Germán Yanke

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PERIODISTA

Juaristi, en medio del siglo

Yo sabía desde pequeño que me iba a ocurrir esto. Lo sabía desde los trece años, cuando conocí a Jon Juaristi, se dieron esas raras condiciones que sustentan las amistades imperecederas y me di cuenta de que tenía junto a mí un tipo de excepcionales cualidades intelectuales y de una rara sensibilidad que destacaba entre los vanos afanes adolescentes y la menos vana aunque desconcertada marabunta política del momento. Sabía ya entonces que si, pasado el tiempo, fuese alguna vez requerido para adentrarme en el mundo de la cultura (como el de estas páginas) tendría que ser para escribir sobre Jon Juaristi. Lo que no sospechaba, sin embargo, era que Juaristi se iba a convertir en una de las voces más importantes e interesantes de la poesía española contemporánea. Creo que él tampoco. Al fin y al cabo, en un país en el que cualquier universitario tiene bajo el brazo un libro de poemitas para pasearlo por los infinitos concursos autonómicos, él dio a la imprenta el primero de los suyos en 1985, cuando tenía 34 años, mucha vida recorrida incluso alguna atragantada e incontables lecturas, éstas sí, perfectamente digeridas. Fue una sorpresa. No sólo para mi; también para la sociedad literaria española que balbucía por entonces tratando de encontrar una salida a la poesía hueca e ininteligible de los 70 los años de la revolución simbólica y añoraba las reediciones o buscaba la renovación de lo que hicieron los mejores poetas de la llamada generación del medio siglo. Juaristi si que estaba desde el principio en medio del siglo. Si rebuscamos las líneas maestras de la tradición poética en la que se encuadra encontraremos, sin duda, a don Miguel de Unamuno, una cierta parte de la poesía de Blas de Otero, el modernismo refinado español y la obra de Gil de Biedma y Cernuda. Pero también, y sin la mediación de estos dos últimos, la influencia de la más interesante poesía angloameriana (porque decir anglosajona sería añadir un componente étnico del que, como fiel discípulo de Juaristi, huyo como de la peste): desde los poetas de Oxford y Auden a Larkin y Kingsley Amis. Es decir, ha sido él el que ha elegido una tradición a menudo fuera de su feudo lingüístico. A esto une un extraño porque, de verdad, es extraño virtuosismo en el manejo de la técnica estilística y el dominio de la métrica, un oído poético memorable y un envidiable sentido del ritmo. La poesía, no conviene olvidarlo en medio de las bienintencionadas pretensiones de tanto aficionado, es un artefacto de precisión. Se ha insistido repetidamente en que la obra de Juaristi recogida hace poco de manera provisionalmente completa bajo el título Mediodía supone una vuelta a la poesía civil. No está mal porque es cierto que hay una poesía militar (la que quiere decir más de lo que dice) y otra incivil (la que quiere decir más de lo que siente) pero el adjetivo me parece incompleto si no se explica que la reflexión sobre su entorno, y...

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