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La globalización de la crisis económica y financiera nos afecta a todos. A todos nos interpela y a todos nos exige una respuesta comprometida y realista. La crisis tiene sus tiempos y sus aproximaciones, se deja ver, se hace oír y, finalmente, se deja sentir. Pero, como dice el refrán, no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír. El mundo está en crisis y por lo tanto México también lo está. ¿O no lo está?

En México parece que la crisis global es algo que les ocurre a otros. Hasta ahora preocupa, pero no duele. El país crecerá modestamente en el primer semestre de 2009, pero puede terminar el año con saldo negativo. Hay informes de que la producción está cayendo y que la exportación de automóviles ha descendido a la mitad. Sin embargo, está mejor preparado para enfrentar la adversidad.

El país ha tenido grandes avances en la estabilidad macroeconómica. Es, después de Brasil, la segunda economía de la región, y la mejor en desarrollo financiero. Ha logrado abrir, liberalizar y diversificar su economía. Y está transitando de un modelo cerrado política y económicamente a un sistema abierto y libre. El modelo económico cerrado, aunque hizo de México al menos un país semiindustrial, a la larga minó la competitividad, no permitió el aumento del valor de la inversión, profundizó la brecha tecnológica, evitó la innovación y generó una de las sociedades más desiguales del planeta.

Ahora México ha aprovechado su posición geográfica y sus ventajas competitivas. Tiene más de diez tratados de libre comercio, entre los que destacan el de América del Norte, con la Unión Europea y el Acuerdo de Asociación Económica con Japón. La cifra de las manufacturas de exportaciones ha pasado de 13.000 millones de dólares en 1988 a 224.000 millones en 2007. Esa cantidad representó el 81% de sus exportaciones totales, en tanto que el petróleo sólo supuso el 16%, cuando 20 años antes representaba el 43% del total de las exportaciones. Los mexicanos están diversificando su planta productiva y sus exportaciones. Las empresas se sofistican, los proveedores locales crecen en calidad y hay un número de clusters de negocios razonablemente desarrollados.

En los últimos tres años se han logrado reformas mínimas, que representan un punto de partida en materia fiscal, electoral, judicial, energética y de pensiones. Se tienen planes y programas para mejorar el sistema educativo y disminuir los niveles de pobreza más lacerantes.

México ha transitado desde la triple obturación de los ámbitos económico, político y social, hasta la apertura al mercado, a la competencia políticay a la movilidad social. Del machismo que todo lo confía a la expresión de la fuerza, a la consideración de condiciones de vida más humanas para todos. De la indolencia ante el retraso y la marginación de millones, a la concienciación de que es necesario terminar con las condiciones de incapacidad, miseria y dependencia de cerca del 50% de la población. Frente a un sistema cuasifeudal y clasista, la evolución social lleva, poco a poco, a la integración y al reconocimiento mutuo.

LAS OPORTUNIDADES
Por su posición geográfica, por sus recursos naturales, por el tamaño de su población, México es un país de oportunidades. Es un país joven, que en las encuestas mundiales sobre felicidad ocupa los primeros lugares. Con independencia de cómo se defina la felicidad, el país tiene la dinámica de una sociedad en la que muchas cosas están por hacerse. Y en la que se vive siempre de la esperanza, de que los mejores días están por venir. Magia y mito; imaginación y desenfreno; pero también gozo por la vida, innovacióny apertura al futuro.

México ha podido capear el temporal financiero mundial, aunque sufriendo una fuerte caída de su moneda, perdiendo empleos y con una fuerte recesión en la actividad económica. Su situación es comparativamente mejor que la de años anteriores. Gracias a la implantación de políticas macroeconómicas sanas ha sido posible abatir la inflación, aumentar las exportaciones, mantener un tipo de cambio flexible, evitar los déficits fiscales, generar la más elevada tasa de reservas internacionales de su historia y atraer inversión extranjera en términos competitivos respecto a otras economías emergentes.

En la coyuntura, han operado a favor del país un sistema financiero más sano, las bajas de tasas de interés, un sector inmobiliario que ha sido fundamental en el crecimiento de los últimos años y que comparativamente está mucho mejor estructurado que en otros países. Las coberturas petroleras -que en este caso operaron a favor- permitirán que la baja en los precios sea menos radical para México, al menos en 2009, y desde luego hay que considerar los planes contracíclicos, que impulsarán la infraestructura y generarán empleos, si las trabas burocráticas no lo impiden.

El país cuenta, además, con un segmento de trabajadores con gran cualificación, que son capaces de altos índices de productividad y de estándares de calidad globales. La población económicamente activa alcanza hoy los 45,5 millones de personas, cuando la población total supera los 110 millones de habitantes, y llegará a ser de 65 millones en el año 2020. Éste es el bono poblacional que México puede hacer efectivo para sí mismo y para sus socios comerciales, si logra mejorar sus estándares educativos y generar los empleos necesarios para los jóvenes. La estructura poblacional, en esta crisis, se convierte en una oportunidad, pues México es un país que todavía puede jugar, simultáneamente, con las variables del mercado interno y del mercado externo.

Aunque su moneda ha sufrido fuertes embates devaluatorios, las exportaciones no se incrementan de manera sustancial, debido a la recesión global, que limita la demanda y el comercio. Pero se está abriendo un área de oportunidad para que los productores nacionales con visión competitiva y global desplacen las importaciones de países que parecían imbatibles, pero cuyos productos se vuelven caros para el mercado interno. México es un país con grandes oportunidades para trabajar en él y desde él.

LA FALTA DE INSTITUCIONALIDAD
El mayor riesgo para México estriba en congelar el proceso de cambio que se inició a finales del siglo XX. Las reformas entonces operadas han llegado a su límite. Se necesitan con urgencia reformas de segunda y tercera generación, para poder seguir avanzando y no quedarse fuera de las pautas de progreso. Las reformas estructurales que se empezaron a gestar en 1983 deben ser culminadas.

Se pueden mencionar muchos y muy variados riesgos, desde la posibilidad de dejar de ser una potencia petrolera, hasta el colapso del Estado, pasando por los críticos niveles alimentarios, sanitarios y educativos, que pueden provocar una descomposición de las oportunidades en amenazas y peligros.

Frente a los problemas de narcotráfico, de violencia criminal e inseguridad, de corrupción, de monopolios públicos y privados, de sindicalismos explotadores, de contubernios de grupos de presión y de partidos políticos, de liderazgos populistas que acentúan la pobreza y la dependencia, se alza la falta de institucionalidad como el gran problema del país.

Muchos de los gobiernos estatales y municipales carecen de los más elementales criterios de actuación profesional en su desempeño, lo que propicia la corrupción, el dispendio y las alianzas mafiosas para hacer avanzar proyectos particulares muy redituables. En el gobierno federal, aunque la corrupción ha disminuido en los altos cargos, se padecen lacras ancestrales.

Ante los problemas de gobernabilidad institucional que padecen los poderes federales, los gobernadores y alcaldes adoptan, muchas veces, la actitud de un cacique o de un señor feudal. Son administradores de los recursos que la Federación les asigna, pero evaden la rendición de cuentas y las auditorias. Pueden usar los recursos públicos y los poderes estatales para hacer avanzar sus ambiciones políticas, sin ser sometidos a juicios de responsabilidad. No tienen necesidad de mejorar el ambiente productivo, de bajar los costes de transacción o de promover una real y decidida competitividad en sus estados, porque la facultad de imponer impuestos y recaudarlos es preponderantemente federal.

El tejido de complicidades en la Federación y en los estados, lleva a que grupos de presión -oportunistas y que quieren maximizar sus prebendas- frenen todo avance económico. Se aprovechan las fallas institucionales para generar cadenas económicas informales, que con el paso del tiempo pasan de la ilegalidad a la criminalidad. Se distribuyen, por su medio, desde «productos piratas» hasta drogas, pasando por toda una serie de bienes y servicios que se producen sin respetar las leyes laborales, fiscales o ecológicas, y que permiten, bajo el disfraz de una actividad de subsistencia, crear la red capilar de la logística delictiva. Se privatizan los beneficios y se socializan los costes, hipotecando el futuro del país.

La ausencia del Estado de derecho fomenta el autoritarismo, la autocracia y los mesianismos políticos. La vieja aspiración liberal de pasar a ser un país de seres humanos iguales bajo el principio de la ley, vuelve a ser ridiculizada. Las ambiciones personales se imponen, y utilizan las estructuras informales de la política, como son el clientelismo, la corrupción y la discrecionalidad, para medrar con el poder, con la manipulación de las aspiraciones populares y con la irresponsabilidad en el uso de los recursos públicos.

LOS FUNDAMENTOS NO SON LOS ADECUADOS
Los fundamentos del país no están bien. Por tales entiendo no las estadísticas macroeconómicas, sino las bases que permiten el desarrollo de la economía de mercado. Es decir, las garantías de la libertad, mediante la vigencia del Estado de derecho, para lograr una sociedad solidaria.

Sin el reconocimiento de las exigencias de la solidaridad, el crecimiento y el desarrollo carecen de sentido. Pero sin el mercado éstas no se pueden conseguir. Las necesidades sociales se satisfacen gracias al trabajo de las personas que, por cuenta propia o de forma asociada, producen los bienes y servicios que se requieren. Por ello, en México es vital seguir una política económica que al denunciar los defectos del capitalismo no impida la libre concurrencia que es condición sine qua non para la generación de valor económico, político y social.

En las convulsiones que ha generado la crisis especulativa mundial hay que distinguir entre el capitalismo desenfrenado y la economía de mercado, para poder mantener un rumbo de salida. El primero puede ser definido como una ideología que intenta anular al mercado a través de los monopolios, los cárteles y las colusiones que llevan a fijar o elevar los precios. El control y la manipulación de la información distorsionan la realidad, provocando decisiones equivocadas. Este sistema es una ficción de la libertad, porque maximiza el control y las utilidades desde una posición de fuerza que elimina las decisiones racionales de los actores. Es, en definitiva, un juego de suma cero, el control de la información polarizada que vuelve errático el sistema de decisiones, al disolver la confianza como ocurre con la especulación financiera exuberante, que tiende a desvincularse de la economía productiva y que termina siendo el juego de los espejos, en donde mientras más se repite la imagen y más profunda se hace, menos realista es, aunque dé la impresión de una multiplicación inimaginable.

La economía de mercado en cambio supone el desarrollo de la actividad libre. Bajo el principio de legalidad, cada actor tiene la libertad de acometere innovar, sin que haya poderes de facto, públicos o privados, que lo impidan. El libre mercado es un proceso en el que oferentes y demandantes intercambian bienes o servicios, mediante transacciones que llevan al juego de ganar-ganar, que es el juego del comercio.

México tiene que hacer frente al desprestigio mundial que la crisis está produciendo sobre la economía de mercado. Tiene que advertir que no hay posibilidad de crecimiento sin generación de riqueza, y que ésta es fruto de una economía de mercado solidaria. Frente a los liderazgos latinoamericanos neopopulistas, autoritarios y devastadores del capital humano y social, México debe ir más y más de prisa, en la línea de la consolidación del Estado de derecho, del mercado solidario y de la democracia como forma de vida.

UN PAÍS EN CONSTRUCCIÓN
Los cambios que se han operado en México son esperanzadores. Las generaciones jóvenes tienen un talante menos inercial, buscan vivir de otra manera, con más libertad, con más respeto a lo que cada uno es y piensa, sin dogmatismos y con creatividad. El proceso democrático -aunque todavía insuficiente- permite unas libertades impensables hace veinte años. Se trata ahora de invertir la libertad -no tanto en acciones de la bolsa- sino en acciones que permitan a esta nueva generación producir un futuro distinto.

México se encuentra en proceso de construcción. Afortunadamente no partimos de cero, pero hay mucho que avanzar y consolidar. Hay mucho que dejar atrás y no repetir, pero es mucho más lo que hay que hacer para reinventar a la nación y abrir el futuro. México no es un país terminado, pero no es un país acabado. No es un Estado fallido, pero es un Estado con muchas fallas. Es una sociedad que va hacia la igualdad, pero sin haber superado la discriminación; que busca la libertad, pero que no sabe hacer justicia; que quiere remediar los agravios, pero que no ha aprendido a ser solidario. México está entre el riesgo y la oportunidad.