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Poca duda cabe de que el presidente del Gobierno y su ministro de Economía han obtenido un éxito político al conseguir una mayoría cómoda para la aprobación del presupuesto de 1997, incluso antes de que su discusión comenzara en las cámaras. Pero esto no impide que su contenido plantee interrogantes acerca de sus potenciales efectos sobre nuestra economía y sobre la política económica de los próximos años.

Algunos economistas e institu ciones han llamado ya la atención sobre ciertos puntos débiles de estos presupuestos. En primer lugar, se ha tachado al cuadro macroeconómico que les sirve de base de ser en exceso optimista, por suponer un crecimiento del 3 por ciento del PIB en términos reales, lo que implica el correspondiente incremento de los ingresos  impositivos.

Toda previsión de una tasa de crecimiento futuro es, ciertamente, susceptible de debate, ya que un cálculo preciso de esta variable es siempre difícil, al depender no solo de lo que haga un determinado gobierno, sino también de muchas otras variables, algunas de las cuales -como la evolución de la coyuntura internacional escapan por completo a su control. Por ello, en principio, la tasa prevista por el gobierno podría ser alcanzada. Lo que resulta más problemático es, sin embargo, la compatibilidad de esta tasa con otras variables previstas en el cuadro macroeconómico; por ejemplo, la tasa de inflación.

Para lograr la tasa de crecimiento estimada, y dado que la reducción del déficit exige rebajar el consumo público, el gobierno prevé un crecimiento significativo de la inversión privada y que el consumo privado aumente en un 2,7 por ciento. Esta cifra plantea, a su vez, un doble problema. Por una parte, con un mercado de trabajo que no muestra signos
de recuperación, es difícil que la gente -que ha adoptado una actitud conservadora ante un futuro bastante incierto se decida a consumir. Pero, por  otra, si tal aumento del consumo privado se consiguiera, no será fácil que la inflación se reduzca al 2,6 por ciento, como prevé el cuadro. La experiencia nos indica que en España el crecimiento del consumo privado suele ir acompañado de tensiones en los precios; y si el PIB y el consumo crecen a las tasas previstas, la reducción de la inflación -que es fundamental para cumplir los criterios de Maastricht no resultará sencilla.

La segunda crítica importante que se ha formulado a los presupuestos es que no tocan los problemas de fondo y se limitan a hacer los ajustes coyunturales necesarios para -con la ayuda de la contabilidad «creativa» que se ha impuesto en toda Europa reducir el déficit al 3 por ciento previsto en los acuerdos de Maastricht como condición para el acceso a la última fase de la unión monetaria europea. En otras palabras: aunque el déficit presupuestario español tiene un componente estructural muy importante, apenas se toca éste, y se actúa básicamente sobre el déficit coyuntural, que efectivamente se reducirá si la economía crece de la forma prevista. Pero cabe preguntarse qué puede pasar en el futuro si la tasa de crecimiento disminuye. No debe tampoco olvidarse que el acuerdo sobre pensiones firmado por el gobierno con los sindicatos -sin duda otro éxito desde el punto de vista estrictamente político puede tener efectos muy perjudiciales sobre la economía española a medio plazo.

Pese a ello, los presupuestos presentan también aspectos muy positivos. En primer lugar, lo que puede considerarse un cambio en la tendencia de fuerte aumento del gasto público y presión fiscal que caracterizó las finanzas públicas españolas en la época socialista. Además, por fin, parece que se quiere hacer una estimación seria de gastos; se va a intentar que no vuelvan a darse las desviaciones de gasto y las ampliaciones de créditos que convertían en papel mojado los presupuestos presentados por los gobiernos del Partido Socialista en los últimos años. Ello impedía cualquier intento serio de aplicar una política de ajuste, lo que ha forzado a realizar tal política ahora y con prisas, tras años en los que no se había hecho prácticamente nada. Pero no es esto lo único que necesita la economía española. Los problemas reales tienen mucho mayor calado y, tarde o temprano, habrá que afrontarlos. •

Catedrático emérito de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y profesor Eminent Senior en UNIR. Fue director del Instituto de Economía de Mercado, Senior Associated Member del St. Antony’s College de la University of Oxford y presidente del Consejo Económico y Social de la Comunidad de Madrid.