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A los atentados perpetrados en Boston, el pasado 15 de abril, por dos hermanos de origen checheno residentes desde hace más de una década en Estados Unidos se añadieron a los pocos días otras noticias relacionadas con el terrorismo global y la amenaza que supone para las sociedades occidentales, incluida la española. Apenas una semana después de aquellos hechos que tanto conmocionaron a los ciudadanos norteamericanos, el lunes 22 de abril, la policía de Canadá anunció la detención de dos hombres, uno procedente de Túnez y otro de Emiratos Árabes Unidos, que según todos los indicios no llevarían mucho tiempo en territorio canadiense, acusados ambos de estar conspirando para ejecutar un atentado terrorista contra algún tren en Toronto y de estar actuando a las órdenes de dirigentes de la matriz de Al Qaeda establecidos en Irán, país cuyos dirigentes han permitido el tránsito y establecimiento de destacados miembros de dicha estructura terrorista desde la década de los noventa.

No había transcurrido un día de esta última operación antiterrorista al otro lado del Atlántico cuando la policía española comunicaba, el martes 23 de abril, que dos individuos de origen extranjero, uno de ellos nacido en Argelia y el otro en Marruecos, eran detenidos en Zaragoza y Murcia, respectivamente, presuntamente relacionados con Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), entidad con la que mantenían vínculos e incluso, en al menos un caso, se habría producido el reclutamiento efectivo. Con anterioridad, este mismo año 2013, otros dos marroquíes, ambos ideológicamente adheridos al salafismo yihadista como ideología y como movimiento, habían sido igualmente detenidos en Valencia y en la localidad tarraconense de Ulldecona, sospechosos de planear atentados terroristas en el primer caso y de distribuir propaganda afín en el segundo. Más aún, el pasado mes de agosto, dos importantes operativos de Al Qaeda central, uno de ellos nacido precisamente en Chechenia y otro en Daguestán, fueron asimismo detenidos mientras transitaban por la provincia de Ciudad Real, al igual que su presunto facilitador, de nacionalidad turca, lo fue en su domicilio de Cádiz, donde la policía encontró un artefacto explosivo.

En el Reino Unido —donde las propias autoridades reconocen que cada año se desbarata al menos un atentado similar en alcance y magnitud a los del 7 de julio de 2005—, como emulando en parte a los terroristas de Boston, dos jóvenes de origen nigeriano, conversos a una versión yihadista del credo islámico, asesinaron el 22 de mayo, a machetazos y en plena calle de un barrio al sudeste de Londres, a un soldado británico mientras proferían gritos de cariz islamista. Entre tanto, las detenciones de individuos implicados en actividades de terrorismo yihadista se han sucedido a lo largo de 2013 en Francia —actualmente muy señalada como objetivo preferente por Ayman al Zawahiri, el líder de Al Qaeda, y por los dirigentes de su rama magrebí—, Alemania —donde se sabe que no menos de un centenar de jóvenes nacidos o residentes en el país han sido adiestrados en campos foráneos de entrenamiento terrorista controlados por organizaciones yihadistas en el sur de Asia—, Bélgica —país en el que alrededor de ciento treinta personas son objeto de especial seguimiento por los servicios contraterroristas—, o Países Bajos —donde en estos momentos hay unos cien individuos que se cree dispuestos a la yihad terrorista individual.

¿Pero no había remitido la amenaza del terrorismo yihadista en las sociedades occidentales?

¿Qué está pasando? ¿Pero no había remitido la amenaza del terrorismo yihadista en las sociedades occidentales como consecuencia de las revueltas que han tenido y tienen lugar en algunos países del mundo árabe? ¿Acaso no había quedado reducida a la amenaza que plantean los denominados, tan a menudo de modo impropio, lobos solitarios? Solo aparentemente.

Por una parte, la amenaza del terrorismo yihadista ha dejado de existir para los países del mundo occidental, aunque buena parte de quienes lo practican estén temporal y parcialmente dando prioridad a sus intervenciones en la pugna por el poder desatada en distintos lugares del norte de África y Oriente Medio —sin olvidar, por cierto, las contiendas propias de otros escenarios continuados de conflicto en el sur de Asia o el norte del Cáucaso—. Por otra parte, tampoco es cierto que dicha amenaza en las sociedades abiertas proceda principalmente, menos aún en sus expresiones más espectaculares y potencialmente más letales, de individuos o células yihadistas independientes. Aun cuando lo ocurrido recientemente en Boston y en Londres parezca indicar lo contrario.

Una somera aproximación a los actores del terrorismo yihadista cuyas actividades se proyectan en o sobre las naciones occidentales permite distinguir cuáles son en la actualidad sus tres componentes básicos, interconectados entre sí de distintas maneras.

En primer lugar, Al Qaeda como estructura terrorista global, incluyendo tanto a su matriz en Pakistán, es decir Al Qaeda central, como a sus extensiones en Yemen —Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA)—, Irak —Al Qaeda en Mesopotamia (AQM)— y el norte de África —la ya aludida Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)—.

En segundo lugar, el heterogéneo y variable conjunto de organizaciones afines a Al Qaeda o a algunas de sus ramas, entre las que destacan el Movimiento por la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO), Boko Haram en Nigeria, Al Shabab en Somalia o Harakat al Muyahidín, Therik e Taliban Pakistan (TTP) y Laskhar e Toiba (LeT) en el sur de Asia, además de la fracturada Yemaa Islamiya y el grupo Abu Sayyaf en el sudeste asiático o el denominado Emirato del Caúcaso en territorio ruso, sin contar las nuevas entidades emergentes en Libia, Túnez, Egipto, Siria o los territorios palestinos. Estas organizaciones asociadas pueden mantener relaciones directas con el núcleo de Al Qaeda o, debido a proximidad geográfica y lazos previos de otro tipo, solo con alguna de las extensiones territoriales de Al Qaeda.

En tercer lugar, entre los componentes del terrorismo global existe un indeterminado pero significativo elenco de pequeños grupos, células e individuos, igualmente inspirados en la común ideología del salafismo yihadista, que se conducen, o tratan de hacerlo, de manera independiente. A quienes se incluyen en este último componente del terrorismo global vienen haciendo reiterados llamamientos los dirigentes del Al Qaeda, en especial desde hace dos años, a fin de que, aprovechando su residencia en países occidentales, ocasionen graves daños a los que la propaganda yihadista define como enemigos del islam. Este mensaje, urgiendo a la yihad individual sin esperar instrucciones y atentando donde sea posible, viene siendo reiterado desde el abatimiento de Osama bin Laden en Abbottabad. Quizá pone de manifiesto las dificultades con que Al Qaeda y sus extensiones territoriales se encuentran a la hora de idear, planificar, preparar y ejecutar con sus propios integrantes un gran atentado terrorista. Quizá sean llamamientos cuyo propósito, como ha sostenido desde 2005 uno de los estrategas del terrorismo global, Abu Musab al Suri, sea el de disuadir a las naciones occidentales de intervenir militarmente en conflictos armados dentro de países musulmanes.

Pero cabe también que las actuaciones independientes de individuos, células o pequeños grupos, en las sociedades occidentales, pretendan además distraer a los servicios de inteligencia y la policía de conspiraciones en curso de mucha mayor envergadura, de las que en los últimos ocho años se han desbaratado con éxito un buen número en Europa occidental, incluido un plan para perpetrar atentados suicidas en el metro de Barcelona en enero de 2008.

Llama la atención e inquieta, desde luego, que los terroristas de Boston, al igual que los de Londres, en una pauta similar por otra parte a la de Mohamed Merah, el autor de los asesinatos asimismo yihadistas de Toulouse y Montouban en 2011, hubieran sido previamente detectados por las fuerzas de seguridad de sus respectivos países. La protección completa frente al terrorismo es imposible, en especial frente al terrorismo de individual o de las pequeñas células independientes, pero esos hechos invitan a cuestionar seriamente si los medios disponibles para preveniratentados yihadistas se encuentran en estos momentos, en los países europeos potencialmente más afectados, por encima o por debajo del óptimo que sería deseable.

Es cierto que desde el inicio de las movilizaciones antigubernamentales en algunos países del norte de África y Oriente Medio, tanto Al Qaeda como sus extensiones territoriales, todas ellas activas en esa región, así como las entidades asociadas que existían antes de la llamada Primavera Árabe, al igual que las formadas al hilo de los acontecimientos, han estado centradas en aprovechar las oportunidades favorables a sus intereses allí donde pudieran presentarse, desde el norte de Mali hasta Siria. Pero hay al menos dos circunstancias que revierten de nuevo la amenaza del terrorismo yihadista hacia las naciones occidentales. Por una parte, la creciente voluntad, por parte de los dirigentes de las organizaciones predominantes en la urdimbre del terrorismo global, en especial Al Qaeda central y sus extensiones territoriales, de llevar a cabo operaciones contra el llamado enemigo lejano —los países occidentales— que compensen la imagen de que se encuentran inmersas en un conflicto entre musulmanes —en una situación de fitna— y la realidad de que musulmanas son la inmensa mayoría de sus víctimas. A ello responderían los llamamientos a las actuaciones de individuos, células y pequeños grupos independientes, lo cual es compatible con los planes mucho más sofisticados y de mayor envergadura que, como en los últimos años, traten de completar Al Qaeda u otras organizaciones yihadistas.

Por otra parte, varios centenares de individuos —si es que no hacen falta ya cuatro dígitos para contabilizarlos—, en general varones y relativamente jóvenes, tanto inmigrantes de primera generación procedentes de países mayoritariamente musulmanes como sus descendientes de segunda y tercera generación, se han trasladado durante los dos últimos años desde distintas naciones de Europa occidental —Reino Unido, Alemania, Francia, Bélgica, Suecia o España entre ellas— e incluso desde Norteamérica —Estados Unidos y Canadá— no solo a las tradicionales zonas de conflicto en el sur de Asia o el este de África, sino hacia los nuevos espacios de contienda surgidos de la inestabilidad política desencadenada en el norte de África y Oriente Próximo. Aunque el flujo hacia el norte de Mali no debe en modo alguno obviarse, Siria es el destino preferente de los yihadistas procedentes del mundo occidental, incluidos los radicalizados en suelo español —en particular, en Ceuta y Melilla—, y Yabat al Nusra, orgánica y estratégicamente solapada con la rama iraquí de Al Qaeda, su principal organización de encuadramiento. No pocos de ellos han empezado a regresar a los lugares de que partieron, constituyéndose así en fuente local de una amenaza cuyo foco —quizá también mando— queda al otro lado del Mediterráneo.

El mundo occidental no es el principal escenario donde se manifiesta la amenaza yihadista

Pese a esta reversión de la amenaza, es menester recordar que el mundo occidental no es el principal escenario donde se manifiesta, por mucho que la narrativa de las organizaciones yihadistas, atentados como los recientes en Estados Unidos o el Reino Unido y las detenciones llevadas a cabo en Canadá o España, sugieran algo diferente. Un vistazo a otros incidentes de terrorismo yihadista ocurridos el mismo 15 de abril, fecha de las explosiones en Boston que ocasionaron tres muertos, así como los días anterior y posterior, invita a reflexionar sobre lo etnocéntrica que puede ser la información acerca del terrorismo yihadista transmitida por nuestros medios de comunicación y la percepción de la opinión pública al respecto. Aquel mismo día, unos atentados de Al Qaeda en Irak ocasionaron la muerte a más de cincuenta personas, sobre todo en Bagdad. El día anterior, más de treinta y cinco fallecían en atentados de Al Shabab en Mogadiscio. El día posterior, no menos de diecisiete perecían en un atentado suicida de TTP en Peshawar. Todas las víctimas eran habitantes de esas tres ciudades, de población mayoritariamente musulmana.

De igual modo, el 22 de mayo, coincidiendo con el atentado de Londres, terroristas suicidas del ya aludido MUYAO ocasionaban la muerte a unas veinte personas en Agadez y Arlit, en Níger. Un día antes, el 21 de mayo, una cadena de atentados volvía a ensangrentar distintas poblaciones de Irak, dejando un saldo no inferior a los cuarenta muertos. Al día siguiente de lo ocurrido en la capital británica, de nuevo los responsables de TTP asumían como propio el atentado con bomba que ocasionó la muerte al menos a once policías locales y dos transeúntes más en Quetta. _

Catedrático de Ciencia Política, Investigador Principal del Real Instituto Elcano