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Cuando una obra biográfica es tan contundente y extensa como esta de Safranski sobre Goethe, es fácil confundir el comentario sobre la misma con el comentario sobre el biografiado; colabora con ello en este caso, evidentemente, el peculiar carácter de este, su posición en la cultura europea y su condición de rara avis. O quizá no tan rara, sino más bien el modelo, o uno de los principales modelos de todos los que después se han postulado a sí mismos como raros, diferentes, mejores, superiores y únicos. Pero una de las mejores virtudes de esta escritura es precisamente que el autor no se queda en ello, sino que por fin se muestra al público el otro Goethe, ese que los muy entendidos parecen conocer pero los solamente iniciados no pueden más que sospechar. Leemos en esta obra múltiples textos originales y también decenas de referencias que nos muestran al Goethe envanecido, egocéntrico, divino, el del estereotipo de los pro- y de los anti-Goethe; y al lado de esas, leemos las que comunican el otro Goethe, el que detestaba a los románticos narcisistas, a los solipsistas poéticos o filosóficos, el Goethe casi humilde en sus inseguridades artísticas y literarias, el simple burgués más bien sobrepasado por su buena suerte. Safranski es todo lo ecuánime que se puede ser al reflejar ambos en su escritura desde el primer momento, y mantiene esa bipolaridad con tensión y energía hasta el final de las 600 páginas. En realidad, se introducen más y más polos conceptuales que van componiendo un complejo mundo tanto individual como colectivo, de un modo que al lector se le antoja verosímil e incluso veraz. No solo atenderemos, veremos y oiremos al mismo Goethe individual y sus luchas consigo mismo, sino que, simultáneamente, como en paralelo, tendremos parte de nuestra atención absorbida por la galerna histórica que nosotros conocemos pero los personajes ni sospechan, y que por fin se adueña del paisaje, de las actividades y hasta del mismo biografiado, esa Revolución Francesa que apenas es el comienzo de nuestro presente, como algunos lúcidos de entonces casi vislumbran.

Rüdiger Safranski: Goethe. La vida como obra de arte. Tusquets, 2015, 687 págs., 25 euros Traducción de Raúl Gabás

La Revolución, su resolución o continuación o disolución en el napoleonismo, y cómo todo ello construye al Goethe histórico va a ser un argumento muy principal de esta biografía, a diferencia de otras sobre el mismo personaje, más centradas en el astro poético y sus desventuras. Recorremos al estilo clásico y en línea temporal continua la vida del niño y joven Johann Wolfgang, pero Safranski consigue evitar esas pegajosas anticipaciones de los biógrafos devotos: simplemente, y a la vista de las referencias aportadas, no nos queda más remedio que dar por sentado que se trató de un niño superdotado, sí, pero repelente y seguramente insoportable aunque no por su superdotación como algunos suelen suponer, sino a causa de las enseñanzas que sobre sí mismo ya le habían proporcionado a corta edad: rara vez el «nadie como yo» de los adultos deja de tener su origen en un «nadie como tú» repetido como mantra educativo. Pero Safranski es poco especulativo, y tampoco se permite ponerse psicologista: narra y narra, expone, cita, menciona, y continúa hacia delante. Después de esos comienzos, es sumamente interesante asistir a la verdadera enseñanza de ese que acabará siendo algo así como un viejo Werther: su fracaso universitario, su baño de realidad, su confrontación con un mundo en el que no es la mayor inteligencia lo más premiado precisamente. El autor de la biografía se las ingenia para respaldar todas y cada una de sus afirmaciones con cartas, diarios, comentarios escritos y se diría que hasta con facturas de restaurantes: todos esos materiales seguramente estén en archivos bien organizados, pero el caso es que hay que saber lo que se quiere encontrar, y luego relacionar unas cosas con otras, y en este aspecto el lector no tiene más remedio que rendir homenaje al biógrafo. La contrapartida es la necesidad, a veces incómoda, de compartir el interés del biógrafo por la más pequeña minucia vital del biografiado. No sobra, desde luego, pero a veces inquieta el conocimiento que el autor tiene de las decoraciones de las casas de los allegados de Goethe, o el menú de merienda que sirvió una ilustre regente de salones y tertulias en aquel Weimar. Dependiendo del momento del lector, esa montaña de erudición resultará deliciosa o se sentirá como un obstáculo. No así cuando entramos, de la mano de Safranski, en cada una de las obras de Goethe, que desatornilla como en monografías sucesivas, y con continuas referencias a la peripecia vital. Algo parecido a lo que ya nos maravilló en su fenomenal Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, que tantos puntos de contacto tiene con este Goethe, más allá de esas tertulias y esos encuentros con el joven filósofo en el salón de su madre.

Se diría que eso que se podría llamar en medios cultos el asunto Goethe es algo todavía muy por resolver, y que agrupa en bandos: unos ignoran al Goethe aristocrático, consejero de estado, político, pragmático, y otros al poético, apasionado, enamoradizo, burgués. Al que aborrecía la Revolución, unos, y al que admiró siempre a Napoleón, los otros. Safranski no evita a ninguno y nos proporciona la sensación de que por fin estamos ante una biografía que deja atrás los antiguos troqueles partidistas.