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En la imagen principal que ilustra este artículo, el apóstol Santiago lleva el atuendo tradicional de los peregrinos a Compostela: esclavina (prenda de abrigo colocada sobre los hombros) y sombrero de ala ancha. No se ve en la foto, pero este Santiago debió tener a mano un zurrón, un bordón e iría calzado de sandalias. La cruz está en la esclavina, a la altura del brazo izquierdo, y las conchas de vieira se observan también en el sombrero. 

Jacobo semeja decir a los españoles en la escultura: «La defensa de la verdad y la defensa del sentido de la vida es algo por lo que merece la pena vivir y morir. Lo importante no es que me involucren matando moros sino que me decapitó Herodes».

Parece decir: lo importante no es que me involucren matando moros sino que me decapitó Herodes.

En Santiago se hace visible la lucha de civilizaciones: lleva la verdad, predica la verdad, hasta el extremo de que “el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan” (Hechos de los Apóstoles, 12:2).

“El mundo es todo lo que acaece. El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas. El mundo esta determinado por los hechos y por ser todos los hechos”, afirma Ludwig Wittgenstein al comienzo de su Tractatus logico-philosophicus.

Independientemente de que el apóstol Santiago viniera a España y esté enterrado en Santiago de Compostela, Wittgenstein defendería que la realidad de la historia del Apóstol en España ha conformado y conforma la mente de nuestro pueblo y la occidental. Y eso es también “mundo”. Tenemos que contar con ese nuevo mundo. Es imposible renunciar a él.

Es el primer apóstol mártir por tener que “obedecer a Dios antes que los hombres” (la sinagoga judía).

Los datos históricos sobre Santiago se hallan en el Nuevo Testamento: fue uno de los doce apóstoles, pescador, hermano de Juan, hijo de Zebedeo y Salomé, debió tener un carácter fuerte, ansiaba ocupar los primeros puestos en el Reino de Dios, pero finalmente comprendió que anhelar los mejores sitios se corresponde en la lógica divina con ser asesinado por Herodes en Jerusalén alrededor del año 42. Es el primer apóstol mártir por tener que “obedecer a Dios antes que los hombres” (la sinagoga judía).

Después de la invasión mahometana de España, Santiago surge como el patrono de los reinos cristianos. En los siglos posteriores y hasta hoy se le agradece su protección en la defensa de la fe y de la independencia de la patria. Por eso su sepulcro en Compostela, estén o no estén sus restos allí, de la misma manera que el sepulcro vacío del Señor en Jerusalén y la tumba de san Pedro en Roma, atrae a innumerables peregrinos de toda la cristiandad.

En los tiempos actuales la batalla por la fe se libra de otra manera, pero se libra: aspiramos a argumentar sobre bases de verdad y respetando el pensamiento de los otros.

En la foto de arriba, de una escultura de Santiago en la catedral de Compostela, lo vemos con cara sonriente, como la de una persona que sabe que ha cumplido la misión que tenía encomendada pero que sigue equipado para seguir cumpliéndola. En la eternidad todo es presente. En los tiempos actuales la batalla por la fe se libra de otra manera, pero se libra: aspiramos a argumentar sobre bases de verdad y respetando el pensamiento de los otros. Eso es un principio fundamental de la herencia occidental. Pero hay que insistir: Santiago, más que “matamoros”, como lo vemos debajo, es víctima: muere por la fe, decapitado por Herodes. La verdadera guerra de religión es pasiva.

Santiago «matamoros» © Wikimedia Commons
Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.