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El éxito internacional de El hombre duplicado, su última novela, ha vuelto a provocar una catarata de intervenciones públicas del escritor portugués. Desde hace años, pero especialmente desde que en 1998 obtuviese el Premio Nobel de Literatura, Saramago ha multiplicado su presencia activa en los medios de comunicación (en unos más que en otros), recuperando la figura del escritor comprometido —confusa etiqueta ideológica que siempre apunta en la misma dirección, ya que sólo se puede ser comprometido si se es de izquierdas—. Y Saramago lo es, sin fisuras: «Soy comunista y no encuentro ningún motivo para dejar de serlo».

«ME SIENTO VERDADERAMENTE MAL EN ESTE MUNDO»

En las entrevistas, ruedas de prensa y presentaciones de libros, Saramago suele hablar un poco de literatura —lo justo— y mucho de política. Disfruta cuando le piden su opinión sobre todo tipo de cuestiones sociales, políticas y económicas, pues ello le permite, dice él, subrayar su compromiso ético como ciudadano. Eso sí, su inamovible comunismo, nada alegórico, traspasa todos los comentarios. Por lo general, en sus intervenciones le sale una perseverante faceta visionaria y apocalíptica que, además, consolida su imagen de escritor pesimista, lo que le viene muy bien para destacar literariamente su filiación kafkiana. «Hemos llegado al fin de una civilización», ha comentado lacrimógenamente en más de una ocasión. Sobre su visión del mundo, suele responder: « ¿Que cómo es la percepción que tengo del mundo? La peor que cada uno de ustedes tenga del mundo siempre será mejor que la mía».

Este cansancio vital tiene, en su caso, unas concretas raíces políticas: «La democracia es una falacia», dice; «Los Gobiernos son los comisarios políticos del poder económico», «La explotación ha alcanzado una exquisitez diabólica», «El neoliberalismo es un nuevo totalitarismo, disfrazado de democracia», «La globalización económica es incompatible con los derechos humanos» —así ha expresado algunas de sus convicciones políticas—. Su alternativa política tiene nombres y apellidos: Fidel Castro y el movimiento antiglobalización. «En Cuba se mantiene la esperanza en el ser humano», sostiene.

Delante de un micrófono, no tiene reparo en opinar de todo. En su visita a Palestina, comparó la política de Israel con los campos de exterminio de Auschwitz y Buchenwald. A la pregunta sobre los libros de Harry Potter, se despachó diciendo que el éxito se debe a «una necesidad de relacionarse con lo sobrenatural, algo que también se nota en la multiplicación de sectas religiosas». También son conocidas sus reiteradas opiniones contra la Iglesia católica y su identificación con una visión del mundo radicalmente atea: «Dios, definitivamente, no existe. Y si existe, es rematadamente imbécil. Porque sólo un imbécil de ese calibre se habría dispuesto a crear la especia humana como ésta ha sido, es y será».

Esta imagen pública, combativa y conflictiva, ha contaminado su faceta como escritor, a pesar de que Saramago, en su literatura, se aleja bastante de los presupuestos del realismo socialista. «No recuerdo haber escrito una sola palabra que estuviera en contradicción con mis convicciones políticas, pero eso no significa que alguna vez haya puesto la literatura al servicio de mi ideología». Su comunismo, persistente y tenaz en las intervenciones públicas, no se manifiesta estéticamente en el empleo de novelas de tesis y de un realismo comprometido, aunque sus novelas transmitan su visión atormentada y pesimista del mundo.

UN ESCRITOR TARDÍO

José de Souza (Saramago era un apodo familiar) nació en 1922 en un pequeño pueblo, Azinhaga, en el seno de una familia rural. Poco tiempo después, a los dos años, su familia se trasladó a Lisboa. Allí, finalizó sus estudios primarios y trabajó durante tres años en un taller de motores. Su interés por la literatura y el periodismo le viene desde muy joven. Durante doce años fue director literario de una editorial y ejerció de crítico en la revista Seara Nova. Desde 1969 ha militado en el Partido Comunista. En 1972 y 1973 fue comentarista del Diário de Lisboa. En 1975, después de la Revolución de los Claveles, fue nombrado director del Diário de Noticias, una etapa no exenta de duros enfrentamientos con el resto de la redacción. Al abandonar este puesto optó por dedicarse de lleno a la literatura. Hasta entonces, sólo había publicado Tierra de pecado (1947), una novela sin mucho interés. Salvo sus colaboraciones periodísticas, Saramago estuvo veinte años sin escribir literatura.

Su tardía trayectoria como novelista le sitúa en un singular lugar respecto del resto de los escritores de su generación —José Cardoso Pires, Agustina Bessa Luis, Vergilio Ferreira, Urbano Tavares Rodrigues, etc.—. Saramago, sin embargo, participa más de las inquietudes de los novelistas portugueses que empiezan a darse a conocer a partir de 1980: Lidia Jorge, Almeida Faria, Antonio Lobo Antunes, Mário de Carvalho, Hélia Correia, etc.

DIARIOS AUTOCOMPLACIENTES

Además de las novelas, que comentaremos más adelante, Saramago ha publicado un buen libro de viajes, Viaje a Portugal (1995) y varias recopilaciones de artículos escritos durante su etapa como periodista: De este mundo y del otro (1971) y Las maletas del viajero (1973), los dos publicados en España por Ronsel. Antes de lanzarse a la novela, publicó los libros de poesía: Poemas posibles (1966) y Probablemente alegría (1970) —de ellos se ha hecho en 1999 una antología, Piedra de luna— y el poemario O ano de 1993 (1975). Entre sus piezas teatrales destaca In nomine dei (1993). También es autor de cuentos infantiles y los libros de relatos Casi un objeto (1978) y Poética de los cinco sentidos (1979).

En España, además, han aparecido dos volúmenes de sus diarios: Cuadernos de Lanzarote I y II (e 1 último publicado en 2002), muy alejados en su estética y calidad de los diarios de otros dos escritores portugueses famosos, Miguel Torga y Fernando Pessoa. Para Saramago, el diario no tiene entidad como género autónomo y se convierte en una agenda o archivador de sus intervenciones públicas y de su faceta como escritor. Hay sugestivas páginas biográficas que vienen bien para conocer tanto sus ideas literarias como su pensamiento y personalidad. Sin embargo, sus diarios suelen estar plagados de notas insustanciales y anodinas, pues reproduce sin más numerosas cartas que escribe y recibe, conferencias, los textos de las presentaciones de libros, entrevistas, etc. Las referencias a la intimidad son poco originales y previsibles, lo mismo que la insistencia en sus conocidas opiniones políticas. Seguro que Saramago es sincero en sus apreciaciones y en su visión de las cosas, pero resulta chocante que una persona que dice estar asqueada de este mundo muestre en estos textos una imagen tan autocomplaciente de sí mismo.

ENSAYOS CON PERSONAJES

En 1977 publica su segunda novela, Manual de pintura y caligrafía, un texto espeso y difícil en el que un pintor retratista reflexiona de manera compulsiva y barroca sobre el amor, el destino, la historia, la sexualidad y la política. 1980 es el año de Alzado del suelo, novela de tesis que refleja sus inquietudes políticas y sociales, describiendo la dura vida de los campesinos durante la dictadura de Salazar. En 1982 publica Memorial del convento, novela histórica y fantástica sobre la construcción del convento de Mafra en 1710 y con la que Saramago hace una interpretación en clave de lucha de clases de estos sucesos históricos.

Con El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), una de sus novelas más importantes, consiguió una mayor resonancia internacional, gracias sobre todo a la elección del protagonista, Ricardo Reis, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, personaje que también aparece en esta novela. De 1986 es La balsa de piedra, de la que recientemente ha aparecido una versión cinematográfica, una de sus novelas más entretenidas por su valor satírico. Con bastante ironía, Saramago describe la separación física de la península Ibérica del resto de Europa. En 1989 publica Historia del cerco de Lisboa, donde vuelve a reincidir, como ya hiciera en Memorial del convento, en las relaciones entre la literatura y la Historia, la realidad y la escritura.

En 1991 aparece una novela fundamental tanto en su trayectoria literaria como personal: El Evangelio según Jesucristo, y que provocó un sonoro escándalo en Portugal. En ella Saramago expone su incendiario rechazo del mensaje de Jesucristo y de la religión cristiana, realizando una relectura muy personal y carnal de los Evangelios. La novela fue seleccionada para representar a Portugal en 1992 en el Premio de Literatura Europeo, pero a última hora el Parlamento portugués decidió retirarla por su polémico anticatolicismo. La decisión provocó un duro enfrentamiento de Saramago con el Gobierno de centroderecha y su posterior salida de Portugal a Lanzarote, donde reside desde 1993, más como un emigrante-turista que como un exiliado.

Hasta este momento, Saramago es un escritor que ha ido construyendo un personalísimo mundo narrativo basado en una concepción pesimista de la literatura (hay muchos ecos de Kafka, Borges y Pessoa) y en un desasosegante estilo de reminiscencias orales que reitera el uso de técnicas novedosas, como la falta de puntuación. Saramago afirma que «escribe las palabras tanto para ser leídas como para ser oídas» y que «determinadas tendencias que reconozco y confirmo (estructuras barrocas, oratoria circular, simetría de elementos) supongo que vienen bien de una cierta idea del discurso oral tomado como música». El resultado es un estilo interesante e insólito, pero artificioso, complicado y rebuscado, que exige una sobresaliente esfuerzo por parte del lector.

EL CICLO DE LANZAROTE

Personalmente, me atraen más las novelas que Saramago escribe a partir de su salida de Portugal en 1993, Hay, de entrada, un cambio significativo: la acción ya no se centra en sucesos históricos ni colectivos, sino en pocos personajes que simbolizan una temática más universal y existencial, como si hubiese habido un deliberado paso del nosotros a un yo simbólico. En relación con el estilo, Saramago suaviza el barroquismo y lo hace más discursivo, manteniendo su tendencia a la oralidad, una de las notas distintivas de un modo de narrar ensayístíco —«ensayo con personajes», así ha definido sus novelas—.

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En 1995 publica Ensayo sobre la ceguera, una de sus creaciones más conseguidas. La novela, de resonancias kafkianas, describe !a extensión imparable de una epidemia de ceguera en una ciudad simbólica, que acaba sumida en el caos. Se trata de una parábola dura, impactante, que provoca el espanto y que deja el espíritu agarrotado y en tensión. Mientras escribía esta novela, Saramago era consciente de estar creando un mundo espantoso, repleto de horror: «Por esta vez la expresión de pesimismo de un escritor de Portugal no va a manifestarse por los canales habituales del lirismo melancólico que nos caracteriza. Será cruel, descamado, ni el estilo estará presente para suavizarle las heridas». Saramago crea una parábola desesperanzada de la vida humana, con un mensaje existencial amargo, donde no hay sitio para la piedad ni la solidaridad. Literariamente, se aprecia un notable cambio, el estilo es menos espeso y más discursivo y frío, como un ensayo; su eficacia estética resulta demoledora.

PARÁBOLAS MUY KAFKIANAS

En 1998, antes de recibir el Premio Nobel de Literatura, publicó Todos los nombres, novela sobre el amor y la muerte que continúa con el tono alegórico empleado en Ensayo sobre la ceguera. La vida de don José, el único personaje de esta novela con nombre propio, un aletargado escribiente de la Conservaduría General del Registro Civil, transcurre inmersa en un trabajo tedioso, inhumano, burocrático. Su ocupación sólo tiene como fin anotar datos en las fichas de vivos y muertos que forman un inabarcable fichero irracional y laberíntico, una imagen muy del gusto de Kafka y Borges. Un inesperado suceso, de imprevisibles consecuencias para él, dará al traste con su mecánica vida y provocará un desesperado proceso de búsqueda de una mujer desconocida, sobre la que incluso don José deposita esperanzas amorosas que puedan dar sentido a su previsible vida. Tanto el argumento, sabiamente dosificado, como los escenarios, el cementerio y la Conservaduría, inciden en la idea de un mundo absurdo, inhumano y sin sentido. Todos los nombres está escrita con un deductivo expresionismo que transmite una visión nihilista sobre la condición humana.

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La caverna (2001) es la primera novela que escribe después de la concesión del Premio Nobel. Al igual que las dos anteriores, con las que guarda bastante unidad, reflexiona sobre la deshumanización que rodea al hombre contemporáneo, en esta ocasión con un mensaje actual, pues crítica la influencia todopoderosa de los centros comerciales en la vida económica y en las relaciones sociales y personales de los habitantes de una ciudad también simbólica. El alfarero Cipriano Algor recibe la noticia de que el centro comercial al que vende sus trabajos no va a volver a encargarle ningún trabajo más, pues los clientes prefieren ahora un tipo de productos menos artesanales. La noticia provoca desazón en Cipriano; incapaz de abandonar la alfarería, lo único que sabe hacer, emprende la desesperada aventura de fabricar unos muñecos de arcilla con la intención de que el centro admita la producción. El mensaje de la novela, un tanto forzado en sus intenciones últimas (económicas y sociales), tiene un inquietante paralelismo con el pasaje del mismo título de esta novela que Platón describe en La República, Para Saramago las cosas que vemos no son reales, son imágenes adulteradas de la misma realidad. Otra vez la novela es una excusa para la divagación moral.

SOBRE LA PÉRDIDA DE IDENTIDAD

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Y, por último, El hombre duplicado (2003). Se trata de su novela más abierta y entretenida, con un componente narrativo más acusado, una intriga que engancha al lector y unos personajes menos marcados por la aureola simbólica de sus últimas creaciones. Sin embargo, su alcance estético es, quizás, más limitado.

Tertuliano Máximo Afonso, un anónimo profesor de Historia en un instituto, divorciado recientemente de su mujer, atraviesa una fase de aburrimiento y depresión. Otro profesor le recomienda que vea una película para distraerse. Sin mucho entusiasmo, Tertuliano Afonso la ve, pero en un momento dado, angustiado, descubre que uno de los actores secundarios es una persona completamente idéntica a él. El hallazgo le paraliza y le provoca la agobiante búsqueda de su doble en su misma ciudad.

Los vaivenes del argumento tienen más peso que en sus novelas anteriores, aunque resulta más brillante el planteamiento que la resolución, un tanto tópica. En las entrevistas que ha concedido después de presentar El hombre duplicado, Saramago ha insistido en que se trata de una reflexión sobre la búsqueda de la auténtica identidad, sin apenas profundizar en esta idea, interesante pero ambigua. En esta ocasión, las intenciones narrativas y existenciales que anticipa el autor exceden el mensaje que luego se vislumbra en la novela, pues no queda muy claro qué es eso de la búsqueda de la identidad, más aún cuando, después de rematar la narración con un final inverosímil, se echa en falta el habitual trasfondo visionario del resto de sus obras. Tertuliano Afonso padece un incierto desasosiego interior, pero a su sufrimiento le faltan dosis de profundidad para convertirse en un conflicto de carácter universal.

Adolfo Torrecilla (Madrid, 1960) es profesor y crítico literario. Dirige la sección de literatura de la agencia Aceprensa y colabora en diferentes revistas y medios de comunicación. Entre otras publicaciones, es autor de "Dos gardenias para ti y otros relatos".