Miguel d'Ors

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Poeta

Poemas

Poemas. Leer

Sobre un verso de Miguel Hernández

Un beso no quita nada si es amor: nos llena de un resplandor divino, un resplandor que impregna y transfigura el cuerpo del amado, irradia desde él y reviste las cosas de sus días con el aura infinita de los símbolos; resplandor de otro mundo, que, como dijo Borges, permite ver al otro igual que lo ve Dios, y dura mucho más que la presencia del amante, mucho más que el amante mismo, como la luz de las estrellas muertas.

Del viejo pozo el agua nueva

El nombre de Fernando Ortiz (Sevilla, 1947) es uno de los primeros que acuden a la mente cuando se trata de recordar a aquel grupo de poetas que, si bien adscritos por su fecha de nacimiento (1940-1955) y por la de la publicación de su primer libro (1967-1980) a la llamada «generación del 70» o «tercera generación de la posguerra», protagonizaron, con respecto a la poética «novísima» dominante en los primeros tiempos de actividad de aquella generación, una disidencia; disidencia en un principio muy poco perceptible, debido a su orientación estética nada estrepitosa y también a su marcado signo individualista, pero que a partir de 1980 ha sido especialmente valorada y hoy se nos revela como la influencia primordial en los rumbos de la lírica española de las dos últimas décadas.Entre los poetas de aquel grupo —aparte del propio Ortiz, Juan Luis Panero, Antonio Colinas, Carlos Clementson, Javier Salvago, Eloy Sánchez Rosillo, Víctor Botas, Abelardo Linares, Emilio Barón, etc.—, existían sin duda considerables diferencias individuales, pero todos ellos, contemplados a la debida distancia, tenían en común lo que en otras ocasiones he llamado «la recuperación del sentido clásico» de la poesía, es decir «no sólo el voluntario encadenamiento a la tradición, tanto en los aspectos temáticos como formales, sino también la concepción humanista de la poesía, la confianza en el poder comunicativo del lenguaje y del arte, la simultánea conciencia de sus límites, la serena aceptación de éstos, la sobriedad y contención expresivas y el equilibrio entre el contenido y la forma, entre los elementos intelectuales, emocionales y sensibles, y entre la realidad objetiva y la subjetiva» («Última poesía española: por el sentido común al aburrimiento», Nueva Revista, 50, abril-mayo 1997, p. 121).Dentro de ese conjunto de poetas no cabe duda de que Fernando Ortiz es uno de los más representativos. Ya ante la mera enumeración de las editoriales y colecciones que han publicado la mayoría de sus libros —Calle del Aire, Trieste, Renacimiento, La Veleta, Pre-Textos...— un ojo avisado se hará enseguida una idea de la tendencia estética del poeta sevillano. Pero, además, hay un hecho que convierte a Ortiz en un exponente especialmente significativo de esa actitud clásica, y es que ha renunciado de modo más visible que la mayoría de los poetas de su edad al papel de mago o visionario para adoptar el del artesano, con toda la modestia y, a la vez, toda la tranquila seguridad que ello comporta.Con oficio maduro, Ortiz ha ido erigiendo una obra en la que, al contrario de lo que ocurre tan a menudo entre autores de su quinta, las nueces superan con mucho al ruido. Cada uno de sus libros nos habla de un poeta que conoce bien la tradición, que sabe bien lo que quiere en cada poema, que domina bien su oficio y que resuelve bien las dificultades que cada verso le presenta. Incluso me aventuraría a decir que a lo largo de su producción lírica, que comenzó en 1978 con el libro Primera despedida y...

Las trampas del tiempo

José Cereijo (Redondela, Pontevedra, 1957) es un poeta elegiaco. Y esto implica que es un poeta particularmente sensible a la temporalidad. Los poetas elegiacos, y la elegía como subgénero de la lírica, existen sencillamente por dos motivos: porque existe el tiempo y porque, según una arraigada tradición cultural y sentimental, el tiempo desgasta, transforma y aniquila todo lo creado. Si no hubiese tiempo, si todo cuanto acontece se produjese en un puro presente —como, según los teólogos, acontece en la Eternidad y, según los críticos literarios, en la poesía de Jorge Guillén—, o si al menos no estuviésemos habituados a reparar, más que en lo mucho que su transcurrir nos va enriqueciendo, en sus efectos negativos —eso que los físicos modernos llaman la «entropía»—, nadie lamentaría ninguna pérdida, ninguna ruina, ninguna ausencia... Y la poesía universal se vería privada de bastantes de sus mejores momentos.Pero el tiempo sí existe, y nosotros vivimos dentro de una tradición cultural que nos mueve a fijarnos ante todo en lo que su paso nos quita. Por eso ha habido y habrá tantos poetas que canten sus tristes efectos. A ellos viene a sumarse José Cereijo con este libro, el segundo que publica.El tiempo está presente no sólo en el título del volumen y en el colofón caligramático que lo cierra trazando la silueta de un reloj (cuya peana es una línea que reza: «Témpora tempore tempera»), sino también en los títulos de cada una de sus tres partes: tres adverbios —de tiempo, por supuesto— que corresponden a tres momentos distintos: «Ahora», «Entonces» y «Nunca».No Es en la primera de esas partes donde se aborda de modo más frontal el tema del tiempo y sus consecuencias, «el modo en que el polvillo impalpable del tiempo, / que no es nada, termina por borrar lo que somos, / por volverlo en un fuimos melancólico y lúcido» (p. 18). Con melancolía y lucidez, el poeta nos habla de la muerte como parte de la existencia humana, del envejecer, de la fugacidad del hombre frente al cíclico retorno de la Naturaleza, del deseo de felicidad mientras corre el tiempo y va llegando la muerte, de los efectos destructivos de la temporalidad, y de la poesía como medio (falso) para vencerla, adoptando bien una actitud de desengaño nihilista —«Y mi ser, vaso inútil en manos de un enfermo, / rodará silencioso a estrellarse en la nada» (p. 23)—, bien una estoica conformidad con la realidad—« Morir, todos morimos; / ser hombre es ser mortal. No te des importancia» (p. 11)— y un resuelto propósito (que trae a la memoria ciertas páginas de Francisco Brines) de disfrutar ávidamente la dicha que aquélla nos permite —«Amar, amar la vida / sin esperanza alguna, / sabiéndola tan frágil, y tan corta»—.En un segundo plano se dibujan otros temas, entre los que se destaca de forma muy especial la imposibilidad de alcanzar la felicidad: «acierto a ser feliz. Todas las cosas / que busco, que poseo, que me aguardan, / íntimamente están...

Los cuarenta principales, antologia poética 1975, 1994

Sobre el libro "Los cuarenta principales. Antología poética 1975-1994" de Vicente Sabido.

Grecia, Revista de literatura

 1918: por los horizontes artísticos y literarios de aquella Europa en guerra pulula una multitud de variopintas novedades estrepitosas que han relegado el Fin de Siglo (Modernismo en el ámbito hispánico) al territorio de la Historia: el Fauvismo y el Cubismo empiezan ya a difuminarse en la distancia. Los futuristas italianos vienen propugnando desde 1909que las Artes y las Letras firmen un armisticio con la Modernidad, para rebasar así la estética idealista, contemplativa y antimoderna de la época finisecular. Han transcurrido ocho años desde que Kandinsky inauguró la pintura abstracta. En París, Jarry, Apollinaire, Arthur Cravan, Pierre Reverdy, Marcel Duchamp, Francis Picabia y otros han desarrollado ya una conspicua actividad innovadora. Entre nosotros, Ramón Gómez de la Serna, que de 1908 a 1912 había publicado su revista Prometeo, tiene ya un notable curriculum como escritor de vanguardia. En 1915 apareció en Madrid la revista Los Quijotes, portavoz de las nuevas tendencias. Dadá, después de su prehistoria neoyorquina de 1915, alborota en Zurich y en Berlín. Juan Ramón Jiménez ha marcado un nuevo rumbo a su poesía y a la poesía española con su Diario de un poeta recién casado (1917): depuración, esencialización, verso libre, prosa lírica. Aquel mismo 1918 ha aparecido por Madrid el chileno Vicente Huidobro predicando el evangelio de su propio ismo, el creacionismo, elaborado en París, al lado de Reverdy, en 1916, pero cuyos primeros atisbos databan de 1912.Los horizontes de Sevilla eran más limitados. Grecia. Revista de Literatura, que nace allí el 12 de octubre de 1918, con Isaac del Vando-Villar como director y Adriano del Valle como redactor- jefe, comienza queriendo ser otra publicación modernista; y, más específicamente, rubeniana .Su título evoca ya el helenismo de Darío; lleva como lema, en el frontispicio de cada número, unos versos suyos: « En la angustia de la ignorancia / de lo por­ venir, saludemos / la barca llena de fragancia / que tiene de marfil los remos»; la primera entrega se abre con un artículo de presentación, firmado por Adriano del Valle en nombre de la revista, en el que se declara: «En nuestro sueño, -pues que sueño es toda obra de juventud, y ésta lo es- nos ponemos bajo la advocación de Rubén, el Panida de los liróforos celestes, como él mismo coronó a Verlaine, el sátiro griego de la Galia, y su Programa matinal será la norma de nuestras aspiraciones»; textos de Rubén aparecieron en los números V, VII y XIII; las colaboraciones publicadas en los primeros tiempos de la revista serán predominantemente modernistas --de espíritu decadente a menudo- , como lo son el dibujo que se repite en la cubierta de cada número -una Minerva· enmarcada por un frontispicio jónico- y el que habitual­ mente constituye la mancheta de las páginas 1.Sin embargo, en el número V (15 de diciembre del mismo 1918) aparecen unos poemas chocantes firmados por Rafael Cansinos-Asséns: calles, «aspas que vibran», ómnibus, «las mil cosas, el ráudo torbellino, / la Vida Múltiple», imágenes sorprendentes, verso libre...  Evidentemente, Cansinos estaba...

Las afueras

Pablo García Casado
DVD Ediciones, Barcelona, 1997, 79 páginas

Última poesía española, por el sentido común al aburrimiento

Las líneas que siguen no intentan ofrecer una imagen completa de la poesía española joven de los últimos años. Tal imagen —suponiendo que juera posible— resultaría a fin de cuentas tan inútil como aquel mapa de tamaño natural del que habla Borges en unas páginas memorables de El hacedor tituladas "Del rigor en la ciencia". Aquella aparentemente obra maestra de la Cartografia se mostró inservible, porque al coincidir exactamente con el territorio que pretendía representar era tan poco orientadora con respecto a aquél como la carencia de mapa.