanto acontece, la esencia ideal, transformando así, según la consabida fórmula, la anécdota en categoría, la efemérides en eternidad.
Por un juego, que sólo alcanzo a practicar de tarde en tarde, cabe tomar un material eterno -estructuras, gestos y estilos humanos, que son siempre los mismos-, para, al revés que antes, convertirlos en episodio, en acontecimientos, siquiera menudos, susceptibles de crónica. Si en una muchacha, encuentro de una estación estival, pudo guardarse un día el arquetipo de todo un pueblo, hoy cabe contar las
leyes constantes de la mente colectiva, en forma de cuentecillo de aldea o de chisme, en que se propala el decir de un zafio.
La Bien Plantada ascendió -o, según diría de preferencia ahora, fue asumida-, por la escala entre cipreses de un jardín romano, al cielo de las ideas inmortales. Pero también, por boca de un Bieló, puede hablar la filosofía cazurra, que ya habló otras veces en las astucias de Bertoldo, en los refranes de Sancho y por el morro o por el pico de los animales de las fábulas de Esopo.
San Francisco le decía al lobo: «¡Hermano mío!» … Yo también le podría decir a Bieló: «¡Filósofo de mis entretelas!»
LAS CASTAÑUELAS (sábado 14 de septiembre). El cultivo de las castañuelas, ¿pertenece al mismo orden estético a que pertenece la música? Desde la Ermita, y en atención a ciertas vecindades -por otra parte gratísimas-, puede legítimamente pensarse que no.
El sonar de las castañuelas recorre una gama de posibilidades, que van desde la percusión más seca hasta los más aterciopelados modulación y trino. En criaturas de arte como la Argentina -que fue, a mi humilde entender, todavía mejor crotalista que <lanzadera: como <lanzadera, resultaba quizá demasiado espectacularmente pantomímica- , el primor llegó, en esto último, a tal extremo, que entre sus dedos las castañuelas parecían llegadas, no ya a punto de canto, sino, lo que todavía es más hermoso, de palabra … ¡Pero, entre los de principiantes!
Además, lo de la Argentina se acababa … Estas muchachas, mis vecinas, no acaban, no. Con las castañuelas se acuestan, con las castañuelas se levantan. Si esto forma parte de su educación, dudo mucho que esto contribuya a su descanso.
En todo caso, de contribuir a su alegría, será muy poco. Alguna que he visto repiqueteando en silencio tenía el aire más desmadejado y, para decirlo todo, más desangelado. Parecía hacerlo en penitencia, para cumplir un voto. Había que ver, en cambio, la buena risa de vivacidad de sus compañeras las cantadoras.
»Alegre como unas castañuelas», suele decirse. No confundir. Si esto significa »Alegre como unas sevillanas», bien va. Desde luego, como unas sevillanas que no se eternicen. Si lo que se eterniza son las castañuelas solas, ya es un morirse.
Marinero que al oír un acordeón lloras tu nueva partida. Apresúrala, curado ya de melancolía, si lo que oyes no es un acordeón, sino unas castañuelas.
ÜCTAVIO Y EL PERSONAJE (martes 24 de septiembre). El personaje acababa de visitar a nuestro Octavio de Roméu. El cual no lo ha sido en su vida.
A la puerta de su ruina -si es que se puede con referencia a ruina tal, hablar de puerta-, y gravemente de pie, el Maestro despedía al persona je, cuando éste montaba en su coche.
Y ocurre que el coche remolonea. Una ligera pendiente por vencer estorba al principio de su marcha.
Habrá que empujar. El mecánico desciende y hace lo que los mecánicos en coyunturas tales. Mirar y mirar cosas, antes que decidirse a arrimar el hombro.
El personaje, que ya había subido, baja al cabo también. Y, a su vez, arrima el hombro, para que el mecánico pueda volver al volante.
Y todos nosotros, movidos por el generoso -o vanidoso- impulso de servir. Hasta alguna ermitaña. Todos nosotros, menos Octavio de Roméu.
Ceremonioso, Octavio de Roméu no abandona su actitud, aquella suspensa y erecta inmovilidad del despido. Pero -ceremonioso también, ceremonioso consigo mismo-, deja la tarea del empujar a otros brazos.
Ahora tiene la excusa de la ceguera, Pero, el caso es que, cuando no era ciego, hacía lo propio, en cualquier circunstancia.
Es aquel a quien preguntó una señora cierto día:
- Y usted, ¿no da nunca limosna?
- Sí, señora, contestó. A veces. Pero, siempre a caballo. También dijo otro día:
- El nivel de la civilización de un pueblo se conoce en el de su respeto hacia las jerarquías inermes.
ENVEJECER ARMONIOSAMENTE (viernes 27 de septiembre).
- Yo no creo haberme ruborizado antes nunca, nos decía la an ciana y nobilísima ermitaña; tal vez por falta de ocasión. Ahora es cuando me ruborizo: cuando algún adulador me dice que tengo «la cara joven» o «el aire joven» , o cualquier rasgo específico de juventud. O cuando me sirven sandeces como aquella de «¡Usted, más joven cada día!» … Como si yo aspirase a rejuvenecer. Como si me pareciese ideal no envejecer … No y no. Lo que yo quisiera es envejecer armoniosamente; de manera que, en mí, ningún aspecto, órgano o función se hubiera vuelto más caduco que el otro. En este sentido, prefiero tener un poco de reuma a volverme corta de vista. El reuma viaja a través del cuerpo; un día duele el hombro, otro el tobillo. La miopía se instala localmente y, desde su lugar, se denuncia. Y peor, si no cumple con su exigencia. La confesión, llegado el caso, humilla más que la franqueza. ¡Qué bien, en cambio, cuando se manifiesta, exactamente, la edad que tienen las arterias!… Este dorso de mano ha ido adquiriendo relieves, puedo fijar con precisión desde qué fecha: desde el 28 de septiembre de 1943. En esta misma fecha, se hizo necesario poner «un puente» en determinado lugar de mis encías. Desde este mismo día, suprimí en mis costumbres el uso bicotidiano del café. En cambio, las sesiones de masaje terapeútico, que igualmente me fueron recomendadas por aquellos días, las abandoné muy pronto: me pareció que la alemana que las servía, aspiraba a desarrollar en mí ciertas posibilidades atléticas, a que muy joven renuncié, siempre en obsequio a la armonía; y que me figuro que, si retoñasen ahora, resultarían atrozmente a destiempo. Mejor para mí una debilidad asegurada que una fortaleza pendiente de un hilo. Por lo mismo que me vale más, a lo que infiero, mi cómoda pobreza, que cualquier inquieta fortuna. Como con aquélla he evitado la situación de miserable, espero, con mi normal decaimiento, evitar la decrepitud.
Más lúcida, sin embargo, que su juicio, es, señora Ermitaña, su sangre, le contestamos. Su qué, con razón, se ruboriza. Con razón, porque, lo que quiere decir, aunque no se dé cuenta, quien afirma que usted está más joven cada día, es que está más hermosa; porque su armonioso envejecer va en usted madurando el tipo de la anciana, aproximándolo sucesivamente a su perfección formal. .. Un día en un periódico parisién, y a propósito de un conferenciante, sobre cuya novedad ante aquel público versaba la crónica, leimos la siguiente expresión: «Encore dans le beau versant de l’age mur». Sobre a delicada, nos supo la fórmula a justa; sobre a justa, a trascendental. Venía a significar que cada edad de hombre se presenta en dos versiones sucesivas: una, en que funcionan, por modo simultáneo y tal vez con cierto desorden, la descomposición de la edad precedente, la instalación de la nueva. Entonces se produce muy frecuentemente la fealdad; en todo caso, algún interés estético sin armonía. Es la mala vertiente, el mal paso de cada edad. En seguida, la contienda entre lo viejo y lo nuevo se decide; lo nuevo se está ya asentado sin réplica. Es la vertiente hermosa, aquella en que se realiza el acabamiento del tipo. El bello tipo del hombre maduro, después del bello tipo del joven, antes del bello tipo del anciano. Luego este nuevo tipo se descompondrá a su vez; pero, siquiera, que nada anticipe, que nada apunte prematuro: esta anticipación representaría un desequilibrio. Este desequilibrio impide, cuando se presenta, el logro de la perfección.
Y Grazzia, aquí, con aquella sordera del interés a los temas de la edad, sordera característica a la gente moza:
-Todo esto va complicando terriblemente el juego de los piropos. Todavía está por nacer el piropeador, capaz de soltarle, a la mujer que pasa: «¡Olé, por las hembras armoniosamente envejecidas!» •