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Ver productos«Un profesor enseña, pero, sobre todo, inspira, educa, proyecta, guía, ilumina horizontes, posibilita, eleva el espíritu», afirma la autora
27 de noviembre de 2024 - 31min.
Leire Nuere Salgado. Directora del Instituto de Innovación en el Aprendizaje en la Universidad Francisco de Vitoria.
Avance
La inteligencia artificial (IA) ha llegado para quedarse. Llevaba más de sesenta años en fase de desarrollo e investigación. Pero 2022, con la salida de ChatGPT de OpenAI y el arranque del resto de inteligencias generativas, ha marcado un antes y un después.
Citando a Umberto Eco, Leire Nuere Salgado afirma que «cualquier novedad radical de la vida exige, del hombre, una postura radical». El advenimiento de la IA no es motivo para quitarnos y ponernos de lado, sino para encontrar los lugares a los que no puede llegar y desarrollarnos en ellos. El camino no es fácil, especialmente en el plano educativo, pues según Nuere Salgado no será suficiente redefinir el rol de docente, sino descubrirlo por completo.
La autora se aventura a ofrecer ciertas claves sobre el futuro de la educación y plantea, a modo de consejo, cómo reimaginar la docencia. En el corto plazo, es importante que los profesores inviertan esfuerzos en desarrollar la competencia digital de los alumnos y experimenten ellos mismos con la IA. En el medio, es probable que los docentes descubran que la tecnología puede ocuparse de todo el proceso de aprendizaje del alumno. Pero seguirá siendo esencial la mentoría de los docentes, dado que «para crecer y evolucionar, el ser humano siempre ha necesitado, a lo largo de la historia, ir de la mano de otros». Según Nuere Salgado, en el largo plazo, la IA se volverá capaz de asumir también este rol y ofrecer de forma personalizada los datos que sean más útiles para el aprendizaje. Sin embargo, no dejaremos de ser humanos y necesitaremos de experiencias para planos más existenciales. En ellas, la máquina no podrá reemplazar nunca al docente, puesto que «un profesor enseña, pero, sobre todo, inspira, educa, proyecta, guía, ilumina horizontes, posibilita, eleva el espíritu».
Comenzar un artículo de estas características es, cuando menos desafiante. Acecha la tentación de prescribir una serie de recetas, de fórmulas, de modelos. Y si bien todo ello es necesario de abordar, quisiera empezar por la parte más nuclear, la que va a producir una verdadera reingeniería de la enseñanza.
El premio Nobel de Economía de 2024, Daron Acemoglu, indicaba que nos hallamos ante una nueva casilla de salida, una en la que quizás el hombre deba de reinventarse: «Estamos en la era de la inteligencia artificial, pero sigo convencido de que la productividad humana, la creatividad humana y, en términos generales, los recursos humanos siguen siendo fundamentales para el desarrollo significativo de los países».
Si bien esto puede que no sea exactamente así, sí que desde la irrupción de la inteligencia artificial (IA), todos los expertos comienzan con la pregunta sobre qué significa ser humano, cuando se empieza por la pregunta de cómo esta tecnología va a impactar en el ser humano. ¿Qué es lo que nos hace ser genuinos y únicos como especie?
Este artículo no pretende ser una disertación filosófica. Pero cuando nos referimos a la educación, en general, y al docente, en particular, la pregunta antropológica, sobre el hombre, la persona, se expande aún más. Porque el que aprende es persona, así como el que enseña.
Asimismo, desde la educación, donde formamos personas profesionales, no podemos dejar de mirar qué está sucediendo en el mundo del trabajo, donde comienzan a proliferar numerosos estudios sobre la transferencia de unas profesiones a otras, el impacto severo de la IA en las profesiones (a este respecto no puedo dejar de recomendar cualquier publicación de Fabrizio Dell’Acqua de la Harvard Business School), de lo que se denomina como «re-skilling» (recapacitación) y el «up-skilling» (mejora de habilidades), que, desde la pandemia del covid-19 parecía que iba a suponer una verdadera transformación de la sociedad. «The Great Resignation» (La Gran Renuncia) de los estadounidenses comenzó marcando una pequeña revolución laboral, donde pareciera que el teletrabajo iba a convertirse en lo que entonces se conocía como «nueva realidad», que realmente no tuvo nada de nueva, porque rápidamente, gracias a la vacuna, todo ha ido regresando a la «antigua normalidad». Las empresas digitales (las tecnológicas) comenzaron a invertir grandes sumas de dinero en una nueva cadena de valor.
La IA no nace de ese episodio histórico. Lleva más de 60 años en investigación e implantación, si bien fue el año 2022 el que, con la salida de ChatGPT de OpenAI, y el arranque del resto de inteligencias generativas, marcó un antes y un después. Solo hay que pasar un rato en las redes sociales, especialmente aquellas donde están los profesionales de cada sector (LinkedIn, X), que se pueblan de pruebas y experimentos realizados en cada uno de los mismos. Y, llegando casi al final del 2024, no deja de suceder lo mismo. Porque es un terreno vasto y amplio, que requiere de mucha exploración. Y porque no dejan de aparecer nuevas versiones de las IA más populares (ChatGPT, Claude, Midjourney, Dall-E, Poet…), así como nuevas aplicaciones e, incluso, los desarrollos API propios basados en las grandes IA haciendo uso de los tokens.
Por tanto, el destino, estaba decidido a no dejarnos regresar a esa «normalidad» tan añorada por tantos. Ya Umberto Eco, en su obra Apocalípticos e Integrados señalaba la natural capacidad del ser humano para polarizarse. Actualmente se reconoce o señala a cada cual en sus foros y redes correspondientes como tecno-optimistas o tecno-pesimistas. Cualquier novedad radical de la vida exige, del hombre, una postura radical. Pero lejos de entender esta radicalidad como una forma de ir a las entrañas de las cuestiones, al fondo, al pensamiento de peso, las posturas se radicalizan con comentarios superfluos en el mejor de los casos, cuando no de anécdotas puntuales y sin mayor trascendencia.
Siendo esta la realidad a la que debemos atender, el mundo de la educación se siente especialmente interpelado. Y la figura más señera de la educación viene dada siempre en forma humana, la del docente, la del maestro, la del sabio custodio de un legado.
Pero hete aquí que quizás se haya ido diluyendo y desvirtuando (en su sentido estricto, de pérdida de virtud) en cierta forma esa figura de referencia, habiéndose convertido en un tesorero, un contable, un mero administrador del conocimiento, en lugar de ejercer como un verdadero educador. Y llega la IA que no es posible casi ni ponerle el verbo adecuado (duplica, multiplica, quintuplica…) a la capacidad de superar el «almacenaje» del hombre. La información se ha democratizado. Pero vamos más allá. No solo se ha democratizado, sino que esta suerte de «magia» llega y es capaz de sintetizar, de resumir, de ligar respuestas «precisas» a una serie de preguntas concatenadas. Y no lo hace nada mal. De hecho, es capaz de convertir, en segundos, un texto en diferentes formas y tonos, con ejemplos muy ilustrativos.
Aquel docente que se hubiera dedicado a la mera transmisión de conocimientos siente ahora el temblor del suelo educativo que pisa. Presiente que algo se fragua bajo sus pies, y, en cualquier momento, va a explosionar.
Llevamos años hablando de implantar metodologías activas del aprendizaje y de abordar la evaluación de los estudiantes desde una perspectiva más formativa que sumativa.
Y la verdad es que, aunque se ha avanzado al respecto, estamos muy lejos de contar con un sistema educativo con amplio arraigo de sendos aspectos.
El sistema educativo es lento de movimiento y más lento aún de reflejos. Esto, per se, no es malo (ni bueno). Hay una razón de peso para esta lentitud y es que no queremos hacer experimentos con la formación de nuestros estudiantes, tanto formación técnica como una formación integral de la persona. Dejemos aquí está idea. En educación, tenemos la velocidad de la sabia tortuga.
Y da igual a qué nivel educativo nos refiramos. Quizás convenga matizar algo esta afirmación. En el nivel preuniversitario existe, por lo general, y considerándolo como bloque, una mejor capacitación pedagógica (tanto de competencia profesional en la enseñanza como de competencia digital docente). Los profesores universitarios constituyen una amalgama de docentes vocacionales, de investigadores que enseñan y de profesionales que comparten su experiencia en la realidad empresarial y de la sociedad. Sí hay un denominador común entre todos ellos: no cuentan con competencias pedagógicas ni tampoco, por lo general, tecnológicas. En sí mismo esto no tendría que ser grave. Todo se puede aprender. El problema existe cuando la actitud es de resistencia activa a mantenerse actualizado.
Una de las soluciones propuestas más citadas por más de 100 expertos en la segunda conferencia para el desarrollo de un instrumento legal para regular la IA en la educación, celebrada a finales de octubre de 2024 en el Consejo de Europa en Estrasburgo, fue la capacitación de los profesores. Sí que se perdía cierto consenso sobre si la IA debe constituir un capítulo propio de formación, o debía integrarse de forma transversal en el resto de la capacitación de competencias digitales docentes. Quien defendía que debe constituir otro capítulo formativo exclusivo y diferenciado, apelaba a que, por primera vez, enfrentamos una tecnología que simula, en muchos aspectos, al ser humano. Y que estamos ante una tecnología aún más veloz (en su adopción y en su forma de cambiar y evolucionar) que cualquiera de sus predecesoras. Más aún que lo que supusieron, en su momento, las redes sociales. Y recordemos el impacto de las redes sociales en los procesos cognitivos y de salud mental de los jóvenes. Ahora pensamos en la IA, que lo eleva todo a la enésima potencia.
En este contexto, no es que haya que redefinir el rol docente. Es que se tiene que ingeniar de nuevo. No hablamos de una transición, una mudanza de casa en el mismo país (como sería la adquisición de competencias digitales). Hablamos de un cambio de país a otro continente. ¿Quizás a otro planeta?
Muchos dijeron que Elon Musk imaginaba demasiado lejos. Y se jactaban cuando sus primeros cohetes fallaban en la toma de tierra. Y hace nada vino a demostrar, una vez más, que los visionarios son capaces de hacer que muchas cosas sucedan de verdad. La IA va a hacer que todo se transforme de manera absolutamente radical. Pensar en aprender metodologías activas y competencias digitales, donde los docentes mostraban sus reticencias, va a parecer un paseo comparado con la reinvención que viene.
Decir cómo será ese futuro docente me provoca decir lo que yo misma imagino (y, sobre todo, escucho a otros imaginar). Siempre recuerdo a mi director del doctorado cuando, en las conclusiones me invitaba a «jugármela», a vaticinar, a proyectar en base a mi conocimiento. Quizás mi natural cautela me hace, afortunadamente, mantenerme prudente. Este mundo cambia a tal velocidad que este ejercicio parece más de videntes que de visionarios. Si bien, sí me atrevo a decir algunas cosas. Pienso que ayuda que diseccionemos la temática en escenarios temporales. A cinco años. A diez años. Y a cien años.
A cinco años le diría a un docente que se centre en los procesos de evaluación. Que abandone ya toda suerte de proceso sumativo y se concentre en el formativo. Si cambia su forma de evaluar, cambiará toda su docencia. También le diría que invierta esfuerzos en desarrollar su competencia digital (siguiendo el marco europeo de competencia digital docente, DigCompEdu), y, al mismo tiempo, emprenda la capacitación en el uso de la IA. Y por capacitación no me refiero solo a cursos, sino que lea, que se atreva a probar cosas. Que experimente en primera persona la IA.
En diez años, no es solo que el sistema o las instituciones educativas para las que trabaje se lo demandarán, es que le saldrá solo. Si tiene competencia docente en la evaluación y competencias digitales, el siguiente salto vendrá dado de forma natural. Probablemente descubra que la tecnología puede ocuparse de todo el proceso de aprendizaje del alumno donde su presencia no es necesaria. Esto puede resultar algo doloroso para muchos docentes, porque la vocación es lo que nos mueve, y eso significa que dedicamos mucho tiempo a generar un impacto en las personas a las que nos dirigimos. Y decirnos a nosotros mismos que en algunos aspectos de nuestra docencia no estamos generando dicho impacto, nos puede doler un poco. Pero creo que ayuda el pensar que, entonces, podemos llegar con mucha más profundidad allá donde la IA no puede llegar. ¿Somos capaces de advertir que, en nuestras aulas, gran parte de los alumnos se pasan la mayor parte del tiempo callados, sin desarrollar su capacidad de pensamiento? Aquí es donde los detractores de todo el aprendizaje activo suelen entrar en juego esgrimiendo el argumento de que un profesor no está para entretener y, mi término favorito, divertir a sus alumnos. Y no podremos estar más de acuerdo todos los que sí creemos en el aprendizaje activo. Yo no les divierto a ellos. Me divierto yo, porque considero que ser docente es una de las profesiones más estimulantes y emocionantes.
También nos encontramos, como indicaron en 2023 investigadores de Stanford Accelerator for Learning y del Stanford Institute for Human-Centered AI, con alumnos que no se atreven a participar porque se sienten juzgados por sus compañeros. Hallazgo que ya había sido advertido por otros investigadores, especialmente recuerdo a Marita Skjuve, de Noruega que me sorprendió en 2021 con su estudio sobre las relaciones afectivas que los estudiantes de su universidad podían generar con un chatbot. En su estudio comprobó que el estudiante prefería preguntarles a sus profesores dudas administrativas, mientras que temas de fondo relacionados con su aprendizaje, prefería preguntárselo a la IA, pues no se sentía juzgado y sentía que podía expresarse con mayor libertad. Y este hecho debería cruzarse con una de las respuestas que más a menudo dan los alumnos cuando se les pregunta qué es para ellos un buen profesor. Destaca la capacidad de escucha a sus alumnos por encima del dominio de su materia y de la pasión con la que la transmita. Un mentor sabe que debe anular, en la medida de lo posible, su juicio subiendo el volumen de la escucha lo máximo que pueda. Porque así podrá acertar mejor en ese acompañamiento al estudiante. En esto no debería «ganarnos» la máquina.
Aprendizaje activo no es solo una línea pedagógica de actuación e intervención, es implicar al alumno en su propio proceso de aprendizaje. Cuantas más interacciones mantiene un alumno con el conocimiento, más logra afianzarlo e integrarlo en su persona.
La información ya hace mucho que es accesible para todos (o la gran mayoría que disponga de un móvil con acceso a internet). Lo que hay que enseñar a los alumnos, según muchos investigadores, pero por apuntar algunos en concreto, los del Berkman Klein Center for Internet & Society de la Universidad de Harvard, es a desarrollar el pensamiento crítico, a crear y ser ingeniosos en la resolución de problemas cada vez más complejos, y como dice Javier Paricio, de la Universidad de Zaragoza, a fijar las claves, los conceptos umbral de cada ciencia y disciplina. Enseñarles competencias y habilidades socioemocionales (según expertos del Consejo de Europa), por ellos mismos y su salud mental, y para que ganen consciencia de que, para crecer y evolucionar, el ser humano siempre ha necesitado, a lo largo de la historia, ir de la mano de otros. Que nos necesitamos, y, para ello, debemos saber relacionarnos y colaborar.
El listado de razones para creer en ese nuevo rol del docente daría para un capítulo de libro, pero, sobre todo, por poético que pueda sonar, el sentido último de un docente es llegar al alma de las personas a las que acompaña en su proceso de crecimiento (con independencia del ciclo formativo al que nos refiramos). Un profesor enseña, pero, sobre todo, inspira, educa, proyecta, guía, ilumina horizontes, posibilita, eleva el espíritu.
A diez años vista, el docente estará ejerciendo más de mentor que de transmisor. Hará uso de diferentes herramientas (presenciales o digitales) para recomendar experiencias formativas personalizadas. Gran parte del proceso de aprendizaje transcurrirá prácticamente de forma autónoma. En el Hub de Educación Digital de la Comisión Europea, uno de los temas que aparecen de forma recurrente en los diferentes foros es el de la autorregulación del aprendizaje. Quizás, a priori, pocos lo ligarían a la temática de la IA, pero cuanto más se desarrolla un concepto, más sentido tiene que el otro gane caudal. Y, si bien mucha parte del proceso transcurrirá con esa autonomía, otra se realizará en comunidades de aprendizaje, concepto ya existente pero que se resignificará.
El docente ofrecerá y sugerirá, según la escucha digital y dialógica mantenida con sus alumnos, experiencias personalizadas, mas no necesariamente las habrá generado él mismo, como sucede ahora mismo. Como una carta de un restaurante, o un plano de metro, habrá multitud de experiencias generadas parte por expertos (docentes o no), parte por sistemas de IA. La destreza del nuevo rol del docente radicará en saber hacer una buena lectura de las personas a las que acompaña en su proceso de aprendizaje. Para ello, deberá no solo controlar su disciplina, sino seguramente más importante, dominar en qué consiste cada experiencia de aprendizaje, en qué tipo de alumno (o de comunidad de aprendizaje) logra un mayor impacto y consecución de los resultados de aprendizaje y de las competencias profesionales. Para ello también necesitará tener una competencia tecnológica relacionada con el análisis e interpretación de los datos de aprendizaje de sus alumnos (perfiles, estilos, comportamiento, logros, dificultades, etc.). Lo que se venía conociendo como «Learning analytics» (analítica del aprendizaje) pero en una nueva dimensión gracias a la IA.
Los docentes guiarán a los alumnos en sus experiencias formativas. Para adquirir una buena destreza, podrán practicar situaciones de aprendizaje y de testar con antelación los resultados de sus propuestas a los alumnos, gracias a los simuladores de IA, que deberá saber utilizar adecuadamente.
Para terminar, sin defraudar a mi maestro y mentor de doctorado, el profesor doctor D. Manuel Figuerola Palomo, quiero aventurarme a los cien años. Creo que, para entonces, los sistemas de IA, y habiendo superado todos los procesos mundiales regulatorios que, en la primera fase de la IA, se hallan en conflicto y choque aquellas posturas más liberales con las más temerosas, nos podrán recomendar, estemos donde estemos, a las personas del mundo que estén en mejor disposición para enseñarnos y guiarnos sobre una determinada cuestión que necesitamos aprender. Realmente se dará el «Aprendizaje para toda la Vida». Es más, se dará desde el inicio de la vida de cada persona. De pequeños, todo puede que siga siendo muy parecido pues en esos primeros años se está conformando la persona. A partir de los quince o dieciséis, los ciclos se romperán. El nexo de unión en una experiencia de aprendizaje serán las inquietudes, el momento vital (que no siempre se corresponde con la edad biológica), con independencia de la edad, o de la localización. Nuestra trazabilidad digital será máxima. Habrá quien vivirá, si es que es posible, desconectado totalmente. Pero casi todo el mundo tendrá su propio «expediente digital» donde irá acumulando vivencias. Un «LinkedIn» desde ese primer minuto de existencia. La IA nos irá dando los datos que nos sean más útiles (a cada persona los suyos propios), nos irá sugiriendo personas, retos, experiencias. Y todos ellos se vivirán en el plano presencial, porque seguiremos siendo humanos y estas experiencias las necesitamos para planos más existenciales que solo «la máquina» no podrá suplir nunca. Necesitaremos un lugar donde seguir soñando e imaginando futuros juntos. Y seguiremos necesitando de guías en quien confiar para dar nuestro siguiente paso en la vida.
O quizás, la universidad perdure otros 100 años más, tal y como la conocemos.
Yo me atrevo a decir que no.
Chen, C. (2023). AI will transform teaching and learning. Let’s get it right. Stanford University: Human-Centered Artificial Intelligence. https://hai.stanford.edu/news/ai-will-transform-teaching-and-learning-lets-get-it-right.
Council of Europe. (2024). Artificial Intelligence and Education: Regulating the use of AI systems in education. Concept note. 2nd Working Conference, 24–25 October 2024, Strasbourg.
Dell’Acqua, Fabrizio. https://www.fabriziodellacqua.com/
European Commission (2021). DigCompEdu framework: Digital Competence Framework for Educators. https://joint-research-centre.ec.europa.eu/digcompedu/digcompedu-framework_en.
Ha, Y. J., Hendrickson, S., Nagy, A., Sylvan, E., & Zick, T. (2023). Exploring the impacts of generative AI on the future of teaching and learning. Berkman Klein Center for Internet & Society at Harvard University. https://cyber.harvard.edu/story/2023-06/impacts-generative-ai-teaching-learning.
Holmes, W., Persson, J., Chounta, I. A., Wasson, B., & Dimitrova, V. (2022). Artificial intelligence and education: A critical view through the lens of human rights, democracy and the rule of law. Council of Europe.
MIT Sloan School of Management. [@MITSloan]. (2024). «We are in the age of AI, but I remain convinced that human productivity, human ingenuity, [and] human resources broadly construed are still key to [the] meaningful flourishing of countries». @DAcemogluMIT [Tweet]. Disponible en: https://twitter.com/MITSloan.
Parker, K., & Horowitz, J. M. (2022). The Great Resignation. Majority of workers who quit a job in 2021 cite low pay, no opportunities for advancement, feeling disrespected. Pew Research Center. https://www.pewresearch.org.
Skjuve, M., Følstad, A., Fostervold, K. I., & Brandtzæg, P. B. (2021). My chatbot companion: A study of human-chatbot relationships. International Journal of Human-Computer Studies, 149, 102601. https://doi.org/10.1016/j.ijhcs.2021.102601
La inteligencia artificial (IA) ha llegado para quedarse. Llevaba más de sesenta años en fase de desarrollo e investigación. Pero 2022, con la salida de ChatGPT de OpenAI y el arranque del resto de inteligencias generativas, ha marcado un antes y un después.
Citando a Umberto Eco, Leire Nuere Salgado afirma que «cualquier novedad radical de la vida exige, del hombre, una postura radical». El advenimiento de la IA no es motivo para quitarnos y ponernos de lado, sino para encontrar los lugares a los que no puede llegar y desarrollarnos en ellos. El camino no es fácil, especialmente en el plano educativo, pues según Nuere Salgado no será suficiente redefinir el rol de docente, sino descubrirlo por completo.
La autora se aventura a ofrecer ciertas claves sobre el futuro de la educación y plantea, a modo de consejo, cómo reimaginar la docencia. En el corto plazo, es importante que los profesores inviertan esfuerzos en desarrollar la competencia digital de los alumnos y experimenten ellos mismos con la IA. En el medio, es probable que los docentes descubran que la tecnología puede ocuparse de todo el proceso de aprendizaje del alumno. Pero seguirá siendo esencial la mentoría de los docentes, dado que «para crecer y evolucionar, el ser humano siempre ha necesitado, a lo largo de la historia, ir de la mano de otros». Según Nuere Salgado, en el largo plazo, la IA se volverá capaz de asumir también este rol y ofrecer de forma personalizada los datos que sean más útiles para el aprendizaje. Sin embargo, no dejaremos de ser humanos y necesitaremos de experiencias para planos más existenciales. En ellas, la máquina no podrá reemplazar nunca al docente, puesto que «un profesor enseña, pero, sobre todo, inspira, educa, proyecta, guía, ilumina horizontes, posibilita, eleva el espíritu».
Comenzar un artículo de estas características es, cuando menos desafiante. Acecha la tentación de prescribir una serie de recetas, de fórmulas, de modelos. Y si bien todo ello es necesario de abordar, quisiera empezar por la parte más nuclear, la que va a producir una verdadera reingeniería de la enseñanza.
El premio Nobel de Economía de 2024, Daron Acemoglu, indicaba que nos hallamos ante una nueva casilla de salida, una en la que quizás el hombre deba de reinventarse: «Estamos en la era de la inteligencia artificial, pero sigo convencido de que la productividad humana, la creatividad humana y, en términos generales, los recursos humanos siguen siendo fundamentales para el desarrollo significativo de los países».
Si bien esto puede que no sea exactamente así, sí que desde la irrupción de la inteligencia artificial (IA), todos los expertos comienzan con la pregunta sobre qué significa ser humano, cuando se empieza por la pregunta de cómo esta tecnología va a impactar en el ser humano. ¿Qué es lo que nos hace ser genuinos y únicos como especie?
Este artículo no pretende ser una disertación filosófica. Pero cuando nos referimos a la educación, en general, y al docente, en particular, la pregunta antropológica, sobre el hombre, la persona, se expande aún más. Porque el que aprende es persona, así como el que enseña.
Asimismo, desde la educación, donde formamos personas profesionales, no podemos dejar de mirar qué está sucediendo en el mundo del trabajo, donde comienzan a proliferar numerosos estudios sobre la transferencia de unas profesiones a otras, el impacto severo de la IA en las profesiones (a este respecto no puedo dejar de recomendar cualquier publicación de Fabrizio Dell’Acqua de la Harvard Business School), de lo que se denomina como «re-skilling» (recapacitación) y el «up-skilling» (mejora de habilidades), que, desde la pandemia del covid-19 parecía que iba a suponer una verdadera transformación de la sociedad. «The Great Resignation» (La Gran Renuncia) de los estadounidenses comenzó marcando una pequeña revolución laboral, donde pareciera que el teletrabajo iba a convertirse en lo que entonces se conocía como «nueva realidad», que realmente no tuvo nada de nueva, porque rápidamente, gracias a la vacuna, todo ha ido regresando a la «antigua normalidad». Las empresas digitales (las tecnológicas) comenzaron a invertir grandes sumas de dinero en una nueva cadena de valor.
La IA no nace de ese episodio histórico. Lleva más de 60 años en investigación e implantación, si bien fue el año 2022 el que, con la salida de ChatGPT de OpenAI, y el arranque del resto de inteligencias generativas, marcó un antes y un después. Solo hay que pasar un rato en las redes sociales, especialmente aquellas donde están los profesionales de cada sector (LinkedIn, X), que se pueblan de pruebas y experimentos realizados en cada uno de los mismos. Y, llegando casi al final del 2024, no deja de suceder lo mismo. Porque es un terreno vasto y amplio, que requiere de mucha exploración. Y porque no dejan de aparecer nuevas versiones de las IA más populares (ChatGPT, Claude, Midjourney, Dall-E, Poet…), así como nuevas aplicaciones e, incluso, los desarrollos API propios basados en las grandes IA haciendo uso de los tokens.
Por tanto, el destino, estaba decidido a no dejarnos regresar a esa «normalidad» tan añorada por tantos. Ya Umberto Eco, en su obra Apocalípticos e Integrados señalaba la natural capacidad del ser humano para polarizarse. Actualmente se reconoce o señala a cada cual en sus foros y redes correspondientes como tecno-optimistas o tecno-pesimistas. Cualquier novedad radical de la vida exige, del hombre, una postura radical. Pero lejos de entender esta radicalidad como una forma de ir a las entrañas de las cuestiones, al fondo, al pensamiento de peso, las posturas se radicalizan con comentarios superfluos en el mejor de los casos, cuando no de anécdotas puntuales y sin mayor trascendencia.
Siendo esta la realidad a la que debemos atender, el mundo de la educación se siente especialmente interpelado. Y la figura más señera de la educación viene dada siempre en forma humana, la del docente, la del maestro, la del sabio custodio de un legado.
Pero hete aquí que quizás se haya ido diluyendo y desvirtuando (en su sentido estricto, de pérdida de virtud) en cierta forma esa figura de referencia, habiéndose convertido en un tesorero, un contable, un mero administrador del conocimiento, en lugar de ejercer como un verdadero educador. Y llega la IA que no es posible casi ni ponerle el verbo adecuado (duplica, multiplica, quintuplica…) a la capacidad de superar el «almacenaje» del hombre. La información se ha democratizado. Pero vamos más allá. No solo se ha democratizado, sino que esta suerte de «magia» llega y es capaz de sintetizar, de resumir, de ligar respuestas «precisas» a una serie de preguntas concatenadas. Y no lo hace nada mal. De hecho, es capaz de convertir, en segundos, un texto en diferentes formas y tonos, con ejemplos muy ilustrativos.
Aquel docente que se hubiera dedicado a la mera transmisión de conocimientos siente ahora el temblor del suelo educativo que pisa. Presiente que algo se fragua bajo sus pies, y, en cualquier momento, va a explosionar.
Llevamos años hablando de implantar metodologías activas del aprendizaje y de abordar la evaluación de los estudiantes desde una perspectiva más formativa que sumativa.
Y la verdad es que, aunque se ha avanzado al respecto, estamos muy lejos de contar con un sistema educativo con amplio arraigo de sendos aspectos.
El sistema educativo es lento de movimiento y más lento aún de reflejos. Esto, per se, no es malo (ni bueno). Hay una razón de peso para esta lentitud y es que no queremos hacer experimentos con la formación de nuestros estudiantes, tanto formación técnica como una formación integral de la persona. Dejemos aquí está idea. En educación, tenemos la velocidad de la sabia tortuga.
Y da igual a qué nivel educativo nos refiramos. Quizás convenga matizar algo esta afirmación. En el nivel preuniversitario existe, por lo general, y considerándolo como bloque, una mejor capacitación pedagógica (tanto de competencia profesional en la enseñanza como de competencia digital docente). Los profesores universitarios constituyen una amalgama de docentes vocacionales, de investigadores que enseñan y de profesionales que comparten su experiencia en la realidad empresarial y de la sociedad. Sí hay un denominador común entre todos ellos: no cuentan con competencias pedagógicas ni tampoco, por lo general, tecnológicas. En sí mismo esto no tendría que ser grave. Todo se puede aprender. El problema existe cuando la actitud es de resistencia activa a mantenerse actualizado.
Una de las soluciones propuestas más citadas por más de 100 expertos en la segunda conferencia para el desarrollo de un instrumento legal para regular la IA en la educación, celebrada a finales de octubre de 2024 en el Consejo de Europa en Estrasburgo, fue la capacitación de los profesores. Sí que se perdía cierto consenso sobre si la IA debe constituir un capítulo propio de formación, o debía integrarse de forma transversal en el resto de la capacitación de competencias digitales docentes. Quien defendía que debe constituir otro capítulo formativo exclusivo y diferenciado, apelaba a que, por primera vez, enfrentamos una tecnología que simula, en muchos aspectos, al ser humano. Y que estamos ante una tecnología aún más veloz (en su adopción y en su forma de cambiar y evolucionar) que cualquiera de sus predecesoras. Más aún que lo que supusieron, en su momento, las redes sociales. Y recordemos el impacto de las redes sociales en los procesos cognitivos y de salud mental de los jóvenes. Ahora pensamos en la IA, que lo eleva todo a la enésima potencia.
En este contexto, no es que haya que redefinir el rol docente. Es que se tiene que ingeniar de nuevo. No hablamos de una transición, una mudanza de casa en el mismo país (como sería la adquisición de competencias digitales). Hablamos de un cambio de país a otro continente. ¿Quizás a otro planeta?
Muchos dijeron que Elon Musk imaginaba demasiado lejos. Y se jactaban cuando sus primeros cohetes fallaban en la toma de tierra. Y hace nada vino a demostrar, una vez más, que los visionarios son capaces de hacer que muchas cosas sucedan de verdad. La IA va a hacer que todo se transforme de manera absolutamente radical. Pensar en aprender metodologías activas y competencias digitales, donde los docentes mostraban sus reticencias, va a parecer un paseo comparado con la reinvención que viene.
Decir cómo será ese futuro docente me provoca decir lo que yo misma imagino (y, sobre todo, escucho a otros imaginar). Siempre recuerdo a mi director del doctorado cuando, en las conclusiones me invitaba a «jugármela», a vaticinar, a proyectar en base a mi conocimiento. Quizás mi natural cautela me hace, afortunadamente, mantenerme prudente. Este mundo cambia a tal velocidad que este ejercicio parece más de videntes que de visionarios. Si bien, sí me atrevo a decir algunas cosas. Pienso que ayuda que diseccionemos la temática en escenarios temporales. A cinco años. A diez años. Y a cien años.
A cinco años le diría a un docente que se centre en los procesos de evaluación. Que abandone ya toda suerte de proceso sumativo y se concentre en el formativo. Si cambia su forma de evaluar, cambiará toda su docencia. También le diría que invierta esfuerzos en desarrollar su competencia digital (siguiendo el marco europeo de competencia digital docente, DigCompEdu), y, al mismo tiempo, emprenda la capacitación en el uso de la IA. Y por capacitación no me refiero solo a cursos, sino que lea, que se atreva a probar cosas. Que experimente en primera persona la IA.
En diez años, no es solo que el sistema o las instituciones educativas para las que trabaje se lo demandarán, es que le saldrá solo. Si tiene competencia docente en la evaluación y competencias digitales, el siguiente salto vendrá dado de forma natural. Probablemente descubra que la tecnología puede ocuparse de todo el proceso de aprendizaje del alumno donde su presencia no es necesaria. Esto puede resultar algo doloroso para muchos docentes, porque la vocación es lo que nos mueve, y eso significa que dedicamos mucho tiempo a generar un impacto en las personas a las que nos dirigimos. Y decirnos a nosotros mismos que en algunos aspectos de nuestra docencia no estamos generando dicho impacto, nos puede doler un poco. Pero creo que ayuda el pensar que, entonces, podemos llegar con mucha más profundidad allá donde la IA no puede llegar. ¿Somos capaces de advertir que, en nuestras aulas, gran parte de los alumnos se pasan la mayor parte del tiempo callados, sin desarrollar su capacidad de pensamiento? Aquí es donde los detractores de todo el aprendizaje activo suelen entrar en juego esgrimiendo el argumento de que un profesor no está para entretener y, mi término favorito, divertir a sus alumnos. Y no podremos estar más de acuerdo todos los que sí creemos en el aprendizaje activo. Yo no les divierto a ellos. Me divierto yo, porque considero que ser docente es una de las profesiones más estimulantes y emocionantes.
También nos encontramos, como indicaron en 2023 investigadores de Stanford Accelerator for Learning y del Stanford Institute for Human-Centered AI, con alumnos que no se atreven a participar porque se sienten juzgados por sus compañeros. Hallazgo que ya había sido advertido por otros investigadores, especialmente recuerdo a Marita Skjuve, de Noruega que me sorprendió en 2021 con su estudio sobre las relaciones afectivas que los estudiantes de su universidad podían generar con un chatbot. En su estudio comprobó que el estudiante prefería preguntarles a sus profesores dudas administrativas, mientras que temas de fondo relacionados con su aprendizaje, prefería preguntárselo a la IA, pues no se sentía juzgado y sentía que podía expresarse con mayor libertad. Y este hecho debería cruzarse con una de las respuestas que más a menudo dan los alumnos cuando se les pregunta qué es para ellos un buen profesor. Destaca la capacidad de escucha a sus alumnos por encima del dominio de su materia y de la pasión con la que la transmita. Un mentor sabe que debe anular, en la medida de lo posible, su juicio subiendo el volumen de la escucha lo máximo que pueda. Porque así podrá acertar mejor en ese acompañamiento al estudiante. En esto no debería «ganarnos» la máquina.
Aprendizaje activo no es solo una línea pedagógica de actuación e intervención, es implicar al alumno en su propio proceso de aprendizaje. Cuantas más interacciones mantiene un alumno con el conocimiento, más logra afianzarlo e integrarlo en su persona.
La información ya hace mucho que es accesible para todos (o la gran mayoría que disponga de un móvil con acceso a internet). Lo que hay que enseñar a los alumnos, según muchos investigadores, pero por apuntar algunos en concreto, los del Berkman Klein Center for Internet & Society de la Universidad de Harvard, es a desarrollar el pensamiento crítico, a crear y ser ingeniosos en la resolución de problemas cada vez más complejos, y como dice Javier Paricio, de la Universidad de Zaragoza, a fijar las claves, los conceptos umbral de cada ciencia y disciplina. Enseñarles competencias y habilidades socioemocionales (según expertos del Consejo de Europa), por ellos mismos y su salud mental, y para que ganen consciencia de que, para crecer y evolucionar, el ser humano siempre ha necesitado, a lo largo de la historia, ir de la mano de otros. Que nos necesitamos, y, para ello, debemos saber relacionarnos y colaborar.
El listado de razones para creer en ese nuevo rol del docente daría para un capítulo de libro, pero, sobre todo, por poético que pueda sonar, el sentido último de un docente es llegar al alma de las personas a las que acompaña en su proceso de crecimiento (con independencia del ciclo formativo al que nos refiramos). Un profesor enseña, pero, sobre todo, inspira, educa, proyecta, guía, ilumina horizontes, posibilita, eleva el espíritu.
A diez años vista, el docente estará ejerciendo más de mentor que de transmisor. Hará uso de diferentes herramientas (presenciales o digitales) para recomendar experiencias formativas personalizadas. Gran parte del proceso de aprendizaje transcurrirá prácticamente de forma autónoma. En el Hub de Educación Digital de la Comisión Europea, uno de los temas que aparecen de forma recurrente en los diferentes foros es el de la autorregulación del aprendizaje. Quizás, a priori, pocos lo ligarían a la temática de la IA, pero cuanto más se desarrolla un concepto, más sentido tiene que el otro gane caudal. Y, si bien mucha parte del proceso transcurrirá con esa autonomía, otra se realizará en comunidades de aprendizaje, concepto ya existente pero que se resignificará.
El docente ofrecerá y sugerirá, según la escucha digital y dialógica mantenida con sus alumnos, experiencias personalizadas, mas no necesariamente las habrá generado él mismo, como sucede ahora mismo. Como una carta de un restaurante, o un plano de metro, habrá multitud de experiencias generadas parte por expertos (docentes o no), parte por sistemas de IA. La destreza del nuevo rol del docente radicará en saber hacer una buena lectura de las personas a las que acompaña en su proceso de aprendizaje. Para ello, deberá no solo controlar su disciplina, sino seguramente más importante, dominar en qué consiste cada experiencia de aprendizaje, en qué tipo de alumno (o de comunidad de aprendizaje) logra un mayor impacto y consecución de los resultados de aprendizaje y de las competencias profesionales. Para ello también necesitará tener una competencia tecnológica relacionada con el análisis e interpretación de los datos de aprendizaje de sus alumnos (perfiles, estilos, comportamiento, logros, dificultades, etc.). Lo que se venía conociendo como «Learning analytics» (analítica del aprendizaje) pero en una nueva dimensión gracias a la IA.
Los docentes guiarán a los alumnos en sus experiencias formativas. Para adquirir una buena destreza, podrán practicar situaciones de aprendizaje y de testar con antelación los resultados de sus propuestas a los alumnos, gracias a los simuladores de IA, que deberá saber utilizar adecuadamente.
Para terminar, sin defraudar a mi maestro y mentor de doctorado, el profesor doctor D. Manuel Figuerola Palomo, quiero aventurarme a los cien años. Creo que, para entonces, los sistemas de IA, y habiendo superado todos los procesos mundiales regulatorios que, en la primera fase de la IA, se hallan en conflicto y choque aquellas posturas más liberales con las más temerosas, nos podrán recomendar, estemos donde estemos, a las personas del mundo que estén en mejor disposición para enseñarnos y guiarnos sobre una determinada cuestión que necesitamos aprender. Realmente se dará el «Aprendizaje para toda la Vida». Es más, se dará desde el inicio de la vida de cada persona. De pequeños, todo puede que siga siendo muy parecido pues en esos primeros años se está conformando la persona. A partir de los quince o dieciséis, los ciclos se romperán. El nexo de unión en una experiencia de aprendizaje serán las inquietudes, el momento vital (que no siempre se corresponde con la edad biológica), con independencia de la edad, o de la localización. Nuestra trazabilidad digital será máxima. Habrá quien vivirá, si es que es posible, desconectado totalmente. Pero casi todo el mundo tendrá su propio «expediente digital» donde irá acumulando vivencias. Un «LinkedIn» desde ese primer minuto de existencia. La IA nos irá dando los datos que nos sean más útiles (a cada persona los suyos propios), nos irá sugiriendo personas, retos, experiencias. Y todos ellos se vivirán en el plano presencial, porque seguiremos siendo humanos y estas experiencias las necesitamos para planos más existenciales que solo «la máquina» no podrá suplir nunca. Necesitaremos un lugar donde seguir soñando e imaginando futuros juntos. Y seguiremos necesitando de guías en quien confiar para dar nuestro siguiente paso en la vida.
O quizás, la universidad perdure otros 100 años más, tal y como la conocemos.
Yo me atrevo a decir que no.
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