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Mercedes Cebrián. Escritora madrileña, poeta, narradora y colaboradora en diversos medios. Es Máster en estudios hispánicos por la Universidad de Pensilvania (EE. UU.) y fue becaria de la Residencia de Estudiantes y la Academia de España en Roma. «Cocido y violonchelo» (Random House) es su última obra.


Avance

«Escribo crónica y géneros híbridos, libros que salen movidos en la foto», afirmó Mercedes Cebrián en la ponencia que formó parte de las I Jornadas de Literaturas Hispánicas. En ella, la autora realizó un viaje por su poética, su manera de escribir, sus intereses, su evolución, sus influencias… Palabras para definir un trabajo hecho también de palabras, algo siempre «paradójico para los escritores: usar palabras, escribir acerca de nuestra propia escritura».

Y ¿sobre qué escribe Mercedes Cebrián?: «Escribo sobre ciudades y sobre la sociedad de consumo» porque en ellas nació y creció… y porque de lo que ve y conoce es de lo que escribe. Ella, que es traductora, traduce literalmente «de lo que se come se cría» por «de lo que se lee se escribe». Las lecturas se convierte así en una forma de tomar el pulso a los escritores.

En este autoanálisis de cómo funciona su cabeza literaria, la autora desmiente el mito de los autores puros, alimentados con la idea del genio, y afirma ‒o constata, sencillamente‒ que es imposible sustraerse el entorno y aislarse. Las tendencias literarias existen, la industria editorial existe «para bien y para mal».

Otros rasgos que definen la personal poética de la autora es el manejo del humor en sus textos; una mezcla muy personal de géneros que practica desde su primera obra publicada (donde unía poesía y relatos); ciertos elementos que tienen que ver con el psicoanálisis; la importancia de la música y sus recursos a la hora de estructurar la escritura; el foco a lo local, a la geografía cercana; y la concepción de la literatura como algo artesanal, «muy parecido al mosaico o el bordado».

Al final de este viaje de exploración, dos obras para resumir de forma visual lo que hay dentro de la cabeza de Mercedes Cebrián: una fotografía de Martin Parr y una obra de mateo Maté son capaces de hacerlo.


Artículo

El título, en conjunto, viene de un taller de crónica de viaje que di el año pasado. Examinándolo de cerca, lo extranjero para mí es algo de índole cotidiana. Con lo extranjero no me refiero a un lugar al que se viaja pasaporte en mano, o no solamente a eso. Extranjero es simplemente el otro, lo otro, lo que nos espera nada más cruzar el umbral de la puerta de casa y, a veces, ni eso; es lo que se encuentra a nuestro lado, en el cuarto de estar. Lo que no es el yo, ya es extranjero.

La mirada es algo mucho más amplio. Se habla mucho de la mirada del escritor, quizá por la influencia del cine en la literatura contemporánea… Parece algo esencial en nuestra cultura: la vista es la que trabaja, se dice. Cuando yo digo «mirar», quiero decir también oler, tocar, escuchar, desde luego… Digo mirar, pero hablo de los cinco sentidos.

VV AA: El arquero inmóvil: Nuevas poéticas sobre el cuento. Páginas de espuma, 2006

También hace muchos años me pidieron, a mí y a un grupo de escritores, una serie de poéticas. Eran poéticas contemporáneas de escritores de habla hispana. El libro se llamaba El Arquero inmóvil y mi aportación la titulé No me puedo bañar dos veces en la misma poética, emulando la conocida frase de Heráclito. Y es cierto: en aquel momento mi poética no era la que es hoy. ¿Por qué? Porque la literatura, como bien ha dicho Manuel Vilas, está imbricada con la vida. Y yo ahora he vivido más. He leído más, han pasado cosas desde aquel 2006 y he cambiado de opinión en ciertas cosas, he perdido amigos…. Todo eso hace que mis prioridades literarias hayan cambiado. Temas que antes me parecían dignos de exploración, por ejemplo, las relaciones de pareja, ahora me aburren muchísimo. Digamos que ya he desistido, y no es que no tenga ya respuestas, es que no quiero preguntarme nada más al respecto; que otros escriban sobre esto, que yo me pongo con otras cosas. No esperaba estos cambios, pero han surgido. Nuestros cerebros van mutando porque nuestra vida va cambiando.

También es interesante pensar en cómo surgen las poéticas, una especie de decálogo invisible para los escritores o para cualquier artista. Las generas cuando alguien te las pide porque sería un poco perverso o pretencioso estar en casa preguntándote: «a ver, ¿cuál es mi poética?» No. Eso es algo que vas aprendiendo con el tiempo y lo aprendes, sobre todo, porque alguien te interpela y te pregunta o, de alguna manera porque lo exige el guion y tienes que rellenar ese campo a la hora de solicitar una beca… Ahí tienes que hablar sobre tu obra, tienes que reflexionar. Eso es muy paradójico para los escritores: usar palabras, escribir acerca de nuestra propia escritura.

Día 27 de junio de 2023. Vídeo de la ponencia:

«De lo que se come se cría», versión literaria

Todo esto es una oportunidad para hablar de cómo me funciona la cabeza literaria, digamos. Una frase que me viene ahora es «de lo que se come se cría», cuya traducción podría ser «de lo que se lee se escribe». Las lecturas permiten tomarnos el pulso a los escritores. Hay unas lecturas que son de escritor en el sentido de que, mientras estás escribiendo algo, ese texto te pide unas lecturas, ya sea por el tema o por la forma. Si estás escribiendo en segunda persona, que es una manera rara de abordar una narración, seguramente quieras ver quién ha escrito alguna obra en segunda persona: leerás Un hombre que duerme, de Georges Perec, por ejemplo.

Después hay otras lecturas hechas por placer. Yo ahí me autoanalizo, porque últimamente no leo apenas ficción. Debo de estar en busca de respuestas, por la edad o lo que sea, y de que me expliquen aspectos del mundo. Siento mucha necesidad de ensayo y siempre de poesía, y eso hace que vaya a escribir más en el género en el que estoy leyendo. Una vez más ese es de mi «de lo que se come se cría», aplicado a la literatura.

La inevitable industria editorial

Al igual que presenciar el cómo-se-hace la escritura ‒básicamente, frente al ordenador‒ le quita cierto lirismo y misterio a nuestra profesión, algo de lo que los escritores no hablan mucho es el tema de que existe una industria editorial, quizá porque este se lo quita ya del todo.

Mercedes Cebrián: El malestar al alcance de todos. Caballo de troya, 2004

Yo publiqué por primera vez en 2004 un libro de relatos y poemas, y creo que es muy difícil mantener el personaje de escritor que tenemos en mente, que hemos ido aprendiendo, quizá por ficciones audiovisuales, sobre todo, y a través de los medios de comunicación. Esa idea de escritores «puros» se lleva bien con la figura del genio, ese artista que no se entera de lo que pasa a su alrededor, que tantas veces en siglos pasados era un varón que no estaba en el día a día, que se podía aislar ‒porque había siempre, como se suele decir, una gran mujer detrás‒. Ese arquetipo de escritor se quiere seguir alimentando con ese tipo de persona que no está en el día a día, no hace la declaración del IRPF y nunca moja con una gotera al vecino de abajo… En todo eso que no existe para el arquetipo de los escritores «puros» se incluiría también la industria editorial. Es como si escribiéramos y no nos enterásemos de lo que se escribe alrededor ni sobre qué temas…  Más aun en los últimos tiempos, en las últimas dos décadas, cuando la literatura es algo muy performativo, cada vez más. Pienso en la idea de festivales y no veo a Cela o a Luis Rosales diciendo «tengo que ir a un festival». Ahora sí, es algo normal hasta el punto de que ‒casi me dan ganas de ir a confesarme por esto‒ me he visto en ocasiones pensando: «a ver, en qué temas puedo destacar» o «es que no me llaman para tal festival, será porque no hablo de temas concretos, porque soy muy dispersa». Yo me he visto en esas, porque la vida te pone en esas también. Es decir, hay unas tendencias editoriales para bien y para mal. Por ejemplo, un género que ahora practico bastante, que se podría llamar la «no ficción creativa» –unos lo llaman así, y otros crónica ensayística–,  yo no lo encontraba en las librerías en España hace veinte años. No había  en aquel momento ciertos libros, como Historia del columpio, de Javier Moscoso. Pero ya se publicaban este tipo de libros en el mercado anglosajón, que es el que marca, para bien o para mal, nuestras tendencias editoriales. Aquí no se encontraban, y a mí me gusta este tipo de escritura, es una escritura más libre, que permite adoptar un tema o un elemento, mirarlo atentamente y ver qué ha supuesto para la humanidad. Bueno, a mí leer este tipo de libros me han ayudado a escribir lo que escribo ahora. Es decir, el mercado editorial me ha moldeado de algún modo. A lo mejor tendrían que haber hecho un experimento conmigo para que eso no hubiera sido así: encerrarme en un sitio aislado para que me dedicara a leer los clásicos, para ver qué hubiera producido yo con esa comida, pero he vivido en la ciudad y he visto lo que se publica en las librerías y en los medios de comunicación.

La belleza de no poder extraer belleza

En su día, un escritor que me influyó mucho fue David Foster Wallace. Impartía talleres literarios en algún lugar de Estados Unidos, pero no en grandes metrópolis, y sus alumnos se quejaban y le decían que sus vidas no eran interesantes, tampoco las de sus padres… Uno incluso le llegó a decir que no había vivido el Holocausto y que cómo iba a ser escritor… Él les hacía ver que precisamente de eso tenían que hablar, de esas vidas anodinas, y sacarles jugo. Eso es algo que siempre he tenido claro: porque yo, historias familiares interesantes nunca he tenido para contar. Pero sí he tenido claro, a la hora de escribir, que eso no iba a ser un impedimento, sino al revés; de esas carencias tendría que sacar el jugo. Leí una vez en el Libro del desasosiego de Pessoa esta frase: «Ya que no podemos extraer belleza de la vida, por lo menos extraigamos belleza del hecho de no poder extraer belleza de la vida». Si alguna vez me decidiera a tatuarme algo, yo creo que sería eso. Me parece una poética maravillosa y creo que es la que he seguido. Me ha inmunizado, me ha servido como una vacuna literaria contra esa idea de «mi vida no es interesante o no vivo en un lugar apasionante o mi familia no tiene una trayectoria de esas que te quedarías horas escuchando…» y es gracias a gente que ha escrito desde la oficina; alguien como Kafka o Pessoa, autores a los que, si los retratases desde fuera, solo verías a alguien escribiendo a máquina, cuando en su interior tienen todo un mundo.

Unas gotas de humor y ego

Respecto al humor, a veces me han dicho «ah, veo que metes humor en tu literatura», como si [el humor] fuese algo que se pudiera añadir, como salsa de soja que decides si echas mucha o poca. No, no puedes, o yo al menos no puedo elegir. Hace un tiempo publiqué en Letras Libres un texto donde reflexionaba sobre lo mucho que tienen en común los comediantes, sobre todo los monologuistas y ventrílocuos, con los escritores. Leo:

[…] el comediante, ¿no es el hermano mellizo del escritor? A mí me lo parece, y no solo cuando pienso en autores como Gómez de la Serna, David Lodge o Rabelais, afanosos practicantes de la literatura humorística. Me refiero también a Proust, a Luis Martín Santos, a Marianne Moore, a Perec, o a Hebe Uhart. Qué casualidad que el talante literario y vital de los escritores que más admiro se parezca al de los comediantes. La similitud básica radica en el uso de la palabra: la mayoría de comediantes también trabaja con ella, fabricándola, descoyuntándola y comprobando hasta dónde son capaces de estirarla. Otro aspecto que los vincula estrechamente a ese otro colectivo que decidió adentrarse en los bosques de la ficción o la poesía es su audacia, pues todos ellos corren riesgos, a menudo de índole moral. Una de las acciones más temerarias que se me ocurren es la de soltar un chiste polémico ante un público (el verbo “soltar” ya nos hace pensar en una especie de fiera a la que dejaran libre): en ese momento el cómico ha de estar preparado para un silencio de filo cortante, pero también para ser considerado un tonto infantiloide. Y es que la comedia y la literatura precisamente existen, entre otras razones, para poder mojar pan en temas tabúes, espinosos o denostados por los biempensantes […].

Un ejemplo ficcional en el que ambas identidades se encarnan en una misma persona es el de Johanna Morrigan, la adolescente protagonista de la novela de Caitlin Moran titulada Cómo se hace una chica. Johanna suelta un chiste inoportuno en la televisión local tras recoger un premio de poesía que acaba de ganar. A pesar de darse cuenta de que durante un tiempo será el hazmerreír de su barrio debido a la metedura de pata, no se arrepiente, básicamente porque la situación escapa a su control: «El chiste me ha obligado a que lo diga», afirma la joven, y en esta aseveración, solo al sustituir un par de palabras, se condensa el espíritu (para mí) del motor de la escritura: «La frase me ha obligado a que la escriba».

La escritura es de los pocos momentos en que estamos a solas con nuestro cerebro. Quizá los escritores más que otros artistas, porque la escritura se hace con las palabras y son ellas las que nos constituyen como humanos. Eso me hace pensar en un motivo por el que se denosta habitualmente en los escritores y es su ego. Se nos acusa de narcisistas, pero es que cuando entregas ese hijo hecho de palabras, te estás entregando a ti mismo. No es un trabajito rápido, es algo muy personal. Pienso a menudo en los farmacéuticos, una profesión que me llama la atención porque han estudiado muchísimo y, al final, lo que hacen es vender medicinas tras un mostrador. Bueno, pues nadie se mete con su ego. Es como si solo lo tuvieran los escritores o los arquitectos o los ingenieros. El ego de los farmacéuticos se vería dañado si entras en la farmacia y le dices al farmacéutico: «oye, qué feo tienes este local, y qué mal iluminado, y la bata la llevas sucia». Los farmacéuticos te dirán «oiga, un respeto, que es mi negocio». Los escritores recibimos más puyas porque lo que entregamos es algo muy personal.

Libros movidos en la foto

Si ahora me preguntasen qué estoy escribiendo o cuál es mi poética, yo diría que escribo crónica y géneros híbridos, libros que salen movidos en la foto. Tengo especial vocación por hacer cosas así desde mi primer libro, donde mezclaba relatos y poemas. Se titulaba El malestar al alcance de todos y en algunas librerías lo colocaban en los estantes de psicología o de autoayuda…

Con El genuino sabor, que era una novela, lo que pasó fue que los editores pensaron que era bueno añadir debajo del título «una novela», lo que manifestaba cierta desconfianza en que lo fuera, por eso había que reafirmarlo. Eso me hace ver, una vez más, que la industria editorial es un poquito cobarde porque al final quiere vender y teme que los libros salgan movidos en la foto. También ocurre que la literatura es más conservadora que otras artes y hay menos dinero que en el mercado de las artes visuales, por ejemplo, donde haces vídeos, performances, te desnudas y comes en tu performance… Pero si un escritor mezcla poemas y relatos es como ¡hecatombe!, y ya no sabemos qué hacer con ello.

En mi poesía –y en esto me siento afín a Manuel Vilas, porque él también escribe prosa y poesía– la libertad reside en que sé que no la va a leer casi nadie. Lo dijo alguien en una presentación de una editorial pequeña, Candaya, que ha publicado libros muy buenos. «Este libro… porque nadie lo lee, pero podían meter en la cárcel a quien lo ha escrito». La literatura contiene transgresión de pensamiento y la poesía igual, pero, como no se va a leer masivamente, todo aquello por lo que se podría acabar en la cárcel se queda ahí, tranquilo. La prosa (o mi prosa) sí pienso que  llega a más lectores. Quizá soy ingenua porque luego te leen cuatro monos, pero la poesía directamente la leen dos monos.

Eso de la «poesía de tetrabrik», que yo digo que escribo, es eminentemente urbana, porque crecí en una ciudad y en eso soy un poco cartesiana: lo que puedo ver es lo que yo sé y poco más. Otros escritores, al revés, han dado historias fantásticas precisamente porque no las podían vivir y las imaginaban. Yo soy más de lo que puedo ver. No puedo escribir, por ejemplo, sobre el mar porque mi relación con él es muy distante y no tendría sentido, no sabría de qué hablar a menos que escribiera justamente sobre ese extrañamiento que me produce.

Así que, ¿sobre qué escribo? Pues escribo sobre ciudades y sobre la sociedad de consumo. Alguien me dijo una vez que yo tenía una relación muy lúdica con el capitalismo. Mi opinión es que formamos parte de un mundo de consumidores y es difícil sustraerse. Lo que hago es no empezar negándolo, sino reflexionar sobre lo que supone estar dentro. La «poesía de tetrabrik» habla de esas cosas infraordinarias (esto viene de un libro de Georges Perec, titulado así, que tuve la suerte de traducir y que trata sobre minucias). Yo practico esa «poesía de tetrabrik» en la que se habla de lo banal, del día a día.

Mi acercamiento a la poesía con actitud de narradora quizá pueda ser un consejo para alguien que quiera escribir. La literatura y los autores están muy romantizados para mal, y esto hace mucho daño a quien quiere escribir, porque se imagina que tiene que responder a un arquetipo de escritor. Por suerte, yo me he acercado a la poesía como narradora, de manera que no me siento como parte de ese Olimpo de poetas, soy ajena absolutamente a sus rencillas… Esa idea de estar en los márgenes me ha ayudado: al final lo de que el libro salga movido en la foto lo padezco, pero también de algún modo lo busco.

Psicoanálisis y literatura

Algo que me he visto obligada a pensar, de lo que me estoy dando cuenta, es de la influencia del psicoanálisis en mi literatura. Freud me parece que fue alguien muy inteligente que, en una sociedad muy distinta a la nuestra, hizo un clic que aún está muy vigente para ayudarnos a pensar. Me refiero a las pulsiones Eros y Tánatos. A veces veo el mundo así: me parece que hay una pulsión de poder, de eros nocivo, que es como una libido o energía de comerse el mundo frente a otra de autodestrucción y muerte. Eso yo lo tengo en mi mente y seguro que se refleja en mi escritura. Me interesan las motivaciones inconscientes del psicoanálisis como lectora y escritora, no tanto como paciente. Eso de que detrás de un aparente amor hay otras motivaciones ocultas te obliga en la narrativa a construir ficciones más complejas, menos simplistas. El psicoanálisis llegó para complejizar a los humanos, y muy especialmente a las mujeres.

Otro término acuñado por Freud también es «el narcisismo de las pequeñas diferencias», que podemos aplicar a gente a la que solo le gusta no se qué, o esto pero de esta determinada manera… Cada vez somos más narcisistas de las pequeñas diferencias, porque queremos distinguirnos de los demás. Y, también por cortesía de Freud, destacaría la importancia de la infancia a la hora de saber quiénes somos como escritores, artistas… Ahí hay siempre donde hurgar.

La literatura y otras artes (y artesanías)

Hace quince años no habría hablado de esto, porque no estaba tan pendiente de las otras artes. Solo quería ser escritora y leía y leía… Después hice cursos de acuarela y ahora estoy pintando mucho y la música es algo que desde niña estudié. Y ahora llevo cinco años tocando el violonchelo. Todo esto me sirve para pensar y establecer paralelismos entre la música y la escritura: un libro de relatos se puede emparentar con una suite con distintas danzas, por ejemplo.

Me sirven las estructuras y las formas musicales clásicas: sonatas, cantatas… Me sirve pensar en la manera en que se escribe y se desarrolla la música. Porque en un principio, la música estaba destinada a escucharse una vez y se acabó, al no haber grabaciones. Y por eso tiene elementos que repiten para que el oído diga «esto ya lo escuché» y luego  presentan ese material de nuevo, pero variándolo. Me interesa cuando la literatura toma ese tipo de retórica musical. Ambas tienen cosas en común.

Por último, algo que creo esencial: hablar de lo local y de España, en este caso, que es donde nací. Y en esto me siento muy afín a Manuel Vilas con todas sus referencias a Zaragoza, que no es una metrópoli literaria internacional. Creo que hay un acto de valentía, de justicia. Mi ideal literario, muy poco comercial, consiste en esos libros que no se dejan traducir bien y que suponen un reto para los traductores, pero no porque usen vocabulario o juegos de palabras muy imbricados, sino porque culturalmente son tan locales que o los tomas o los dejas, que yo no te voy a traducir «oreja a la plancha» por otra comida. Eso lo he aprendido de la literatura latinoamericana donde te hablan de su barrio sin dar mayores explicaciones. Me consta que, en el mundo anglosajón, como hay mucho dinero en la literatura, las cabezas han mutado y los cerebros de los escritores, incluso antes de ponerse a trabajar, piensan ya en traducciones a muchas lenguas y escriben libros globales o que lo dan todo masticado para que sean fácil de vender.

Yo entiendo la escritura como algo artesanal, muy parecido al mosaico o el bordado. Siempre lo artesanal ha estado por debajo de lo artístico y recuerdo una vez que, a una editora de un sello muy conocido, le estaba contando que el libro que yo estaba escribiendo entonces era como una alfombra, como un tapiz. Ella me miraba como diciendo «eso no vende». Y yo pensé: «pues esta es mi poética». Miro las cenefas, los motivos que se ensamblan y generan otros nuevos motivos … Son una belleza, y siempre quiero hacer un libro que pudiera ser como un azulejo; pero no será un bestseller.

Para el final he dejado un resumen de mi poética en dos imágenes. He elegido las de un fotógrafo británico Martin Parr, que retrata las vergüenzas humanas o el turismo masivo… Dan entre risa y pena sus fotografías. En esta de la torre de Pisa ‒donde la gente hace como si la sujetase‒  consigue alterar la realidad, hasta el punto de que ya no sabemos si esa gente está haciendo taichi o qué andan haciendo. Solo cambiando la cámara, alterando el punto de vista o la manera de mirar, trastoca la realidad.  Eso me parece poético y muy afín a lo que quiero hacer. La otra es de Mateo Maté, un artista contemporáneo que piensa mucho sobre España, tiene una heráldica de lo doméstico que me interesa mucho y esta es su pequeña casa de muñecas, su pequeña España.

Narradora, poeta, colaboradora en medios de comunicación. «Cocido y violonchelo» (Literatura Random House) es su última obra publicada.