Marqués de Tamarón

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DIPLÓMATICO Y ESCRITOR
Habrá menos liberalismo y más democracia

Habrá menos liberalismo y más democracia

Entiendo que el título de la sesión de esta mañana del 4 de Septiembre —La globalización liberal, estado de la cuestión tras 2015— coincide con el del curso que nos reúne —Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?— y que los dos se aclaran y refuerzan mutuamente.
pasos que se alejan Marina Bianchi

Fernando Ortíz: Pasos que se alejan y Marina Bianchi: Epistolario en verso (2012-2013)

Fernando Ortiz PASOS QUE SE ALEJAN. ANTOLOGÍA POÉTICA (1978-2013). Edición crítica de Marina Bianchi. Prólogo y selección del autor. Marina Bianchi EPISTOLARIO EN VERSO (2012-2013) ENTRE JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ Y FERNANDO ORTIZ

Biblioteca de Occidente: La Odisea (Homero)

Comentario del marqués de Tamarón a la "Odisea" de Homero (siglo VIII-VII a. C.) para la Biblioteca de Occidente en contexto hispánico.

Oráculo manual y arte de prudencia (Baltasar Gracián)

Comentario de Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián (1647). Colección Biblioteca de Occidente en contexto hispánico.

Quijotes y Yupis

Contra lo que creen los ingenuos amigos y enemigos de España, éste no es un país de quijotes sino the yupis. La primera prueba de ello es que fue en España y no en otro lugar donde se escribió la sátira más despiadada y eficaz del idealismo caballeresco, es decir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La segunda prueba es que el protagonista -que no héroe- epónimo ha dado origen etimológico en español a nombres comunes con ribetes despectivos (Quijote, quijotada, etc.) mientras que en las otras lenguas europeas ha originado palabras de significado admirativo, fundadas en malentendidos románticos. La Tercera prueba es que en España y desde hace un par de siglos mandan los yupis, y así nos va. No me alargaré en la primera parte de! razonamiento, por ser de sobrada evidencia. Quien haya leído el Quijote estará de acuerdo en que se trata de una burla sangrienta de todo impulso noble y generoso. Quien no lo haya leído estará probablemente inficionado por la exégesis al uso, según la cual Cervantes se enternece con su personaje, por quien siente secreta simpatía. Nada más lejos de la realidad. Don Quijote hace siempre el ridículo físico y moral mientras Cervantes se regodea con su prodigiosa pluma. El autor disfruta humillando al hidalgo altruista. Hac e que le lluevan palos y hasta el vómito de su escudero. Peor aún, sus afanes son inútiles o, las más de las veces, contraproducentes. Recuérdese el insoportable episodio de Andrés, el mozo a quien su amo villano azota y no paga el sueldo. Don Quijote lo socorre y castiga al amo, pero en cuanto se da media vuelta éste redobla con saña su atropello. Cuando Andrés vuelve a encontrarse con don Quijote !e dice: «Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia: que no será tanta que 110 sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo». Y añade Cervantes, ufano del lance cruel, «quedó corridísimo don Quijote». El mensaje está claro, todo desfacedor de entuertos es un pobre idiota. Diríase que Cervantes hace una parodia blasfema de la Pasión de! Redentor donde -supremo sacrilegio-quienes aciertan son los que se motan de la corona de espinas, del manto y del cetro ridículos - ó la bacía y la celada irrisorias-del justo que quiere redimir a los desvalidos. No sé si este trasunto impío ha sido señalado por algún cervantista, porque no he leído a ninguno, pero sí he leído a Cervantes y salta a la vista que está del lado de los poderosos, como aquellos anónimos duques tan horteras y tan burlones. Hoy hubiese estado del lado de los yupis. La versión popular antes citada -Cervantes tiene cariño por don Quijote- ha prevalecido contra todo sentido común por su condición de indispensable salvaguardia del amor propio nacional....

Javier Rupérez: Memoria de Washington

Hace más de medio siglo, en 1958, compartimos Javier Rupérez y yo el primer día (y después cinco años más) de nuestros estudios universitarios en Madrid. En 1965 hicimos juntos las oposiciones a ingreso en la Carrera Diplomática y en 1966 compartimos nuestro primer despacho en el Ministerio de Asuntos Exteriores, junto con José Luis Vázquez Dodero, excelente ensayista y periodista muy conservador, que miraba con bondadosa indulgencia a aquellos dos jóvenes semiprogres que Rupérez y yo éramos a sus ojos.
Nueva Revista

Las cosas por su nombre

Los vicios nacionales modernos de los países europeos cristalizan hacia 1840, con el triunfo definitivo de las burguesías patrióticas. España adopta la envidia como razón de ser tras abolir la sociedad estamental mediante la confusión de estados y las desamortizaciones (1836). Inglaterra convierte la hipocresía en suprema norma social al poco de acceder al trono la reina Victoria (1837). y Francia contrae entusiastas nupcias con la avaricia incitada por el mandato de Guizot, ministro de Luis Felipe, el rey burgués: «Enrichissez-Vous!» (1843).

Los parerga de Fontán

Reseña del libro "Príncipes y humanistas" de Antonio Fontán.

Los diccionarios de citas

Sabido es que por una misteriosa ley de origen desconocido (¿chanza divina? ¿asechanza diabólica? ¿ley aberrante de probabilidades?) siempre que uno tiene sus libros repartidos entre varios lugares y busca uno, ese libro está indefectiblemente en otro sitio. Tan sólo conozco una aparente excepción a la regla y es la de cierto potentado madrileño de quien se rumorea que cada vez que compra un libro lo hace por triplicado: un ejemplar para su casa, otro para su despacho y otro para su casa de campo. Sin embargo —y aquí habla la envidia— esa solución plutocrática no servirá más que para las bibliotecas de nuevo cuño. En cuanto intente uno duplicar una biblioteca vieja se topará con la dificultad de que muchos de sus libros están agotados.Así es que mejor resignarse a la condición huidiza y evanescente de la obra ansiada. O comprarse un buen diccionario de citas y, de ése sí, cuantos ejemplares hagan falta. ¿Oigo el ruido de vestiduras rasgadas? Pues serán de quienes no se han parado a pensar seriamente en los diccionarios de citas y en para qué sirven, serán de intelectuales hipócritas que creen poco elegante comprobar una cita en un diccionario en lugar de releerse entera una biblioteca (y como esto último no lo hacen, siempre citan mal) o serán de quienes no disfrutan hojeando un libro variopinto por puro gusto.Y es que los diccionarios de citas bien hechos, como el de Wenceslao Castañares y José Luis González Quirós (editorial Noesis), sirven para tres cosas muy distintas. En primer lugar, para verificar la autoría o la redacción exacta de unas palabras que se recuerdan de forma imprecisa. Como el recuerdo inexacto es una de las fuentes de la discordia —la otra otra es la del recuerdo exacto, sobre todo de agravios, pero eso es en otras lides— conviene mucho tener a mano los argumentos de autoridad allí donde suelen empezar estas disputas cultas, para dirimirlas antes de que se enconen. Mi amigo Patrick Leigh Fermor, que vive en el Peloponeso, tiene todos sus libros de consulta en el comedor. Se conoce que con tanto raki las sobremesas se vuelven polémicas y quisquillosa la erudición.—No te sulfures, que ya Séneca advertía que la ira es una locura momentánea.—¡Falso! ¡Lo dijo Cicerón!La discusión, además de fútil, podría ser eterna. O durar un minuto, el tiempo de buscar la palabra ira en este diccionario y encontrar la remisión a Horacio, con la frase Ira furor brevis est.La segunda función del diccionario de citas es servir de antología. Y no sólo de antología didáctica, de crestomatía, sino de selección placentera de aforismos, trozos de poemas y frases más o menos históricas. Para cumplir con esta función de libro de mesilla de noche, es menester que el diccionario contenga una mezcla juiciosa de citas conocidas por el común de los lectores y de citas que nos resulten novedosas, que estén ahí por puro capricho soberano del recopilador y que hagan pensar al lector «no conocía yo esto, qué hermoso...

La España en que yo creo

José María Aznar,
La, España en que yo creo
Discursos políticos  ( 1990-1995)

Editorial Noesis
Madrid, 1995, 288 págs.