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Para el año 2000, de acuerdo con las previsiones de las Naciones Unidas (cuadro 1), la población de los países desarrollados habrá crecido, como máximo, en unos 40 millones de personas. Ese aumento del 6% en diez años se concentrará fundamentalmente en Estados Unidos, con 20 millones, donde la tasa de fecundidad es ligeramente superior a la del reemplazo (que es de 210 hijos por cada 100 mujeres) y donde, además, se acoge casi un millón de inmigrantes al año. En Japón, el crecimiento de la población será de 9 millones, y en la mayor parte de Europa será negativo. En los países del norte y centro de Europa, la población se reducirá de aquí a 1999; no obstante, dado que en algunos de los países europeos meridionales la tasa de fecundidad es ligeramente superior a la de reemplazo, la población europea, en su conjunto, aumentará muy lentamente durante los próximos diez años.

Por el contrario, la población de los países en desarrollo pasará de 3.950 millones a más de 5.000 millones en el año 2000, es decir, un aumento del 27%, que será fundamentalmente absorbido por las áreas urbanas, y con una mayor incidencia en lberoamérica  y en África, donde la tasa de fecundidad se sitúa en cerca de 600 hijos por cada 100 mujeres y donde, en algunos países, el 50% de la población será menor de 15 años.

En cuanto al ocio y al trabajo, que son la cara y cruz de una misma moneda: la del progreso tecnológico, cuyo futuro vendrá condicionado por la difusión de nuevas olas de innovaciones tecnológicas. Con la primera ola de tecnología que significó la revolución agrícola del 8000 a.d.C., la población se integró en un 80% en trabajos rurales; con la segunda ola de tecnología que fue la revolución industrial de 1750 d.d.C. la población pasó en 60% a la industria; con la tercera ola de tecnología que ha sido la revolución cibernética de 1950 la población pasa a los servicios en un 80% -es lo que se llama la «sociedad postindustrial» -y de ellos al ocio en una proporción que aun está por determinar.
En un estudio del Staford Research Institute para la United Auto Workers, se anuncia que, hacia finales del siglo, el 80% de todos los trabajos manuales se habrá perdido a causa de la automatización. En un estudio realizado por Siemens se dice: un tercio de todos los empleos administrativos y un 28% de puestos en los servicios públicos podrían estar automatizados hacia el 2000. Por otro lado, las personas que tienen un empleo -encuesta a escala europea- prefieren disponer de más tiempo libre antes que recibir sueldos más altos; solo un 17% da más importancia a su trabajo que a sus actividades de tiempo libre, en contraposición al 33% de hace 20 años (André Gorz, en El País, 29 de mayo de 1983).

El estudio realizado en Estados Unidos por el premio Nobel y creador de las tablas input-output, W. Leontief, acerca del impacto futuro de la automatización sobre los trabajadores es preocupante. Pensando en una mezcla de tecnologías similar a la actual, pero con una utilización más intensiva de la automatización, el estudio llega a la conclusión de que, en los Estados Unidos del año 2000, para producir los mismos bienes y servicios que en 1990 harán falta 20 millones menos de trabajadores. Si tenemos en cuenta que en Estados Unidos la población  ocupada hoy día es de unos 112 millones, 20 millones menos de trabajadores supone una caída del empleo de un 17%. Dicho estudio considera que las caídas de empleo más importantes se van a dar en empleados de oficina, que pasan  de  representar  un 18,2% de la población ocupada en 1990 a solo un 11,4% de la misma en el año 2000, y los más beneficiados serían los profesionales técnicos, los cuales pasan, en el mejor de los escenarios, de un  14,6% en 1990 a un 19,8% en el año 2000. Dentro de ellos, el aumento más importante se produciría en especialistas de informática e ingenieros.

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La población de la URSS y los países del Este de Europa pasará de 400 a 440 millones, es decir, habrá un aumento  del 10%. La URSS, con 24 millones, absorberá la mayor parte de dicho aumento.

Dadas estas disparidades en el crecimiento de la población, la renta per cápita en los países en desarrollo crecerá mu y lentamente, mientras que en los países desarrollados lo hará más rápidamente, aumentando las ya enormes diferencias actuales de bienestar. Solamente algunos de los NPI, los «nuevos países industrializados», acortarán diferencias con los desarrollados, especialmente Corea, Taiwán, Hong- Kong y Singapur. Algún país del Este lo hará también.

Esta evolución lleva a concluir que el mercado consumidor mun dial, en términos de capacidad de compra, seguirá estando concentrado en los países desarrollados.

Causas reales del paro

Nadie más adecuado que el precursor de la automática, el creador del término «cibernética», Norbert Wiener, para explicar el impacto social de su descubrimiento. Wiener escribía esto en 1950:

«El período intermedio de introducción de los nuevos medios llevará a una etapa transicional de confusión desastrosa. Ya tenemos ex­periencia sobre cómo los industriales consideran cada nueva posibilidad productiva. Su postura es que el gobierno no debe mezclarse, y dejarla abierta a quienes deseen invertir  en  ella. También  sabemos que tienen pocas inhibiciones a la hora de sacar todo el beneficio y dejar al público las consecuencias. Tal es la historia de las industrias mineras y madereras y es parte de lo que hemos llamado la tradicional filosofía  del progreso americano. En estas circunstancias, las industrias se verán inundadas con las nuevas herramientas  en función del beneficio a corto plazo, sin considerarse sus efectos a largo plazo. Recordemos que la máquina automática, aparte los sentimientos que podamos atribuirle, es el equivalente económico exacto del trabajo de esclavos. Cualquier mano de obra que compita con mano de obra esclava deberá aceptar condiciones económicas esclavistas. Está perfectamente claro que esto acarreará una situación de paro, en comparación con la cual la recesión actual e incluso la gran depresión de los treinta parecerá un chiste. Esta depresión arruinará  muchas  industrias, quizá incluso aquéllas que han  adoptado  la nueva  tecnología. No obstante, nada hay en la tradición industrial que impida al empresario obtener un beneficio seguro y rápido y salirse del negocio antes de que la crisis le afecte. De modo que la nueva revolución  industrial -la cibernética- es un arma de dos filos».

Hace 40 años, el inventor de la cibernética advirtió que ésta provocaría tal paro que la crisis de los treinta quedaría pequeña: estamos en ello, pero no se quiere ver; se buscan extrañas explicaciones al paro y utópicas medidas de combatirlo, en vez de afrontar su causa real: el éxito del sistema industrial, el progreso tecnológico que, al automatizar la producción, elimina factor humano. Si el sistema capitalis ta de libre iniciativa no es capaz de resolver esta crisis, no se ve otra solución, para no caer en una planificación estatal, que la conversión de las empresas en cooperativas de co-gestión, donde el tiempo ganado por las máquinas sea remunerado a los empleados, de modo que trabajen más personas, durante menos horas y recibiendo el jornal completo, como los obreros de la viña del Señor en la parábola.

Hay 31,7 millones de parados en los países de la OCDE que son los más desarrollados; el índice medio de paro o desempleo es del 9%, índice que alcanza valores diferentes en los 24 países integrantes. En 1994, España tiene un 25% de parados, Irlanda el 16,5%, Holanda el 14,5%, Bélgica el 13,25%, Turquía el 13%, Inglaterra  11,25%, Portugal 11%, Canadá 10,5%, Francia 10,25%, Italia 10,25%, USA 7,25%, Finlandia  6%, Austria 4,25%,  Suecia 2,7%, Japón  y Noruega  2,5%, Luxemburgo 1,75%, Suiza 0,75%.

España es el primer país que está demostrando la viabilidad de mi hipótesis: la sociedad española está pagando a uno de cada cuatro trabajadores para que no trabaje, de modo que, si quisiéramos, con ese mismo dinero se podría hacer que todo el mundo trabajara una cuarta parte menos, cobrando lo mismo. Me explicaré en números redondos: suponiendo que hay tres millones  de parados sobre quince millones de población activa, lo cual supone un 20% de paro, suponiendo -y ahí está la única dificultad técnica, salvable con el tiempo; el resto son dificultades morales- que todos los parados estuviesen cualificados para ocupar los puestos activos, entonces, para tener plena ocupación  sin necesidad  de aumentar  el número  de puestos  de trabajo -cosa que se demuestra casi imposible- es preciso que los 12 millones de ocupados cedan el 20% de sus horas totales a los 3 millones de parados, con lo cual estos trabajarían. El empresario podría seguir pagando lo mismo a sus empleados aunque trabajasen un 20% de horas menos, es decir, en vez de 40, 32 horas a la semana, porque para esas ocho horas de menos tendría un ex-parado pagado por el Estado. Como el parado no recibe el importe de un salario normal, sino un 70% de éste, la diferencia debería cubrirse para que el cálculo resulte exacto. Las maneras de combinarlo son múltiples, pero el concepto global es uno: hoy día la sociedad tiene recursos para pagar un 20% de ocio adicional que, bien repartido, se llamará «reducción de jornada laboral». El mismo fenómeno, visto como «paro»  significa  crisis en la sociedad, problema  insoluble,  situación desmoralizante  para el parado y callejón sin salida para los gobiernos; visto como reducción de hombres/hora por incremento de productividad causado por la cibernética es un éxito del sistema industrial.

Bertrand Russell, ese hombre inteligentísimo que ya lo pensó todo, dijo que existen dos modos de aprovechar los incrementos de productividad: producir el doble en el mismo tiempo que antes o producir igual que antes en la mitad de tiempo. En el primer caso se obtienen más objetos, en el segundo se produce tiempo libre, es decir, libertad vital.
Para producir el PIB se necesitan capital, trabajo y conocimientos: cuanto mayor el capital y el conocimiento, menos horas de trabajo humano son necesarias, y se pueden mantener los niveles de ingresos de productividad generados por el conocimiento y las máquinas nuevas. Todo reside en cómo decidimos repartir estos incrementos de productividad.

Afrontar el problema real

¿Por qué no se hace ya? Habría que romper el lazo mental y moral que une en cristiano matrimonio, ingresos y trabajo. Persiste un terror puritano a subvencionar horas de vida no trabajadas. Para que vivieran en el ocio los atenienses fue necesaria una sociedad de esclavos. Ahora los esclavos son las máquinas y los ciudadanos candidatos al Banquete de Platón son todos. Todo reside en el reparto de los incrementos de productividad. La cuestión no es nueva. Hace 100 años la semana laboral era de 60 horas; se ha reducido a 40 y se han aumentado los salarios reales. Todo indica que se reducirán a 20 horas y más allá. Es evidente que el objetivo de pleno empleo a 40 horas semanales está obsoleto por contradicción con el objetivo de incrementar la automatización. Mientras se crea en la obligación de crear más puestos de trabajo se hablará de paro. Cuando se decida reducir el número de horas de la jornada, el problema quedará resuelto, pendiente de cuestiones puramente técnicas tales como el reciclaje de aptitudes y la reasignación de beneficios.
El empresario individual puede pensar que el problema no es suyo, que invirtiendo en maquinaria cibernética y menos horas de trabajo humano aumentará beneficios, lo cual es cierto. Pero, una vez más, la mano invisible de Adam Smith no funciona: lo que es cierto para uno, deviene incierto en su conjunto. El todo causa la aparición de problemas que no existen para las partes; pero el problema del todo repercute y debe ser pagado -vía impuestos y subsidios- por las partes. Caso ilustrativo del nuevo paradigma holístico: en el nivel del conjunto emergen problemas inexistentes en el nivel de las partes. Para solucionarlo es irrelevante el paradigma mecanicista, que solo sabe analizar y separar partes; es preciso afrontar el tema del paro desde el pensamiento del nuevo paradigma.

El estudio de Rothwell constata que desde los años 60, los aumentos de producción se consiguen sin aumentar el empleo; a partir de 1974, los aumentos de producción industrial se consiguen con una disminución paralela del empleo. Trabajos más recientes se han centrado en la relación entre inversión industrial y horas totales trabajadas, buscando un modelo explicativo al fenómeno observado por Rothwell. Dividen la inversión en «inversiones de expansión rn» e «inversiones de racionalización IR»; en Alemania se constata que cuando 2IE<IR el volumen de horas trabajadas se estabiliza; pero si 4IE<IR, el aumento de la inversión causa una disminución de horas trabajadas. Parece evidente que haya más IR que IE puesto que IR implica precisamente la sustitución de hombres por máquinas. En lugar de esperar utópicamente que IE vuelva a superar a IR, se debe aceptar la hipótesis de que IR está aquí para quedarse y ver qué se hace con los descensos de horas trabajadas.

Trabajar en el siglo XXL

¿Qué puede significar «trabajar» en el siglo XXI? Un  lujo,  si por ello entendemos las 40 horas semanales de ahora. En labores manuales y físicas, las máquinas habrán copado el empleo, de modo que solo lo artesanal quedará para el hombre; lo masivo, la producción estándar, correrá a cargo de la cibernética. Incluso buena parte del control quedará para máquinas más atentas e infatigables que nosotros, como el bueno de Hal en la Odisea 2001.  Nos quedaremos con lo mental en sus aspectos creativos: diseñaremos, imaginaremos, combinaremos, innovaremos, pero no  repetiremos  ni  nos  aburriremos. Así las cosas, el número de horas trabajadas no será función de necesidades monetarias sino de manías personales. Habrá que dejar que cada uno trabaje las horas necesarias para no neurotizarse, siempre que con su superproducción mental no desequilibre la economía.

Habrá un número de tareas molestas no realizables por máquina que deberán cubrirse con hombres y mujeres, las cuales se asignarán, no por salario, sino por requerimientos de tipo servicio social, equivalente al actual servicio militar. ¿Cómo se organiza todo esto sin caer en el dirigismo totalitario? Esa es la cuestión que debe resolverse entre hoy y el año 2050 porque, para entonces, si el estudio del Brookings Institute es cierto, solo un 2% de la población bastará para proveer de bienes y servicios al resto. Suponiendo que esos dos no seamos ni tu ni yo, lector, se abre al individuo liberado el campo inagotable de la creatividad intelectual y sensible.

El nuevo paradigma tecnológico desvincula las nociones de empleo y trabajo, disminuyendo las necesidades de horas de trabajo. La revolución tecnológica anuncia una gran revolución de la organización social, de las fronteras entre educación, trabajo y ocio. Las fronteras entre trabajo, ocio y educación, ahora imprecisas y cambiantes, como las dunas, configuran ese desierto que estamos atravesando, perdidos, temerosos, como siempre se anda entre las dunas, con una mezcla de anticipación y cautela. Esa travesía del desierto es la gran revolución de la organización social que espera ineluctablemente si hay que seguir adelante con este éxito del sistema industrial que es la tecnología cibernética.