Tiempo de lectura: 4 min.

En este pequeño libro-entrevista (Encuentro, 2016), Giulio Brotti dialoga con Rémi Brague, uno de los intelectuales más originales de nuestro tiempo. Son ciento cuarenta páginas donde se confronta nuestra época posmoderna con su propia historia, a través de cuestiones esenciales que Brague resume con claridad cartesiana. Su lectura ofrece a los lectores que todavía no conocen la obra del francés una buena introducción a su rico pensamiento.

Nuestra concepción de la historia peca, según Brague, de historicista. Y por eso, cuando estudiamos las ideas nos preguntamos cómo surgieron, no si son verdaderas. Es cierto que leemos historia, pero a menudo para hacer turismo virtual y para justificar nuestras propias ocurrencias, amparados en que nada es nuevo bajo el sol.

Mientras triunfa la posverdad, despreciar la verdad y juzgarla peligrosa casi se ha convertido en una señal de buen tono. Esa desconfianza le parece a Brague un lujo de niños malcriados. Y comenta que a quienes durante muchos años estuvieron obligados a mentir, afirmando que vivían en un «socialismo real», no se les ocurre mirar a la verdad por encima del hombro.

Por esa frivolidad posmoderna, mucho de lo que se publica sobre historia son reconstrucciones fantasiosas del pasado, falsificadas por una ideología. Es muy conocida la sentencia de Comte: «La doctrina que haya explicado suficientemente el conjunto del pasado, obtendrá inexorablemente, gracias a esa única prueba, la dirección intelectual del porvenir».

El hecho —dice Brague— es que estamos intoxicados por historias oficiales que ocultan lo que verdaderamente sucedió, mediante una selección interesada de datos y documentos. Así, por ejemplo, «la imagen de un Medioevo oscurantista está muy presente entre los sabios de pacotilla que controlan el discurso público y de los medios». Esos mismos manipuladores nos dirán que el Renacimiento es el Medioevo más el hombre, cuando en realidad es el Medioevo menos Dios, con la tragedia añadida de que, habiendo perdido a Dios, el Renacimiento habría perdido también al hombre.

Así como el Renacimiento dio la espalda a la Edad Media, el esfuerzo por emanciparse del pasado ha dado lugar a una modernidad esencialmente técnica e instrumental.

Esa emancipación no se ha hecho desde una propuesta alternativa, sino desde la mera negación, y eso constituye un efectivo parasitismo, un vivir —como escribió Ortega— «precisamente de lo que se niega y otros construyeron o acumularon».

Tampoco es verdad que no todo sea nuevo bajo el sol. Hay problemas inéditos. Hoy Occidente, a diferencia de épocas pasadas, toma en consideración la posibilidad de poner fin a la historia, no necesariamente de modo cruento, sino favoreciendo el invierno demográfico. «Ser o no ser» es un dilema superado por la verdadera cuestión: la de saber si la vida merece ser dada, transmitida. Saber simplemente si es buena.

Muy crítico con sus compatriotas del Siglo de las Luces, Brague los toma por divulgadores que se autoproclamaron filósofos, y pone como ejemplo de frivolidad a Diderot, que «siempre pasa de largo con firmeza de sonámbulo ante las cuestiones importantes».

En su radiografía de la modernidad, Rémi Brague señala que el proyecto moderno ha tenido grandes logros. Pensemos en los avances de la medicina o de la agricultura, que permiten nutrir a un gran número de personas que en el pasado ni siquiera habrían nacido. La modernidad nos ha dado también una ciencia de la naturaleza muy superior a la antigua, hasta el punto de que Aristóteles apenas parece un científico al lado de Galileo.

En otros aspectos, la crítica de Brague se parece mucho a la de Bauman, Baudrillard o Lipovetski. «Lo que nuestros contemporáneos entienden por libertad coincide con la rendición a la más completa de las servidumbres. Me refiero a la pretendida libertad del trabajador-consumidor, atado de pies y manos a deseos que él cree suyos pero que le han sido inducidos por una publicidad en forma de moda o reclamo».

La modernidad líquida va a disolver compromisos que la humanidad ha considerado intocables. Brague explica que pertenece a la lógica del amor no reconocer un límite temporal. «Para siempre», lejos de ser una fórmula enfática, responde a la estructura esencial del amor. Y no se necesita apelar a la religión para constatarlo. Eurípides hizo decir a Hécuba, ante Menelao: «No ama quien no ama para siempre». Sin embargo, esta lógica está muy lejos de las nuevas generaciones. Su dificultad para comprometerse quizá derive de una duda sobre sí mismos. «Como explica magníficamente Vladimir Soloviev, para poder creer en otra persona, y para amarla con un amor auténtico, hay que creer primero en uno mismo, y hay que creer más radicalmente en Dios»

Al analizar la idea de progreso —o más bien de un Progreso con «P» mayúscula—, Brague desenmascara la falacia que supone, a partir del incontestable aumento de nuestro conocimiento científico, concluir que tal avance nos conducirá a la mejora social, política y moral. Falacia con vitalidad sorprendente, pues «los hombres de hoy tenemos la amarga experiencia de que las cosas no funcionan automáticamente de esa manera».

En su incansable empeño por restaurar conceptos, Rémi Brague nos pone en guardia frente a los valores. Piensa que la palabra esconde una trampa, pues «insinúa la defensa de un subjetivismo radical según el cual seríamos nosotros los que conferiríamos un valor». Y confiesa que cuando oye la palabra «diálogo» está tentado de desenfundar, «no una pistola, pero sí todo mi escepticismo. Demasiado a menudo no se asiste a otra cosa que a monólogos paralelos envueltos en azúcar.»

 

José Ramón Ayllón (Cantabria, 1955) estudió Filosofía y Letras en las universidades de Oviedo y Valladolid. Desde hace 20 años da clases de literatura, ética y filosofía. Es autor de "Querido Bruto". Asimismo, ha publicado la novela juvenil "Vigo es Vivaldi" y varios ensayos: "En torno al hombre", una introducción a la filosofía renovadora, "Desfile de modelos", que quedó finalista en el Premio de Ensayo Anagrama 1996, "Ética razonada", "¿Es la filosofía un cuento chino?" y "El hombre que fue Chestertón", este último de la editorial Palabra, publicado en 2017.