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La vida se nos escapa entre los dedos como el agua. En el momento en que pretendemos aferrarnos a algo “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Se pulveriza como una rosa marchita. Como el castillo de la fábula, cuanto más nos acercamos más lejos estamos.

Bauman ha muerto. Para la posteridad el afortunado concepto de modernidad líquida que explica el discurrir del hombre entre los sólidos bloques de piedra que un día sirvieron para crear las catedrales hasta el cristal y el acero que componían el Crystal Palace de Londres.

Parece increíble que de un hombre que ha muerto con noventa y un años se pueda decir que nos ha dejado cuándo más falta nos hacía. Pero es la verdad. Claro que ese “parece increíble” lo dice aquella sociedad líquida en la que la vejez es inasumible porque nos negamos a admitir la derrota del hombre.

-¿Qué podemos hacer, Vieja Morla, para que la Emperatriz Infantil no se nos muera en nuestros brazos?-, preguntamos a esa venerable cabeza, arrugada como una pasa y con una aureola de pelo blanco que era Zygmunt Bauman y que, como en La Historia Interminable, emerge del caparazón que el mismo se había construido en Leeds.

-Nada-.

Durante sus largos años de vida el pensador polaco y judío ha sido testigo de la absurda licuefacción de la familia, la educación, el Estado, la comunidad, el pensamiento, el amor. En un mundo devastado por la falta de certezas leer a Bauman es la manera de recuperarlas. “La única certeza es la certeza de la incertidumbre”.

Y con esa única verdad, tan rudimentaria como la primera piedra que talló el hombre, era con la que había que comenzar el viaje. Porque si estamos en un mundo líquido la forma de abrirse camino es la que inventó Pompeyo para Roma creando así la civilización. Navegar. Hacerse a un océano embravecido que ruge y se agita como una bestia en la que habitan cien mil demonios.

Coger un libro de Bauman es ya una forma de comenzar a domeñar ese líquido. Para los que hemos estudiado alguna disciplina humanística, es decir, Sociología o Ciencias Políticas entre algunas otras, Bauman era como el “wingardium leviosa” de nuestro Hogwarts particular. La primera lección en un mundo plagado de arcanos, indescifrables para la mayoría, pero al que consagrábamos nuestra inteligencia y talento en pos de desvelar la verdad. Bauman era el rito iniciático de la tribu.

Repaso algunos de sus libros que descansan en la estantería. Encuentro un párrafo subrayado en Pensando sociológicamente, de un capítulo dedicado a los extranjeros:

“Desacreditamos sus torpes imitaciones ridiculizándolas, riéndonos de ellas, inventando y contando chistes que son una “caricatura de la caricatura”. Pero en nuestra risa hay una nota de amargura, nuestra burla enmascara cierta ansiedad. Hagamos lo que hagamos para disminuir el daño, el mal ya está hecho. Nuestras costumbres, nuestros hábitos inconscientes nos han sido mostrados en un espejo deformante. Hemos sido obligados a mirarlos burlonamente, debimos permanecer a distancia de nuestras propias vidas. Por lo tanto, aun sin preguntas explícitas, nuestra seguridad ha sido socavada.”

Pienso en Lesbos y también en las pequeñas comunidades de Alemania donde los refugiados han sido ahormados. Nuestra Modernidad líquida sigue desbordándonos. Volvemos a revivir nuestras propias contradicciones sin que haya nada que nos garantice no volver a cometer los mismos errores.

En Modernidad y Holocausto Bauman explica que los campos de concentración, los guetos, el régimen nazi, no son una regresión ni una distorsión de la Modernidad. Los avances técnicos, la racionalización de los procesos, el control de las sociedades son los requisitos previos al exterminio sistemático e industrial de los judíos.

Si la Modernidad era algo tan terrorífico como para que de ella emanara el Holocausto ¿cómo esperar algo de positividad en el progreso? Si el progreso nos conducía a todo ese horror ¿cómo explicar el sentido de nuestra existencia?

Recuerdo su discurso de agradecimiento del Premio Príncipe de Asturias, que más que un agradecimiento por el premio fue un agradecimiento a Cervantes. Nos decía Bauman que decía Kundera que “Cervantes envió a Don Quijote a hacer pedazos los velos hechos con remiendos de mitos, máscaras, estereotipos, prejuicios e interpretaciones previas; velos que ocultan el mundo que habitamos y que intentamos comprender”. Quijote fue derrotado y nos enseñó que lo único que se puede hacer frente a la constante derrota que es la vida es intentar comprenderla.

A los hombres nos gustaría vivir en un mundo de seguridades, donde lo bello y lo feo, lo falso y lo verdadero, lo bueno y lo malo estuvieran separados por una gruesa línea. Pero no es así. Nuestro mundo es un enigma y nuestra misión es intentar comprenderlo.

Ahora Zygmunt Bauman comprende totalmente, su lucha de años contra la zozobra de ser hombre ha concluido. La nuestra continúa.