María Luengo

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Nueva Revista

La redención mediática de la cotidianidad

  La televisión representa una forma privilegiada de creación mítica. Poco tiempo atrás pudimos conocer la capacidad de ciertos espectáculos para convocar a un público masivo en torno al nacimiento de auténticos mitos populares. La historia de Rosa, protagonista del programa Operación Triunfo (OT), pone de manifiesto cómo los telerrelatos se integran en el conocimiento de la gente simbolizando, de forma más o menos consciente, una serie de hábitos y valores sociales como, en este caso, la juventud y el trabajo, o sentimientos afines el esfuerzo, el afán de superación, la autoestima, etc. Frente a los jóvenes vagos de Gran Hermano, los concursantes de OT han encarnado, al menos en su primera entrega, las actitudes contrarias, trasfigurándolas en valores de carácter casi religioso o, por lo menos, metafísico. Y, al igual que los mitos de antaño, esta naturaleza ritual, trascendente, ha sido correspondida con un culto generalizado. TV POPULAR VERSUS ARTE   La televisión es un negocio, no hay duda. Si al principio el fenómeno OT definió una fórmula innovadora de concurso musical, basada precisamente en cierto sentir genuinamente popular - ni siquiera la propia cadena de Televisión Española atisbo el éxito que tendría el show -, el programa fue cediendo progresivamente a las estrategias de marketing (imagen de marca, merchandising, conciertos por toda España, etc.), para engordar cifras de audiencia millonarias, vender discos y, en fin, ganar dinero. Quizá por eso, el mito ha encontrado un rechazo parcial en nombre de la realidad.  Otorgar al medio televisivo ese potencial mítico, humano, supone antes entender las razones del sentir común que, no sin causas justificadas, niegan al medio televisivo tal pretensión. A la televisión se le achaca principalmente la falta de espesor temporal, una carencia poética que condensa gran parte de la crítica social al medio. La instantaneidad televisiva se opone, precisamente, a la cualidad que tenían los mitos antiguos de pervivir en la memoria de generaciones como forma de dar respuesta a preguntas de calado vital sobre la muerte, el destino, el alma, lo valeroso o lo ruin y la bondad o la maldad humanas. Por el contrario, las narraciones en televisión duran muy poco, normalmente el tiempo comercial que el programa permanece en antena. El lenguaje televisivo suplanta la dimensión de pretérito por un presente donde la momentaneidad hace difícil dotar a las historias de hondura humana. Y ello plantea hasta qué punto la celebración popular de ciertos personajes se debe a la moda social o al éxito actual, y no a la resonancia humana que puedan provocar en el conocimiento del telespectador.  Ciertamente, la duración temporal de un relato televisivo no es comparable a la permanencia en el tiempo de las grandes narraciones de los mitos clásicos. Tampoco la caducidad de las historias en televisión es equiparable a la vida perenne de una obra literaria. Ni siquiera las imágenes cotidianas de la televisión pueden competir con aquellas otras asentadas en la memoria del espectador de cine, medio con el cual la televisión parece guardar más afinidades. Frente al relato televisivo,...