José Manuel Cuenca Toribio
La moderación, cualidad fundamental del libro de José María Aznar, hace que éste pueda ser no sólo un lugar de encuentro para las legítimas aspiraciones de gobierno y de acción política, sino también un foro para la reflexión sobre los problemas e interrogantes que tiene planteados nuestra sociedad en este fin de siglo. En general, los políticos españoles realizan aquella definición del hombre que una leyenda bufonesca atribuye a Platón: son bípedos implumes, ciudadanos que no escriben. No se creen nunca obligados a exponer formalmente el organismo de sus pensamientos, los principios, que de sus acciones públicas emanan. Les aterra parecer ideólogos. Palabras éstas de Ortega un tanto inmatizadas, pero que, como siempre ocurre en la caracterización de algunos fenómenos claves de nuestra historia debida a la pluma del autor de La rebelión de las masas, dan en la diana. Comparada con la clase política británica, francesa o lusitana, la española no ha encontrado casi nunca en su amor por la cultura y, sobre todo, en su afición por el dulce tormento de la escritura una señal distintiva. Hubo, sí, una línea de conducta aflorada en los altos medios políticos de mediados del siglo XIX que, con discontinuidad e intermitencia, se ha mantenido, con desigual fortuna, repetiremos, hasta la actualidad. Tal costumbre radicó en que en los inicios de carreras públicas que se adivinaban fulgurantes y llamadas a un gran destino, el joven político o algún redactor a sueldo... daba a la luz un libro en el que se abordaban los problemas más candentes de la actualidad nacional e, incluso, a las veces, se diseñaba en sus páginas todo un programa de actuación futura. En la etapa finisecular, esta corriente creció anchamente, registrando tal literatura su época quizás de mayor esplendor. Doctorado muy notablemente en Bolonia y con ambiciones inembridables acerca de una desbordada vocación política, Alvaro de Figueroa, futuro conde de Romanones, publicó en el intervalo de un lustro dos obras de indudable relevancia El régimen parlamentario y Biología de los partidos políticos, en las que se demostraba un acabado conocimiento de las cuestiones más candentes del panorama político europeo; centradas, esencialmente, en la pasajera crisis del sistema representativo de corte liberal ante el embate de una democracia imparable. Un correligionario del conde, dotado de prendas y talento igualmente descollantes para la acción pública, su coetáneo José Canalejas y Méndez, se serviría primordialmente de las columnas de la prensa para reflexionar, coram populo, sobre la inflexión del canovismo en la crisis finisecular, y para lanzar a los cuatro vientos un mensaje más inconformista y radical que el de Romanones. Programa que veía como punto final de la acción del partido liberal el nacionalizar la monarquía alfonsina, esto es, ensanchar su base social, desprendiéndola del dogal oligárquico. Tiempo adelante, Manuel Azaña se valió, en la dirección de la célebre revista España, del predicamento del que ésta gozaba aún en su fase terminal en los círculos universitarios e intelectuales para, burla burlando, con la glosa de...