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Éric Vuillard (1968). Escritor, director y guionista de cine. Ganador del premio Goncourt en 2017 por su novela El orden del día.


Avance

Éric Vuillard: «14 de julio». Tusquets, 2019

Javier Ors entrevista al escritor Éric Vuillard a propósito de la publicación de su libro 14 de julio. La obra es descrita por Ors como una mezcla entre «lo novelístico, lo histórico y lo documental», donde el autor relata lo que sucedió el día que inició la Revolución francesa, y los hechos que condujeron a ella. La narración no se hace desde la perspectiva de grandes héroes o de pensadores influyentes, sino de personajes anónimos que patentizaron el malestar social con la toma de la Bastilla.

Las reflexiones de Vuillard sobre la Revolución francesa recuerdan a la famosa frase de Cicerón: Historia magistra vitae («la historia es maestra de la vida»). Para el autor, la narración de hechos históricos no tiene un simple carácter anecdótico; por el contrario, cumple una tarea esencial: la mirada hacia el pasado funciona como un espejo en el cual nos miramos a nosotros mismos y reflexionamos sobre nuestro presente. En ese sentido, la Revolución francesa es una maestra que nos ha legado lecciones para analizar y cuestionar problemas actuales.

Hoy en día, ya no hay reyes acaparadores del poder y de los privilegios. Sin embargo, sí existe —en la opinión de Vuillard— una entidad que concentra, por encima de todas las demás, un nivel de soberanía de la que no había gozado en el pasado: el dinero. «El poder económico se ha globalizado, es más poderoso y, además, lo retienen menos personas». En este contexto, las brechas sociales han aumentado. Vuillard recuerda una enseñanza de Montesquieu: «Cuando un poder se concentra, la soberanía quiere extenderse». Por ello —comenta— es necesario que exista un contrapoder que lo limite. Considera que, en la actualidad, las luchas sociales reclaman horizontalidad y democracia para frenar a los poderes jerárquicos de las multinacionales, lo que recuerda las luchas del pasado, pero también expresa una formulación novedosa.

Volver la mirada al pasado nos apela, porque aún existe un largo camino por recorrer en nombre de la igualdad y la libertad: «La precarización hoy es una cuestión central para las personas». Estudiando la Revolución francesa, revisitando la época, nos encontramos también con la precarización, «por desgracia». Para Vuillard, el único límite para el poder económico es el poder popular. Y sobre ello, la Revolución francesa es una gran maestra.


Artículo

El ganador del Premio Goncourt por El orden del día homenajea a las personas anónimas que tomaron la Bastilla en esta nueva obra suya, 14 de julio, entre la novela y la historia, con muchas lecturas.

El pasado como metáfora o espejo de hoy; como reflejo oportuno o adecuado para atisbar en sus sombras las disyuntivas que propone el orden del mundo actual. Éric Vuillard regresa a ese género híbrido que marida lo novelístico, lo histórico y lo documental, para contarnos la historia menuda de la Revolución francesa, la de esas gentes anónimas que asaltaron la Bastilla y que en tantas ocasiones han sido soslayadas o sustituidas en los manuales por los nombres de los reyes y ministros. Su 14 de julio (Tusquets) es una obra intensa, sólida, donde el verdadero texto es el subtexto, el mensaje se atisba entre las líneas y el final, curiosamente, puede ser una elegante alusión a otro comienzo.

–Todo se inicia con una precarización del salario: ¿un aviso para navegantes?

–A partir del presente es como observamos la historia. La precarización hoy es una cuestión central para las personas. Viendo la Revolución francesa, revisitando la época, vuelve a salir.

–Su libro transparenta el esquema social del Antiguo Régimen. ¿La globalización lo está reproduciendo de alguna manera?

–Tenemos, de hecho, un fenómeno de globalización en la época con el tratado de libre comercio con Inglaterra, que está en el origen del deseo de bajar los salarios y que está ligado a la mundialización. Pero la concentración hoy de los poderes económicos hace sobresalir una nueva forma de aristocracia, en cierta forma.

–¿Quiere decir que el absolutismo de antaño lo han encarnado las multinacionales actuales?

–Podríamos decir que si retomamos lo que es hoy una lección importante, la de Montesquieu —compartida por toda la gente con opiniones democráticas—, lo que nos enseña es que cuando un poder se concentra, la soberanía quiere extenderse. Es una especie de ley física. Todo el mundo ha podido constatarla. Por tanto, lo que él nos dice es que sería necesario un contrapoder, una limitación. Hoy el poder económico alcanza unos niveles de poder y soberanía inéditos en la Historia. Desde este punto de vista, en comparación con la aristocracia del Antiguo Régimen, el poder económico se ha globalizado, es más poderoso y, además, lo retienen menos personas. En el Antiguo Régimen, el diez por ciento de la población era la que gozaba de las rentas de la tierra. Hoy en día, la élite económica es menos del 10 por ciento de la población. Es infinitamente menos. Eso significa que este poder ha alcanzado grados de concentración desconocidos. Y enfrente tiene pocos límites y contrapoderes. Constituye un peligro totalmente inédito.

–¿Tendremos que asaltar la Bastilla de nuevo?

–No hace falta decirlo. Desde 2008, en Europa, Estados Unidos y el mundo árabe hay personas que se han movilizado en las plazas y en todas partes. Lo que se escucha es que todos esos movimientos quieren profundizar en la democracia y las libertades y en las ideas de igualdad. Son movimientos sin instigadores y sin cabecillas que hacen su reivindicación. No quieren líderes. Frente a los poderes jerárquicos de las multinacionales, hay aquí una afirmación de horizontalidad, de democracia, que está en la línea de las luchas que ha habido en el pasado y, también, una formulación nueva. El único límite para el poder económico es el poder popular.

–¿Y qué lo impide? ¿Lo que aún queda de comodidades?

–No lo sé, no lo creo. En el 14 de julio hay un problema de hambruna, pero en Francia, en el país más poderoso del mundo. Es ahí donde se produjo la revolución. El problema fundamental es primero, el abismo de las desigualdades. Cuanta más desigualdad, más se siente como insoportable. La otra posibilidad es recurrir a una ideología. En este momento, en Francia, el pueblo tiene una ideología disponible. Hablo de la libertad, la igualdad, y de aprehenderlas. En un momento como este, claramente, de desigualdad pronunciada, nos parece insoportable. El hambre afecta a mucha gente, y apenas tiene sanidad. Por otro lado, la idea de igualdad se ha difundido. La gente sabe lo que es y ya no se quita el sombrero cuando pasa el jefe. Con ese grado de conciencia de la igualdad, se puede esperar cualquier cosa.

El dinero es cobarde. La gente con dinero se pliega ante los revolucionarios y los dictadores en general.

La palabra dinero no es una palabra vulgar, es el título de un libro de Zola. La literatura a largo plazo ha visto que uno de los problemas modernos centrales es la redistribución del poder a favor del mundo económico. Por otro lado, creo que el poder del dinero tiene varias características. El poder económico es oportunista y cínico. Está desligado del mundo real y ordinario. Frente a movimientos colectivos y las revueltas, el poder económico tiene miedo, porque no entiende el mundo. Incluso les cuesta comprender. Es como los aristócratas del Antiguo Régimen, que no entienden la sociedad. Cuando María Antonieta pregunta qué es lo que reclama el pueblo, le dicen: pan. Pues que les den brioche, responde. La frase será apócrifa, pero nos ilustra de la distancia a la que están de la realidad.

–¿Los políticos hoy están otra vez ensimismados como esa reina?

–Siempre presentamos la literatura del lado de la ficción y la vida política, en el serio, el de la realidad. La experiencia que tenemos todos de la vida política es justo lo contrario. La vida política está del lado de la ficción. Un ejemplo, cuando vemos a todos los jefes de Estado reunidos para una cumbre, llevan el mismo traje. Es la misma forma de vestirse de la aristocracia que describía Balzac. Demuestra el conformismo del ambiente. Y lo vemos todo. Y en ese grado de conformidad, lo que significa es que ni ellos mismos han elegido el traje. Vemos una ficción.

–¿Qué nos dice la gente anónima de este libro?

–El 4 de agosto, los privilegios fueron abolidos, pero veinte días antes, el pueblo parisino había tomado la Bastilla. ¿Qué significa esto? Que esa decisión de los diputados de abolir los privilegios está hecha sobre la presión popular y únicamente bajo ella. Ninguna decisión de la revolución se tomó sin la presión popular. Lo mismo para la proclamación de la república. También aprendemos qué en cada movimiento de masas existe una inteligencia colectiva. El pueblo se comportó de manera consecuente para concluir que el poder real no podía amenazarlo.


Este texto se publicó por primera vez en La Razón; lo reproducimos en Nueva Revista con su autorización.

Escritor y periodista en el diario «La Razón».