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Ver productosUna mirada al medio en su último cuarto de siglo, desde detrás de las cámaras y los focos
3 de marzo de 2025 - 13min.
Nacho Ibernón es director de comunicación de la productora de TV Shine Iberia desde 2019. Antes, fue jefe de Comunicación de Movistar+, compañía en la que trabajó 19 años. Profesor universitario en The Core School, y licenciado en Periodismo por la UCM, es colaborador del programa La Cultureta Gran Reserva, de Onda Cero y ha publicado dos libros: escribir y Postales de interior.
Avance
No se les ha pasado por alto, no se preocupen. El título del artículo no es lo que parece: la televisión nacional no cumple años en este 2025 como podría inferirse, pero yo, dentro de la televisión nacional, sí. Por eso he decidido romper mi silencio y, en esta pieza exclusiva para Nueva Revista, contar toda la verdad de lo vivido. Sin tapujos, sin filtros, caiga quien caiga.
Esto que acabo de hacer es cebar y es muy de la televisión. Y muy antiguo. Más que el clickbait, imagínense. Se hace creer al espectador que va a descubrir algo gigantesco y, tan solo un ratito después en el mejor de los casos, o tras enredarle en la rueda maléfica del scroll infinito si hablamos del mundo digital, se le da el hachazo del chasco. Zas. O no se le decepciona del todo. Bueno. O se le entretiene al menos. Vale. Así funcionan los cebos en tele y así funciona también esta autobiografía profesional breve, selectiva y no autorizada de la televisión que traigo hoy tras lo experimentado en primera persona. Primera persona del plural, casi siempre, porque esto de la tele sin equipo y el concurso de otras presencias diversas es imposible. Y siempre siempre desde dentro, o sea en la parte no vista, no glam, no catódica, que se extiende a lo largo del hueco sideral abierto entre lo que usted ve en pantalla al calor de su casa y el pilotito rojo encendido que lo está grabando en medio de un polígono de San Fernando de Henares.
Periodo de análisis: desde marzo de 1999, momento en el que accedí como becario suertudo a Canal Satélite Digital yéndome a vivir a Gran Vía 32 —en Madrid, tercera y cuarta planta— hasta el día de ayer, primavera de 2025, momento en el que sigo siendo a mucha honra director de comunicación de la productora Shine Iberia.
Primer aviso: no intenten averiguar si lo que voy a relatar es cierto, semicierto o falso. Es imposible el fact check. Para que se hagan una idea, el departamento de comunicación de Canal Satélite Digital en el que comencé a envenenarme de tele es ahora un planeta enorme llamado Primark Gran Vía. Y la mesa en la que yo ordenaba papeles repletos de noticias sobre canales temáticos es hoy un triple mostrador de pijamas y abalorios infantiles. No busquen pues en mi pasado para contrastar porque ya no existe. Así de fácil. De hecho, empecé en un ‘departamento de comunicación’ que se autodenominaba en realidad «gabinete de prensa». «Gabinete». «Prensa». Qué antiguo todo, ¿no? Fíjense que lo que ayer eran recortes en Diario 16 y destacados de programación en La Gaceta de los Negocios sobre Documanía, Cinemanía y el canal Estilo, hoy son mochilas de Pusheen, gayumbitos de Spiderman y pantuflas Cinnamon Roll. Miren allí: ese que ven soy yo justo ahora mismo, comparando toallas en Primark en busca de una oferta, taciturno, rodeado de turistas, acordándome de esa primera televisión que yo viví y que estaba justo allí, que era solo lineal y ciertamente binaria: generalista o temática, analógica o digital, rejillas o destacados. Una tele que no había descubierto todavía el vídeo bajo demanda que lo cambiaría todo. Me llevaré esta toalla por 3.95, parece gustosa. Y trataré de superar todo lo demás. Uf.
Comenzaré entregando un consejo que nadie me ha solicitado. Si ustedes quieren ser verdaderamente expertos en audiovisual, es decir, saberlo realmente todo sobre este mundo, estar capacitados para moderar encuentros, tener licencia para molar en foros, hablar con autoridad de los directos de OT en Prime y de la publi en plataformas o escribir columnas de opinión a granel sobre la deriva del streaming, el tino de los algoritmos este último mes o el impacto real de la IA en la industria, hay algo que deben saber. Miren, hay muchos másteres, grados y postgrados que están muy bien para formarse en esto, muchos, yo mismo podría recomendarles algunos de ellos si tienen ustedes interés y dinero, pero sepan que más allá de toda esa ortodoxia formativa lo más rápido, lo más práctico y lo más barato que pueden ustedes hacer es regalarse a sí mismos la posibilidad de realizar unas prácticas platónicas y vocacionales de resumen de prensa. Sí, resumen de prensa. Sí, documentación and research.
Así es, lo han adivinado, me refiero a lo que hice yo exactamente para empezar en esto. Las razones que me mueven son muy sencillas, lo van a entender enseguida: absolutamente nadie que tenga la obligación diaria —exógena o autoimpuesta— de registrar durante tres o cuatro meses lo más destacado del día a día dentro del proceloso universo audiovisual para ordenarlo luego en un boletín o dossier o newsletter, por muy cafre o merluzo que sea, quedará nunca fuera de la categoría ‘experto del sector’. Solo el desempeño de esta actividad mecánica y disciplinada le convertirá a usted en erudito o erudita. Esto es así. Si entrena sus ojos para que cada día, cada hora y cada minuto se posen y procesen diagonalmente todos los links, artículos o titulares aparecidos sobre el asunto denominado ‘televisión’, entonces sus neuronas se convertirán por arte de clipping en receptores cerebrales de un gurú televisivo de gama alta. Sobre todo porque ‘televisión’ quiere decir televisión, claro, pero también cable, networks, fast channels, open tv, branded content, streaming, derechos televisivos, producción, talento, casting y podcasting, live shows, video on demand, creación de contenidos, ficción, originales, marketing de contenidos, marketing a palo seco offline y online, estrategia, guion, radio, documentales, entretenimiento, factual, drama y comedia, cine, showrunners, plataformas, legislación, tecnología, dispositivos, tendencias, hábitos de consumo, audiencias, críticas, festivales, paneles de expertos, players globales, Musk y Bezzos, etcétera, etcétera, etcétera. Todo eso es ‘televisión’, todo esos gadgets habrán de ser incorporados a su resumen de prensa… y por tanto también a su nuevo sistema operativo de experto en tele.
En mi caso, el primer día que entré a trabajar me choqué con mi propio Máster, un MBA inesperado que era en realidad un señor con el pelo blanco que me enseñó a hacer resúmenes de prensa durante cuatro maravillosos años para Sogecable, Prisa, Canal+, Canal Satélite Digital, Cuatro, Audiovisual Sport, Sogecine, Localia, Produce+ y otras muchas nodrizas plus de cuyos nombres no logro ya acordarme. Apenas unos minutos después de haberle conocido, este hombre sabio me condujo por los pasillos laberínticos del edificio, de techos altos, y me presentó a la que sería nuestra compañera de trabajo y mejor confidente: una fotocopiadora Canon de última generación en 1999, enorme, blanca y reluciente. Me dijo: «Te presento a nuestra colega, los tres aprenderemos mucho de televisión y nos llevaremos bien; recuerda que los 170 resúmenes de prensa que cocinemos cada día tendrán que estar sobre las mesas de todas las personas importantes de esta compañía antes de las 9 a.m. Hazlo bien, que no se nos pase nada, lo que sepa de tele esta gente dependerá de nosotros. Bienvenido.»
El otro día tuve la oportunidad de charlar sobre nada en particular con Olvido, la mujer gigante que está dentro de Alaska. Fue en el contexto de las grabaciones del docu Revelada, un trabajo que descansa confortablemente desde la última navidad en el catálogo Movistar. La escena se produjo en su casa museo de Madrid, cerca de Gran Vía, que es un espectáculo levantado sobre moqueta, pinballs y neón. Yo sacaba temas fofos de conversación y ella me devolvía párrafos perfectos.
Fue educada, certera e inteligente, como siempre, y yo pensaba: «Qué suerte estar aquí, cerca de iconos pop tan pec, con este discurso tan hype». —Disculpen estas expresiones que no entiendo, escribo este artículo todavía contagiado de modernidad tras haber mantenido una zoom meeting con influencers, streamers y creadores de contenido rodeados de agentes y publicistas—. El caso es que elevando a categoría esta anécdota sin importancia con Alaska, pensaba yo que nadie que haya estado trabajando dentro de la caja tonta, que es como la llaman algunos listos, podrá decir nunca que dentro de ese business hay sobre todo tontos. Es más bien al contrario, creo yo. Por lo menos en lo que a mí respecta, o sea, dentro del perímetro de observación que he desplegado en estos 25 años, lo que yo declaro es: el talento en este medio es más bien abundante, es frecuente, y es reconfortante, por seguir con la rima. Hay mucho brillo profesional y personal y eso a veces coincide y a veces no con los talents, que son las estrellas tintineantes que siempre están a la vuelta de un pasillo, en sastrería o maquillaje y peluquería, antes de salir a plató.
Me vienen mil nombres talentérrimos de entre lo vivido. Recuerdo por ejemplo que en un despacho que estaba muy cerca de donde yo fabricaba notas de prensa vivía un vikingo gallardo y noble que se llamaba Iñaki Martikorena y que resultó ser el que se inventó el solito toda la imagen gráfica de aquel primer Cuatro colorao y juguetón, ciertamente memorable y fresco. El de la bolita grande y la bolita pequeña, bailongas ambas, acuérdense, el del Podemos que ganó la Eurocopa antes de que el otro Podemos ganara el 15M. Menudo genio Iñaki, qué tío más humilde, más normal en plan bien y más crack, destilaba y destila creatividad el muchacho. Top.
Eso en lo que se refiere a humanos. En el altar de las divinidades, creo que no he vivido una emoción más grande que la llegada de Diego Armando Maradona al edificio de Tres Cantos donde habitábamos precisamente los empleados de Cuatro, la tele que lo fichó para comentar el Mundial de Alemania 2006. Cuando el rumor creció aquella tarde, enseguida se fue filtrando la noticia de mesa a mesa, de despacho a despacho. «¡Está Maradona!, ¡Ha venido Diego!, ¡Está entrando el Pelusa por la puerta principal! ¿Lo has visto?». Salían y salían los empleados, en marabunta, se asomaban directivos y soldados rasos por las barandillas, igualados en la curiosidad máxima, parecía aquello la prisión del condado cuando liberan a un preso icónico, una leyenda viva, que cruza solemne por la galería principal. Increíble verdaderamente. Qué aura XL dentro de un hombre tan chiquito, menuda unanimidad, fuera de lo común el runrún inolvidable de esa tarde.
Claro que hay muchísimo talento en televisión. Un día pude escuchar cómo ensayaba Marlango en un plató, solo para mí. Qué bien canta Leonor, dios mío. Otro día me preguntaron Matías Prats y Mónica Carrillo si sonaba correcta la entonación que le estaban dando a unos titulares que tenían que regalarme para un show benéfico; creo que me desmayé. Un otoño andaba yo detrás de las cámaras y, frente al REC, conversaban reposadamente Iñaki Gabilondo y el genio Antonio López, en voz baja, sobre el arte y la belleza. Eso es algo que deben saber, en un plató se escucha regular lo que dicen los protas. Si no llevas auriculares porque curras allí, claro. Hay que afinar el oído, porque muchas veces ves bien pero no pillas nada como escuchante curioso. Salvo en El Hormiguero, ese miniplató gigante que lleva sonando y retumbando tan bien y tan alto después de casi 20 años en primetime. Otro día por cierto, tras tener el orgullo de poder trabajar en un disparate documental junto al ilustrísimo actor y académico José Luis Gómez, me vi en medio de un corrillo en el que departíamos sobre la vida el propio José Luis, Aitana Sánchez Gijón y Mario Vargas Llosa. Ellos parlaban y yo miraba con la boca abierta; me trataron como si yo fuera de su especie y, a continuación, fuimos los cuatro al camerino del Teatro de la Abadía porque había que felicitar a Pedro Casablanc tras su estreno de esa noche. Wow, no me he visto en otra así nunca jamás.
Una noche Michael me explicó cruzando la T4 lo que representa el golf en general y el Masters de Augusta en particular. Lo hizo como si nada, mientras deslizábamos las maletas por la terminal tras un largo día promocional en Barcelona. Qué ser humano Mr. Robinson, cuánto orgullo haberle conocido de cerca, yo diría que la persona más divertida, ocurrente y guiri de sí mismo que ha existido jamás. Apreciable al máximo su guasa en cualquier rueda de prensa, tertulia confidente, comida de trabajo o evento en general. Otra tarde estuve dentro de la unidad móvil que comandaba Víctor Santamaría, sería algún clásico o algún duelo bomba de la Champions, no sé, solo recuerdo la fiebre creativa y el rigor espídico de este genio de la superslow, director de orquesta de mil millones de cámaras, travellings, spidercams y demás, un verdadero maestro que, para relajarse, aparca el fútbol o el basket y se pone a realizar tan pichi una corrida de relumbrón en San Isidro. Ole. Una mañana, en un plató de Leganés, Miguel Bosé volvió a cantar tras mil pandemias: salió con un chándal gris, se sentó en un taburete alto, y se probó con ‘Te amaré’. Créanme si les digo que sacó matrícula de honor. Otro invierno, en un plató polar de Fuente El Saz del Jarama, Raquel estaba pachucha y, al prenderse la luz roja, se transformó en un segundo en lo que seguramente es, la presentadora más fiable y profesional de occidente. Impecable ejercicio una vez más. Raquel Sánchez Silva, una IA infalible y muy humana que lleva bordándolo desde mucho tiempo antes de que se inventara la IA.
Se me acaba el tiempo y me quedan por contarles muchas verdades. Qué agobio. Una de ellas es que las bambalinas de la televisión son muy cutres en el 95 por ciento de las ocasiones, los pasillos y los camerinos dan bastante cosica por lo general. Todo el glow que hay en esto les llega a casa a través de la pantalla, porque el resto, sepan ustedes, son como los almacenes del bazar ‘El Reino Mágico’ de Usera.
Voy culminando, que me queda un minuto: abrocho el artículo con un pimpampum rápido. Tres máximas —también de a un euro— que siempre se cumplen. A saber:
Pim: la tele es de valientes. No sabría explicar aún por ejemplo cómo la productora que me soporta actualmente fue capaz de construir un MasterChef en pleno apocalipsis pandémico. Fue un empeño de la productora ejecutiva, de una perseverancia colchonera inaudita, que logró transformar esas grabaciones blindadas por la ultraseguridad sanitaria llenas de epis, guantes, máscaras, distancias de seguridad y tests a millones en un formato que entretuvo al país cuando todo lo que existía en la pequeña pantalla durante esas semanas eran refritos de entretenimiento y especiales informativos. MasterChef brilló en aquellos meses tan complicados estrenando material nuevo y tele veritá. Récord de share fue esa edición número ocho, récord de valentía para la valiente Macarena Rey, y récord de asombro para mí.
Pam: nadie sabe nada. Los formatos funcionan dependiendo de si hay fútbol antes, de si se compite contra esto o aquello, de si el país se ha aburrido del formato anterior o todavía no, de si la cadena o plataforma sabe jugar sus cartas en programación y promoción, de si es muy tarde o es muy pronto, de si hay declaraciones de Trump o no… en fin. La fórmula es que no hay fórmula. A la tele se va a jugar y unas pocas veces se gana, eso lo sabe todo el mundo.
Pum: siempre todo es problema de la comunicación. Cuántas veces he escuchado esto. Los presentadores están bien, el formato mola, el ritmo y la edición son buenos, la cadena lo ha programado guay y los consumos apuntan datos interesantes por lo que, vaya por dios, siempre alguien llega a la conclusión de que la obra maestra en cuestión está mal comunicada. Ergo hay un problema de comunicación. O sea fallo mío. Glups.
Y ya. Fin de esta autobiografía novelada. Perdón por la extensión. Disculpen, lectores de Nueva Revista, de verdad, no volverá a suceder. Es que son 25 años. Que es mucha tela que cortar. O sea mucha tele que contar, quiero decir.
Las fotos, cedidas por el autor del artículo, son de Cecilia Bayonas.