Fernando Lanzas

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Director General del Libro, Archivos y Bibliotecas del MEC, fue Director General Técnico (1996-1999) de la Biblioteca Nacional

La lectura y el libro

De la relación que pueden tener el político y el funcionario ya que si entienden bien sus roles respectivos se forma una feliz simbiósis. Sobre la mitología del libro y la lectura en España: apenas se lee, se publican demasiados libros, las bibliotecas son las peores de Europa, etc.

Nacional, pero abierto al mundo

Al cabo de bastantes años de ejercicio profesional en el mundo de la economía, y más concretamente, en el del comercio exterior, inesperados avatares dieron conmigo en la Biblioteca Nacional, en la que mi querido Luis Alberto de Cuenca, flamante director general de la casa, me nombró director técnico, para sorpresa tanto de mis hasta ahora colegas en Comercio —alguno de los cuales llegó a calificar mi aventura de «período sabático»— como del mundo bibliotecario, en el que se recibió con cierta inquietud el desembarco de «alguien de fuera» en la dirección técnica de la institución. Estas reacciones eran, sin embargo, reveladoras de una realidad a tener en cuenta: por parte de las personas desconocedoras de la Biblioteca Nacional, ésta en general era considerada como una casa un tanto misteriosa, santuario de arcanos mundos contenidos en un mar de letra impresa y acumulada a lo largo de muchos siglos y más bien alejada del mundo actual y real, de la calle, de los ocios y negocios que ocupan ál respetable público. Por otra parte, la propia Biblioteca, su personal, sus visitantes, configuraban a su vez un mundo más bien cerrado en sí mismo, un universo en miniatura con su propia dinámica social y política, su entramado de relaciones profesionales y personales, sus conflictos y sus alianzas, y que limitaba sus vínculos con el exterior casi a lo imprescindible. Los contactos que muy pronto establecimos con instituciones bibliotecárias de otros países europeos y americanos nos descubrieron unas situaciones en parte similares pero en parte bastante diferentes a la nuestra, y una de las diferencias más apreciables era la mayor integración de las bibliotecas y de sus responsables en la sociedad civil, hasta el punto de que era habitual el trasvase de directivos desde el mundo de la empresa al de la gestión cultural, o del de las bibliotecas a otras áreas de la administración pública. Pronto nos convencimos de que uno de los retos que la Biblioteca Nacional tenía ante sí era precisamente ése: salir a la calle, convertirse en una institución abierta dentro y fuera de España. Era preciso que en su seno se pudieran admitir con toda naturalidad modos de trabajo habituales en otras esferas y personal proveniente de otros ámbitos, y al tiempo incrementar su presencia no sólo en la vida cultural sino también en la vida económica de la sociedad. Para eso, había que pensar en proyectos conjuntos con el sector empresarial, en especial en el ámbito de las industrias de la información, haciendo uso de la gran baza del valiosísimo patrimonio bibliográfico de la biblioteca y por tanto su condición de gran activo cultural de la nación. El despacho que me asignaron era contiguo a otro, habitualmente vacío, en cuya puerta rezaba el siguiente letrero: «Presidente del Patronato». Al poco tiempo el Consejo de Ministros nombró a don Antonio Fontán para ese puesto. Unos días después el nuevo presidente llegó a su despacho, pidió los instrumentos de navegación imprescindibles, e inició su singladura. Estábamos en 1996. Muy pronto supimos que...