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A principios de 2008 España era todavía un país confiado, el mejor del mundo para que naciese un niño, según la eficaz propaganda socialista. Sin embargo, en vísperas de las elecciones generales de marzo de ese año, la crisis económica ya no era un debate académico, sino un mortífero terremoto que amenazaba con arrasar la autoestima y el bienestar de la satisfecha y despreocupada sociedad española. Pero la entonces octava economía mundial continuaba entretenida y anestesiada con los debates de la agenda del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Había que preparar al país para la austeridad, para la emergencia, pero la mayoría social y política de izquierdas que había surgido del atentado del 11-M en marzo del 2004 seguía embriagada en sus quimeras, discutiendo dogmáticamente del «talante», del «cordón sanitario a la derecha», de la Memoria Histórica, de la Alianza de las Civilizaciones y sobre todo de la España plurinacional que inauguraba la aprobación del Estatut catalán.

Todo ese modelo ya estaba en crisis en la campaña de las elecciones generales de 2008, pero las voces de alarma sobre la inminencia del fin del crecimiento y el aumento del paro fueron tildadas de antipatrióticas y la mayoría del país, que tampoco quería escuchar malas noticias, prefirió seguir votando y viviendo como si nada fuera a cambiar, aferrado a un discurso y a una cultura que sacralizaba el hedonismo, el ocio, el consumo masivo, el dinero fácil y el mínimo esfuerzo.

En consonancia con ese espíritu, el programa electoral socialista regó los mítines y los oídos de los votantes de nuevos derechos y costosas promesas de gasto social. El cheque bebé, la devolución de los 400 euros o las subidas de pensiones, además del pleno empleo, fueron el eje de unas elecciones que ganó cómodamente el PSOE.

Sin embargo, ya desde los primeros días de la presente legislatura, el acelerado crecimiento del desempleo, la tozudez del jefe del Ejecutivo en negar los primeros efectos tangibles de la crisis, acompañados posteriormente de fantasmales anuncios de «brotes verdes» o inicios de la recuperación, fueron socavando velozmente la credibilidad y la confianza en Zapatero, así como la intención de voto del PSOE. Lo peor vendría después, a finales de 2009 y durante 2010, cuando el Gobierno consumió el discurso keynesiano con un déficit público que en 2009 se elevó al 11,4 % y la presión de los mercados le obligaron a dar marcha atrás para conjurar el riesgo de rescate, realizando los mayores recortes de gasto conocidos en toda la democracia española.

Ahora, tres años después de aquella victoria, con casi cinco millones de parados, y una nula confianza ciudadana en los planes gubernamentales para salir de la crisis, el PSOE no sólo se enfrenta a las elecciones municipales y autonómicas más difíciles de los últimos dieciséis años, sino que todos los fundamentos políticos, territoriales, sociales e ideológicos sobre los que se construyó la era Zapatero han sido abrasados en la gestión de la crisis económica.

En primer lugar, el liderazgo. José Luis Rodríguez Zapatero no es sólo un líder mayoritariamente desacreditado ante la opinión pública, según el reiterado veredicto de todas las encuestas, sino que internamente es visto ya como el principal obstáculo por una mayoría de barones territoriales que temen que los comicios del 22 de mayo se conviertan en un plebiscito sobre la gestión del presidente. Las razonables dudas sobre si será el cabeza de lista en las generales de 2012 y la proliferación de debates sobre la sucesión, no hacen más que acelerar el daño y contribuir a trasladar una imagen de provisionalidad y fin de ciclo.

La intensidad de esa decadencia se manifiesta en varias autonomías, pero son Andalucía y Cataluña —decisivas en la actual mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados— donde adquiere niveles más dramáticos. Por primera vez en su historia, el PSOE andaluz, que actualmente gobierna con mayoría absoluta y que siempre ha sido el primer partido de la región, perdería las elecciones si se celebrasen comicios. No sólo eso. Según el último sondeo oficial de la propia Junta de Andalucía, del mes de diciembre, el Partido Popular, con el 46,8 % de los votos, casi diez puntos más que los socialistas, podría conseguir la mayoría absoluta y ocupar por primera vez el Palacio de San Telmo.

También está en crisis el otro gran feudo electoral socialista. El PSC, que en las elecciones generales de 2008 aventajó al PP en Cataluña en 18 escaños —dos más que la diferencia global entre los partidos—, perdió contundentemente las elecciones autonómicas del pasado 28 de noviembre. Los socialistas obtuvieron el peor resultado de las nueve elecciones autonómicas celebradas desde 1980, tanto en votos como en escaños, cayendo en 219.246 sufragios respecto a 2006.

Pero, además, el PSOE tiene un problema de identidad, de alma, de programa y discurso ideológico. El paladín de la socialdemocracia, el campeón de los derechos sociales, del gasto público, de la ayuda al desarrollo, el hombre que en la noche de la última victoria electoral proclamó desde la sede de Ferraz que gobernaría para todos, pero «pensando antes que nadie en los que no tienen de todo», se cayó del caballo, o fue derribado del mismo, en el fin de semana del 8 y 9 de mayo pasado. Los mercados y los socios europeos le obligaron a desprenderse violentamente

EL GIRO DEL 12 DE MAYO
Tres días después, el 12 de mayo, Zapatero se plantó en el Congreso, para anunciar el mayor recorte social de los últimos treinta años. Fue una jornada de gran conmoción para la bancada socialista que sabía de la importancia del giro histórico y del viaje a ninguna parte que iniciaba en ese momento. Uno a uno, en medio de un silencio expectante, el jefe del Ejecutivo fue desgranando la mutilación de la mayoría de políticas que habían conformado las señas de identidad de su ideario de gobierno. Además del simbólico cheque bebé, fue el día del recorte del sueldo a los funcionarios, de la congelación de pensiones y de la reducción de la ayuda a la cooperación. También la inversión pública sufrió un tajo de 6.500 millones. Funcionarios, pen- sionistas, cooperación, inversión pública. En una sola sesión Zapatero había reducido a cenizas todo su programa electoral. Daba comienzo una retórica reformista de nulo éxito, porque el partido iniciaba una vertiginosa caída en el vacío, situándose en las encuestas a casi quince puntos del PP, según los sondeos del mes de enero. Un registro incluso inferior al que obtuvo Joaquín Almunia en las generales del 2000, mientras que los populares superaban el triunfo histórico de Felipe González en 1982. El PSOE empezaba a competir con los peores fantasmas de su historia.

Pero no sería la última agresión a sus compromisos electorales. Los mercados querían más sacrificios, y mediante un decreto ley se aprobó en el mes de junio una reforma laboral que abarató el despido. Los sindicatos, ridiculizados hasta ese momento por su complicidad con el Gobierno, no tuvieron más remedio que convocar el 29 de septiembre la primera huelga general del «reinado» de Zapatero. Era la ruptura del diálogo social, pero también de una hermandad que garantizaba al PSOE la adhesión de su público más obrerista y de izquierdas.

No obstante, el simbiótico «pacto de familia» fue reeditado el 2 de febrero, con el denominado «Acuerdo Económico Social», firmado en el Palacio de la Moncloa por el Gobierno, los sindicatos y la patronal. En tan solemne ocasión Zapatero comparó el documento suscrito con los Pactos de la Moncloa y quiso dejar una frase para la historia: «Somos una nación que sabe ponerse en pie y volver a caminar». Demasiada retórica, sin embargo, para un acuerdo que bajo la hojarasca reformista encubría otro grueso recorte: el de las pensiones del futuro. Así lo entendieron también los ciudadanos, que se han posicionado mayoritariamente en contra, según los sondeos específicos publicados desde entonces.

Con estos antecedentes, el resultado de la próxima gran cita electoral del 22 de mayo, trascenderá del reparto ordinario del poder territorial y municipal, para convertirse en el primer gran examen global de la fortaleza del PSOE y medir con qué intensidad el país apuesta por el cambio. Ese es el objetivo del PP, que intentará convertir los comicios en la primera vuelta de las elecciones generales. Como temen los barones socialistas que concurren a las elecciones, el desempleo, la falta de expectativas de los jóvenes, el parón de la economía, la angustia de la deuda, los recortes sociales, la subida de los precios de los servicios básicos o la pérdida de poder adquisitivo, además de otros asuntos negativos que se vayan incorporando por el camino, serán los ejes de la campaña, desplazando a los asuntos específicos de cada comunidad autónoma.

El PSOE gobierna en seis de las trece autonomías donde habrá elecciones, frente a cinco de PP, en tanto que UPN preside Navarra y Coalición Canaria el archipiélago canario. Sin embargo, en los últimos meses los socialistas han perdido primero Galicia y recientemente Cataluña, gobernada de nuevo por CIU, lo que marca una tendencia de declive electoral, aunque por primera vez gobiernen en el País Vasco con el apoyo de los populares a causa de la especificidad de la cuestión nacionalista.

CASTILLA LA -MANCHA, ARAGÓN Y BALEARES
La dramática caída de la valoración del Gobierno central es el peor adversario de los candidatos socialistas y el principal agente electoral de los populares. Así lo recogen todos los sondeos, que apuntan a un triunfo autonómico del PP, aunque en muchas regiones el gobierno puede dirimirse por pocos votos e incluso depender de los resultados que obtengan los posibles socios. En cualquier caso, coinciden en que el PP conservará cómodamente todos sus feudos y además tiene opciones serias de gobernar por primera vez en Castilla-La Mancha, así como de recuperar Baleares y Aragón. No obstante, las angustias económicas de los próximos meses y el letal «efecto Zapatero», podrían acentuar aún más el descalabro socialista.

Con carácter general, las encuestas recogen caídas importantes de los socialistas y la subida del PP, tanto en las autonomías en las que está en la oposición como en las que preside. Es el caso de Madrid, donde según una encuesta de Metroscopia del pasado mes de diciembre, Esperanza Aguirre sacaría el 52,9 % de los votos, seguido por el PSOE con el 32,8 (casi un punto menos que en 2007), e IU con 7,6 (1,3 puntos menos).

También la Comunidad Valenciana, a pesar del «caso Gürtel» y la situación procesal de su presidente, Francisco Camps, volvería a dar al PP otra rotunda victoria. El PP también parece imbatible en Murcia, donde gobierna con mayoría absoluta desde 1995. El barómetro oficial de la región, publicado el pasado otoño, da a los populares un 63,4 %, cuatro puntos más que en 2006, mientras que los socialistas caen en picado, pasando del 32,4 al 21,9.

Castilla y León, otro feudo tradicional del PP desde que José María Aznar ganara por la mínima en 1987, mantiene también su mayoría absoluta, subiendo algunas dé- cimas. Una situación similar se produciría en La Rioja.

Por el contrario, los estudios demoscópicos auguran para el PSOE graves dificultades en varias regiones, bien por su caída o la de alguno de sus socios. Es el caso de Baleares, donde los sondeos internos del PP le dan a este partido una mayoría absoluta muy raspada de treinta diputados, ya que en los últimos comicios con un escaño menos no pudo gobernar. Otros estudios, sin embargo son menos rotundos sobre la victoria popular.

El último sondeo oficial de diciembre también convierte al PP en la primera fuerza política en Aragón, aunque alejado de la mayoría absoluta, por lo que necesitaría pactar con el PAR para formar gobierno.

Sin embargo, será previsiblemente el resultado en Castilla-La Mancha el que adquiera un mayor valor simbólico, ya que es la actual secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, la que aspira a la presidencia. La posibilidad del cambio viene ratificado por la serie de encuestas publicadas por el PP que le dan mayoría absoluta, pero sobre todo por los continuos y sonoros gestos del presidente, José María Barreda, para desmarcarse de Zapatero. Sin embargo, a favor del PSOE juega una ley electoral, hecha a su medida, que reparte escaños pares en to- das las provincias, salvo en la circunscripción de Ciudad Real, históricamente favorable a los socialistas y donde se juegan once escaños.

También en Extremadura el PSOE sufre un importante desgaste, según admiten las propias encuestas socialistas. No obstante, los sondeos encargados por medios de comunicación discrepan sobre si será suficiente para que haya alternativa. Los populares reconocen en privado la dificultad de ganar.

UPN seguirá como primera fuerza política en Navarra, pero muy alejada de la mayoría absoluta. El Navarrómetro del mes de noviembre ofrece un equilibrio entre izquierda y derecha respecto a los anteriores comicios, sólo alterado por la ruptura de UPN con el PP, que entraría en la Cámara de Pamplona con cinco escaños. UPN obtendría 17-18 escaños, Nabai 12-13, igual que el PSOE, mientras que IU repetiría con dos escaños, en tanto que CDN desaparecería del Parlamento.

En Asturias el resultado es una incógnita tras la irrupción de Francisco Álvarez-Cascos con el Foro Asturias, después de que abandonara el PP al no haber sido elegido candidato. Sin embargo, un sondeo de Asturbarómetro, de finales de enero coloca al exsecretario general del PP como favorito, con un 42,2 % de los votos, seguido por el PSOE con el 21,4 y el PP con el 18 %.

Por su parte, en Cantabria las encuestas sitúan al PP con posibilidades de gobernar, aunque es una comunidad donde nunca ha habido mayoría absoluta. Un sondeo de Sigma 2 del mes de enero da a los populares una mayoría absoluta justa, con 20 de los 39 escaños, y el 47,7 % de los votos. El PSOE volvería a quedar desplazado como ter- cera fuerza política, detrás de Miguel Ángel Revilla. Otros sondeos sitúan la horquilla del PP entre los 19 y 20 escaños, con lo que están abiertas todas las posibilidades.

Finalmente, en Canarias, como viene siendo habitual ningún partido conseguiría la mayoría absoluta. Sigma 2 sostiene que el PP se convertiría en la primera fuerza política, con el 37 % de los votos y 21-24 escaños, desplazando al PSOE, ganador en 2006, que se quedaría con un porcentaje del 27,6 % y 17-18 escaños. Coalición Canaria sería tercera fuerza política con el 25,2 % y 18-22 escaños. Por el contrario, un sondeo de Canarias 7 del mes de febrero contradice estos resultados y da como ganador a Coalición Canaria, seguida del PP y los socialistas.

El 28 de mayo de 1995 la calle Génova de Madrid quedó cortada al tráfico a partir de las diez y media de la noche por una muchedumbre eufórica que se concentraba ante la sede del PP. En la séptima planta, su presidente, José María Aznar, paladeaba con un puro en la mano el contundente triunfo que su partido acaba de conseguir en las elecciones municipales y autonómicas celebradas ese día. La crisis económica —con un desempleo del 22 %—, y el declive del último gobierno de Felipe González, acosado por una sucesión de casos de corrupción y los sumarios de la guerra sucia de los GAL, castigaron duramente a los candidatos socialistas y entregó al PP la mayoría del poder autonómico y municipal. El partido de Aznar fue el más votado en 40 capitales de provincia —32 por mayoría absoluta— y superó al PSOE en once de las trece comunidades autónomas donde se celebraron elecciones. Después de más de una década de hegemonía socialista, España giraba hacia el centro-derecha, anticipando también el fin del felipismo y el relevo en el Palacio de la Moncloa, que se produciría sólo unos meses después, aunque con menos diferencia de la prevista.

Con toda probabilidad, en la noche del 22 de mayo, el tráfico volverá a cortarse ante la sede del PP, pero esta vez será Mariano Rajoy el que encienda un puro, mientras sus asesores hacen una rápida extrapolación de los resultados, pensando en las elecciones generales previstas para marzo de 2012 y que podrían cerrar el círculo y abrir un segundo periodo de hegemonía del PP en España. De cumplirse, por segunda vez en dieciséis años, la crisis económica y el agotamiento del proyecto socialista habrían empujado de nuevo a los españoles a girar hacia el centro derecha, anticipando el resultado de las próximas elecciones generales.

Periodista. Subdirector de Europa Press