[Las citas para este texto han sido seleccionadas de: Aristóteles, Ética a Nicómano; edición bilingüe, Introducción de Julián Marías, Ed. Centros de estudios políticos y constitucionales, Colección: clásicos políticos, 7ª edición, Madrid, 1999].
Para citar a Aristóteles se ha utilizado la numeración de Bekker. Este sistema consta de tres ejes: un número (que hace referencia al número de la página de la edición de Bekker), una letra (a o b, que indica la columna de la página) y otro número (que se refiere a la línea del texto).
«También la virtud se divide de acuerdo con esta diferencia: pues decimos que unas son dianoéticas [virtudes intelectuales] y otras éticas, y así la sabiduría, la inteligencia y la prudencia son dianoéticas, la liberalidad y la templanza, éticas; pues si hablamos del carácter no decimos que alguien es sabio o inteligente, sino que es amable o morigerado; y también elogiamos al sabio por su hábito, y a los hábitos dignos de elogio los llamamos virtudes» (Aristóteles, 1999, 1103a7, p. 18).
«El bueno, efectivamente juzga bien todas las cosas y en todas ellas se le muestra la verdad. Para cada carácter hay bellezas y agrados peculiares y seguramente en lo que más se distingue el hombre bueno es en ver la verdad en todas las cosas, siendo, por decirlo así, el canon y la medida de ellas» (Aristóteles, 1999, 1113a34, p. 38).
«Por tanto, si se dice que todos aspiran a lo que les parece bueno, pero no está en su mano ese parecer, sino que según la índole de cada uno así le parece el fin, si cada uno es en cierto modo causante de su propio carácter, también será en cierto modo causante de su parecer; de no ser así, nadie es causante del mal que él mismo hace, sino que lo hace por ignorancia del fin, pensando que por esos medios conseguirá lo mejor, pero la aspiración al fin no es de propia elección, sino que es menester, por decirlo así, nacer con vista para juzgar rectamente y elegir el bien verdadero» (Aristóteles, 1999, 1114b2, p. 40).
«Por eso también parece signo de más valiente no tener temor y mostrarse imperturbable en los peligros repentinos que en los previsibles, porque en ese caso es más consecuencia del hábito, por cuanto depende menos de la preparación: las acciones previsibles, en efecto, pueden decidirse por calculo y razonamiento, pero las súbitas se deciden según el carácter» (Aristóteles, 1999, 1117a23, p. 46).
«Ordena también la ley hacer lo que es propio del valiente, por ejemplo, no abandonar la formación, ni huir ni arrojar las armas; y lo que es propio del hombre morigerado, como no cometer adulterio ni comportarse con insolencia; y lo que es propio del hombre de carácter apacible, como no dar golpes, ni hablar mal del otro; e igualmente lo que es propio de las demás virtudes y formas de maldad, mandando lo uno y prohibiendo lo otro, rectamente cuando la ley está bien establecida y peor cuando ha sido establecida arbitrariamente» (Aristóteles, 1129b25, p. 71).
«Por tanto, tenemos que volver a considerar también la virtud; en efecto, también en la virtud existe una relación parecida a la que se da entre la prudencia y la destreza (que no son idénticas, sino semejantes), entre la natural y la virtud por excelencia. Todos piensan que cada uno tiene su carácter en cierto modo por naturaleza, y, efectivamente, somos justos, moderados, valientes y todo lo demás desde que nacemos; pero no obstante buscamos algo distinto de esto como bondad suprema, y poseer esas disposiciones de otra manera» (Aristóteles, 1144b5, p. 100).
«Todas las formas excesivas de insensatez, cobardía, desenfreno y mal carácter son o brutales o morbosas: aquél cuya naturaleza le lleva a tener miedo de todo, incluso del ruido que hace un ratón, es cobarde con una cobardía animal; el que tenía miedo de la comadreja era víctima de una enfermedad» (Aristóteles 1999, 1149a8, p. 109).
«En las amistades fundadas en virtud, aun cuando no hay reclamaciones, es una especie de medida del beneficio la intención, porque lo principal de la virtud y del carácter está en la intención» (Aristóteles, 1999, 1163a30, p. 138).
«Eudoxo pensaba que el placer es el bien supremo porque veía que todos los seres aspiran a él, tanto los racionales como los irracionales (…) Sus argumentos inspiraron confianza más por la excelencia de su carácter que por ellos mismos; se le tenía, en efecto, por hombre de extraordinaria continencia, y se consideraba, por consiguiente, que no era por ser amigo del placer por lo que hablaba en aquellos términos, sino porque lo que decía era verdad» (Aristóteles, 1999, 1172b17, p. 157).