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Las elecciones locales son las más generales de cuantas se celebran en España. Con tantas circunscripciones como municipios —a los que hay que añadir cabildos y consejos insulares, así como las juntas forales vascas—, el próximo 22 de mayo se celebrarán más de 8.000 procesos electorales diferenciados, a los que concurrirán varios cientos de miles de candidatos para ocupar más de 70.000 cargos públicos. El resultado de las urnas determinará, en una elección indirecta posterior, el destino de las 38 diputaciones provinciales existentes en la actualidad. En los dos grandes partidos nacionales se suele decir que las elecciones municipales se empiezan a ganar el día de presentación de las candidaturas. No se refieren con ello a la importancia de la calidad de los candidatos elegidos —que también— sino al hecho innegable de que los votantes solo podrán elegir unas siglas allí donde éstas se hayan presentado. A diferencia de unas elecciones generales, donde 350 candidatos repartidos en 50 listas hacen posible a cualquier español expresar su preferencia por un partido, en las municipales esa misma formación política necesitará disponer de muchas decenas de miles de candidatos a concejal repartidos por todo el territorio, una inmensa exhibición de capacidad organizativa. Cada municipio sin lista presentada representa una fracción del censo electoral que ya no podrá elegir, aunque lo desee, una opción concreta.

Estas elecciones están muy influidas por los factores más próximos, más cercanos, más subjetivos y, sin embargo, suelen tener una segunda lectura política que va mucho más allá de su mero significado local. Posiblemente sea porque pesa en nuestra memoria colectiva el impacto político de las elecciones municipales de abril de 1931, donde el triunfo de las candidaturas de orientación republicana en las grandes capitales acabó con la monarquía en apenas dos días. O tal vez, porque desde comienzos de la década de los noventa las municipales anteceden a las elecciones generales e, inevitablemente, se impone su análisis casi como si de una primera vuelta se tratara. Cual- quiera que sea la causa es preciso relativizar este uso predictivo de las municipales o, al menos, es necesario explicar con cierta precisión los elementos que diferencian el comportamiento electoral en convocatorias de tan distinta naturaleza. Echando la vista atrás es fácil comprobar que ese carácter anticipatorio de las elecciones locales ni es tan cierto, ni resulta tan fácil de analizar.

En cuatro de las cinco últimas elecciones generales la victoria fue previamente anunciada en las elecciones municipales. Ocurrió en 1993, 1996, 2000 y 2004; sólo en 2008 la victoria popular en las municipales de 2007 fue seguida por una derrota al año siguiente. Si observamos con atención la tabla precedente podremos advertir que las circunstancias fueron muy distintas en cada uno de los «emparejamientos». La gran victoria socialista de 1991 (+13 puntos) no anticipó la consolidación del Partido Popular como alternativa real de gobierno que se puso de manifiesto en las generales, dos años más tarde. En sentido parcialmente contrario, el gran resultado popular de 1995, que le llevó a mejorar en diez puntos porcentuales sus resultados de las anteriores elecciones locales y a superar en casi 4,5 al partido socialista, quedó en casi un empate un año más tarde. En las municipales de 1999 se dio el resultado más equilibrado de la historia, con una levísima ventaja popular y, sin embargo, las elecciones generales del 2000 trajeron la que hasta ahora ha sido la única mayoría absoluta del PP, con más de 10 puntos de diferencia. Algo similar ocurrió, en sentido político inverso, entre las ajustadas municipales de 2003 y la holgada victoria socialista de 2004 (aunque en este resultado, como es sobradamente conocido, influyó decisivamente la masacre terrorista del 11-M). Por lo tanto, incluso cuando en apariencia las locales anuncian el resultado de las generales, la claridad de la profecía deja bastante que desear. Un viejo relato nos puede arrojar alguna luz adicional. Los más veteranos analistas políticos suelen decir que las relaciones de un gobierno con sus electores suelen atravesar por cuatro fases: una primera y breve época de idilio posterior a la victoria, la luna de miel; una segunda y larga de progresivo desgaste, la decepción de la realidad; un tercer momento cierra la etapa anterior, es el hundimiento aparente; y por último suele llegar una cierta recuperación, en ocasiones insuficiente. En el calendario político español las elecciones municipales y autonómicas siempre llegan en el peor momento de los gobiernos respectivos y posiblemente eso nos ofrece una explicación parcial de lo ocurrido en 1995/1996, 1999/2000 y 2007/2008.

En todo caso, tras las impresiones recibidas de las grandes cifras agregadas, conviene detenerse en analizar la trastienda de esos números. Como ya se ha indicado, los resultados de unas elecciones locales son la suma de miles de procesos diferentes, gran parte de ellos desarrollados en pequeños municipios. En estos ayuntamientos de menor dimensión es donde la personalidad de los candidatos adquiere mayor relevancia, en detrimento de las siglas políticas bajo las que se cobijan. Dos razones estrechamente relacionadas pueden explicar este fenómeno. De un lado, las elecciones municipales tienen un carácter más administrativo. Los ciudadanos buscan en sus alcaldes buenos gestores más que dirigentes con una determinada orientación ideológica que apenas se deja sentir en el ejercicio de las competencias locales. El voto en las generales, mucho más político, se mueve por pautas distintas. Por otro lado, cuanto menor es el municipio mayor es la información directa de la que dispone el elector sobre el candidato y su equipo. Los partidos juegan en nuestras democracias un papel orientador del sentido del voto; suplen el escaso conocimiento público de algunos candidatos con su aval partidista. Los electores confían en que los candidatos, a quienes apenas conocen, sean las personas más idóneas porque el partido en el que habitualmente confían los ha designado para ocupar ese puesto. Este atajo informativo solo es relevante cuando no existen otros cauces igualmente sencillos para formarse un juicio sobre las alternativas en liza.

Visto desde otra perspectiva, lo anterior explica también la proliferación de candidaturas independientes en las elecciones municipales. Es este un fenómeno que se concentra en los municipios más pequeños, aunque el paso del tiempo lo ha ido minorando. En las elecciones municipales, como ocurre con las generales, se observa en las dos últimas décadas una tendencia constante hacia la concentración bipartidista del voto. Los dos grandes partidos sumaron juntos el 64 % en 1991, el 66 % en 1995, el 69 % en 1999 y 2003, y más del 71 % en 2007. Con todo, esta última cifra aún queda muy lejos del casi 84 % que PP y PSOE sumaron juntos en las elecciones de 2008.

Por último, a la hora de establecer comparaciones entre procesos electorales de distinta naturaleza territorial debe tenerse en cuenta un último factor: las muy diferentes tasas de participación. Las elecciones locales son marcadamente más abstencionistas que las generales. En los últimos veinte años la abstención se ha situado en las elecciones generales entre el 31 % de 2000 y el 22 % de 1996; en el mismo periodo, en las elecciones municipales ha dejado de votar entre un 30 % del censo en 1995, las de mayor participación, y el 37 % de 1991. Parece fácil concluir que las elecciones locales se perciben por los ciudadanos como menos trascendentes y, por ello, una parte renuncia a emitir su voto. Lo que resulta más difícil conocer es la tipología de esos abstencionistas y, a los efectos que estamos comentando, determinar si se reparten de manera homogénea entre todas las opciones políticas o son más abundantes en unas u otras formaciones.

A pesar de todo lo anterior las elecciones del próximo 22 de mayo serán un eficaz termómetro político, solo que habrá que leerlo con la debida atención. En primer lugar, convendrá fijarse en la evolución de las grandes ciudades. El PSOE gobierna hoy en cinco de las diez mayores ciudades españolas (Barcelona, Sevilla, Zaragoza, Las Palmas y Palma de Mallorca) mientras que el PP lo hace en cuatro (Madrid, Valencia, Málaga y Murcia); Bilbao tiene alcalde del PNV. El voto municipal en estas grandes ciudades estará más influido por el entorno general que por factores locales y, en consecuencia, nos dará un fiel reflejo del clima político. Todo indica que el Partido Popular afianzará sus actuales alcaldías y, muy probablemente, ganará algunas nuevas. El Partido Socialista puede perder por primera vez en democracia, además, la ciudad de Barcelona en favor de un alcalde nacionalista.

En segundo lugar, conviene prestar atención al voto de las fuerzas nacionalistas y de Izquierda Unida en cuya evolución se fundamenta el más reciente éxito electoral de Rodríguez Zapatero; este ciclo parece estar concluyendo. En el centro derecha algunos acontecimientos pueden también distorsionar los resultados. La división en Navarra entre el PP y UPN, y el surgimiento en Asturias del nuevo partido de Álvarez Cascos pueden fragmentar los votos populares. En sentido contrario, el hundimiento de Unión Mallorquina y la práctica desaparición del nacionalismo andaluz pueden reforzar los resultados del PP en ambas comunidades autónomas.

La tercera lectura imprescindible deberá hacerse en torno a las cifras de participación. España transpira voluntad de cambio. La envergadura del fracaso socialista es de tal calibre que el deseo de una alternativa es compartido incluso por los votantes de izquierda. La teoría nos dice que esta tensión impulsará al electorado hacia las urnas. Pero a nadie se le oculta que los ciudadanos también interpretan la gravísima crisis económica actual como consecuencia de una profunda crisis institucional en la que el descrédito de los partidos y los políticos está alcanzando cotas hasta ahora desconocidas entre nosotros. Son dos impulsos encontrados cuyo resultado final habrá que valorar correctamente.

El resultado de las elecciones municipales de la primavera próxima será reflejo del cambio político que ya se anuncia para 2012, un cambio tan necesario como urgente. Pero no se debe olvidar que el correcto análisis de los resultados deberá incorporar un amplio conjunto de factores que singularizan las elecciones locales y las distinguen netamente de las generales. Con todo, una vez más en nuestra historia democrática, la elección de miles de alcaldes y concejales será también el primer paso para el acceso de una nueva mayoría al gobierno de la nación.

Licenciado en Derecho, funcionario por oposición del Cuerpo de Inspectores de Finanzas del Estado, exsecretario de Estado. En la actualidad es miembro del patronato de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES)